Ensayo

#20AñosIDAES Militancia, autonomía y Ni Una Menos


Soy feminista, hago política

El debate por el aborto legal volvió a poner sobre la escena la idea de autonomía de los cuerpos, una de las reivindicaciones del feminismo. Laura Masson recorre la historia de la lucha feminista desde el regreso a la democracia hasta la aparición del #NiUnaMenos. ¿Cómo es el saber, el hacer y el ser feministas en Argentina? Esta es una de las 20 notas para celebrar los 20 años del IDAES a través del pensamiento de sus investigadores sobre los temas candentes de la coyuntura.

La política feminista se mostró en todas sus formas durante el debate y la media sanción del proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en el Congreso. Articuló esfuerzos, propuestas, manifestaciones y militancias propias de la dinámica del feminismo. Y fue novedosa y masiva: hoy el movimiento feminista suma una multiplicidad de tiempos biográficos, generacionales e históricos.

Cuando comencé mi trabajo de campo para la tesis doctoral en 2002, después de haber analizado mujeres peronistas que reivindicaban una forma “despolitizada” de hacer política trabajando en “lo social”, me enfoqué en las mujeres que militaban en partidos y asumían que hacían política. También quería entender por qué si el feminismo era definido enfáticamente por las feministas como político estaba tan invisibilizado y no era considerado “político”. Pero en ese momento esta no era mi preocupación principal.

El foco de mi investigación cambió cuando en 2003 el Boletín virtual de la Librería de las Mujeres promocionó el curso Historia Argentina desde el punto de vista de las mujeres en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires: allí encontré a Zulema Palma, médica ginecóloga, militante feminista de la ONG Mujeres al Oeste de Morón. Me invitó a participar del Encuentro de Mujeres Feministas de Argentina en Tandil. Después de ese encuentro mi investigación se redefinió. Seguí participando de los variados e itinerantes eventos del feminismo hasta que finalmente decidí estudiarlo como una forma de hacer política.  

Como resultado de esa larga investigación en 2007 definí al feminismo como un “espacio social”, con una gramática organizacional distinta a la de la política tradicional, pero también a la de los movimientos sociales. Caracterizado por ser internamente heterogéneo, incluye el mundo académico, el gubernamental, el de los partidos políticos, de las Organizaciones no Gubernamentales y el de los medios de comunicación. Además, engloba diferentes identidades construidas a partir de oposiciones y categorías de acusación que se definen de acuerdo a quien las pronuncie: feministas institucionalizadas o feminismo de lo posible; feministas puras/utópicas o feministas autónomas; feministas políticas o mujeres de los partidos; feministas académicas o académicas puras. Estas categorías construidas en la interacción sólo son inteligibles a la luz de la historia de la configuración social de esta forma de hacer política.

Si bien este espacio aún posee mucho de la configuración de ese momento, hoy es desafiado por nuevas formas de construcción que deberán ser minuciosamente analizadas para comprender cuánto mantienen de la definición de política del regreso a la democracia. En los 80 las feministas que hoy tienen más de 70 años definían al feminismo (todavía no se usaba el plural) como la forma más radical o más verdadera de “hacer política”. María Elena Oddone decía que la posibilidad de una acción creadora feminista sólo puede darse militando en el feminismo que, pese a su aparente desorganización y su diversidad, tiene la fuerza de lo nuevo y que la política bien entendida la hacen los grupos feministas. Magui Bellotti y Marta Fontenla observaban que la lucha feminista es política y la política feminista incorpora lo que se considera el mundo de lo privado porque en él se dan relaciones de poder, y así entran en la política lo subjetivo, la sexualidad, la familia y las relaciones interpersonales. Mirta Henault consideraba que si una mujer era golpeada por su compañero, si su trabajo dentro y fuera de la casa era desvalorizado, si moría con el útero perforado por un aborto mal hecho, esas eran cuestiones políticas.

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En ese momento estas definiciones tenían sentido en un pequeño círculo de mujeres: urbanas, de clase media, de mediana edad, blancas, la mayoría universitarias y si bien había heterosexuales y lesbianas, estas últimas estaban aún invisibilizadas. Las feministas apenas comenzaban a hacer explícitos los significados políticos sobre los que se construyó la manera de percibir los cuerpos de las mujeres. Esta visibilización fue lo que luego permitió reconocer esos cuerpos como lugar de lucha y de disputas de sentidos y poder. Es decir, un lugar donde se define la autonomía.

La política feminista construye una determinada noción de persona y de mujer basada en la autonomía y en la consigna “lo personal es político”. Esto permite establecer una relación entre nociones de mujer, de persona y formas de hacer política. La propuesta del feminismo autónomo es que, si apostamos a la autonomía, no nos sometemos a las jerarquías partidarias o institucionales. Además, actuamos formas de militancia acorde a la autonomía, la igualdad y la no jerarquía. La causa por la legalización del aborto ejemplifica este sentido de la acción política y muestra además los diálogos dentro del cada vez más amplio y heterogéneo espacio del feminismo.

¿Cómo comprender hoy los feminismos y la política feminista en Argentina? Según dos puntos: el desplazamiento y la multiplicación de las formas de legitimidad en este espacio social y la conversión al feminismo.

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Desplazamiento y multiplicación de la legitimidad 

Desde los 80 y hasta hace poco la legitimidad en el espacio del feminismo estaba fuertemente anclada al uso de la palabra. En los tiempos del retorno de la democracia, las voces autorizadas y la palabra legítima estaban claramente distribuidas y dependían de los saberes y la posición adquirida en la historia de militancia. En general las portavoces transitaban/transitan a través de los diversos ámbitos del feminismo de fin de siglo: el feminismo autónomo, el académico, el de los partidos y el institucionalizado.

Liliana Giannattasio, feminista de Tandil, me decía en una entrevista en 2006: “Marta Rosemberg es la palabra que escucho, tiene una prédica muy clara sobre el aborto”. Y reconocía otras voces autorizadas y sus diferencias: “de pronto una cosa era Magui (Bellotti) y Marta (Fontenla) hablando y otra cosa era María José Lubertino, otra Zulema Palma y otra Dora Coledesky o Diana Maffia”. Cecilia Lipszic me comentó algo similar repasando su trayectoria de militancia: “antes del ‘83 Magui y Marta fueron una luz, eran como una especie de guía”.

Con el tiempo las referencias de autoridad también se construyeron paulatinamente en los medios gráficos con periodistas más jóvenes que generalmente interactuaban con el resto de las feministas.

Entre el resurgimiento democrático y hoy se iniciaron y se multiplicaron los Encuentros Nacionales de Mujeres, Argentina tuvo una presidenta que fue reelecta y los años de gobierno kirchnerista acercaron a muchos jóvenes a la política. Se sancionaron las leyes de prevención, sanción y erradicación de la violencia contra las mujeres; salud sexual y reproductiva; educación sexual integral; matrimonio igualitario e identidad de género. Las voces, las audiencias y las maneras de hacerse escuchar se transformaron radicalmente y se multiplicaron. No solo hablan las históricas. El rol de las denominadas históricas se ha reformulado: mantienen su lugar de referencia del saber para ciertas generaciones y permanecen como referencia múltiple y enraizada de autoridad e historia feminista que permite a las jóvenes anclarse en un origen.

Junto a esas voces escuchamos a las jóvenes que ya incorporaron los saberes básicos del feminismo. Esos saberes se militan y construyen su legitimidad a partir del relato de la experiencia vivida y del testimonio de las desigualdades que las afectan como mujeres. El discurso de Ofelia Fernández en el Congreso es ejemplar en este sentido. Dice (y denuncia) sin titubeos y sin timidez: “¿Por qué asumen que saben qué es lo que nos da miedo y lo que no? ¿Por qué asumen que nos da miedo abortar? ¿Por qué no se atreven a preguntarnos por nuestros verdaderos miedos?”. Su testimonio es la muestra de la redefinición de las jerarquías generacionales.

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La conversión al feminismo 

A comienzos de la década del 2000 la transmisión del saber, el hacer y el ser feminista era una preocupación para la generación de militantes de mayor edad. Definían el ser feministas como “pensar el mundo desde una concepción feminista”, “una búsqueda permanente de la propia identidad”. Por otro lado, se referían al feminismo como “una forma de vida”, “estar comprometida con una lucha contra el sistema patriarcal” o “una forma de hacer política”.

Al feminismo se llegaba generalmente de la mano de alguna de las “más viejas” que nos “cobijaba” y a quién admirábamos. También a ellas les confesábamos que no éramos feministas porque creíamos que no completábamos todos los requisitos que tenían las históricas. La respuesta tranquilizadora e integradora era: “hay tantos feminismos como mujeres feministas”. Demorábamos mucho tiempo en hablar porque estaba bien visto escuchar y aprender de las que sabían y tenían experiencia. Elegíamos a quiénes escuchar y trazábamos el linaje propio. En ese momento nos referenciábamos en alguna de las múltiples “autoridades”.

En 2003 se hizo en Tandil el VIII Encuentro de Mujeres Feministas, organizado por las cuatro militantes nucleadas en la Biblioteca Popular de las Mujeres. Lejos de los multitudinarios Encuentros Nacionales de Mujeres, este espacio reunió a unas 80 mujeres. Las organizadoras se aventuraron a exponerse al control social de una ciudad media. Y Tandil, aún lejos de las leyes de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género, se conmocionó por el evento y por las mujeres que se besaban en la calle. El pedido de moderar las demostraciones de afecto en la vía pública, por temor a la posterior sanción social a las organizadoras que allí vivían produjo acalorados debates.      

En ese Encuentro se trató de sistematizar la transmisión de conocimientos y la forma de incorporación al feminismo. Se repitió la experiencia del encuentro anterior en Ramos Mejía y se hizo un taller de “Aprendizas de Brujas”. Llamarse feminista en ese momento era un acto de compromiso militante que requería coraje. Las que se animaban eran valoradas. Se hacían distinciones entre ser feminista, sentirse feminista, decirse feminista y estar feminista, y se medía el grado de compromiso. Lo que irónicamente muchas llamaban el “Femistómetro”.

Hoy las formas de conversión son otras y ser feminista forma parte de la efervescencia que adquirió la movilización callejera. El feminismo fue permeando espacios a través de la militancia en los partidos políticos, en el territorio, en los medios, en las universidades, en el Estado, en los movimientos sociales y en las ONGs. Muchos saberes fueron transmitidos. Las formas de incorporación e identificación con los feminismos son mucho más colectivas que individuales. Las referencias de legitimidad y autoridad están más en las movilizaciones multitudinarias que en “la palabra que se escucha” y el reconocimiento de trayectorias personales. Vanina Escales hace una clara síntesis de este cuadro: “El movimiento Ni una Menos y la lucha por el aborto legal transformó a las pibas en feministas para siempre. Nos transformó a todes. ¡Sin mediaciones!”.

Vemos a las jóvenes y adolescentes en la calle con asombro, incredulidad y sobre todo mucha alegría. El traspaso del legado se hizo finalmente a la manera en que se hace política feminista, estando en todas partes, a cuentagotas durante años, en cada lugar donde una feminista multiplicaba el compromiso: en el territorio, en la academia, en los partidos políticos, en los medios, en las instituciones. Pero hubo además algo muy fuerte y diferente, una articulación que se denominó “Movimiento Ni una Menos” y se sumó a la pelea en el ámbito institucional por la despenalización y la legalización del aborto. Se corrió un velo y surgió lo que se impuso con el nombre de marea verde o marea feminista, que eclipsó (al menos momentáneamente) al feminismo.

 

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El debate por la despenalización del aborto mostró la articulación intergeneracional que veíamos desde hace tiempo en los Encuentros Nacionales de Mujeres (madres e hijas o abuelas y nietas). No solo se articularon mujeres, sino también mujeres y varones. El tema llegó a muchos a través de sus hijas. Varios legisladores hablaron y votaron como padres (padres e hijas, una relación de género poco observada por el feminismo académico). La política feminista reunió generaciones y atravesó vínculos que se consideraban privados. La marea verde también sumó varones jóvenes (¿feministas?) en una vigilia muy joven.

La causa por el aborto legal logró una síntesis de la política feminista y flexibilizó las categorías de oposición y acusación. Hoy circula una retroalimentación de argumentos, herramientas y energías. Las feministas en el Congreso (las legisladoras) y en las calles (las pibas) son las protagonistas. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto brindó conceptos, consignas, historia, un marco de contención y orientación y anclaje militante. Es el norte de la acción política. Se sumaron las mujeres del arte, el teatro y la televisión. El feminismo de las ONGs y el académico acompañan desde las instituciones y más tímidamente en las calles. Queda por saber cómo esas articulaciones y síntesis se materializarán en las provincias. Los territorios que los Encuentros Nacionales de Mujeres cada año, desde 1986, han intentado trabajosamente conquistar. El debate y la votación en el Senado serán una muestra para pensar ese proceso en territorios más alejados del epicentro y menos visibilizados.