Crónica

Kodama vs. El mundillo literario


#Injusticiapoética

En 2010, María Kodama consiguió que le compraran los derechos por la obra completa de su ex esposo en dos millones de euros. En 2011, su abogado acusó al escritor Katchadjian por defraudación a los derechos de autor. La pena: un embargo sobre los bienes de 80 mil pesos y la posibilidad de ir a prisión. Hoy, en la Biblioteca Nacional se hará un acto que pide el desprocesamiento del autor. “Es el mejor homenaje a Borges que se le ha hecho en los últimos años”, cree el editor Damián Ríos.

¿Cuándo comienza esta historia? ¿Cuando pasa esa carta por debajo de la puerta del escritor Pablo Katchadjian, en el otoño de 2011,  y él se entera de que María Kodama, la viuda y heredera universal de Jorge Luis Borges, le inició un juicio por defraudación a los derechos de autor? ¿Empieza cuando a María Kodama alguien le dice que existe un libro llamado El Aleph engordado, escrito por un joven de apellido armenio, y consulta a su abogado para iniciar una demanda? ¿O cuando Katchadjian le agrega 5600 a las 4000 palabras del cuento original y lo publica, en 2009, con el nombre de El Aleph engordado en una editorial independiente? ¿O cuando meses antes anota en una libreta: “Engordar libro, por ejemplo “El Aleph”? ¿O, esta historia comienza cuando Jorge Luis Borges se sienta a escribir, en la década del cuarenta, sobre una casa, y un sótano en el que se podía ver uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos: un punto desde el que se podía ver el populoso mar, el alba y la tarde, las muchedumbres de América, una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, un laberinto roto (era Londres), racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, una mujer y un joven escritor, un juicio y el desenvolvimiento de ese juicio que aún no conocemos pero allí estaba, visible, en ese minúsculo punto de aquella escalera de la casa de un tal Carlos Argentino Daneri, sobre la calle Garay?

***

A fines de 2011, Pablo Katchadjian escribía en su computadora, cuando un sobre pasó por debajo de su puerta. Se acercó, lo agarró y leyó “Kodama” ¿Qué significaría eso? Semanas atrás había estado hablando Ricardo Strafacce, abogado y también escritor. Pensó en él y lo llamó.

—Me llegó una carta —le dijo.

Como muchas de sus horas, Strafacce estaba en el bar Varela Varelita, un bar de los clásicos, con bochinche de conversaciones, tazas simples, carteles sin restaurar; políticos, artistas y, claro, escritores y poetas. Héctor Libertella era uno de sus habitués.

—Venite —le dijo.

Katchadjian llegó al rato, se acercó a su mesa y le mostró el papel.  Strafacce lo leyó:

— Esto no es una carta. Es una cédula de notificación.

A través de su abogado Fernando Soto, María Kodama le había iniciado una demanda por defraudación de la propiedad intelectual. La acusación era por El Aleph engordado. Entre varias cosas, lo inculpaba de haber modificado el cuento “distorsionando uno de los más célebres trabajos de Borges, convirtiéndolo en un pastiche…”, de causarle un perjuicio económico a ella que en el 2010 estuvo en boca de toda la Feria de Frankfurt por haber protagonizado el pase del año de Planeta a Random House por dos millones de euros, y de no indicar cuáles eran las palabras del texto de Borges y cuáles las de Katchadjian. En resumen, lo acusaba de atentar contra los derechos de la propiedad intelectual que se indican en los incisos a y c del artículo 72 de la ley 11.723.

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Ahora Katchadjian sabe. Entiende de todas esas palabras que condensan el polvo de cualquier archivo en Tribunales: notificaciones, Casación, sobreseimiento, querella.

—Aprendí un montón de justicia penal y civil. Yo no sabía nada. Para mí era una caja negra donde entraban causas y salían sentencias. Ahora leo el diario y digo: “Ah, puede apelar...”. Como cuando un enfermo, a la fuerza, aprende de medicina.

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Desde hace horas, Katchadjian está sentado mismo bar donde se enteró de la demanda. Junto a él, Strafacce habla por teléfono. A las tres de la tarde, cuando llegaron, el sol todavía calentaba. Ahora, cerca de las seis, cambiaron los parroquianos y las luces de la calle empezaron a encenderse.  Parecen esos escritores internacionales que asisten a la Feria del Libro, y reciben a la prensa que cae con turnos.  Suelen ser jornadas extenuantes. Aunque no estamos en el hall de un elegante hotel, ni en Recoleta, igual llegan periodistas de varios medios gráficos y digitales. Luego, vendrá la televisión. En una de las mesas espera una reportera de Folha de S.Paulo, de Brasil. No será la única nota que salga en un diario extranjero: El País, The Guardian, muchos más. El mozo va y viene con cafés para el entrevistador de turno. A la espuma del café con leche les dibuja un oso sonriente.  Katchadjian y Strafacce lo señalan a la vez, para que no pase desapercibido ese gesto simpático.

En los seis años que pasaron desde que salió El Aleph engordado y los cuatro desde la primera demanda hay varias reseñas de sus libros. El crítico Augusto Munaro, por ejemplo, afirmó que logra "alterar significativamente el acto de lectura". Katchadjian tampoco suele hacer presentaciones de sus libros. Nació en 1977. En 2004 rompió el hielo con Dp canta el alma, un poemario, en editorial Vox, conocida por la exigente selección de su catálogo. Da clases en el Taller de Expresión I en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y su comisión es de las más recomendadas entre los alumnos. A su tesina de grado también la recomiendan cuando quieren mostrar cómo se hace un ensayo. Su trabajo fue sobre la idea de aventura como género y entre otras cosas escribió: "La aventura es un poder ambiguo, y los mismos principios pueden enarbolarse tanto para sostener el capitalismo como para promover una ruptura con él”. También son suyas las novelas ¿Qué hacer? y Gracias y otro de sus ejercicios literarios fue  El Martín Fierro ordenado alfabéticamente; donde clasifica de la A la Z los versos del clásico de José Hernández y la letra Y, por ejemplo, queda así:

“Yo sé que allá los caciques

yo seguiré mi destino

yo seré cruel con los crueles

yo soy toro en mi rodeo…”

Viste un suéter beige ceñido, no tiene papeles en la mesa, sólo celular viejo, con tapita algo magullado. Habla sereno, lleva unos anteojos de marco muy fino, pequeños, sin pretensiones. Lo único que rompe con la sobriedad es el bigote, desde hace años. Los estilistas le llaman bigote imperial: frondoso, con extremos que se unen en una punta fina levemente ida hacia arriba.  Se lo ve algo cansado pero, de vez en cuando, bromea. Varias veces en todos estos años se preguntó: “¿Cuándo termina esto?”. Es que faltaba un solo paso, un sobreseimiento nomás y la historia terminaba, pero volvió a empezar.

¿Estás tranquilo?

— Un amigo hoy me escribió: “Pablo, yo sé que esto te servirá para ejercitar la templanza”. Traté de hacer como que no existía pero es algo que siempre está ahí.

¿Y a esta seguidilla de entrevistas de ahora cómo la llevás?

— Durante los primeros tres años y medio desde 2011 hasta ahora, traté tomármelo casi como un trámite legal que tenía que resolver. No di notas. No hice nada. – No mueve mucho las manos. A veces, apenas, para tocarse la barbilla o rascarse el cuello-. Ahora que me procesaron decidí explicar lo que tuviera que explicar para que se entienda, porque vi que circulaban versiones rarísimas como que yo hago esto a propósito, que estoy buscando este tipo de escándalos. 

***

En 1945, Borges escribió:

“La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución.”

En 2008, Katchadjian “engordó” lo que Borges había escrito:

“La candente y húmeda mañana de febrero en que Beatriz Viterbo finalmente murió, después de una imperiosa y extensa agonía que no se rebajó ni un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo ni tampoco al abandono y la indiferencia, noté que las horribles carteleras de fierro y plástico de Plaza Constitución”.

Y, al final del libro, escribió una postdata:

“La posdata del 1º de marzo de 1943 no figura en el manuscrito original de «El Aleph»; posterior a la escritura del cuento, es el primer agregado y la primera lectura de Borges. Esa posdata es la única parte que quedó intacta en este engordamiento. El resto, de aproximadamente 4000 palabras llegó a tener más de 9600. El trabajo de engordamiento tuvo una sola regla: no quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío, de modo que, si alguien quisiera, podría volver al texto de Borges desde éste. Con respecto a mi escritura, si bien no intenté ocultarme en el estilo de Borges tampoco escribí con la idea de hacerme demasiado visible: los mejores momentos, me parece, son esos en los que no se puede saber con certeza qué es de quién.”

El Aleph engordado se publicó en el 2009 en la Imprenta Argentina de Poesía. Fueron ciento cincuenta ejemplares de los cuales Katchadjian regaló unos cien. Los ejemplares que fueron vendidos tuvieron un precio de tapa de $15. Una edición de portada simple, nada rimbombante: fondo celeste, letras negras. El español Javier Cercas halagó la brillantez de su proyecto y concluyó: “lo que en un principio parecía un intento de matar a Borges es en realidad un homenaje a Borges”. César Aira fue otros de los que celebraron su trabajo: “Aquí, amplía un cuento famoso, pero además el cuento que amplía es El Aleph. Y la elección está justificada, como en el Martín Fierro lo estaba por la memoria nacional, por la ampliación latente en el centro del Aleph, es decir en el Aleph mismo”,  escribió en la revista Otra Parte el autor de Cómo me hice monja. Las críticas, en aquel momento, fueron buenas. 

—Me tomé un tiempo. Lo hice con mucho cuidado. Es un trabajo de escritura. No es gesto. No es un chiste. Lo imprimí, lo revisé. Para mí es un libro que escribí. Era una cosa valiosa con la que trabajar. A mí el libro me parece que está bien. Lo escribí, lo publiqué y me hago cargo.

¿Nunca pensaste que Kodama te podía hacer juicio?

—No. Yo no pienso en Kodama. Nadie piensa en Kodama. Yo no sentí que estuviera haciendo nada malo, ni que estuviera molestando a nadie. Nadie me lo preguntó tampoco. Si me lo hubiesen preguntado en ese momento hubiera pensado que quizá no le gustaba ¿pero cuánto puede hacer una lectora que se enoja? Yo no publiqué el cuento de Borges.  Publiqué una novela mía. Es distinto. El plagio no es un concepto literario. Es un concepto jurídico, legal, lo que sea, pero no es un concepto literario. Yo estaba pensando en literatura.

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Salvo algún dato curioso como que Mick Jagger aparece leyendo uno de sus libros (Ficciones) en la noventosa película Freejack, uno podría pensar que ya no quedan preguntas para hacerse sobre Borges. Sin embargo, ante el Juzgado N 3 había que responder una: ¿Qué prueba que él, Jorge Luis Borges, haya escrito“El Aleph”?

Así, Fernando Soto, el abogado de Kodama, tuvo que acercar como prueba el ejemplar 131 de la revista Sur, publicado en septiembre de 1945, donde se publicó el cuento por primera vez. Tuvo que dejar una copia de la inscripción en el Registro de la Sociedad Intelectual del año ’40. Todo para probar que era “público y notorio’ que “El Aleph” era de Borges. Como mueca, casualidad, o ironía, las dos partes de esta historia coincidían en eso.

Iniciada la causa, Strafacce escribió, entonces, la defensa que presentaría en diciembre de 2011 en el Juzgado de Instrucción N° 3, a cargo del Juez Guillermo Carvajal. Acompañó con un currículum de Katchadjian, una copia de El Aleph engordado y de otros cuentos y citas que apoyaban esa tradición literaria en la que su defendido se unía. Reiteraba una y mil veces que no había ninguna intención de plagiar a Borges.

Entre fallos y apelaciones por parte del abogado de Kodama (la querella), la historia se resumiría así: En primera instancia, el juez sobreseyó (suspendió el procedimiento judicial) a Katchadjian por ausencia de dolo (entendió que no había una intención de atribuirse un texto ajeno, ya que en la postdata quedaba clara la técnica del libro). Fernando Soto, el abogado de Kodama, apeló y la Cámara de Apelaciones reiteró el sobreseimiento. Y Soto apeló de nuevo. Llegaron a Casación y la moneda viró de lado. Dieron lugar a los argumentos del abogado de Kodama. El procesamiento llegó el 18 junio y trabó un embargo sobre sus bienes por 80 mil pesos.

Cuando hay un asesinato, el médico forense desmenuza el cadáver. Busca los signos en ese cuerpo, intenta ver qué relatos revela y los comunica para que en el juicio se tomen en cuenta sus descubrimientos. Un perito literario desmenuza también un cuerpo, pero literario. Elsa Drucaroff es escritora, crítica y también ha trabajado como perito literaria. Conoce el paño y ha tenido que evaluar situaciones similares.

—Lo de Katchadjian es un juego de ingenio. Una puesta abierta, evidente, planteada a todo el mundo donde retoma la obra de alguien y la interviene. No me parece que eso sea un plagio. Es un problema de capitalismo salvaje que llegó hace bastante a la industria cultural- dice-. Si hubiera hecho esto con un clásico, nadie se hubiera mosqueado porque no hay herederos en condiciones de exigir miles de pesos. Lo hizo con Kodama, y lo hizo con uno de los escritores que es un enorme negocio en este momento. Desde el punto de vista teórico y literario, no es un plagio. Al contrario, la gente conoce más El Aleph, es una gran propaganda. Esto realmente a Borges no lo afecta para nada. Al contrario.

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Bulle el vecindario literario nacional. Facebook y Twitter son los campos de batallas donde se comienza a gestar lo que Damián Ríos define como acción de guerrilla. Se instala el tema, se arma un grupo de apoyo Facebook que tiene por avatar un bigote en firulete como el de Katchadjian y la bola de nieve crece y se transforma en una carta de apoyo con las firmas de escritores diversos en edades, en estilos, en ideologías. Martín Kohan, Fabián Casas, Maximiliano Tomas, nadie se queda afuera y en su mayoría forman filas. El escritor Leopoldo Brizuela, desde su cuenta de Facebook, propone un juego: enumerar las obras de autores argentinos que amplíen o reformulen  otras obras literarias: "La condesa sangrienta", de Alejandra Pizarnik, sobre "La condesa sangrienta", de Valentin Penrose, "La señora Macbeth", de Griselda Gambaro, sobre "Macbeth", de William Shakespeare; "Help a él", de Fogwill, sobre El Aleph, son algunas de las que integran la lista.

El clímax será en la Biblioteca Nacional, en un acto público que pide el desprocesamiento de Katchadjian y que cerrará con una mesa de debate en la que participarán, junto al autor de El Aleph engordado, César Aira, María Pía López y Jorge Panesi.

—Es el mejor homenaje a Borges que se le ha hecho en los últimos años – dice Ríos por teléfono- Es un texto de Pablo. No de Kodama. Queremos invertir la noción. No es Pablo que se roba un texto de Borges. Es Kodama que reclama derechos sobre un texto que no es de ella.

Escribiste que el libro de Katchadjian te parece mejor que el cuento de Borges. ¿En qué sentido lo decis?

—Hizo de un cuento de Borges una pequeña nouvelle, siendo que la pata borgeana siempre fue por el cuento, la economía. La narrativa argentina contemporánea está pensando en otros modelos: la norteamericana, Carver, John Fante, sureños y Pablo en ese momento estaba pensando en Borges. Es algo que le pasó a muchos narradores, pero de generaciones anteriores: Piglia, Aira, Saer, Fogwill.

En paralelo, la cuestión legal se aviva en una discusión que espacios como la Fundación Vía Libre tratan de instalar desde hace tiempo. “La idea de derecho de autor está en crisis”, dice Beatriz Busaniche, académica especialista en el tema. Movilizada por lo que considera grandes injusticias a la hora de legislarlos, Busaniche, se formó en una maestría sobre el tema y defiende lo que entiende como un derecho al acceso democrático a la cultura.

- Todo autor tiene derecho a los beneficios que emanen de sus obras, pero eso es una declaración que hay que bajar a tierra y ver cómo se aplica la ley. El comentario general 17 del Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Culturales, del 2005 lo dice. Todos los abogados lo evitan porque lo que dice ese texto es que sí hay un derecho fundamental de los autores pero no es equiparable a las leyes de propiedad intelectual. El objetivo de esa mención es que los autores tengan un nivel de vida digno pero no significa darle monopolio de por vida al autor ni a sus herederos. Si hubiese un derecho humano es un derecho de Borges, que prescribe  a la muerte de Borges.

¿Cómo se ubica la ley de propiedad intelectual argentina con respecto a otras del mundo?

—Es horrible. Argentina está en el peor de los escenarios porque se niegan al debate. La ley de propiedad intelectual es una vaca sagrada. Es un debate prácticamente clausurado. En Chile se incorpora el derecho a la parodia, el  derecho a biblioteca. Las normas más modernas van para flexibilizar, no endurecer. Nosotros aspiramos que garantice el otro derecho humano, que es el derecho de acceso y participación en la cultura. 

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Kodama es miope pero no usa anteojos. Es diminuta. Cuando concede entrevistas, los periodistas la muestran como un ser afable, pura amabilidad mientras no se cruce la barrera. A Borges lo leyó por primera vez cuando tenía diez años, con “Las ruinas circulares”. Años, muchos años después, lo conoció. Se enamoraron. Hoy es una de las figuras más controversiales del mundo editorial. Heredera de los derechos universales de Borges, es una figura criticada, atacada; la ubican como la Cruella deVil de la literatura argentina, la guardiana inflexible de la torre. Es conocida por su frenesí judicial en nombre de custodiar la obra de quien fuera su esposo. Antes llevó a la corte al crítico francés Pierre Assouline  porque en un artículo había sugerido que ella impedía la publicación en francés de unos libros de Borges. Más tarde, apuntó sus cañones contra el español Agustín Fernández Mallo, por su libro experimental El hacedor (de Borges), Remake. Él no llegó a juicio. La editorial Alfaguara aceptó retirar los ejemplares no vendidos del mercado, dejando en claro que respetaba la cuestión judicial pero reivindicaba el acto literario de la obra. Tuvo encontronazos judiciales también con Taringa! y con el periodista Juan Gasparini. Y no sólo esos.

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Alejandro Vaccaro es el titular de la Sociedad Argentina de Escritores y es, además, el biógrafo de Borges. También, ha tenido varios enfrentamientos judiciales con Kodama. Ella lo acusó de injurias por una nota publicada en la revista Veintitrés en el 2006. El título decía “Borges. La repugnante pelea por la herencia", en la que él hablaba sobre su manejo de la herencia del escritor e incluía la frase: “Esta mujer modificó la obra de Borges por rencillas personales”. Kodama hizo la demanda. El caso llegó a la Corte Suprema y Kodama debió pagar los honorarios de los abogados de Vaccaro.  A estas alturas, él dice que estas situaciones ya no lo ponen nervioso:

—Es un estilo. Es muy mediático. Es incómodo pasar por esto, sí: reuniones, abogados, indagatorias, pero si estás tranquilo, yo estaba tranquilo, no pasa de eso. En el caso de Katchadjian, yo creo que no hay ánimo de perjudicar la obra de Borges. Por ahí yo no lo habría escrito, pero esa es ya una cuestión literaria, pero sí es algo, una acción, bastante nueva: para mí es un homenaje.

Las ideas parecen zarandearse. La semana que viene, el PEN Club Internacional, asociación mundial de escritores, organiza una mesa debate. Discutirán sobre intertextualidad, parodia y propiedad intelectual. Y el viernes 3 de julio a las 19, en la Biblioteca Nacional, al final del acto en apoyo de Katchadjian, en el que leerán la carta pública que circuló por estos días y el alud de adhesiones de escritores de todo el mundo, se armará una mesa que también busca discutir ideas. El título: “Borges: Qué hacer”. Los participantes: César Aira, María Pía López, Jorge Panesi, y el autor de El Aleph engordado, moderados por Damián Ríos.

César Aira es amable cuando dice: “Prefiero hablar. Todo lo que tenga para decir, lo voy a decir en la mesa en la Biblioteca”.

Mientras aquí las aguas se agitan, ella está en Japón, invitada por alguna universidad del país oriental. Fernando Soto dice que no ha hablado con ella en estos días, que no usa el mail, que hablará con ella cuando vuelva al país. Como lo ha hecho antes, la viuda del escritor y presidenta de la Fundación Jorge Luis Borges prefiere el silencio y deja las palabras a los tribunales.

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Strafacce lleva un buzo de polar, está algo despeinado. Tiene en la mesa unos pocos papeles, y un ejemplar de El Aleph engordado. Cuando le toca hablar a Katchadjian, aprovecha y sale a fumar. Es alto, tiene cincuenta y cinco años y una larga trayectoria como escritor y como abogado. Varias veces ha bromeado con que el abogado le da de comer al escritor. Dedicó diez años a investigar y escribir sobre la vida del escritor Osvaldo Lamborghini. Lo hizo sin becas ni ayuda económica de ninguna institución. También escribe novelas: ha publicado Frío de Rusia, La Boliviana, El Parnaso Argentino. Y las presentaciones las hace en este bar. Sí, en el Varela Varelita, sin objetos de arte, sin luces tenues, sólo con la iluminación de los tubos fluorescentes y los servilleteros rojos, de plástico sobre las esas. Dice también que quiere distanciarse un poco del abogado.

—Quizá este sea su último caso —dice Katchadjian

—Sí, el otro día, fui a una clase de las que da Pablo y un pibe me preguntó cómo era vivir con las dos profesiones. Se vive. Y esta sería la primera vez que se unen en un caso – Strafacce sonríe cansado.

La pena que prevé la ley es de hasta seis años. Aunque esto no ocurriera, si diera por culpable a Katchadjian quedaría con antecedentes penales que le podrían complicar a futuro cualquier pedido de becas o apoyos.

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En el hall de espera del estudio sobre avenida Corrientes hay unos sillones tapizados en sobrio cuadrillé. Fernando Soto llega de la calle con maletín en mano y saluda. Viste un traje en tonos marrones, como su corbata. Entre en su oficina, se acomoda, e invita a pasar. Tiene treinta años de experiencia y fue, entre otros casos, abogado de las víctimas de Cromañón. Suele salir en la televisión para hablar de cuestiones relacionadas a su especialidad, el derecho penal. Su foto de perfil, en Twitter, es en el  estudio del canal C5N.

En la oficina hay una gran ventana. Un escritorio repleto de papeles que, sin embargo, le hace lugar a pequeños adornos, y una biblioteca con esos libros robustos de la ley, y junto a una cerámica de una publicidad antigua de Geniol: una cabeza ensartada por clavos, tornillos y otros objetos punzantes, hay una pequeña figura de la cabeza de Borges.

-—Me lo compré por Mercadolibre.

¿Eras lector de Borges cuando conociste a Kodama?

—Había leído a Borges en la facultad, y lo volví a leer cuando hicimos una investigación porque la editorial advirtió que había diversos prólogos y textos de él que se vendían a los diarios sin autorización… cuando empecé a leer los párrafos citados, dije: “Qué maravilloso esto”, y volví a los textos de Borges.

Soto sabe cuándo hablar con ímpetu, cuándo anticipar cualquier silencio que pueda mediar entre una pregunta y una respuesta. Habla confiado. Regula los tonos. Mira siempre a los ojos.

—María tiene el legado de proteger y cuidar la obra de Borges. No por nada la invitan de todas partes del mundo para hablar de la literatura de Borges y protege la obra para los estudiosos porque considera que la obra tiene que estar preservada en su integridad. El pintor tiene sus cuadros, el escultor su obra. El autor no tiene una obra tangible. Es la idea, o sea, las palabras. Esa es su obra, esas son las que tienen que mantenerse íntegras.

¿Cómo se enteró del libro de Katchadjian?

—No sé. Me consulta siempre muchas cosas, me trajo el libro, me dijo: “Fíjese” – Hace el gesto con la mano y se recuesta en la silla, pero vuelve a ponerse erguido y junta las manos. Deja de sonreír-. A ella le molestó mucho que se haya transformado y alterado la obra de Borges. Lo que se reclama no es que copió a Borges y lo editó sin autorización, lo es también, pero lo más grave es que dice “El Aleph engordado” de Pablo Katchadjian. No dice “El Aleph de Borges intervenido”. Tenés que leerlo todo para que al final te des cuenta de que lo que leíste no es del autor. Y ni aunque seas un experto podés darte cuenta. Siempre va a estar el texto de él, que es lo que quiere y lo que logra, pero no le aclara de ninguna manera al lector, y lo hace deliberadamente, y con esa postdata no aclara cuál es el texto original.

***

Katchadjian vuelve de un taller en Tucumán. Otra vez en Buenos Aires, atiende el teléfono mientras, a la vez, habla con su hijo de dos años que le cuenta algo.

—Todo sigue igual —dice—. Ahora hay que esperar.

***

Es 1978. La cámara muestra una lámpara, una ventana, un sillón en el que Borges se sienta y dice con esa voz acalambrada: “A mí no me gusta lo que yo he escrito. Es decir, a mí me gustan, digamos, quizá, algunos cuentos, quizá algunos poemas, quizá alguna línea, pero si un poeta logra sobrevivir, en unas líneas, ya con eso está. Puede darse por satisfecho. Todo lo demás han sido borradores de esa única línea necesaria, y si esa línea llega a ser parte del lenguaje en castellano, en mi caso, y se olvida quién la escribió, un poeta sudamericano que nació en el centro de Buenos Aires, en 1899, está tanto mejor. Yo espero ser anónimo. Es la forma máxima de la gloria”.