Crónica

Negociaciones de paz


Que se callen las armas

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, y el jefe máximo de la guerrilla de las FARC , Rodrigo "Timochenko" Londoño Echeverri acordaron un cese al fuego bilateral y definitivo. En febrero, la cronista de Anfibia Katalina Vásquez Guzmán viajó a la Habana y compartió tardes con guerrilleros, funcionarios y familiares que tenían miedo de enfrentar a los victimarios de sus parientes. Crónica sobre un proceso de paz cuyo final se espera con ansiedad.

Fotos: Katalina Vásquez Guzmán

“Les voy a decir a los negociadores que no viajen y que esto se suspende”, dijo en enero el presidente de Colombia Juan Manuel Santos a dos años del comienzo de la negociación de Paz entre el Gobierno y las FARC. Ya habían pasado reuniones en Oslo, Noruega, y en La Habana para terminar con 50 años de conflicto armado. Habían pasado miles de bombardeos y enfrentamientos, secuestros, bombas, treguas fracasadas, liberación de rehenes, tomas armadas a pueblos enteros, desplazamiento, muerte y destrucción. Había habido decenas de miles de colombianos “marchando por la paz” en distintos puntos del país. Había habido un principio de arreglo y hubo el secuestro del militar estadounidense Kevin Scott Sutay que estaba de turismo en Colombia y luego la liberación del hombre. Hubo idas y venidas y, finalmente, el secuestro del brigadier general Rubén Darío Alzate, comandante de la Fuerza de Tarea Titán y una abogada y un cabo y las palabras de Santos y que todo, quizás, había sido en vano y la suspensión de las negociaciones. Pero dieciséis días después, “en perfectas condiciones de salud” liberaron a los rehenes. Hubo idas y venidas y la semana pasada continuaron los diálogos: Gobierno y guerrilla de nuevo en la mesa recibiendo la última de cinco visitas de víctimas de la larga guerra colombiana. Y hay, ahora, expectativa por lo que decidan en la próxima ronda de negociaciones sobre el cese al fuego que piden las FARC y un sector del país y Santos se niega a dar. Que se callen las armas, es el pedido de buena parte de Colombia para continuar la negociación.

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Iván Márquez, el número dos de las FARC, camina lentamente. Avanza con sus zapatos impecables y café. Hace dos años que no usa botas. Es agosto de 2014  y está en La Habana, durante el verano más ardiente de las últimas décadas al término del ciclo 27 de negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y su guerrilla: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) - Ejército del Pueblo.

Márquez es alto, moreno, y grueso; calculador, militar duro, instructor también político, estratega internacional, y hoy es el jefe de la delegación de la guerrilla en Cuba. Ha sido responsable de los bloques Sur, Caribe y Norte. Éste último asesinó veintipico de personas en La Chinita, Urabá; y fue el que tiró el cilindro bomba que acabó con más de cien inocentes en Bojayá, Chocó, en 2002.

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Túnel del Palacio de Convenciones de La Habana, sede de las negociaciones, asignado para el ingreso de los representantes del gobierno colombiano y las FARC.

Antes de dar inicio a todo esto en Oslo, el hombre, barbado como siempre, explicaba que la insurgencia no es la causa del conflicto, “sino la respuesta a la violencia del Estado”. Es inteligente, intenso. Algunos dirán dogmático, exigente: tiene el respeto de toda su delegación. Cuando lee comunicados frente a la prensa, no se equivoca. Deja sentir un extraño acento que mezcla su original “caqueteño” con un tono neutro que ha ido adquiriendo en tantísimas correrías. Se lo ve tranquilo, pensando y humeando.

Del otro lado, el ex vicepresidente Humberto de la Calle se ocupa de declarar por el gobierno. Es un abogado de origen paisa que ya había intentando un acuerdo de paz con los rebeldes en Venezuela y México. Habla despacio, con firmeza, usando sus manos al aire para enfatizar las ideas. Va llegando a los setenta años pero luce fresco, entero y claro con la experiencia de haber protagonizado  los momentos más cruciales de la política colombiana, como la creación de la Constitución que rige actualmente, y la conformación de la Corte Suprema de Justicia en los años ochenta cuando otros rebeldes, el M-19, se tomaron el Palacio de Justicia en Bogotá; el Ejército ingresó a sangre y fuego, y en un día y medio de horror resultaron muertos los magistrados de la Corte y otros empleados que sumaron 98 víctimas fatales, y diez desaparecidos.

Durante los diálogos, filmamos a los jefes negociadores y sus acompañantes bajando de la van, subiendo unas pequeñas escalas, y saludando a su paso con la mano antes de ingresar al salón donde solo llegan las cámaras de las Farc, y los gobiernos de Cuba y Colombia. ¿Qué se discute allí dentro? Son seis puntos, de los cuales ya se han redactado y firmado tres: tierras, drogas ilícitas y participación política.

Simplificando páginas y páginas de argumentación de un lado y del otro se podría decir: Gobierno insiste en que el modelo económico no se toca. Guerrilla insiste en que para poner fin al conflicto con Justicia Social es indispensable acabar las causas, que se relacionan de forma intensa con el modelo económico, el neoliberalismo y el intervencionismo. Gobierno siempre enfatiza: los puntos de negociación son seis. De allí no nos moveremos.

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Pablo Catacumbo, miembro del Secretariado de las FARC, ofreciendo declaraciones a la prensa.

Si le tuviéramos que explicar el conflicto a un chico, le podríamos decir que hay un Gobierno que aspira a acabar con la guerrilla más vieja del continente como grupo alzado en armas y darles la opción de hacer política. Que por otro lado, hay una guerrilla que aspira a tomar el poder político ya que después de cincuenta años descubrieron que por las armas no es posible y que el costo que está pagando el país por ello es enorme, en especial para gente inocente.

Ya se han logrado acuerdos para dar acceso a la tierra a los campesinos pobres, facilitar la conversión de la guerrilla en un partido político y combatir el narcotráfico.

Dicho así, suena simple. Pero hay argumentos, refutaciones y más argumentos.

Y quedan pendientes temas complejos como la compensación de las víctimas, el fin del conflicto y la aprobación de los acuerdos por parte de los ciudadanos con un referéndum. Y el lunes, además de todo esto, el bombardeo.

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El día del primer encuentro con víctimas, el almuerzo comenzó a las tres.

Hubo familiares que no pudieron enfrentar a los victimarios de sus parientes. Angela Giraldo se acercó a los funcionarios gubernamentales porque no quería cruzarse con los asesinos de su hermano, diputado del Valle del Cauca a quien fusilaron junto a otros nueve civiles en medio de un intento de rescate tras un secuestro de cinco años. Ese mismo día en la mañana, durante el receso, se metió al baño: tenía miedo de lo que podría hacer si alguno de esos hombres quería darle la mano. 

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Jesús Santrich y Camila Cienfuegos (sus nombres de guerra), dos guerrilleros que integran la delegación de paz de las FARC.

En el intervalo, Márquez le pidió perdón a Constanza Turbay, la única sobreviviente de una familia de influyentes políticos de Caquetá muertos a balazos por las FARC. Le dijo que eso nunca debió haber pasado.

Janeth Bautista, en cambio, se quedó esperando la voz de su victimario. A su hermana Nidya Erika la despareció el Ejército. Vestida de blanco, de cabello castaño, labios oscuros  y mirada honda, Janeth esperaba al menos un “no sabemos qué pasó” o “vamos a hacer lo posible por averiguar la verdad” de parte del General Mora, el único militar de la delegación oficial.

—Ni me miró; nos tocó al uno al lado del otro en el buffet del almuerzo y ni me miró- —contó Janeth a su regreso a Bogotá cuando, en vez de una solicitud de perdón, se encontró con amenazas de muerte vía email y el señalamiento del senador Álvaro Uribe de ser guerrillera sin desmovilizarse.

Ya en Bogotá, con el tezón de una mujer que defiende los Derechos Humanos desde hace veinte años, y un guardaespaldas que la espera en la sala, Janeth repite lo que dijo en La Habana:

—Las víctimas somos la reserva ética de la sociedad.

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Durante el ciclo de las víctimas cada mañana, en esta especie de túnel que es la entrada del Palacio de Convenciones de La Habana, nos vemos unos cincuenta reporteros incluyendo a los rebeldes (gorra y chaleco con las insignias farianas) y a las comunicadoras del gobierno de Colombia (bogotanas, blusas que brillan, taconcitos y cabellos cepillados) junto a las morochas cubanas, los larguiruchos de España y Chile, los ojiverdes argentinos, las rubias de RT Rusia, y los enviados especiales colombianos que discuten y comentan, en cada saludo, qué está pasando en Colombia. Que volaron un oleoducto, mataron un periodista, sigue prendido Tumaco...

Ahora, Iván Márquez carbura y carbura sin que nadie lo moleste. Ya no hay cámaras ni reporteros. No le meten el micrófono ni lo corretean por sus casi cien órdenes de captura. Acá él es el jefe de la delegación que está hablando de paz. “Venimos desde el Macondo de la injusticia con un sueño colectivo de paz, con un ramo de olivo en nuestras manos”, dijo dos años atrás en Noruega durante su discurso de instalación de la Mesa.

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Miembros de la Comisión Histórica que participó en las negociaciones.

“No dialogamos porque estemos derrotados militarmente”, me había aclarado Andrés París, el jefe de prensa de la insurgencia, la primera vez que conversamos en un café de La Habana. 

Márquez (de unos 60 años) encabeza la delegación de treinta y tantos rebeldes reúnidos en la isla. Aquí andan Granda, Catatumbo, Tanja, Camila Cienfuegos, el viejo Pascuas; recién llegó Alape, y otros varios “duros” militares y políticos que empuñan el ramo de olivo hastiados de la guerra. Diez de ellos son los que conversan cara a cara con la delegación del gobierno. Cinco son plenipotenciarios, es decir, todos discuten y, si hay un punto duro, votan cinco y cinco. En total pues, en cada diálogo hay veinte delegados y un par de acompañantes de los países amigos. Son dos mesas alargadas, frente a frente; y en cada una los “enemigos” de medio siglo sin mezclarse entre las sillas, solo en las palabras, debatiendo ideas; en las esquinas, Cuba y Noruega que no dicen nada, son escuchas silenciosas en la discusión, pero tienen un rol activo en las crisis. En la reciente suspensión de diálogos, fueron ellos los intermediarios para evitar un fin definitivo del proceso, y apoyaron la liberación del General Alzate, así como de dos soldados en la ardiente Arauca. Hasta allí fueron también dos comandantes farianos y unos rebeldes rasos que grabaron y tomaron fotos del operativo humanitario.

Los otros guerrillos de la delegación son asesores, algunos mandos medios, otros comandantes y sus combatientes, que van regresando a la selva a medida que llega un integrante nuevo. Hacen videos, postean en Facebook o redactan los acuerdos de la Mesa junto a la delegación oficial. Esto ocurre cuando hay acuerdos parciales.

Para concretar lo que ya está pactado -aunque el principio nada está acordado hasta que todo esté acordado- es que gobierno y guerilla se tomaron 26 ciclos; cada uno dura once días, o sea, fueron más de 290 días de conversación, más las pausas de una semana en las que gobierno regresa a Bogotá y la guerrilla no se mueve de La Habana. Ahí se fueron los dos años que, según la opinión internacional y en comparación con otros procesos de paz del mundo, son un lapso breve y bastante efectivo. A decir de analistas locales, como Max Yuri Gil de la Universidad de Antioquia, nunca antes se había visto que un diálogo con las Farc tuviese avances tan significativos y acuerdos en temas tan controvertidos, en tan poco tiempo.

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De cada delegación se designan unos pocos a la hora de escribir. Del gobierno, casi siempre, el Alto Comisionado está al frente de los textos. Sergio Jaramillo, filósofo y filólogo doctor en griego, fue quién se ideó la mecánica del proceso de paz: en la etapa de acercamiento, cuando el Presidente Santos decidido por la paz comenzó a enviar mensajes a los rebeldes en septiembre de 2010, todo era confidencial y actuaban con intermediarios. Luego, discutir los puntos que negociarían y llegar al Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y Construcción de una paz estable y duradera -que ambas partes coinciden en señalar como la etapa más difícil- se logró en diálogo directo. Manos a la obra en tableros blancos de marcador borrable en las casas de protocolo de Cuba donde vive ahora la guerrillerada. Después, a Oslo; se instaló a la Mesa, y  a negociar -con acceso de prensa cada mañana durante los ciclos- de nuevo a La Habana. Hoy por hoy el diálogo es directo. No hay moderador. Se tratan de tú a tú, y, aunque muchos tal vez duden, en ambiente de armonía y con la altura del caso. De La Calle, de quien algunos guerrilleros me dijeron que respetan, es el rey de la paciencia; y Márquez, el otro jefe de delegación, el que enseña diplomacia.

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En cada punto guerrilla y gobierno llevaron varios invitados, a eso lo llaman el 2 x 2.  Dos de gobierno, dos de guerrilla: por lo general expertos, profesores universitarios y a veces hasta campesinos. La estrategia pensada por Jaramillo incluye la discreción que impide al gobierno dar declaraciones diarias como lo hace la guerrilla. Tampoco hay entrevistas. En inglés, porque es para Al Jazeera English, Jaramillo nos contó la mecánica y los retos del proceso en un hotel de Bogotá con el compromiso de publicarla a finales de este año o principios del siguiente. Con el presidente Juan Manuel Santos sí que fue imposible para el canal de Qatar. El primer mandatario no acude a las negociaciones, pero cada tanto está siendo informado de todo lo que ocurre. Puede que se le vea, aún no se sabe, alguna vez por La Habana. Entre tanto en Colombia no tuvo agenda para declarar.

La guerrilla, que sí habla mucho, nos dio un par de entrevistas más las declaraciones de las mañanas. Andrés París fue nuestro intermediario. “Pelo corto, blue jean, camisa azul clara, maletín negro y zapatos carmelitas” eran las señales para reconocer a los otros guerrilleros que nos llevaron a él. Después vimos a Andrés, quien, además de jefe de prensa, era negociador, revisaba los acuerdos, escribía comunicados, y asesoraba al secretariado. Para llegar a La Habana y regresar a Colombia, como a Alape, a Lozada y todos los insurgentes que han salido del país, les fueron levantadas las órdenes de captura incluidas circulares rojas de Interpol. “Extraídos” es como le llama ahora a los guerrilleros que de la selva saltan a La Habana en vuelos charter  que se detienen en San Andrés para abastecer gasoil. Ni pensar en ponerlos en vuelos comerciales como lo hicieron a su regreso las primeras víctimas que participaron en el Proceso. Colombia – Cuba lo hicieron en charter que sumó casi ocho horas contando la misma pausa en la isla de San Andrés. Para volver, entonces, pidieron volar como cualquier ciudadano. Las Naciones Unidas, que los seleccionó y manejaba la logística junto a la Universidad Nacional y la Iglesia católica, los organizó en dos grupos. La mitad en una aerolínea colombiana; y los demás en la panameña. En el José Martí, una aeromoza confundida y desesperada buscaba seis colombianos “ultra recomendados” por el gobierno de Cuba y no aparecían en sus sillas. Iban por Avianca. Imagínense las aventuras de la guerrilleada viajando con empresas.

Con los buenos oficios de la Cruz Roja Internacional y el cese de actividades militares en las zonas de trinchera, los guerrillos salen pues a salvo sin rockets que los alcancen o policía al asecho. Algunos, como Fabián Ramírez, son acusados de masacres, narcotráfico y terrorismo, y están buscados hasta por la Interpol. El comandante del Bloque Sur tiene 42 órdenes encima, aunque no parece tener culpa. Es afable. Mira fijamente con unos ojos verdes abiertos y atentos.

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La cadena Al Jazeera entrevistando a Rodrigo Granda, canciller de las FARC.

Y, como todos los hombres de la delegación de las Farc, parece un señor cualquiera de camisa planchada y zapatico lustrado que trabaja el día a día, común como cualquier  profesor, ingeniero, dueño de un café internet o de un cultivo de flores; o aprendiz de abogado como me parece a mí que lucen todos esos días en que llevan maletines encuerados al Palacio de Convenciones.

En un restaurante habanero, Ramírez -con un reloj deslumbrante- me contó cómo se incorporó a las filas de las Farc; me habló de la  espectacular salida del helicóptero que lo “extrajo” pasando sobre bases del Ejército; y sonrió al relatar la ocasión en que más cerca estuvo de la muerte:  cuando una camarada le disparó de frente. La historias de pasiones y amor en la guerrilla no son pocas, explicó Rubén Zamora. Cuando Rubén se volvió clandestino, su novia lo siguió, pidió permiso para enfilarse, y recibió entrenamiento. Dos años después ella murió en combate. 

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Hasta principios de noviembre, las reglas del juego eran siempre las mismas. Diálogo a puerta cerrada. Declaraciones de las Farc cada mañana de ciclo alternando los voceros, declaración de Humberto de La Calle casi siempre el último día, y receso de ocho días. El secuestro de Alzate, la reacción de Santos y la sensibilidad de las Farc en este fin de año revolcaron la rutina. Aunque los diálogos continúan, no se sabe, a estas alturas, si el informe de la  Comisión Histórica será entregado en 2014 o si seguro, con el retraso del ciclo 31, se irá hasta el año entrante. Según se pactó en la instalación de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas correrían tres meses de investigación y escritura por parte de doce integrantes, elegidos mitad por insurgencia y mitad por gobierno. La prensa pudo entrevisarlos entonces y tomar fotos, por cinco minutos, mientras se sonreían cara a cara guerrilleros y sociólogos, funcionarios del gobierno con antropólogos e historiadores entre los que, sorprendemente, solo hay una sola mujer. Márquez y Daniel Pecault, bastante criticado por las Farc en los días del ciclo 27, se mostraban las sonrisas. Después, en un pasillo, estaban intelectuales y rebeldes tomando galletitas con café;  Alfredo Molano conversaba con Calarcá y Zamora; Jorge Giraldo de pie junto a Granda; y los rubios de Noruega y las Naciones Unidas apretaban las manos de ambos bandos, despidiendo a los de gobierno, últimos en llegar y primeros en marcharse.

Según el Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una paz estable y duradera, los seis puntos en negociación son: tierras (política de desarrollo agrario integral), participación política, fin del conflicto, narcotráfico (solución al problema de drogas ilícitas), víctimas, e Implementación, verificación y refrendación. El de agosto fue el primer ciclo de negociación del punto cuatro, de víctimas. Esta semana se iba a dar la visita de la última delegación de víctimas que han venido de a doce para sumar sesenta hombres y mujeres representando millones de ciudanos aporreados por la guerra en más de cincuenta años de confrontación.

Cada mañana, desde que se inauguró el ciclo víctimas, tanto Márquez como los demás voceros insurgentes se enfocaron en recalcar que no son ellos los responsables de la guerra en Colombia. La oligarquía, el régimen, las multinacionales, Estados Unidos, la doctrina de seguridad nacional, se les escuchó decir toda la semana. Los insurgentes siempre llegaban antes que la delegación oficial. Hablaban desde un atril con el escudo de las Farc (que Boris sitúa en vez del que dice: Palacio de Convenciones), y reparten copias del comunicado diario. Todo desde la esquina izquierda del túnel del Palco, a la entrada de la sala donde transcurren los diálogos. La delegación oficial  arribaba apenas aquellos culminaban su discurso, y, cuando De La Calle daba declaraciones, lo hacían desde el otro extremo. Entonces, los comunicadores de gobierno trasteaban sonido y pedastales con la velocidad no propia de los cubanos, y los de seguridad vestidos de civil, ni un uniformado, también se pasaban de lado.

Miembros de la delegación del gobierno de Colombia en declaraciones de cierre del ciclo.
Miembros de la delegación del gobierno de Colombia en declaraciones de cierre del ciclo.

Al terminar el “bocadillo”, como llama Andrés París a las declaraciones matutinas, algunos íbamos para el lobby del hotel contiguo a ver qué más se les podía sacar a los negociadores en un día de trabajo que empieza a las ocho am, y termina hacia las diez. Hacerle preguntas a cualquier guerrillero legendario es la meta al menos de los colombianos que, por décadas, los hemos visto en tv y periódicos mostrados por los medios como los monstruos del país: motosbombas, collaresbomba, burrosbomba, bicletasbomba, campos de prisioneros, pueblos arrasados por tomas guerrilleras, y tantas imágenes de dolor están en la memoria de Colombia; también, el histórico Tirofijo Manuel Marulanda Vélez con una toalla al hombro negociando con el gobierno de Andrés Pastrana en un proceso que fracasó y nos frustró; y la imagen de su sucesor Alfonso Cano ya sin vida, en primera plana de los diarios, “abatido” por la Fuerza Pública y desfigurado como Raúl Reyes en bolsas plásticas negras, en momentos en que ya habían iniciado los acercamientos Santos-Farc para comenzar el actual proceso de paz.

“Trajeron psicólogos y médicos en el avión con las víctimas, porque pensaron que iban a ver guerrilleros y se iba a desmayar”, me dijo Andrés París en el Hotel Palco en una de esas mesas de cafetería merodeadas por los policías que escoltan al gobierno con trajes de civil. Después, vimos que el shock fue más bien para la derecha en Colombia que al conocer las fotos de los valientes colombianos apretándose la mano con las Farc, empezaron a vociferar insultos y amenazas. Igual con los militares que, también vestidos de civil, se reunieron por primera vez con los rebeldes en Cuba, pero sin dejar rastros en imágenes públicas. Yo me los topé, con cámara en mano, después de que De La Calle ofreció su declaración de cierre e Iván Márquez se encendió su habano ese última día de ciclo. Les hice un par de tomas que no vendí ni publiqué -por el malestar en Colombia- mientras subían sus maletas sin afán a un bus de turismo cubano después del cara a cara con Márquez quien, en ese momento, hacía humo mientras caminaba de a lado a lado por el túnel del Palco también tranquilo.

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Al regresar de La Habana, doña Cecilia de Abad está sentada junto a mí en un AirBus enorme rumbo a la capital paisa. A su marido, médico defensor de Derechos Humanos y profesor universitario, lo asesinaron los paras en la Medellín caliente de los años ochenta, por denunciar los vínculos entre éstos y el Ejército en masacres a campesinos. Con un intenso labial rojo y las arrugas hermosas que han nacido entre década y década de guerra y aguante en Colombia de donde nunca se quiso ir, la mujer me  empieza a preguntar: “¿Qué viste?” “¿Cómo te pareció esa gente?” “¿Si ves voluntad de firmar?”. Le cuento anécdotas, le digo que, en el fondo, parecen gente como uno hastiada del dolor entre los  mismos compatriotas.  “Es que esa gente también ha sufrido, no crea, se puede decir que ahí hay víctimas, y han sido ya tantos años... Qué cansancio, mija, ¡qué cansancio!”, me comenta buscando su celu para intercambiar los números. Con el coraje de siempre me dice que “esto tiene que cambiar, mija. A nosotros no nos tocó la justicia, tantos años y no se hizo fue nada por lo de Héctor, querida”. Esa semana se habían cumplido 25 años del asesinato de Héctor Abad Gómez. Yo vi los recordatorios en un mail de la Corporación Abad. Y, después, ya en Colombia, vi a la viuda en la tv.

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Integrantes de la delegación de las FARC en el cierre de las negociaciones.

Qué le diría esa mujer de tú a tú a Iván Márquez, me pasa por la cabeza. Qué le diría a los paras que mataron al profe Héctor en ese país y esa Medellín oscuros que van buscando la luz con el empuje de gente como ella y su familia dedicada a mejorar la vida de muchos desde una Corporación. A lo mejor y doña Cecilia viaja en la última delegación de víctimas, se me ocurre horas después. A lo mejor, lea un poema en voz alta, o abrace unas flores blancas como aquellas doce víctimas de ese primer cara a cara. Después me entero que a su hijo, Héctor Abad Faciolince, lo invitaron a hacer parte de esa delegación, pero el tipo, escritor como también fue su padre, canoso, dulce y periodista, se negó a viajar. Seguro seguro, eso si hubiera ido doña Cecilia, pediría como las demás víctimas, que no se paren de la mesa hasta firmar. “Al menos que esta guerrilla y este gobierno empujen para que más adelante haya un país difrente... Tanto dolor para qué. El de nosotros, aunque grande, es uno de tantos y tantos, y seguimos en la impunidad, querida”, dice la señora acompañada por su hija también de ojos resplandecientes y esperanzada en que esto tiene que cambiar.

En octubre del año pasado, el homicidio de Héctor Abad fue declarado crimen de lesa humanidad. Las investigaciones sobre su muerte, entonces, ya no podrán prescribir. En su memoria, la de todos los hombres y mujeres que la guerra nos arrebató, y por los pueblos que siguen sufriendo el rigor de la confrontación armada, doña Cecilia y tantos piden ahora por el bien de los Diálogos en Cuba.

“Un proceso de paz que ha llegado al nivel donde se encuentra y que se apresta a discutir los temas más decisivos de la paz, no puede estar sometido a ningún tipo de actitudes precipitadas e irreflexivas que aplacen el advenimiento de nuestra reconciliación”, dijo Iván Márquez en diciembre al retomar contacto con el gobierno después de entregar al General. Esta vez, el comandante Márquez no se dejó ver de nadie. Solo la gente de Telesur tomó sus declaraciones y eso por vía teléfono. Camila Cienfuegos los conectaría, porque París no está más en Cuba. Un habano más o quizás cinco o diez se habrá fumado Luciano Marín entre ciclo, suspensión y ciclo. Ya lo veremos con su habitual andar lento cuando nos salga a contar que este diálogo no dará ningún paso para atrás. Que en algún momento de los próximos seis meses, la paz quedará firmada.