Crímenes en Monte Hermoso


Rumor y castigo

En Monte Hermoso viven 10 mil personas. En temporada llegan a 120 mil. Casi no hay desempleo y el último delito calificado ocurrió hace dos años. La muerte de Katherine llegó a los medios nacionales y sacudió al pueblo: hubo un linchamiento, se incendiaron edificios públicos y la ciudad quedó militarizada. Entre el dolor, se vivió una guerra de quejas fundadas y teorías conspirativas. En esta crónica anfibia, Sonia Budassi y el sociólogo Nicolás Damin reconstruyen la trama social y política del balneario después del crimen.

El Sacoa de Monte Hermoso, hace unos años, ocupaba la mitad del espacio: hoy tiene un frente de más de veinte metros vidriados en la esquina de la peatonal Esteban Dufaur y la calle principal Valle Encantado. En temporada alta es el costoso refugio de padres desesperados en días de lluvia: el otro entretenimiento para niños en vacaciones, puertas adentro, es el cine. Un lugar común en cualquier balneario de la costa bonaerense. El mal tiempo se combate con películas y maquinitas. Katherine Moscoso iba a Sacoa antes de ir a bailar. En verano, esa esquina también es el punto de encuentro previo a la salida. El domingo 23 de mayo, víspera de feriado, sólo cinco chicos jugaban en el local. A dos cuadras, la policía bloqueaba la calle.

De Monte Hermoso, en verano, se dice, es “una sucursal de Bahía Blanca”. Los boliches de allá cierran durante enero: la movida pasa en Monte. Margarita y Kapital no funcionan en invierno; Josué y Arenas permanecen abiertos, uno los viernes, el otro, los sábados. Katherine caminaba menos de dos cuadras, a veces con su amiga Daiana, otras sola, hasta Arenas. Llegaba antes de las 2.30 para no pagar entrada.

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En temporada, sobre los 32 kilómetros de playas anchas se desparraman familias; a la tardecita llegan los adolescentes, que también copan el lugar el 21 de septiembre para “La fiesta de la primavera”. El mar es el más cálido de Argentina por una corriente que desciende desde Brasil. Si el clima es caluroso, suele soplar viento norte y traer la maldición de las aguavivas. Con 35 grados de calor, los veraneantes miran con deseo e impotencia el agua desde la orilla sin poder tocarla. Algunos no hacen caso a los rumores de la playa: es un código preguntar a los vecinos de sombrilla si hay o no; luego chequear con los bañeros. Otros, ingenuos, recién llegados, no preguntan; se meten al mar sin consultar y salen ardidos, la piel con filamentos; a veces hasta levantan fiebre. La gente de Dorrego, Bahía o Pringles, los definen como porteños. Nadie sabe la causa pero, desde hace cuatro años, las aguavivas se fueron de Monte.

En la calle Faro Recalada y en la entrada a la ciudad, el cartel de la obra “Tu cola me suena” muestra a cuatro mujeres jóvenes en colaless junto a otro joven, y tres hombres mayores vestidos; Germán Krauss hasta lleva canas. El sábado 20 de junio se presentarán en un teatro. En temporada se presentan obras similares y los medios de la zona publican fotos de chicas en malla consideradas “lindas”.

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El caso Katherine llegó a los medios nacionales a los dos días de que se denunciara su desaparición, cuando el tema de los femicidios ocupaba la agenda pública. Los montehermoseños se sumaron a la búsqueda de la policía y pegaron carteles que permanecen hasta hoy. El miércoles la buscaron 600 personas entre agentes de distintas fuerzas que viajaron desde Bahía Blanca, Coronel Pringles y Mar del Plata y bomberos voluntarios de la zona. Un 10% de la población trabajó para encontrarla. El sábado 23 de mayo el cuerpo apareció enterrado en unas dunas en el borde norte, frente a casas en construcción del Plan Procrear. Un grupo de personas siguió ese rastrillaje, escuchó la noticia, caminó dos cuadras hasta la casa de Carlos “el Gato” Canini González, un pocero de 70 años, y lo mató a golpes, delante de su hermano Rubén que había pasado a buscarlo. Hasta ese momento, las noticias decían que el hombre era el abuelo de Josué, un sospechoso, supuesto ex novio de Katherine. Durante cinco días, el chico sintió la presión de un perseguido. Cuando allanaron la casa de su abuelo ante la mirada de los vecinos, los perros policías se volvieron locos con el olor de Katherine, pero los medios no lo vincularon al hombre sino al nieto. La ambulancia llegó, y seguían pateándolo.

-Ahora llorás, puto- gritaba uno de los atacantes, como se ve en un video que circuló por la web.

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Con el correr de los días, en el pueblo todos repetían lo que llamaban un “rumor”.

-Hace años se dice que el viejo andaba con chicas menores, les pagaba o cambiaba comida por favores sexuales.

Aquella noche, se transmitían las imágenes de “la pueblada”. Móviles de Buenos Aires llegaron al día siguiente a esa ciudad militarizada: la policía cercó el radio de los incidentes; para hacer dos cuadras, había que dar un rodeo de seis. Se abrieron tres causas judiciales: el asesinato de Kathy, el "homicidio agravado por el concurso de dos o más personas" de Canini, y la de los incendios. La línea de investigación cambió; a partir de la muerte confirmada se hicieron nuevos allanamientos e interrogatorios. Daiana, amiga de Kathy e inquilina de un cuarto sin baño de la vivienda de Canini, quedó detenida por el crimen de la chica. Cuatro hombres por el linchamiento, entre ellos un primo de la joven, Alexis Banegas; tres están prófugos. Siete, por los destrozos. En el pueblo no había un hecho delictivo calificado desde el 28 de febrero de 2013. Fue un robo con armas, dice a Anfibia el Ministro de Justicia Bonaerense, Ricardo Casal.

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Después del primer ataque, parte del grupo caminó para el lado del centro siete cuadras y media hasta la comisaría. Desde adentro, donde la familia se reunía con el intendente Marcos Fernández y el senador provincial Alejandro Dichiara, ambos randazzistas del Frente Para la Victoria, primero se escucharon los toscazos y los gritos. Después, olieron humo y combustible. El incendio fue tan grande que la policía les pide que salgan por atrás, “como ratas”, declaró Dichiara.

- Váyanse de acá o los prendo fuego- les dijo el hoy prófugo Walter Gómez a dos bomberos y les tiró nafta, según dice el expediente.

El grupo caminó unos 150 metros, pasó por la puerta del casino cerrado, cruzó la plaza, y llegó a la calle Patagonia al 300, a la Secretaría de Seguridad -donde se manejan las cámaras de monitoreo- y la unidad descentralizada de fiscalía. En aquella esquina está la municipalidad -a la zona se la llama centro cívico-; allí también funciona un centro de la Agencia Recaudadora de la Provincia de Buenos Aires (ARBA), el registro civil y la Secretaria de asuntos docentes. El incendio destruyó todo el primer piso. Los archivos de antigüedad de maestros y profesores se perdió.

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El grupo avanzó hasta el centro de Convenciones y la Secretaría de Turismo, muy cerca del museo de Ciencias Naturales; allí también rompieron vidrios y quemaron. En la esquina, el diario de revistas quedó intacto; también, sobre el pasto, las esculturas de animales acuáticos. Siguieron hasta la sede del Partido Justicialista y después caminaron cien metros hasta Fossaty y Costa, a tres cuadras de la playa, donde vive el Secretario de Seguridad Ricardo Triches. Primero robaron plata y bebidas, y después la incendiaron por completo. El punto siguiente sería la casa del intendente, pero la policía los dispersó.

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Cada mañana, Katherine iba a la escuela especial 501 junto a otros veinte chicos. A la tarde, tres veces por semana, a la Escuela de Formación Profesional a estudiar cocina. Se ponía una gorra de nylon transparente, un delantal blanco de bordes rojos con dibujos de morrones y tomates. Prefería cocinar tortas. Después, caminaba a su casa en el barrio Fonavi, monoblocks grises construidos en el año 1991. En varios balcones de cemento se asoman reposeras de playa y cordeles con ropa.

Katherine andaba siempre con los auriculares del celular puestos. Le encantaba la cumbia y el reguetón y no se perdía el programa “Pasión de sábado”. Solía parar en la plaza de pasto ralo y faroles naranjas de tulipas celestes, a unos metros de su casa. La pintura de los juegos luce nueva. Un tobogán, subibajas, y tres hamacas. Ella elegía la del medio y se quedaba un rato largo, se mecía y cantaba. En la puerta de su casa, una reposera con el apoyabrazos roto, y en el hall, una heladera; al entrar su abuela la esperaba con mate. Si una de sus vecinas armaba la feria americana ella, fanática de la ropa, se probaba todo.

A pesar de que era conversadora, su única amiga era Daiana, que hace seis años trabajaba en el jardín maternal público Evita, de cantero con margaritas amarillas y lavanda, frente a la plaza Fonavi. Se conocieron en la 501; ella también sufría de un retraso madurativo. Está detenida, admitió sentir celos de Daiana. Dijo que su amiga estuvo con su novio, Guillermo Moyano, a quien acusó del asesinato.

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Muchos de los vecinos que participaron de la búsqueda y de las marchas en reclamo de justicia, no recuerdan cuándo la vieron por última vez, ni de qué hablaron. Pero sí verla en aquella hamaca de color celeste, o de “mirarla pasar”, sola, por el pueblo tranquilo.

Vivía con su abuela Marta, de 63 años, la mujer que la crió, y sus tíos Ezequiel y Hugo. Su madre tiene dos hijos de 8 y 12 años, de otro padre, a quienes cría en Dorrego. Los rumores son frecuentes en el pueblo y ante una crisis de incertidumbre, crecen. Sobre ella se dice: “la abandonó porque prefirió irse con un tipo”. El abuelo de Kathy, Don Moscoso, falleció hace dos años, ella le decía “papá”. Sufría de diabetes. En temporada, a veces, algunos taxistas iban hasta la casa y lo llevaban en el auto a la oficina para que atendiera el teléfono. Una changa. El sostén de la familia era Marta: cocinaba rosquitas, tortas fritas, pasteles y vendía en los negocios y las casas. Había gente que le encargaba y Katherine las llevaba a domicilio. Sus tíos las ofrecían en las múltiples obras en construcción de la ciudad. Si podían, a veces trabajaban ahí.

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Entre la bronca de los pobladores, se vive una guerra de rumores, contra rumores y teorías conspirativas, a veces contradictorias dentro de un mismo grupo. Los relatos acerca del tejido social y sus desigualdades se amplificaron ante periodistas y policías, algunas de manera interesada, con intenciones políticas, es cierto.

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Antes de las detenciones por los disturbios, de que el fiscal dijera que habían sido “medianamente organizados” y que “una persona distribuía bidones de nafta desde un auto”, fuentes políticas decían, en off, haber visto filmaciones de quienes instigaron los ataques. Daban sus nombres y la de sus referentes. La información se confirmó con la detención de Alejandro Marcelo Sánchez, dueño de un comercio, y referente local de un sector del Frente Renovador liderado por el diputado provincial Pablo Garate. En declaraciones a LU2 él confirmó que era un militante de su corriente y lamentó que haya participado en los destrozos. El FR de la zona está dividido en dos facciones. Una liderada por Garate, oriundo de Tres Arroyos, y otra por el también diputado provincial y ex intendente de Monte Hermoso entre 1991 y 2003, Marcelo Di Pascuale. Gente de ambos sectores estuvo involucrada. Luis Elizalde, pescador, dueño de varios botes, responde a Di Pascuale. Carlos Francia y Fabián Ustares son militantes del FR, según Página 12. Luego fueron detenidos Emanuel Martínez, Horacio Benegas y Juan Martín Garbiero.

 

Las quejas y los rumores también surgen de manera espontánea, como expresión de insatisfacciones y demandas. “Nunca pasó algo así, es un pueblo tranquilísimo”, dicen algunos. “Esto viene pasando hace rato”, dicen otros. “La policía escondió el cuerpo”; “El problema es que traen gente de afuera a la política de acá”; “el conflicto lo producen los del conurbano y los inmigrantes del barrio La Lata”. Algunos no tienen soporte real y no se replican: “cuando la familia tocó el cuerpo, estaba caliente”. Los rumores funcionan como catarsis de la angustia por una búsqueda con resultado trágico; justifican la acción colectiva posterior, y marcan la identidad diferenciada de cada sector de la sociedad.

-Fue el accionar de los violentos, no fue una poblada. El pueblo de Monte Hermoso está en un 95% en contra de los 20 o 30 tipos que hicieron esto. No era gente pobre, ni de otro país, ni traída de Fuerte Apache por la política. Son comerciantes, monotributistas, los conocemos- comenta a Anfibia el senador Alejandro Dichiara.

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El sábado, sobre la avenida de entrada Intendente Majluf se concentró la primera marcha. Al principio eran unas 50 personas.

-¿Qué recorrido van a seguir?

-Ella sabe, es la que organiza- dice una señora con lentes y señala a una chica de pelo castaño, campera de lana gruesa, zapatillas Converse y lentes de sol.

La que organiza no es familiar, aclara. Es verborrágica y, cuenta, esta marcha estaba convocada desde antes de la aparición del cuerpo. Florencia denuncia y denuncia mientras camina: primero, ataca a Ricardo Triches, el secretario de seguridad cuya casa fue incendiada, habla de corrupción, de negociados, de encubrimiento. Dice que ningún político estuvo con la familia- durante el ataque a la comisaría, el intendente Marcos Fernández y su gabinete, y el senador Dichiara estaban adentro con ellos-; que se inflitraron policías de civil en las búsquedas, que fueron engañados.

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Al doblar por Faro Recalada se suma gente, llegan a 100, y la manifestación se topa con una valla; hombres de infantería se suman al bloqueo. Un jefe de policía dice que no se puede avanzar. La organizadora y unos pocos más pretenden seguir mientras cantan que la policía mata mujeres. Otras manifestantes -la mayoría- gritan “demostremos que esta es una protesta pacífica” y entonces, se dobla.

Un hombre de unos treinta años de sobretodo gris y lentes, le pregunta a Florencia sobre el caso; parece no conocerlo.

-No, yo no soy periodista; soy un compañero de ella del Partido Obrero.

La caminata resulta, por momentos, demasiado larga y ardua por las calles en subida y bajada. Sería difícil para un anciano participar.

Antes de pasar frente a la casa de Kathy y terminar en la plaza Fonavi unas mujeres ven el cartel que la organizadora cargó todo este tiempo: convoca a la marcha del #NiunaMenos y tiene la firma de la agrupación de izquierda.

-No queremos política acá- le grita una mujer y se le suman otras.

La militante explica: es una invitación para la otra actividad. Le repiten que no quieren banderas partidarias. Ella, de a poco, pliega su pancarta. La tensión disminuye. Florencia convoca a voluntarios para armar banderas al día siguiente. Cuando se realice la marcha el día del velorio, lunes 25 de mayo, con el doble de personas, el modelo organizativo y el universo simbólico será el de la tradición de izquierda. El megáfono, la coordinación del recorrido y las consignas “Katherine Moscoso: Presente. Ahora y siempre”, que remite a las concentraciones por los detenidos-desaparecidos de la década del setenta y posteriores, se escucharán el recorrido.

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El domingo, los 150 de la marcha rodean la bandera de la plaza Fonavi; se cruzan las sombras por la luz potente de los faroles; por cada uno, tres siluetas se mueven en el piso. Víctor, un primo de Kathy, camina hacia el centro del semicírculo, los hombros angostos y caídos bajo la campera verde impermeable. Se presenta, se traba. Corre hasta el mástil y deja la bandera a media asta. La gente aplaude. Él agradece “en nombre de la familia” y como muestra de ese agradecimiento, intentarán hacer el velorio lo más extenso posible. Cita a una reunión, en el mismo lugar, a las 21, para ir juntos “con el pueblo”. A las 22.30 vuelve a aparecer frente a 30 personas y algunas cámaras de TV. El sepelio se pasa al día siguiente. Angustiado y temblando, Víctor grita:

-Se va a hacer justicia, si no se hizo ya.

Un matrimonio que vive en el Fonavi quiere saber quién es de la televisión. Al preguntarle por qué, señala la hamaca del medio.

-Mirá cómo se mueve. ¡Tienen que filmarlo! En esa estaba siempre Katherine.

 

Durante ese día y el siguiente, quienes marchan se desmarcarán de “la violencia”. En general, sin distinguir “la violencia” del asesinato de Canini, de los incendios.

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A los cinco años, Katherine visitaba a su amiga Yanina, en el barrio La Esperanza, donde en 2010 se construyó un playón deportivo para que los chicos jugaran al básket. Yanina es un año mayor, iban juntas al jardín de infantes Nº2 y a ambas les gustaba jugar a las muñecas. Su hermana es amiga de la hermana de Katherine, Macarena, que hoy tiene 22 años.

-Dejame que yo la visto- dice Kathy y agarra la muñeca rubia de su amiga, estilo Yolly Bell, de una marca más barata.

-Me toca a mí- contesta Yanina.

Kathy se ofende, deja la muñeca sobre la cama, y amenaza con irse. Cuesta convencerla. Yanina cede, y cambian las reglas del juego.

 

Yanina dejó de verla cuando ella se mudó al barrio Fonavi y Katherine, que padecía un retraso cognitivo leve, empezó la escuela especial. Su abuela la mandó a terapia hasta los doce; Kathy no quiso ir más pero tuvo logros. Aunque si iba a comprar algo volvía con cualquier pedido, ganó en memoria.

Yanina trabaja desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche en un bar de la peatonal, abierto todo el año. Ahora se queja. Se levanta el delantal y muestra una mancha de tinta en el jean azul; explotó su lapicera. Sus jefes no la dejaron volver a su casa a cambiarse. Pero, es cierto, la suciedad queda tapada, no se nota. La última vez que vio a Kathy fue hace unos meses en Arenas. Ella nunca más fue a bailar ahí.

-No me gusta el ambiente, además dejan entrar a menores.

Otras chicas de Monte dicen lo mismo sin quejarse: “Si tenés 16 o 17 y te conocen, te dejan pasar, esto es un pueblo chico”.

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Afuera del velorio- una casita de tejas, con una construcción encima, de dos ventanas- un camión sin remolque cargó a una familia entera, y un Volvo blanco, en el parabrisas, mantiene el cartel de “Buscamos a Katy”. La gente entra y sale; algunos permanecen en la calle; buscan el sol para no sufrir tanto el frío, caminan hasta la esquina y vuelven.

-El jefe de seguridad de acá no puede ocupar el cargo, ya fue pasado a retiro en otro lado- dice un pescador artesanal, con gorro de lana sintética y chaleco de polar. Busca hablar con periodistas. Al rato, admite haber participado de los incendios, y pide no dar su nombre. Se refiere a Ricardo Triches, ex jefe de la ex bonaerense, Dirección Departamental de Investigaciones (DDI) de Mar del Plata, removido de su cargo en el verano del 2001, implicado en la fuga de un acusado, el “Gallego Fernández”, por el caso de la violación y el asesinato de Natalia Melmann, una chica de quince años.

 

Al pescador se le suman cuatro hombres.

-Hicimos primer grado todos juntos, ya casi tenemos cincuenta, estas cosas no pasaban hasta hace tres años. Ahora hay droga y gente que fue traída del conurbano por política, y personas de otros países. Eso genera odio- dice el dueño de un pequeño comercio.

-Al viejo Canini se le hacía agua la boca cuando veía una minita- cuenta un forrajero que contrata a los primos de Katherine para hacer changas cortando leña y de carga y descarga de productos.

Los rumores, verídicos o no, operan como espacio de resistencia entre los que menos poder comunicacional y capital simbólico tienen. Como mostró Emilio De Ipola, su naturaleza es frágil y precaria. Si están anclados en lo real, cobran fuerza en su reproducción. Si no, se desvanecen.

Guillermo sale de la casa velatoria junto a su esposa y su hijo. Viste una campera de cuero a lo Saúl Ubaldini y una bufanda blanca; su mujer, Daniela, parece el cliché de maestra, pantalón de vestir ancho, un poncho de lana violeta de lana con flecos y botas negras de taco corto. Trabajan como encargados de edificio. Ella es paraguaya y él, chileno; su hijo de 14 años, argentino, montehermoseño, se enteró por Facebook de la convocatoria para buscar a Kathy, se sumó, y quisieron acompañar a la familia aunque no la conocían.

-Acá trabajo sobra- dice Guillermo. La gente de La Lata son recién llegados, pero vienen a trabajar. Pasa que hay inversiones, se construyen edificios, entonces siempre se necesita gente.

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Cada vez que veía a un nene o a una nena, Katherine se acercaba. Si era un bebé, le hacía monerías. Si era un poco más grande los corría o jugaba a la mancha. Un día, en el barrio Nestor Kirchner, una vecina la ve recostada en la calle de tierra con un chico de unos cuatro años, jugando a la pelota.

-Kathy, levantate, no podés ser tan machona- le gritó desde la puerta.

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En la Provincia de Buenos Aires se hacen 5000 denuncias al año por “averiguación de paradero”. Como no es considerado un delito, la justicia no puede disponer que se realicen allanamientos de manera indiscriminada, ni la intervención de cualquier teléfono. La Constitución exige pruebas concretas de la posible comisión de un delito para entrar en el domicilio de un ciudadano.

El jueves la policía ingresó por la puerta cancel verde a la casa de Canini y Daiana, a cuatro cuadras del Fonavi, en Puerto Madryn al 900. A la derecha, una única entrada; a la izquierda, una herradura de la suerte y dos ventanas con persiana de plástico. Más tarde, encontraron su celular en un médano cercano. Según fuentes judiciales, en la causa figura un testimonio: la habían visto en la Laguna Sauce Grande, donde se practica sky acuático y wind surf en verano. Decían, caminaba con una chica de rulos, esperaban encontrarla con vida. El sábado, mientras los ciudadanos fueron a buscarla hasta allá, gran parte de la policía se quedó en el médano, frente al barrio Néstor Kirchner, donde se asignaron 76 planes Procrear -otros 28 lotes fueron destinados al barrio Dufaur, “que es más lindo”, cuenta un funcionario municipal.

En la arena en la que los chicos armaban fulbitos, golpeada con un palo o un fierro, quizá inconsciente, fue enterrada aún viva. No es seguro que aquel lugar haya sido el primero en el que la dejaron. La policía desconfía de que haya estado ahí el día anterior y, especula, el cuerpo fue movido. Sin embargo, algunos vecinos del barrio sintieron que el hallazgo policial del cuerpo, cuando habían solicitado al equipo de búsqueda que se movilice a otro barrio, implicaría una supuesta intención de ocultar algo. Wanda, la prima, marchó después del velorio. No podía creer que no la hubieran encontrado en los rastrillajes previos: pasó gente en catango, a caballo y a pie.

-Me la enterraron a la vuelta de mi casa, que me estoy construyendo para criar a mis hijos.

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La casa de Marisol está a 100 metros de lo de Canini y 200 de la duna donde encontraron el cuerpo. Es de ladrillo a la vista y tejas rojas, con un pequeño patio de cemento adelante, y rejas. Pelo corto de prolijos rulos grises, usa un jogging, dice que el hijo le salió morrudito mientras él sale con la bici y se junta con otros tres chicos más flacos, dejan un surco en la arena al doblar la esquina. En el resto del barrio se alzan viviendas simples de cemento, chalets californianos, algunos recién pintados, otros no; sobre la calle de arena, en algunos sectores se apilan ladrillos o tejas, la mayoría son viviendas sociales. Ella, ama de casa, esposa de un encargado de edificio, sabe de qué trabajan todos los vecinos de la cuadra pero de Canini, que vive a cien metros, dice no saber nada. El vecino de enfrente es empleado municipal, barre la basura, ahora tiene las persianas cerradas porque duerme la siesta. La otra es empleada de un supermercado; los de más allá son encargados de edificios. Entre autos nuevos, otros más viejos -varios Fiat Duna y Senda-, botes estacionados “Sorella del mar”, “Merluza gaucha” y una camioneta sin ruedas oxidada y casas Procrear, se llega a la zona cruzada por la cinta de la policía, donde encontraron a Kathy.

-Marisol, te ayudo en algo- le decía Katherine y se le metía en la casa. Terminaba barriendo.

Katherine le llevaba los pedidos. Marisol se queja de los precios de las panaderías artesanales, por eso le compraba a Marta. Si se festejaba algún cumpleaños en su casa, le pedía que la ayude a ordenar y limpiar. Ella iba, sin preguntar antes cuánto le iban a pagar.

El sábado a la hora de la siesta, antes de ir al boliche, Katherine pasó enfrente suyo; iba a la casa de Canini y Daiana. Ni se acuerda cuántas veces antes la vio pasar con esa actitud. Marta declaró que no tenía permiso para ir a bailar pero ella, astuta, se fue a lo de su amiga con un bolsito para poder cambiarse.

En Arenas, como siempre, fue a saludar al DJ, vecino del barrio y conductor del programa de radio “La previa de Arenas”, al que ella solía llamar para pedir temas para su abuela. El último fue “Bombón asesino”. El hombre, dice un concurrente del lugar, es padre de una chica de la edad de Kathy. Desde el puesto de hamburguesas de la puerta la vieron irse sola a las seis y media de la mañana. Como tantas otras veces. En invierno, a esa hora, es de noche.

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Muchos vecinos adhieren a la segunda marcha; se suman también personas de la clase media local. Son unos 300. Los medios transmiten en directo cada parada y el discurso de Wanda, la prima de Kathy.

- Nos mintieron desde el primer día, nos vendieron pescado podrido.

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Desde la vereda, un vecino de cincuenta años, con remera gris, acompañado de un niño, les dice “no comparto lo que hicieron”. Al llegar a la plaza Fonavi, cantan el himno nacional e invitan a repetir la actividad todos los días a las cuatro de la tarde. Una señora rubia de tapado gris se acerca a Wanda, y le pide que cambien el horario de la convocatoria. Ella, llorosa, explica que no organiza, y le recuerda que ese mismo día enterraron a su prima. Al día siguiente, laborable, la convocatoria se redujo a la mitad. Los medios de afuera dejaron Monte Hermoso.

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El dueño de la perfumería usa lentes con marcos transparentes, campera inflada roja, y zapatillas Nike del mismo color. Se sienta en una mesa de Vía Appia, un clásico de la peatonal que permanece aunque sus precios sean desorbitados y las instalaciones, algo descuidadas. Adentro, dos televisores y sillas de patas de aluminio y cuerina blanca; el baño unisex, sucio. El hombre es fumador y se queda afuera, bajo el toldo de plástico con estufa. Sería considerado como un “rico” por el pescador que asistió al funeral. Pide una lágrima en jarrito y cuando llega su hijo y su nuera dice que los incidentes parecen ser más importantes que la muerte de Kathy.

-En las fotos parece una india pero estaba linda la piba- dice, y su hijo asiente. La nuera escucha en silencio.

- Parece que ese viejo las prostituía, a ella y a su amiga. Las dos eran discapacitadas.Todo el mundo lo dice, pero andá a saber.

Monte Hermoso, según el último censo de 2010, tenía 6351 habitantes, pero hoy se calculan 10.000. En temporada alta asciende a 120.000, con un promedio de 80.000. La ciudad está dividida en cinco grandes grupos sociales; es fácil identificarlos en el espacio urbano. Los comerciantes prósperos, ligados a la hotelería, la gastronomía, los servicios y la actividad inmobiliaria, una suerte de pequeña aristocracia local. Los empleados municipales, con trabajo estable y protección social. Los pescadores artesanales  -agrupados en la cámara de pescadores y otros autodenominados “independientes”-  y obreros de la construcción, con trabajos fluctuantes en función del ciclo económico, pero en expansión desde hace años. Los inmigrantes recién llegados, que viven, en su mayoría, en la “Villa La Lata”. Los trabajadores informales, changarines de las viviendas sociales, como el Fonavi o Procasa. La familia de Katherine pertenece a este último grupo.

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Wanda llega a su casa en el auto, se baja con uno de sus hijos a upa y cuando entra, desde la ventana, se da cuenta de que su prima Katherine la mira desde afuera. Ella le sonríe, Kathy se esconde, aparece, vuelve a esconderse. Juega. “Vení, pasa”, le dice. Y Kathy se va como se van las niñas juguetonas, esquivas, verborrágicas y tímidas al mismo tiempo. Esa fue la última vez que la vio. Cuando nació su bebé, Katherine le bordó un conejo en una toalla y se lo regaló. Era “súperenamoradiza” cuenta ella; lo mismo dice su abuela Marta y la docente Marcela Villareal.

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Luciana es empleada de un bazar de Monte Hermoso. Escuchó que había disturbios y se acercó al centro cívico. Aún no había fuego; tiraban piedras. Caminó entre la gente y vio pilitas de cascotes; en Monte casi no hay veredas. Se asustó cuando empezó el incendio. Escuchó “ahora vamos a la la Municipalidad” y se fue. “Esto es un pueblo, la gente va y mira”, dijo el senador Di Chiara.

No es la primera vez que pasa en nuestro país. El 16 de diciembre de 1993, empleados estatales, sindicalistas, jubilados y estudiantes, saquearon y quemaron tres edificios públicos y casas de funcionarios de Santiago del Estero, en un episodio conocido como el Santiagazo. Protestaban por los salarios adeudados por meses y por la corrupción que, si bien tenía larga historia, en un contexto de ajuste estructural se hacía insostenible para ellos. Javier Auyero investigó cómo este particular modo de acción colectiva beligerante se armó a través de redes partidarias que organizaron el itinerario de los incendios previamente. La raíz se encontraba en el hiper desempleo y el abandono por parte del Estado de muchas de sus funciones sociales de bienestar.

Los incendios de Monte Hermoso de mayo de 2015 mantienen similitudes y diferencias con el ejemplo anterior, pero se asemejan a los incidentes en Junin en marzo de 2013. En los tres casos, los lugares elegidos son idénticos, edificios públicos y residencias de funcionarios políticos y se reconocieron redes partidarias en su ejecución.

Pero el contexto social y el detonante en los últimos dos es otro. Tanto en Junín como en la ciudad costera hubo un crimen que operó como disparador; en ambas localidades casi no hay desempleo. Se reconstruyó la infraestructura de bienestar, existen abundantes planes sociales universales y focalizados, jubilaciones y pensiones. Sin embargo, la informalidad laboral persiste. Las denuncias de corrupción privada y pública circulan como rumores, verídicos o no. La desigualdad entre quienes pueden captar los inmensos fondos que llegan por la cosecha, en un caso, o por el turismo de verano en otro, y quienes no, permanece. Ahora bien, que el contexto social sea distinto, no quiere decir que la disputa política por los recursos del Estado se suspenda.

Maria Rosa Ustares, manifestante que perdió un ojo por una bala de goma durante la represión policial para frenar los incidentes, y hermana de Martiniano, detenido por el incendio, publicó en las redes sociales que había recibido muchas solicitudes de amistad y mensajes de apoyo. “No perdí mi dignidad y ¡esto se va a ver reflejado en las urnas! ¡Llegan tiempos de cambio, muchachos!”. La secuencia fotográfica puede verse en el trabajo de Pablo Presti, fotógrafo de La Nueva, quien cubrió los eventos.

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Katherine entra al aula vacía. Ve la ventana. Se le ocurre la idea. Acerca un banco, se trepa, abre, y se va.

La directora nota su ausencia y llama a la abuela. Marcela Villareal García, trabajadora de la jefatura de Asuntos Docentes que fue incendiada, cuenta que Katherine se escapó de la escuela y fue a su casa.

-Los chicos con ese tipo de discapacidad no salen de su entorno, siempre vuelven.

Ella a veces hablaba de irse, dice ella. Una amiga contó lo mismo a Montenoticias.com a tres días de su desaparición. En la causa, testigos la vieron cerca de la casa de Canini y Daiana el domingo y el lunes.

Yanina, su amiga de la infancia, recuerda otro momento. Katherine es adolescente y camina sobre las montañas de arena frente al mar durante dos horas. Aquella vez, la familia salió a buscarla y la encontró. Para Marcela la rebeldía, la idea del escape, es una fantasía; cosas de la edad.

Las dunas de la playa, conocidas por los turistas, no son tan pronunciadas ni espinosas ni altas como las del borde de la ciudad.

 

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Fotos 1, 5, 8, 9 y 10: Fabio Latorre

Agradecemos a Quique Iommi, de FM de la Bahía y Joaquín Álvarez Bayón de La Brújula