Ensayo

Leónidas Lamborghini


Un poeta peronista, el asfalto en Lavallol

La última ganadora del premio internacional de poesía Sor Juana Inés de la Cruz, uno de los más importantes de la lengua, recupera al poeta ninguneado. En un texto íntimo, recuerda el barrio en el que creció, a su padre y a ese lugar que Lamborghini llamaba “un puntito ubicado en el Partido de Lomas de Zamora”.

Lo absurdo puede tener infinitos ejemplos y uno de ellos hubiese sido pensar que mi padre se conociese con Leónidas Lamborghini. Aunque la primera vez que escuché mencionar ese apellido pensé en una marca de autos que mi padre mencionaba ubicándola en una categoría superior, no se me ocurrió relacionarlo a él con el Lamborghini escritor. Habitualmente no se enlazan personas que pertenecen a ámbitos diferentes, ni se supone entre ellas situaciones que no tienen ningún verosímil. Cuando leí por primera vez El solicitante descolocado de Lamborghini, hubo algo que entonces no leí; su mención a Llavallol. Debe haber sido allá por los ochenta,la época en que su lectura me provocó tanto asombro como a tantos lectores de mi generación y mucho más a la que me continuó. No había otra dicción como ésa, ese pararse dentro del mundo de un desocupado sin alardear de “buena conciencia”, en medio de la necesidad, la furia, el resentimiento del ninguneado. Conocía la poesía de Lamborghini muy mal, poemas sueltos y la lectura grotesca de un poema que hizo alguna vez un narrador en la mesa de un bar burlándose de su vanguardismo.Pero cuando Lamborghini todavía estaba en el exilio, José Luis Mangieri lo había reeditado y me dio un ejemplar del solicitante.

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Con su modo inconfundible, mezcla de afecto y misión para con la poesía me dijo, como otras veces con otros libros:“Tomá nena, leélo”. Ahora sé que cuando lo leí, aquella vez, hubo algo que no leí y se trataba justamente de esos pocos versos donde se menciona Llavallol. Tantos años estuvo lejos de mí ese lugar en el que crecí, tanta negación debo haber tenido que debo haber pasado por alto el topónimo como quien ve llover. Cuando me preguntaban de dónde era, mencionaba Lomas de Zamora, que es donde nací y no mentía, pero Llavallol fue un lugar clave para mí; claro que era un poco más al sur, un poco menos ubicable, un poco más desconfiable. Lomas siempre tuvo un centro comercial importante, una zona que no levantaba sospechas de marginalidad o de periferia. Situada entre Bánfield con sus casas portentosas, garaje, parque, muchas habitaciones y Témperley, con sus casonas inglesas, elegantes y señoriales, la mención genérica a Lomas era más imprecisa y quedaba a cubierto. Llavallol no tanto, despertaba cierto recelo, alguna inquietud, dependía del interlocutor. No sé si mi falta de mención era un gesto de ocultamiento premeditado o un borramiento inconsciente, pero me ahorraba tener que explicar con exactitud dónde quedaba ese lugar ignoto o cómo era ese barrio para diferenciarlo de cualquier imagen de villa miseria a la que diese lugar. Tanto lo debo haber puesto en segundo plano, por más ideología de izquierda que hubiese adoptado luego, que al leerlo en el poema de Lamborghini, no vi nada de lo que me pertenecía.

Mis regresos a ese libro después, fueron fragmentarios, para mostrárselo a alguien o para dar alguna clase. Seguí sin reparar en la mención, quizás no haya tenido que leer de nuevo ese pasaje, no sé. Pero hace algunos años cuando lo volví a leer más detenidamente porque había pensado en incluirlo dentro de un ensayo, me quedé clavada en los versos en los que Lamborghini se refiere a Llavallol. Los cables de mi vida personal se cruzaron con ese poema al que ya no llegaba como se llega a un objeto de estudio, o a un recuerdo de lectura que le había otorgado una ubicación de libro excepcional. Los cables de mi vida personal se cargaron de la electricidad que en un instante recorre un montón de tiempo, que puede desarmar lo más y mejor construido de vos. Es una percepción veloz como debe ser la de los años luz en el espacio, si es que eso puede experimentarse. Los versos eran éstos:

Vomito

Todos los días vomito

en este culo

infectado del mundo

 

y canto

desde un puntito llamado

Llavallol

era el año en que Boca Juniors

ganó

su XVI estrella

 

un puntito

ubicado en el partido

de Lomas de

Zamora

en la provincia

de Buenos Aires

(En la página 45 del libro que me dio Mangieri)

La edición de Mangieri, en Tierra Firme, reúne varios libros y esta cita es de Las patas en la fuente. A juzgar por la referencia al campeonato de Boca Juniors,Lamborghini está escribiendo estos versos, en 1964 ó 1965. Precisamente, era en esos años cuando yo vivía en Llavallol y es el tiempo al que ahora llego con los ojos de entonces, una nena, una adolescente después. Una mirada que me sitúa en ese puntito del mapa de la provincia de Buenos Aires como un mundo donde aprendía entre otras cosas, qué era la necesidad, pero que al mismo tiempo, me mostraba maravillas, como a cualquiera que haya jugado entre baldíos en su infancia. No era consciente entonces, y mi familia se mantenía un poco al margen, de las tensiones políticas a las que alude Lamborghini, aunque estuviesen encarnadas visiblemente en ese territorio del conurbano, que tanto le debía al Peronismo, desde la proliferación de fábricas hasta los créditos para las viviendas. Papá se decía peronista, pero lo era muy sui generis. Cuando vi la película de Favio en la que Gatica dice: Yo nunca me metí en política, siempre fui peronista, pensé que esa humorada involuntaria podía también definir a mi viejo.

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Lamborghini vivía en Llavallol la derrota, el derrocamiento del peronismo en el ´55, un exilio de escritor, de periodista, de preso domiciliario digamos, obligado a hacer su quintita y a plantar achicorias. Era muy distinto al trajín de mi madre por la quinta que era su orgullo. En ese huerto, creo que ella en parte recuperaba el trabajo de campo que en sus primeros años en el sur de Italia veía hacer a su familia. Recolectar tomates, oler el orégano recién cortado, cosas que le devolvían antiguos afectos. Ese pedacito de tierra lejos del mar de San Ferdinando, también un puntito perdido en el mapa de Calabria, era lo que había logrado tener de este lado del océano y dentro de él yo pasaba mis siestas, desplegaba cuadernos donde empezaba a escribir con la solemnidad de quien proyecta sus obras completas.

Sobre esa época decía Lamborghini que vivía en una casa de lata entre el barro que seguro hacía referencia a las calles de tierra, poco transitadas que con los chicos ocupábamos como si fuesen una continuación de la casa. Salías corriendo por el portón abierto hacia la vereda y no había cordón, ni autos que te detuviesen. No recuerdo casas de chapa, aunque alguna debía haber, ni el barro como un estigma, pero viví como una epopeya la pelea que protagonizó mi padre para que se construyera el asfalto en las calles de Llavallol.

Mi padre se había incorporado como miembro directivo de la Comisión de Fomento de la zona, con aquel objetivo en mente, casi un imperativo: que viniese el asfalto. Desde ahí se convirtió en una especie de interlocutor entre los vecinos y las compañías constructoras que ofrecían planes de pago a los frentistas a cambio de construirlo. Había que elegir una, la más conveniente; había dos y tenían sus pros y sus contras; en esa elección también consistía la consulta que hacía mi padre. El mayor obstáculo era que muchos vecinos no querían el asfalto o no tenían cómo afrontar el gasto. Lo veo a mi viejo en las mañanas de domingo yendo de casa en casa, tratando de convencer a unos y a otros con los folletos de las constructoras y con su simpatía, yo iba con él a veces; en algunas casas nos hacían pasar y papá desplegaba los folletos. Había hecho imprimir unas planillas para levantar firmas entre los vecinos y así alcanzar la mayoría necesaria que diera inicio a las obras. Con cada uno había que hablar de presupuestos, plazos, cuotas, el progreso para el barrio, etc. etc. Mi viejo fue una especie de agitador en esa época. Fue un largo proceso, hubo muchísimos inconvenientes, obras retrasadas, vecinos que se sentían estafados, cambios de constructoras, pero con esas gestiones en las que él llevaba la voz cantante, el asfalto llegó.

En mi fantasía puedo imaginármelo a mi viejo como lo recuerdo, con las planillas  en una carpeta oficio bajo el brazo, golpeando la casa de Lamborghini,que debía quedar muy cerca de la nuestra, para pedirle una firma, quizás la definitiva, la que inclinaría la proporción de mayoría para traer por fin el ansiado asfalto. Me imagino la mirada un tanto desencantada y gris de Lamborghini y a mi viejo diciéndole: “Pero no, mi amigo, éste no es el culo del mundo, no hay que resignarse”. Y a Lamborghini, después, con los ojos entornados, entre cómplices y piadosos mirándolo. Me lo sigo imaginando a mi viejo en el momento en el que Lamborghini ve a ese tal don Genovese como a un “Odiseo del asfalto”, montado a su aventura con una cierta ingenuidad, pero a quien seguramente convidará con un mate, una mañana soleada de domingo.