Crónica

Verano Anfibio


Lo difícil de leer en la playa

Una niña que entrena tenis desde los tres años, un escritor que en la playa no puede leer atento a Italo Calvino: cuerpos adolescentes que hormiguean, mujeres maduras que se pasan el bronceador con lentitud; y una novela en proceso. Guillermo Martínez, ganador del premio de cuento Gabriel García Márquez, escribe un diario de sus días en la arena.

3 de enero (Sábado)

Asado en el country de la escritora C.P. junto a otros dos escritores y tres periodistas de líneas enfrentadas, todos amigos desde el viaje a la feria del libro en Frankfurt. El ingreso al country es como hacer migraciones para un país extranjero: control del documento, verificación con una lista, apertura de los baúles...

A la tarde jugamos al tenis; todos se sorprenden por los golpes impecables de nuestra hija Julia (cinco años). Comento que le tiro pelotas desde los tres y que tomó clases todo el año con una entrenadora. Esto genera un debate. ¿Es que quiero que sea una campeona? ¿Cómo puedo saber si le gusta verdaderamente jugar o lo hace sólo para agradarme? No, no quiero que sea una campeona. Quiero que aprenda a hacer algo bien. Que pase por el largo aprendizaje de paciencia y concentración, de avances y retrocesos que requiere aprender cada golpe. Que se sienta orgullosa (ya lo está) de saber algo. Expongo una vieja idea mía sobre educación: en las escuelas, hasta los ocho años, deberían enseñarles a los chicos ante todo deportes, música e idiomas (las tres disciplinas que deben empezarse antes de esa edad si se quiere aprenderlas bien). Más ajedrez que matemática, más lecturas que lengua. Lo digo entre chistes y nadie sabe si tomarme en serio.

A la hora del mate y los bizcochos: la pregunta inevitable a los periodistas. ¿Señalará Cristina finalmente a alguien? ¿Por qué el kirchnerismo parece resignado a Scioli? De un lado y otro todos creen que sí, pero también a todos les llama la atención el silencio cerrado de ella. Y nadie se anima a hacer pronósticos a diez meses en la Argentina.

A la noche: atrapados en la autopista, en el lentísimo regreso a la ciudad. Preparación en tiempo récord de las valijas. Nos vamos unos días de vacaciones a la playa. Nuestro ómnibus sale a medianoche.

4 de enero (Domingo)

Llegamos a Pinamar a las cinco de la mañana. Por suerte el apart-hotel coincide con las imágenes en Internet y es muy agradable. Dormimos hasta las once. Es un día de sol, aunque bastante frío y ventoso. Vamos a la playa y camino con mi hija un buen rato en busca de caracoles. Jugamos después a ver quién es más valiente y logra dar más pasos dentro  del agua. Entre el viento frío y el agua helada, siempre hay que hacer proezas de coraje en la costa argentina. Por fin puedo sentarme y sacar el libro que traje para leer aquí: Mundo escrito y mundo no escrito, de Italo Calvino,  regalo de mi mujer, en una edición preciosa de tapa dura. Es una recopilación de sus artículos a lo largo de más de treinta años. El primero me hace reír. Se llama “Los buenos propósitos” y trata, justamente, de los preparativos  del Buen Lector para sus lecturas de vacaciones. Entre las razones que conspiran contra el Buen Lector, Calvino olvida mencionar otra distracción inevitable: las adolescentes que hormiguean, con cuerpos ya inquietantes; la joven atlética que pasa a marcha airosa; la mujer madura que todavía quiere hacer valer sus derechos indudables y se pasa bronceador con lentitud equívoca... Aún así, el libro es excelente, el clima no mejora, y al cabo de la tarde logré leer varios artículos.

5 de enero (Lunes)

Día totalmente nublado. Todavía más frío que ayer. No nos decidimos a ir a la playa. A cambio mi mujer se dedica a leer el principio de mi nueva novela, todavía en borrador, algo así como ciento cincuenta páginas que todavía no le había mostrado a nadie. Hace una cantidad de anotaciones, y aparecen algunos de los errores de siempre: proliferación de adverbios, palabras que se repiten (esta vez fue “impasible”, cuatro o cinco veces). Nada demasiado grave. Apenas vuelva de vacaciones me espera la segunda parte. Y el libro tendrá cuatro. Es mi libro más largo y avanzo con una lentitud desesperante...  

Por la noche: vamos a pasear al centro de la ciudad, deambulamos por los locales de juegos electrónicos, y subo con mi hija a los autitos chocadores. Mi mujer me confiesa que subió una única vez a estos autitos, cuando tenía apenas cuatro años, y quedó aterrada. La dejaron sola adentro del auto, mientras todos los demás la chocaban, y ella no conseguía hacer ningún movimiento. La convenzo para que suba en la segunda vuelta y da gritos de alegría a la par de Julia. Quiere todavía subir otra vez después. Los hijos también nos dan la oportunidad de volver a sitios oscuros de nuestra infancia y disolver las sombras de los recovecos.

6 de enero (Martes)

Otro día nublado y ventoso. Me pongo al día con los e-mails.

7 de enero (Miércoles)

Camino durante una hora por la playa desierta. Otro día horrible. Avanzo por la tarde en el libro de Calvino. El protagonista de mi novela anterior es un profesor universitario que debe dar una conferencia sobre crítica literaria. Uno de los capítulos es la preparación mental de esa conferencia.  Tomé como modelos de pensamiento al Tzvetan Todorov de Crítica de la crítica (sobre todo su charla con Paul Bénichou) y al propio Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio. Lamento haber llegado tarde a este libro. Lo que une a los tres es la posibilidad de articular antinomias, de considerar, junto con cada término, con cada afirmación que sostienen, las razones y argumentos del término opuesto. Me alegra reencontrar esta forma de razonar, serenamente dialéctica, una y otra vez en los ensayos del libro.

Mi mujer lee a mi lado Vida de Chaplin, de Georges Sadoul, y me cuenta por etapas la persecución sistemática, implacable, que sufrió por ser filocomunista en los Estados Unidos.

8 de enero (Jueves)

¡Sol, sol!  Día de playa. Larga caminata, tenis con mi hija en la franja húmeda de arena, metegol en el parador. Ya empiezo a imaginar, a soñar, que quizá a la tarde, con un poco más de calor, pueda por fin entrar al agua...

9 de enero (Viernes)

Apuntes para una aparición en televisión, apenas regrese: un ciclo de Sylvia Hopenhayn sobre relatos clásicos del género policial. Debo hablar sobre Los crímenes de la calle Morgue, de Edgar Allan Poe. Releo la historia (veinte? treinta?) años después. Ya están ahí todos los rasgos “modélicos” del whodunit. Anoto:

Dupla investigador-asistente (que prefigura a Holmes-Watson y a Poirot- Hastings) El adlátere se constituye en testigo privilegiado y narrador)

Fracaso o insuficiencia de la investigación oficial

Teoría y método propio del investigador

Misterio sobre los procesos mentales del investigador

Dosificación de las revelaciones

Intento de jugar “con todas las cartas sobre la mesa” (como pide Borges en su artículo “Leyes de la narración policial”). Aquí sólo parcialmente conseguido: la deducción sobre el clavo quebrado es imposible para el lector.

Desinterés por la esfera de la moral, el castigo, la justicia, en favor del único afán: el descubrimiento de la verdad.

Frases que subrayo: “Dañaba su visión por mirar el objeto de demasiado cerca”.

“La verdad no siempre está dentro de un pozo... El conocimiento más importante es invariablemente superficial.”

Una curiosidad: la defensa de una supuesta superioridad del juego de damas sobre el ajedrez.

Otra: El relato transcurre en París. ¿Sería ya un lugar ficcional “prestigioso”, parte de la convención literaria de la época? Deberé averiguarlo cuando regrese...