Crónica

Despedida a Marco Aurelio García


El canciller del pueblo

“Nos conmueve su muerte porque deja trunca una amistad y porque con ella desaparece uno de los emblemas del intelectual político de izquierda latinoamericano”, dicen los sociólogos Micaela Cuesta y Mario Greco. Y trazan un vívido perfil de quien fue lúcido protagonista del desarrollo de una fuerza política surgida de las entrañas de los sindicatos industriales de San Pablo y llegó al poder.

La escena en la que Lula dice las palabras que siguen fue recogida por un video tomado desde un celular, durante el velorio de Marco Aurelio García. Lula, León García (hijo de Marco Aurelio) y Celso Amorín (ex canciller de los gobiernos del PT) están delante de un sinnúmero de coronas de flores y a la cabeza del féretro: “Marco Aurelio no fue ministro de relaciones exteriores, no era un diplomático en la concepción estricta de la palabra, pero creo que ningún país o ningún presidente tuvo el privilegio de tener un Marco Aurelio […] Era una persona que caía bien a la gente por su manera de ser. Dónde él hablaba todos sabían que lo hacía en nombre de Lula, del PT, de los barrios marginales de San Pablo y, por extensión, de Brasil. Era considerado por todas las personas que lo conocían, como una figura especial, de una competencia extraordinaria. En los cuarenta años de militancia del PT, por lo menos en los últimos 35 años tuve que soportar a Marco Aurelio viajando conmigo lado a lado. Cuando tuvimos el avión presidencial, él y Celso [Amorín], eran mis compañeros de conversación, de discurso, de discutir de política, de discutir coyuntura y también de tomar el vino que a él tanto le gustaba. Entonces León [García], yo sé que estás perdiendo a tu padre en carne y espíritu, pero creo que tu padre fue muy fuerte en sus ideas, en su humor. Yo no creo que la izquierda en el mundo tenga a alguien como Marco Aurelio. Él no está disfrutando de esta escena que estamos armando. Yo puedo decirte –por todas las charlas que tuve en la vida con Marco Aurelio–, que él no está disfrutando de un velorio, porque la gente está triste, muchos llorando…y a él le gustaba el movimiento, el ritmo, la música clásica, las personas tomando un vino, brindando…no celebramos su muerte sino la utilidad de su vida en el pasaje por esta tierra. Yo estoy aquí Marquito, despidiéndome de vos y diciendo lo siguiente: la carne se va pero las ideas, el humor y la batalla política continúan”

marco_aurelio_portyap_02 

Se escucha el rumor de la gente a su alrededor, Lula toma el brazo de León insistentemente mientras habla, ríe y llora. Al final toca la cabeza de su amigo muerto, se persigna y se quiebra. Una síntesis contundente de la pérdida de este hombre paradigmático de la izquierda latinoamericana, de este político e intelectual del pueblo brasileño.

Lo que sigue es el perfil y las vicisitudes de un encuentro y una despedida no prevista de un “grande” al que aprendimos a amar en muy poco tiempo. Lo que sigue es nuestro Marco Aurelio García.

 

La noticia de su muerte

 

Un amigo nos  avisa que en su Facebook, un posteo de un conocido brasileño da cuenta de la muerte de Marco Aurelio García. Dastin, amigo entrañable, nos pide que confirmemos la información. Quedamos atónitos pero rápidamente ganados por la certeza de esa noticia. Escribimos “morreu Marco Aurelio García” y Google nos devuelve varios sitios certificando el acontecimiento. El celular se queda sin batería pocos minutos después de que alcancemos a enviar la noticia a un par de amigos: José Natanson, Mercedes Marcó del Pont, Fernando Calderón.

Ya frente a la computadora, repetimos el ejercicio ridículo de recorrer diez sitios en donde se reproducen las mismas líneas biográficas y comienzan a aparecer los primeros mensajes repetidos sobre la “irreparable pérdida” de quien fuera un asesor fundamental de Lula y Dilma, arquitecto de los Brics, bla, bla, bla, bla.

Palabras y definiciones extrañas, lejanas a “nuestro Marco Aurelio García”. La muerte que irrumpe y corta un relato que comenzábamos a escribir en plural.

Hacía unos días sorprendía su llamada mientras uno de nosotros caminaba por las góndolas de un supermercado de Buenos Aries: “¡Mariooo!, a qué no sabes el premio que me van a dar: ‘Ciudadano ilustre de los aeropuertos’”. Con detalle contaba su itinerario tras la partida de Buenos Aires: llegada a San Pablo, hacer valijas nuevamente y dos horas después asistir a un evento del partido con Dilma, y luego otra reunión y otra. “Ahora ya estoy en casa, y podré cocinar mi comida a mi nieto dos veces a la semana y mirar juntos películas de James Bond”. Marco Aurelio terminaba la conversación agradeciendo “esta nueva amistad contigo y Micaela” y anunciaba otro viaje para noviembre.

marco_aurelio_caja_03 

Hacía años, sí, años, que la invitación a Marco Aurelio García para nuestro Seminario de Ciencia Política Aplicada, se repetía como deseo letánico. Jaime Gazmuri (en aquel entonces senador chileno y coordinador político del seminario) y Mercedes Marcó del Pont (coordinadora argentina), se miraban conjugando la complicidad de traer a un “número uno”, “una trayectoria muy rica para el seminario”. La escena terminaba sin variaciones de la misma manera, “está muy ocupado”, “yo podría hablarle”, “quizás el año que viene”. Cuando nos enteramos de que vendría a Buenos Aires invitado a una reunión cerrada, comenzamos  a enviarle correos con insistencia casi insolente. Finalmente, accedió a tomar un café una hora antes de partir para el aeropuerto de regreso a Sao Paulo. La misión era convencerlo de que escribiera un artículo sobre Brasil para el número especial del Dipló que preparábamos sobre América Latina. Durante esa hora hablamos de casi todo lo que se podía, pero lo más fascinante fue la referencia a su archivo personal: 330 cajas que irían a parar o a la Fundación del PT o al Centro de estudios latinoamericanos de la Unicamp… y sus dos proyectos de libros largos, uno, la reflexión crítica sobre la experiencia del “ciclo progresista” y otro, más teórico, sobre las tradiciones políticas críticas latinoamericanas. La conversación fue correcta pero lejana. Con José Natanson nos fuimos con la duda de si finalmente enviaría su artículo, decisivo para nuestro proyecto. Así nos lo habíamos planteado, solo habría número especial del Dipló si contábamos con su aporte. A riesgo de convertirnos en sujetos desagradables, seguimos con obsesión neurótica los plazos para la entrega, y la posterior traducción de Micaela. Algo de ese eterno retorno de la frustración por su presencia parecía interrumpirse…muy rápido nos pusimos de acuerdo en las fechas de su visita haciéndola coincidir con el lanzamiento de la revista. Todo se aligeró cuando por fin Mario lo llamó por teléfono y de pronto se produjo una conversación como si se conocieran desde hacía muchísimo tiempo, algo de las redes de sociabilidad que los contenían, de unos nombres y apellidos que luego evocarían en largas sobremesas, una pertenencia política originaria se impuso como backstage de nuestros intercambios. Entonces compartimos los ‘70 con Fernando Calderón y la experiencia chilena, los ‘80 con Pancho Aricó y el negro Portantiero, los ‘90 con Auyero, el Chacho y el Frente Grande, y más acá Horacio González y tantos más.

En muchos momentos públicos de nuestros encuentros de esa semana –a la cual llamamos “huracán Marco Aurelio”-, nos transmitió con insistencia su enfado por las tergiversaciones sobre su biografía que universalizaba Wikipedia, no sin reprocharnos nuestro uso a veces abusivo de ella. En estas horas nos preguntamos cómo se tamiza la historia y la experiencia de un sujeto tan emblemático en tiempos de redes sociales y surfeo inagotable sobre la superficie del conocimiento.

Desde el encuentro con Marco Aurelio, comenzó a perseguirnos la idea de armar un seminario permanente alrededor del concepto de experiencia política. De pronto la constatación permanente del triunfo de un tipo de militancia cada vez más irreflexiva, menos densa y lectora, poco receptiva y por lo tanto pobremente crítica (fenómeno que se puede observar a la izquierda y a la derecha del arco ideológico vernáculo), nos llevó a imaginar un espacio con una única consigna: sentar a tipos como Marco Aurelio García a narrar su experiencia frente a grupos de jóvenes con ambiciones políticas y sensibilidad social para poder cumplir con el rito de no interrumpir el relato y forjar una memoria.

La noticia nos asaltó en medio de la escritura de un perfil para Anfibia. Hubiéramos querido que él fuera nuestro lector privilegiado. Nos conmueve su muerte porque deja trunca una amistad y porque con ella desaparece uno de los emblemas del intelectual político de izquierda latinoamericano. Protagonista del desarrollo de una fuerza política que surgió de las entrañas de los sindicatos industriales de San Pablo y llegó al poder. Nos conmueve porque fue uno de los pocos que volvió a encarnar con su increíble encanto personal la realización de los sueños de varias generaciones de militantes latinoamericanos.

 

El exilio

 

“Acuerdensé de mí cuando hagan la revolución”– les dijo Gegé al despedirlos en 1970. Gegé, tío de Elizabeth –su mujer– era un rico hacendado que los había ocultado en su campo, durante una semana, cuando la cosa empezó a ponerse fea. Marco Aurelio ya había ido preso y el clima político militar no aconsejaba descuidos. Gegé les facilitó un helicóptero que, desde Porto Alegre –su ciudad natal–, los llevaría a la república amiga del Uruguay. Pero allí también, transcurridos unos meses, la situación se complicó. Por entonces, uno de los destinos posibles en América Latina era Chile. Antes de llegar a Santiago hicieron una breve parada en Buenos Aires. Marco Aurelio, de una memoria formidable, recuerda que se alojaron en el Hotel Savoy y que de sus paseos hubo algo que llamó su atención: la ciudad estaba llena de carteles de búsqueda de los asesinos de Aramburu.

Fueron en tren hacia Mendoza para cruzar la cordillera en bus y aterrizar en la tierra de promesas de la Unidad Popular. Si uno hace la cuenta, casi no queda intelectual latinomericano y europeo que no haya formado parte, aunque sea por un breve período, de ese fabuloso “laboratorio” que era el Chile de Allende. Sin prisa pero sin pausa se incorporó al Centro de Estudios Socio-económicos (CESO) de la Universidad de Chile del que formaban parte intelectuales de la talla de Teotonio do Santos, Marta Harneker y Armand Mattelard. Tampoco se demoró su ingreso al MIR. La militancia previa en el PC facilitaba esta transición. En una de nuestras tantas cenas nos contó de su gran enojo cuando, de camino a su casa de acuartelamiento, escuchó el que sería el último discurso de Allende. Le parecía un error pedirle a los seguidos de la revolución que volvieran a sus casas o no salieran de ellas mientras era bombardeada La Moneda. “Hoy, muchos años después, reconozco no haber tenido entonces las condiciones subjetivas necesarias para comprender lo que estaba sucediendo” –agregó.

La experiencia chilena dejaría en él una profunda huella. Si bien el MIR tenía la política de no exilio para sus militantes nacionales, era flexible con los extranjeros. Es más, alentaba su salida no sólo previendo la imposibilidad de hacerse cargo de sus vidas sino imaginando para ellos tareas de solidaridad y colaboración desde el exterior.

León, hijo de Elizabeth y Marco Aurelio, tenía cerca de un año cuando se encontraron, una vez más, con la obligación de tener que volver a emigrar. Primero se dirigieron al consulado de Panamá –la abuela materna de León lo buscó y lo llevó con ella– para terminar en París, donde ya habían pasado una breve aunque intensa temporada.

 

París, la imaginación al poder

 

Corría el año ’67, Elizabeth había concluido sus estudios de grado en literatura y Marco Aurelio había hecho lo propio con filosofía y derecho. La relación entre la academia brasileña y la francesa ha sido a lo largo de la historia de Brasil por demás estrecha. Antes de Levi-Strauss, Foucault y Deleuze, había impartido clases allí Bastide y brindado conferencias Albert Camus, por nombrar tan sólo algunas de las reconocidas figuras. Hasta hoy, sigue siendo una práctica habitual de muchos universitarios brasileños pasar temporadas “sándwiches” –como dicen ellos– en alguna institución francesa.

Marco Aurelio y su mujer habían logrado continuar sus estudios de postgrado bajo la tutela de Lucien Goldman, gran intelectual marxista existencialista que, según nos cuenta Marco Aurelio, de tanto que le fascinaba el buen comer murió a causa de una gran indigestión.

La memoria de sus años parisinos y existencialistas se dispara por un documental sobre la relación entre Sartre y Camus que pasaron en el canal Encuentro en uno de esos poblados días que compartimos en capital. Me dio gracia imaginarnos mirando lo mismo. La diferencia, claro, es que detrás de esas imágenes de archivo Marco Aurelio guardaba una gran historia. En el año ‘68, junto a un amigo, entrevistó a Jean Paul Sartre. Lo contó entre risas e incredulidad. Se encontraron con Sartre, lo entrevistaron y cargaron con esas cintas durante años. La entrevista nunca se publicó en Francia. Apareció mucho tiempo después traducida al portugués en un diario electrónico brasileño muy popular.

Marco Aurelio confesó tener una valiosa biblioteca existencialista. Lo leyó todo o casi todo, de modo voraz. Atesoraba las revistas Les Temp Modern y Tel Quel. Su francés se colaba en cada nombre propio. La pronunciación casi perfecta. En esto, como en muchas otras cosas, los brasileños nos llevan una indiscutible ventaja: su lengua rica en fonemas les permite apropiarse con más facilidad de otros idiomas latinos. Al relatar esa aventura existencialista recuerdó su texto “Simone de Bouvoir y la política”. Allí se declaró fiel lector desde sus tempranos 14 años de Sartre primero, y de Simone de Bouvoire, después.

Narra lo que significó la visita en 1960 de esta extravagante pareja a Brasil, así como la frustrada actividad que realizarían en Porto Alegre, su ciudad natal. La serie de artículos que escribía Sartre sobre Cuba para la France Soir aparecían traducidos y publicados por la revista Última Hora.

París también fue escenario de encuentro con otros intelectuales. Uno de ellos, rememorado con infinito afecto por Marco Aurelio era Emilio de Ípola, con quien compartía un misterioso código surgido en tiempos oscuros, pero signo del humor de estos dos grandes: “non puó svolgersi” en referencia a una señal de tránsito que significa, según leemos, que no se puede circular simultáneamente en dos sentidos distintos.

Retorno a Brasil y fundación del PT

 

Hacia el año ‘75-‘76 la dirección del MIR propone a sus contactos en el extranjero regresar a sus países de origen con la tarea de organizar allí alguna fuerza política. A él ya lo habían amnistiado así que su vida no corría peligro. Se instalaron en San Pablo. Elizabeth ganó un importante concurso en la USP donde ingresó como docente de letras. A él le costó un poco más esta vez, pero consiguió una plaza en la Universidad de Campinas.

Estudiaron el campo popular, advirtieron la disgregación y debilidad en la que quedaron los partidos de izquierda luego del golpe. Empezaron a sospechar de las formas de organización leninista. A diferencia del desmantelamiento industrial consumado en Argentina por los militares, en Brasil el sesgo fue desarrollista. Este hecho había dado lugar a un nutrido movimiento obrero organizado en sindicatos. Al mismo tiempo emergían movimientos relacionados con zonas rurales y también urbanas. No se trataba ya de demandas clasistas del tipo de las que habían estudiado en libros y creído ver en las calles.

marco_aurelio_caja_04

La vuelta a Brasil y el contacto con estas nuevas realidades los apartó del MIR. Su mirada se volcó hacia aquellas luchas incipientes de cuyas demandas no daban cuenta sus manuales de formación política. No obstante, en los obreros metalúrgicos creía reencontrar algo de aquella anhelada conciencia obrera revolucionaria que los había inspirado durante tanto tiempo. A este núcleo, del que formaba parte Luiz Inacio Lula da Silva, se sumaban otros sectores sociales con los cuales era preciso saber dialogar, o mejor, aprender a hacerlo: clases medias involucradas con los derechos humanos y la democracia, movimientos contra el racismo, luchas feministas, centros de formación eclesiástica, independientes, ex militantes de izquierda sin partido.

No le resultaba fácil asumir reivindicaciones que, en otro tiempo, habían sido tildadas de “burguesas”. Sin embrago, decía Marco Aurelio: –“uno descubre la importancia del habeas corpus cuando está preso”. Y el valor de la democracia se revela cuando se vive bajo dictadura –podemos agregar. Y así con cada aspecto…

Esas treinta o cuarenta personas que venían reuniéndose, entre las que se contaban ellos, eran reconocidas por defender la autonomía de los movimientos sociales. Varios de estos militantes crearon la revista Desvios que, contra todo pronóstico, llegó a los cinco números. Hacia 1989 redactaron los borradores de lo que sería el estatuto del Partido dos Trabalhadores. Tres cuestiones debían ser atendidas: la referida al modelo social-económico; la cuestión democrática y, por último, la cuestión nacional. Sin algún programa que reflexionara sobre esas tres áreas no habría partido político capaz de disputar el gobierno.   

El resto ya lo conocemos…

 

Las cosas de la vida

 

Al promediar su visita, llevamos a Marco Aurelio a Río Cuarto. Más allá del anecdotario acumulado en el “imperio cordobés”, retenemos el momento especial cuando, en ocasión de una cena informal con la familia de Micaela, nos cuenta la trágica y temprana muerte de su mujer. Era el año 1991, ella –como él– además de su compromiso académico sostenía una intensa actividad política. La habían invitado a dar una serie de conferencias en distintas instituciones del nordeste. En uno de esos traslados terrestres, en compañía de una importante dirigente sindical, ambas mujeres pierden la vida. Él estaba en México, su hijo cursando el segundo año de medicina. A él se lo comunicaron por teléfono –aunque en esos años los celulares no existían–, al hijo lo buscaron en la Universidad. Ninguno de los dos nos animamos a preguntarle en todo el tiempo que compartimos si había formado otra pareja, era muy joven cuando enviudó. Era tal el amor y la complicidad que inundaba sus palabras cuando hablaba de “ellos” que nos resultaba siempre una herejía interrumpirlo.

Con Elizabeth hicieron aquella escapada a Buenos Aires cerca del año ‘73 cuando vivían en Chile. Estaban desesperados por ver películas que no llegaban al país de la UP. En diez días vieron 20 films. Era una gloria que no duraría en nuestro país mucho tiempo más. Con los años se armó su propia filmoteca con más de 1500 títulos del cine mundial. Cuando hablaba de Visconti se entusiasmaba especialmente, y rememoraba al detalle cada escena ante la escucha atenta y experta de Mario, ambos compartían el gusto por la cocina.

Lula decía –nos contó Marco Aurelio– que lo que más le gustaría es estar presente en su propio entierro para escuchar todo lo que la gente piensa de él. Marco Aurelio no pudo cumplir este sueño, pero estuvo cerca –dice. Cuando tenía 39 años sufrió un primer pre infarto, y hace cuatro años le habían practicado 4 bypass. En los días que duró la agonía pudo darse el gusto de acumular posibles epitafios y necrológicas.

Pero no hay mal que por bien no venga –solía reir él–, pues gracias a esa severa cardiopatía gozaba de una importante exención impositiva. Hubiera podido, inclusive, solicitar una compensación retroactiva en la Universidad para alivianar su condición de pensionado.

Como la gran mayoría de los brasileños Marco Aurelio tenía un humor impecable. Una de las tantas noches que cenamos nos hizo reír contándonos una seguidilla de chistes sobre argentinos. Más aún, lo primero que hizo al bajar del avión fue lanzar una humorada. Habíamos ido a recogerlo a Aeroparque. Lo vimos acercarse, camisa roja cuadrillé, corbata azul y traje gris. Al vernos sonrió:

—Dejame ayudarte con esa valija.

—No, no. Está muy pesada: traigo las armas de la crítica— respondió.