Crónica

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Homo antipatriarcal

Hay hombres, conscientes de la cultura patriarcal, que se oponen a la violencia contra la mujer en cualquiera de sus formas. Que tienen claro que los abusos de hombres contra mujeres más que un problema psiquiátrico son un problema de construcción social. Sobre ellos y sus ideas, la periodista cordobesa Florencia Gordillo hizo esta crónica.

Fotos: Melisa Scarcella 

Suena un tinku, después música electrónica. O Caporales. O Gilda. El piso de la discoteca parece un tablero de ajedrez: mosaicos blancos y negros. Entre la gente amontonada, Aldo Castillo busca grietas para atravesar la pista de baile. Es mozo del boliche gay “El Privilegio”, en Bolivia. Él –salteño, alto, fibroso– camina con una mano en alto donde lleva una bandeja, con la otra trata de esquivar las manos que buscan tocarlo. Lleva la cerveza a las mesas, la destapa, la sirve en los vasos, prende el cigarrillo de los clientes mientras siente que le acarician el cuerpo. Necesita la plata y el trabajo.

—Los tipos, en especial los más grandes, nos tocaban el pito, te querían toquetear todo el tiempo. Tenía que andar esquivando manotazos. El primer día me dio gracia, ya al segundo día decís “pará”. Y no lo podes frenar –dice.

Fue la única vez que se sintió una cosa. En ese momento, entendió lo que era un hombre machista. Roberto Garda Salas –mexicano, trabaja hace 11 años con varones violentos– dice que “la sociedad le da significación a los cuerpos: a la vagina le da un significado y al pene, otro. Cuando vemos una persona, los prejuicios se activan. Lo peligroso es que los prejuicios convierten la diferencia en desigualdad”.

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Varones Antipatriarcales es un colectivo que busca revertir toda forma de desigualdad y opresión hacia las mujeres. Más que definir, quieren deconstruir qué es ser varón.

Son diez, Aldo es uno de ellos. Empezaron a reunirse en el 2014, después del segundo Encuentro Latinoamericano de Varones, en Mendoza, donde cientos de varones entonaron su himno: "Bomba / Al patriarcado ponele bomba / Y los varones lo bailan así / Una mano en la cabeza / Un movimiento anti / Antiimperialista".

—¿Y cómo es el movimiento antiimperialista?

—Movés las caderas bieeeen hasta abajo –dice Aldo con voz sensual, las mangas de la remera arremangadas dejan al desnudo los brazos.

Para nombrarse entre ellos, anteponen el artículo “la”. La Jo es José. La Juampi es Juan Pablo. La Mauri es Mauricio. Son hombres con diversas elecciones sexuales que disfrutan de su costado femenino y cuestionan los privilegios que les son dados por el sistema patriarcal. Quieren interpelar a otros varones: que se cuestionen por qué tienen naturalizados comportamientos machistas. Todos llegaron por distintos motivos, desde sanar un enojo hacia el género masculino hasta un intento de abuso.

—Hay quienes dicen  “la mujer también es violenta”. No es lo mismo. Si existe un caso de violencia de mujer a hombre no es parte de una problemática social tan grande como los femicidios —dice Aldo—. La violencia hacia las mujeres es sistemática y constante: el Estado y nosotros avalamos la violencia machista.

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“¿Dónde estás?” “¿Qué estás haciendo?” “¿Con quién hablas?” Mauricio Actis Piazza pregunta, Victoria Cometto explica. Está perseguido y decide revisar la cuenta de Facebook de su novia. Lee cada uno de los mensajes, controla con quién tiene contacto y sigue buscando por otro lado. No sabe qué busca, pero busca. Duda. Desconfía. Trabaja en un hipermercado y la plata no le alcanza.  

—Me sentía invadida. Él estaba insoportable y no lo aguantaba más. Cambió cuando dejó el hiper y puso la fotocopiadora. Pasa que lo criaron como trabajador, el sostén de la casa, el macho duro —dice Victoria y se ríe.

—Ahora mi papá me dice: “Así que el Mauri se sumó a Varones Antipatriarcales… Che ¿vos estás segura de que es machito?”.

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Mauricio está lejos pero igual escucha la conversación y cuando puede lanza al aire algún comentario para dejar bien en claro que está atento a lo que su novia dice. Reconoce que se sumó a los Varones porque era machista. Del bolso que dejó perfectamente acomodado sobre una silla en el fondo de la fotocopiadora, asoma (¿estratégicamente?) el libro “Mujeres” de Eduardo Galeano.

La figura de femicidio está contenida en el inciso 11, artículo 80 del Código Penal: el homicidio “a una mujer cuando el hecho sea perpetrado por un hombre y mediare violencia de género”. Sin embargo, si muere una mujer, el foco se enciende sobre ella. La luz encandila el cuerpo que ahora aparece como cosa juzgada y sometida a interrogatorio.

Los medios, las redes sociales y la opinión de la gente establecen un diálogo con la mujer revictimizada. Es la mujer la que está en riesgo y es la mujer quien debe cuidarse. Hay más interés en comprender por qué las mujeres usamos vestidos cortos o viajamos solas o salimos tanto a los boliches que analizar el contexto violento en el que vivimos.

Quien mata es un hombre pero está parado sobre un colchón de gente que lo sostiene con cada uno de los micromachismos que repite y se instalan en el lenguaje. Formas sutiles de impedir la igualdad de género y de negar la soberanía de las mujeres sobre nuestros cuerpos, vidas y elecciones, como decir que vinimos a este mundo sólo a lavar platos, tener hijos o tener cargos jerárquicos siempre inferiores a los de un hombre.

Las publicidades que nos hablan, también repiten micromachismos. “¿Cansada de todo lo conocido? ¿Tenes ganas de probar algo realmente nuevo? Llegó el revolucionario Power Clean.” “Cambia tu vida y se la heroína de tu propia cocina. Llegó el nuevo Cliff Trash Ultra con aloe vera que te deja la piel suave y con doble poder desengrasante” “Ey… Vos… Mujer… Que siempre quisiste ser joven y bella te damos trucos para estar espléndida en un minuto. Cambia tu cuerpo. ¿Estás cansada de que nadie te mire? Bienvenida a la era antiage

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—Un hombre que controla es un hombre con miedo. La práctica de violencia es una posibilidad. La conducta de abuso de los hombres más que un problema psiquiátrico o psicológico, es un problema de construcción social —dice Roberto Garda Salas en el auditorio de Ciudad de las Artes, en Córdoba.

Es mexicano y hace once años que dirige Hombres por la Equidad, asociación civil que a través del trabajo con las masculinidades fomenta la construcción de relaciones sociales en igualdad de género. Cuando se divorció, tenía que trabajar y cuidar a su hijo, ahí comprendió por primera vez a las mujeres.

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Vino a Córdoba a capacitar a los facilitadores que trabajarán en el centro de atención para varones en situación de violencia –sean agresores o agredidos; derivados desde la Justicia o por decisión personal– que el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia de Córdoba abrirá en junio.

—Ahora que se va a abrir un centro para varones piensen en un proyecto que sea para toda la vida. La constancia de la institución es clave. La estrategia: trabajar de manera educativa pero también abordando la problemática emocional —dice el mexicano de camisa y pantalón de vestir, con voz pausada y suave, frente a un público donde los varones se pueden contar con los dedos de las manos.

El artículo 9 de la Ley 26485 de Protección Integral a las Mujeres contempla en su séptimo inciso el desarrollo de programas “destinados a la prevención, detección precoz, asistencia temprana, reeducación, derivación interinstitucional y a la elaboración de protocolos para los distintos niveles de atención”. Córdoba es la única provincia que aún no adhirió a la ley.

Las mujeres no hablamos de nuevas femineidades sino de feminismo: equilibrar la balanza de los derechos y libertades que ahora tiene más peso para los hombres. “No hay que hablar de nuevas masculinidades más bien hay que (re)significar la masculinidad, ahí aparece el trabajo con la identidad”, explica Garda Salas. Y resalta que es clave el trabajo de individuación porque primero es necesario mejorar la relación con uno mismo.

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“Relaciones libres de amor no romántico” es el nombre de uno de los talleres que organizaron los Varones Antipatriarcales. Se trata de pensar otras formas de amor no tradicional: no monogamia, no heteronormatividad, no celos, no posesión.

Aldo prefiere decir que está en “una relación afectiva sostenida en el tiempo” con otro varón, no le gusta cómo suena “tener pareja” porque parece que fuera un destino. Con su compañero coincidieron en tener libertad para estar con otras personas.

Mauricio y Victoria hace 14 años que están juntos y decidieron dividirse las tareas domésticas. Siempre se respetan los espacios para trabajar o tener tiempo libre. Pero, como ella pasa más tiempo en la casa –a la tarde da clases de literatura donde vive– termina siendo la que dedica más tiempo al hogar. Limpiar los restos del machismo es un trabajo de hormiga.

Grandote y con los dos brazos tatuados, Mauricio anilla con delicadeza las fotocopias para una profesora de inglés. Tiene una cadena de metal en el costado derecho del pantalón y las uñas pintadas de negro, toda su ropa es del mismo color. La barba frondosa termina en una trenza a la altura del pecho. Usa una remera con una frase de Lohana Berkins: “En un mundo de gusanos capitalistas, hay que tener coraje para ser mariposa”. Mauricio, con su aspecto de tipo pesado, ahora dice que no se considera hetero. 

—Ser hetero es un posicionamiento político identificado con una serie de comportamientos y patrones esperados. No tiene que ver solo con la elección sexual sino con lo que implica políticamente. Yo no soy así ni quiero serlo –dice Mauricio.

Los abogados entran y salen de la fotocopiadora, está a una cuadra del Palacio de Justicia y de la Municipalidad de Córdoba. Aunque los dos son dueños, a Victoria siempre la tratan como a la secretaria: “Estás trabajando bien nena, pedile un aumento a tu jefe”. Está frente al mostrador mirando a un señor con campera de cuero que no la mira. Ella tiene intención de atenderlo pero él la esquiva. La mirada de Victoria decide instalarse en la cara del cliente que ya no puede disimular y dice a secas: “Lo espero a él”. Pero Mauricio sigue ocupado, así que se resigna a ser atendido por Victoria.

Los clientes acostumbran a poner a Victoria en un lugar inferior a Mauricio. Es un mecanismo para reforzar la desigualdad entre los géneros. La violencia se puede replicar en todos los cuerpos. A Gustavo Amieva, otro de los Varones Antipatriarcales, un compañero de la facultad lo quiso a obligar a tener sexo con él pero a la fuerza, lo echó de su casa. En las relaciones homosexuales también hay posesión y control.  

—La violencia de género también se da entre parejas homosexuales porque hay dependencia emocional o algún tipo de dependencia o porque alguno tiene más privilegios que el otro. Los privilegios no implican fuerza ni plata, también pueden ser emocionales, psicológicos –dice Aldo.


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Los varones se acarician. Mientras Aldo habla tiene una mano apoyada en la mesa y Gustavo recorre lentamente con su dedo todo el brazo, a veces rozan las cabezas. O se abrazan mientras están parados, y alguno termina con la cabeza apoyada en el hombro del otro. Se miran, se sonríen, se respiran, se cuidan, se tocan. Mirar con deseo a otro cuerpo es un juego que habilitan si hay complicidad del otro lado. Ninguno lo dice pero todos hablan de acuerdos. El acuerdo implica comunicación y consideración del otro: una acción equitativa.

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“Soy puto, soy marica, soy amanerado, soy afeminado, soy lesbiana, soy trava, soy homosexual, soy mujercita, soy traga sable, soy chupa pijas, soy ese al que le gusta coger por el culo, soy aquel al que le gustan los tipos, soy aquel al que le gustan los tacones de la hermana, soy aquel que de chico se vestía con el vestido de la vieja y se creía una hermosa mujer, soy aquel que lloraba por el amor no correspondido, soy aquel del cual sus compañeros de cole se reían, soy aquel que tenía otros amigos también putos en la escuela con los cuales fue muy feliz durante el tiempo que fue, soy aquel al que su vieja le dijo “te quiero así tal cual sos”, soy aquel que en la universidad conoció el sexo en los baños de la facu, soy aquel que salía de jueves a domingo y se metía en los boliches de putos a bailar como una loca, soy aquel que disfrutaba de estar con sus amigos también maricas y contarse sus cuitas, en definitiva soy todo eso y mucho mas, soy todo aquello que me hace ser feliz”.

Ariel Aybar escribió el párrafo anterior en su cuenta de Facebook. Era el 17 de mayo, día internacional contra la homo/lesbo/bi/transfobia. Es psicólogo y docente del Seminario de Género(s), Sexualidad(es) y Espacios educativos en la Facultad de Filosofía de la UNC. También integra los Varones Antipatriarcales.

—A los que más impacta o les genera algún tipo de pregunta el trabajo con la masculinidad es a los gays. Pero tampoco es que todos los homo andan cuestionándose las reglas del patriarcado. El machismo es la práctica de dominación de uno hacia otro que someto a una situación de vulnerabilidad y sumisión para poder controlarlo. No tiene que ser solo una actitud hacia la mujer. Todos tenemos actitudes machistas, más o menos trabajadas pero todos las tenemos –explica Ariel.

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Ninguno de los Varones juega al fútbol. Disfrutan de su cuerpo cuando hacen teatro, circo, o danza contemporánea. Y dicen que no es lo mismo ser gay que ser marica porque los primeros denotan un estereotipo noventoso y las segundas refiere a una condición social, el puto pobre. Entre gays también hay situaciones de machismo, cosificación y abuso.

—Muchas veces me han dicho “¿sos vegetariano? Ah, ¿y también sos puto?” Hay una relación directa entre la carne y lo masculino –dice Gustavo, con voz cálida y los ojos verdes que resaltan del color suave de la cara.

En las páginas de citas algunos explicitan que no les gustan los “mariposones”, los varones que tienen actitudes femeninas. Muchos varones se sienten un pedazo de carne: mido tanto, peso tanto, mi pija mide tanto.

—Hay homosexuales que no quieren al maricón, al mariposón, buscan hombres que sean machitos. Ser pasivo es como un símbolo de sumisión. El gay más aceptado es el más masculino. De mí se hablaba cuando era chico: del maricón, era el peor insulto para los varones porque implicaba asociarte a la idea de lo femenino. Temor a lo femenino, asociado a lo débil, a la sumisión –dice Ariel.

A los 43 años, ya no reniega de su mariconez, disfruta su femineidad por todo lo que no pudo hacerlo durante su adolescencia. Iba a un colegio católico sólo para varones. Para recordar se pone de pie: baja la persiana, cierra la puerta con un candado y prende la luz de la habitación en su casa de barrio Pueyrredón. Aunque de afuera parece oscuro, como si no hubiera nadie, adentro está él, que escondido, resplandece. Las telas que encuentra en los placares cuando tocan el cuerpo de Ariel se transforman en capas, otras veces en polleras o vestidos. En la cocina de mi casa aparece una pasarela imaginaria donde ahora desfila como a los 15 años. Quería ser modelo, dibujaba mujeres, imitaba a Rafaela Carrá. Sonríe. Después llora y recuerda el día que le dijo a su mamá que era gay: ella siempre lo supo.

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A puertas cerradas cada uno de los Varones Antipatriarcales vive su femineidad libremente, como un espejo, eligen qué imitar de las mujeres y lo reflejan en el cuerpo, en las emociones, o en las ideas. De a poco comienzan a sacar a la calle su costado femenino: Gustavo cuando puede usa polleras, José tiene las uñas largas pintadas de violeta en la mano derecha y de rojo en la izquierda, Mauricio lava más seguido los platos en su casa y cuando alguien busca su mirada de aprobación para confirmar que una mujer tiene buen culo prefiere bajar línea: “che, las minas no son solamente un culo”. 

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—Pensar todo el día en esa persona, querer estar siempre con él, sentir la necesidad de saber lo que hace.

—Extrañarlo cuando no está, sentirse protegida y segura con él.

—Dar todo por el otro.

—Olvidarse del mundo.

La idea del “amor romántico” aparece de distintas formas en cada una de las adolescentes que Carolina Guevara –Licenciada en Comunicación, doctoranda en Políticas Públicas– entrevistó durante su trabajo de investigación. Está a cargo del proyecto Hablemos de amor Córdoba que hace 9 años trata con estudiantes secundarios para dar cuenta de la violencia en el noviazgo.

Para las mujeres el amor implica una entrega total que potencia comportamientos de dependencia y sumisión al varón. Los varones, en cambio, concentran la energía en la posesión, predomina la idea naturalizada de que la sexualidad femenina debe controlarse y la masculina no.

—Hay chicas que son fáciles y se las puede tratar de cualquier forma; hay otras chicas que son buenas y son para ponerse de novio; a mí me pasa que las chicas fáciles me sale hablarles de otra forma y a las buenas las tratas de forma agradable.

—Yo creo que un varón que está con muchas minas es un “ganador”, en cambio una mujer  que puede conquistar a muchos pibes es un “gato”.

—Es que el hombre queda mejor visto que la mujer haciendo eso… 

—Y es verdad, porque la mujer queda como una trola, en cambio para el varón es distinto…

—Es así porque es La LEY.

—Porque a la mujer queda mal que la agarren todos de puta y se la quieran hacer todos…

—Yo lo resumo así: una llave que abre muchas puertas es una llave maestra, pero una cerradura abierta muchas veces no sirve para nada…

La llave simboliza el pene, la cerradura es la vagina. Los testimonios son de varones entre 16 y 18 años que conversaron en el taller que coordino Guevara en un colegio secundario.

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Entre el 2008 y el 2011 realizaron con Natalia Gontero –su compañera de proyecto– la campaña “No quiero media naranja” para la prevención de la violencia de género en noviazgos adolescentes. El trabajo con 300 jóvenes permitió identificar manipulaciones mediante celos extremos, control sobre los vínculos, prohibición de actividades, presiones para tener sexo, imposiciones ocultas e insultos denigrantes como parte de lo que consideraban que era normal en el amor.

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En el libro Nadando contra la corriente, el sociólogo Oswaldo Montoya Tellería identifica seis categorías de servicios que los hombres esperan de la mujer:

Que ella lo atienda

Que ella lo entienda

Que ella sea fiel

Que ella lo deje dirigir la relación

Que ella tenga hijos para él

Que ella dependa económica y emocionalmente de él

Los servicios conducen a que el hombre controle todo de la mujer: la economía, las amistades, la crianza de los hijos, el tiempo libre no existe. El hombre no puede mostrarse débil y necesita demostrar que ejerce poder sobre otro.

El quinto Encuentro Latinoamericano de Varones Antipatriarcales será el 12, 13 y 14 de agosto en Córdoba. Esperan a los colectivos de Varones de CABA, La Plata, Rosario, San Luis, Mendoza. Habrá talleres para compartir herramientas de empoderamiento para víctimas de violencia de género. Los ejes serán: masculinidades disidentes, antirrepresión y violencia machista. Es un espacio para deconstruir: qué es ser varón. Y llevar los cuestionamientos a los espacios donde cada uno interactúa a diario.

A nivel nacional, en 2015 se registraron 286 femicidios. 66 en los primeros cien días de este año. Los datos fueron publicados en Página 12 por la periodista Mariana Carbajal.

El 3 de junio después de las pisadas, los gritos y los cuerpos escritos, las mujeres no queremos volver a preguntarnos a qué hora nos toca estar vivas. “Las mujeres están enojadas: es la respuesta al control, al ejercicio de poder, a la violencia sistemática”, dice Garda Salas. Y no se equivoca: las mujeres estamos enojadas. Pero no es violencia sino resistencia.