Crónica

Cristian Alarcón, personalidad destacada de la cultura


Consejos para mi amigo, el ilustre

Cristian Alarcón, director de Revista Anfibia, fue declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires. La ceremonia se volvió fiesta popular. Entre los invitados, Hinde Pomeraniec, Selva Almada, Flavio Rapisardi y Mario Greco compartieron unas palabras. Por defecto profesional, ellos terminaron escribiendo unos textos que más que perfiles, son cartas de amor al periodismo independiente, a la experimentación y al fuego interior.

Fotos: Cristina Sille

“Más allá de las diferencias políticas, la obra y la voz de Cristian son un orgullo colectivo para la Ciudad de Buenos Aires.” Con frases así de halagadoras comenzó la ceremonia oficial. Es miércoles 24 de septiembre y la guerrilla de la comunidad anfibia está sentada en el Salón San Martín de la Legislatura porteña, sobre la calle Perú, muy cerca de Plaza de Mayo. Cristian Alarcón es declarado Personalidad Destacada de la Cultura de la Ciudad, propuesta impulsada por el legislador Alejandro Grillo y acompañada por el legislador Emmanuel Ferrario. 

Es que este diploma es un poco de todos: autores, lectores, amigos que seguimos a Cristian desde Cemento, que recibimos sus mensajes y sabemos que se inicia una intensa y efímera aventura (“Hola, ¿estás?”, como bromeó Hinde Pomeraniec durante su exposición), que subrayamos pasajes de sus libros, que discutimos ideas, que abrimos preguntas, que nos sentimos chiquitos, que compartimos pistas y sobremesas. 

Asaltamos el Palacio Ayerza —el mismo donde alguna vez funcionó la Fundación Evita—. La ceremonia se convirtió en acción cultural. Con María O’Donnell como maestra de ceremonias y las intervenciones de Hinde Pomeraniec, editora y especialista en cultura; Mario Greco, sociólogo y director ejecutivo de Revista Anfibia; Selva Almada, escritora; y Flavio Rapisardi, académico y referente en estudios de género y comunicación. Los invitamos para hacer hinchada, para que digan unas palabras. Por defecto profesional, se lo tomaron de manera muy protocolar: y escribieron estos textos hermosos. ¿Cómo no compartirlos? 

A continuación, cartas de amor al periodismo independiente, a la experimentación y al fuego interior. En el cierre, Paula Maffia se calzó la guitarra acústica y compartió tres canciones, entre ellas un cover de Babasónicos para el homenajeado, “Fiesta popular”.

SEGUÍ DESCONFIANDO DE LA SEGURIDAD Y EL CONFORT

Por Hinde Pomeraniec

Hinde es escritora, periodista, autora, editora y sobre todo, una gran lectora. Su último libro es Todos queremos ser felices, una antología de sus newsletters Fui, vi y escribí, publicados en Infobae. Trabajó muchos años en Clarín, fue editora de Política Internacional y de Cultura. Conoció a Cristian como profesora en la beca Clarín, en las aulas de la Universidad Católica. Tienen en común, entre muchas otras cosas, el vicio de sumarle narrativa al periodismo, de hacer literatura de no ficción. 

Se hace difícil seguirle el rastro a Cristian; cuando lo buscás en un sitio, ya saltó a otro. Cuando imaginás que sigue cómodo en el espacio que gestionó y en el que logró la consagración, ya está armando algo diferente, apostando a que sea todavía mejor. Cristian Alarcón es un guepardo del periodismo; es el más veloz de todos, el que más rápido la ve. Hace mucho tiempo que advirtió la importancia de no relajarse ni quedarse quieto y, en un punto, es como si algo dentro suyo le hiciera desconfíar de la seguridad y del confort. Como si algo, dentro suyo, le dijera todo el tiempo: nada es para siempre y hay que estar preparado para eso.

Hoy, cuando el modelo de negocio del periodismo hace agua por todas partes, mientras la mayoría de las empresas periodísticas buscan la salvación en la inteligencia artificial, Cristian apunta a la inteligencia y a la sensibilidad humanas. No descree de la tecnología; por el contrario, fue el creador de Cosecha Roja y Anfibia, un sitio online de ensayos y crónicas de largo aliento que mostró muy temprano que se podía hacer periodismo por fuera del papel y también fue temprano promotor del podcast como formato. En ambos casos, y como cada vez que encaró un proyecto, la ambición de Cristian no estuvo orientada a vender el alma a cambio de arrasar con las audiencias sino a crear nuevos públicos para esas nuevas propuestas. Si me apuran, creo, que así como piensa y actúa, es el más pillo y ambicioso de todos.

Cristian no solo tiene buenas ideas sino que, a diferencia de la mayoría de sus colegas, sabe ponerlas en marcha. Es un gran creativo, una persona desprejuiciada y  también un emprendedor: sabe “vender” aquello que el público no sabía que estaba necesitando y eso tiene un valor descomunal en un tiempo en el que la novedad se esfuma en segundos y todo se replica exponencialmente hasta perder encanto y sentido. 

¿O acaso no es cierto que ahora, cuando todo en materia de información está a nuestro alcance, nos hartamos de cada cosa mucho más temprano que antes?

Cristian lo sabe y por eso busca nuevas formas para el periodismo y también para sumar periodismo a otras esferas. Es por eso que desde muy temprano se propuso correr los límites del oficio: basta de notitas de caracteres limitados, de tercera persona fosilizada y de primera persona prohibida. Su trabajo en la nueva crónica latinoamericana dio como resultado libros ya clásicos como Cuando me muera quiero que me toquen cumbia y Si me querés, quereme transa, en los que la investigación se hace con el cuerpo en terreno, el periodismo y la literatura se funden en un nuevo género y los instrumentos de la narrativa literaria se utilizan para contar hechos reales, en este caso, de historias de vida atravesadas por el narcotráfico. 

La pandemia y la propia vida en cuarentena revelaron al Cristian novelista en El tercer paraíso, libro que le valió además una legitimación internacional al ganar el Premio Alfaguara de Novela. Se me ocurre pensar que es como si hubiera querido atravesar el lenguaje como un espejo con doble faz: la literatura esta vez estaba primero, la investigación de su historia personal y familiar y las historias de la botánica, de la identidad queer y del armado de su propio jardín son los reflejos de esa pulsión de escritura. 

Mientras sostiene el reino Anfibia en tiempos de crisis económicas y de momentos aciagos para la cultura, llega el teatro y con el teatro, el actor que, siendo muy jovencito, había querido ser. El histrionismo de Cristian es uno de los talentos que más admiramos en él quienes lo queremos: el tipo es magnético, dudo que alguien de los que está acá pueda contradecirme. Es magnético cuando habla, cuando cuenta, cuando sueña o recuerda en voz alta. Tiene el magnetismo de un líder, de alguien que te dice: el camino es por allá y vos lo seguís. No es casual que además sea tan buen formador de equipos y de profesionales, le gusta hacer escuela. Hace escuela. 

En Testosterona volvió a poner el cuerpo y a jugar con los límites de los géneros y de la palabra. Dirigido por Lorena Vega, otra visionaria, propone, una vez más, tomar su propia vida como material para la disección artística. Pero el guepardo no se queda quieto. Corre más rápido que nadie con sus funciones a Europa y a Latinoamérica y al mismo tiempo hace nacer un podcast con su voz: en Lo real real, crónicas del estado emocional argentino, Cristian Alarcón vuelve al entramado que lo estimula: leer el presente argentino desde el cruce entre sociedad, política, economía y cultura, a partir de los datos pero bajo el prisma de las emociones humanas. 

“Este momento del mundo parece extraño y oscuro. Es un mundo acelerado y de un dinamismo extremo”, dice Cristian en el comienzo del primer episodio, que puede escucharse en Spotify y en Youtube. Luego dirá que aunque el presente parece un mundo imposible de cambiar, en el que impera el individualismo y para el que las categorías que utilizábamos en los análisis ya no funcionan, hay algo bueno aún: “estamos llenos de inquietudes y este tiempo se merece que lo exploremos, que lo interroguemos”. Para eso propone volver a salir a la calle y “habitar las historias para poder contarlas”. Y propone algo más: “pensar en acto”, “pensar desde el sonido” y volver a la crónica desde otros ángulos.

En eso de habitar historias, de ponerles el cuerpo para después narrarlas, está Cristian por estos días, en un regreso al periodismo más clásico, algo que finalmente es hoy verdaderamente contracultural. El guepardo transmite serenidad, pero ya no nos engaña: todos sabemos que, mientras explora e interroga el mundo de hoy, está tomando impulso para la próxima carrera.

SEGUÍ CONTAGIANDO POTENCIA DE TRABAJO CON ALEGRÍA Y HERMOSURA

Por Selva Almada 

Selva una de las referentes de la literatura latinoamericana. Su último libro es Los inocentes, cuentos dirigidos al público juvenil. Selva, que es entrerriana, vive parte su tiempo en un bosque de álamos entre Buenos Aires y La Plata. En ese paraíso, con jardines más ingleses que litoraleños Cristian tiene su lengua de tierra. Los une la literatura, la trayectoria migrante y ese espacio que es, casi, de convivencia colectiva. Muchas mañanas (y noches) escriben cada uno desde sus teclados, con todo ese universo natural, cultural y afectivo de por medio. 

Todos y todas aquí conocemos a Cristian, su larga trayectoria (no porque sea un señor mayor sino porque empezó muy joven) como periodista a secas primero, derivando naturalmente hacia la crónica porque Cristian es, además, un gran escritor y esa deriva era inevitable. Es posible que todos aquí hayamos leído su primer libro, maravilloso e impactante, Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, que le dio un revolcón a la crónica latinoamericana y se convirtió enseguida en un referente. En este libro y en el siguiente, Si me querés quererme transa, peló una pluma filosa y al mismo tiempo amorosa con las personas/personajes que fueron el centro de esos relatos. La investigación hasta las últimas consecuencias, las patas en el barro, pero una manera delicada, literaria, de narrarlo. Así como su primera deriva de periodista a cronista era, como dije, inevitable también lo fue la próxima: convertirse en un novelista, en el escritor de El tercer paraíso, una novela que otra vez viene a dar un giro: una autoficción que se corre del yo para narrar una familia, en el contexto de la historia reciente de Argentina y de Chile, un nosotros y también un jardín: quizá la manera más hermosa y poética de salirse de uno mismo sea hacer un jardín, entregarse a su cuidado, atender su fragilidad, dejarse atravesar por su belleza. Claro que las derivas de Cristian no podían terminar aquí. Y volvió sobre sí mismo, no como centro yoico de un relato, si no convertido en su propio objeto de estudio y con él de la tragedia personal de muchos y de muchas intervenidos por la ciencia para intentar hacer de ellos, otra cosa, y puso su cuerpo ahí, a la vista de todos, en un escenario con Testosterona.

Admiro de él su gran capacidad de trabajo, el talento de formar equipos increíbles en todos los proyectos que ha inventado y dirigido, como Anfibia, por ejemplo. Pero también y sobre todo el don de contagiar esa potencia de trabajo y hacerlo con alegría y hermosura. Allí donde está Cristian siempre hay una fiesta que no deja nunca a nadie afuera: gracias por eso también, amigo.

NO DEJES DE VIAJAR CON OTROS  

Por Mario Greco

Mario es sociólogo, secretario de Cultura, Comunidad y Territorio de la UNSAM y director ejecutivo de Revista Anfibia. Conoció personalmente a Cristian Alarcón hace muchos años en la terraza del departamento de un amigo. Luego de un gran asado y varios vinos, comenzaron a pergeñar un proyecto de intersección entre académicos y cronistas… se iniciaba el proyecto “Revista Anfibia”. Hoy son grandes socios y aliados que, como debe ser, se aman, se pelean, se vuelven a amar.

Este es un texto no editado, no pasó por el trabajo obsesivo de los alquimistas de las palabras y las frases de Revista Anfibia y evitó las seguras sugerencias del propio Cristian si se lo hubiese compartido. Primer mojón de esta micro laudatio, primer elogio a Cristian Alarcón, un amigo y compañero de proyectos, prestidigitador de lenguajes.

En El placer del texto Barthes sostenía una distinción entre texto de placer y texto de gozo. Hace un par de años que algunos libros me han llevado cerca de lo que el semiólogo llama textos de gozo, textos y escrituras que  sorprenden, descolocan, rompen códigos y cambian nuestra posición subjetiva de lectores. Libros de factura y géneros diversos, pero atravesados por un hilo conductor, un suelo sensible común: se trata de Regreso a Reims de Didier Eribon, El tercer paraíso de Alarcón y La inquietud del pensamiento de Franco Cassano (libro recientemente editado).

Comienzo por traerles unos versos de un poema que se llama Hormonas (de Cristian) que publicaramos en el volumen “Cuerpo” de Anfibia Papel:

“No quería tener ese cuerpo.

Vivía lejos de los juegos infantiles

Me la pasaba en los libros

Rechazaba la vil materia

que me confirmaba ese mundo

al que yo pertenecía,

del que debía irme”

Un evidente antecedente de la extraordinaria investigación que devino periodismo performático y obra de teatro luego (me refiero a Testosterona con la dirección de nuestra amada Lorena Vega)

Pero no voy a detenerme en esta articulación conceptual  implícita (incluso la que lo pone en una secuencia posible con el Eribon  de las “Reflexiones sobre la cuestión gay” sino sobre la idea de partir, de emigrar. Esa pulsión que tan bien despliega en su libro Volver a Reims.

De la Union en Chile a Rio Negro en la Patagonia argentina, y de allí a la ciudad universitaria de La Plata que a fines de los 80 todavía no se reponía de la devastación de la dictadura. Y luego estacionándose en la ciudad de Buenos Aires, siempre en el sur, allí donde la fundó Garay, donde aún resiste vapuleada una memoria del origen. Desde allí a un hinterland de la urbe de las diagonales para una exploración botánica en un edén posible. Para inaugurar los viajes cotidianos entres sures. Un palacio en la urbe donde como el Baudelaire parisino de Benjamin se puede deambular sin parar, para luego llegar al sosiego del reposo de la casa en barrio de quintas.

Todos esos viajes son experiencias densas y constitutivas, sin los que no se puede entender ni esta ni ninguna vida como la de Cristian. Son momentos de cruce entre biografía e historia social, casos luminosos para la analítica sociológica por lo paradigmáticos y pero también por lo irrepetibles.

Dice Franco Cassano en La inquietud del pensamiento: “Viajar es volar hacia el otro, convertirse en el otro, desaparecer por un instante de la propia vida mirándose desde afuera, con los ojos de otro. No sólo con aquellos, en esta época del turismo intelectual, de un tuareg o de un santón tibetano, sino con los de un famoso, de un enemigo, de quien detestás y que te odian y que, tal vez tengan una excusa seria para hacerlo. El gran escritor conoce más “otros” que el antropólogo, porque gracias a la fantasía logra hacer más ejercicios espirituales, se proyecta en los otros más diversos, en las tribus lejanas y en los maníacos de la puerta de al lado, en una mujer de hace mil años y en un androide del futuro”.

Cuantos viajes hay en Cristian Alarcón, ¿quiénes viajan con Cristian Alarcón? Viaja el amor por la palabra, esa pulsión tan chilena, tan de un país de poetas… y luego viaja con él,  el inventor de artefactos industriales que piensa una empresa nueva cada vez, (el viejo Alarcón que se sumerge sin problemas en los más diversos proyectos), viaja un joven maestro de cronistas para devorarse las ciudades latinoamericanas del mundo y viaja la obstinación por comprender lo nuevo, un iluminati en el siglo XXI, viaje el niño ñoño que no se permite sino leerlo todo ante cada clase … y viaja de la mano del encuentro con un país de castillos peronistas, en un cruce de Parra y Walsh que va a parir una variante de la narrativa que se hará texto universitario, viaje a tientas  que fue academia en el periodismo y periodismo en la academia, viaje hacia la anfibiedad. 

Cassano llama a esto pagar el costo de la inquietud que no se calma. Animarse a tomar la palabra y abonar la cuenta de ese acto.

Podría resultar inevitable que un perfil de quien hoy es distinguido como personalidad destacada de la cultura de la ciudad de Buenos Aires, inlcuya un recorrido por los hitos biográficos que funcionan como faros de esa “distinción”, se los dejo para que vuelvan a Wiki o al chat gpt para ver una biografía que conjuga premios, periodismo de vanguardia, libros exitosos, y muchos proyectos que llevan su marca.

Cito un pasaje de Los bárbaros de Alessandro Baricco (comentario):

“Los humanos viven, y para ellos el oxígeno que garantiza su no muerte viene dado por el acontecer de experiencias. Hace mucho tiempo, Benjamin, de nuevo él, nos enseñó que adquirir experiencias, es una posibilidad que puede incluso llegar a no darse. No se nos da de forma automática, con el equipaje de la vida biológica. La experiencia es un paso fuerte de la vida cotidiana: un lugar donde la percepción de lo real cuaja en piedra miiar, en recuerdo y en relato. Es el momento en el que el ser humano toma posesión de su reino. Por un momento es dueño, y no siervo. Adquirir experiencia de algo significa salvarse. No está dicho que siempre vaya a ser posible”.

En tiempos de reconfiguración vertiginosa de eso que Baricco llama la posibilidad de una experiencia, hoy rendimos homenaje a quien condensa en su recorrido una tradición a la que nos invita a no renunciar. Una tradición que es parte sustantiva del reconocimiento que se le entrega. Propuesta de abandonar el surfeo cómodo y profundizar, dejar huella, abrir las cabezas, desear…

Termino leyéndoles un poema que amo de Nicanor Parra que se llama Solo de piano:

Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia,
Un poco de espuma que brilla en el interior de un vaso;
Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan:
No son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo;
Ya que nosotros mismos no somos más que seres
(Como el dios mismo no es otra cosa que dios)
Ya que no hablamos para ser escuchados
Sino que para que los demás hablen
Y el eco es anterior a las voces que lo producen,
Ya que ni siquiera tenemos el consuelo de un caos
En el jardín que bosteza y que se llena de aire,
Un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir
Para poder resucitar después tranquilamente
Cuando se ha usado en exceso de la mujer;
Ya que también existe un cielo en el infierno,
Dejad que yo también haga algunas cosas:

Yo quiero hacer un ruido con los pies
Y quiero que mi alma encuentre su cuerpo.

POR MÁS TERRITORIOS Y BRÚJULAS, CRÓNICAS Y RUTAS

Por Flavio Rapisardi

Flavio es Doctor en Comunicación, docente en la Facultad de Comunicación de la Universidad Nacional de La Plata. Coautor del libro Fiestas, Baños y Exilios. Los gays porteños en la última dictadura. Es referente en estudios de género, pionero en la militancia por los derechos LGTB. En los 90 fue vicepresidente de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Con Cristian se conocen desde entonces, y supieron ser anfitriones de eternas trasnoches queer en un living de Barrio Norte. Dicen que su traducción de Judith Butler en los noventa fue la primera inspiración teórica de Alarcón. 

Tratar de contar una vida en cuatro minutos es tarea imposible. Cristian Alarcón era el nombre con el que lo conocí en los años 90, y luego de estar juntos un año comenzó a usar el “Casanova”. Iluso de mi que lo creí un gesto de reconocimiento de filiación. Nuestra maestra y querida amiga Silvia Delfino, en una charla de café en Buenos Aires de los años 90, mientras yo moqueaba alguna cuita afectiva que se la endilgaba a él, estalló “Pero sobrino, con ese signifciante “Casanova” que esperabas ¿Casa, jardín y delantal?”. Me sentí Susanita y no paramos de reírnos.

Eran años difíciles como estos, en los que un discurso conservador y berreta pretendía ser la narrativa única y posible, épocas en que la gramática político cultural se hacía más compleja y Cristian, desde Página 12, era uno de sus mejores cronistas. Mientras la segunda ola neoliberal escondía bajo la alfombra la pobreza que producía, desafiliaba a trabajadores de sus modos de vida y organización, la crisis estallaba y hacía síntomas diversos como las transformaciones de los códigos del delito, los movimientos de desocupados, las luchas LGBT y feministas, el surgimiento de nuevos espacios de resistencia juvenil y modos de vida urbano.

Y en esa realidad Cristian buceó con el poder no solo de la buena crónica, sino también con la crítica cultural, el análisis político y una etnografía de primera persona. Esas “armas de la crítica” las vi templarse en un espacio al que por ubicación geográfica llamamos “el grupo Viamonte” de esta Ciudad de Buenos Aires. En nuestra juventud de los años 90, en el living de un clásico departamento porteño de 6 ambientes se cruzaron la militancia de HIJOS, de las travestis y las trans, militantes feministas, trabajadoras sexuales e intelectuales. En una misma mesa cenaban la militante trans Lohana Berkins, la Gata Rominita de Palermo, el politólogo Atilio Borón, la feminista italiana Paola Di Cori, el crítico cultural estadounidense James Green y nuestra maestra, Silvia Delfino, pionera de los estudios culturales en Argentina.

Las charlas se hacían largas. La cultura argentina era leída en distintas claves en las que represión policial, la pobreza y las marginalidades se mezclaban con la literatura, el cine, los estudios culturales y el psicoanálisis. Pero ningún devaneo intelectual impidió que en casi todas las reuniones Cristian no cerrara la velada con el correr de lugar las mesas para hacer espacio a meneos de cumbia o música electrónica, fuera día de semana o sábado inglés.

Mientras la derecha en el gobierno avanzaba con su faena de desposesión y los movimientos populares anhelaban en una melancolía paralizante un sujeto político que ya no volvería, surgían en la sociedad argentina nuevos sectores en conflicto que portaban en sí mucho más que reivindicaciones particulares. Como supo decir Carlos Jauregui, “El el origen de nuestra lucha está el deseo de todas la libertades”. La hora del “hombre nuevo” había llegado a su ocaso por el surgimiento de mujeres, trans, jóvenes y desocupados nuevos que tuvieron en la crónica de Cristian un lugar privilegiado.

Claro que su escritura se forjó antes de esos mitines, mezcla prodigiosa de Derrida, Foucault, La Nueva Luna y Gilda. Cristián fogueó allí sus lecturas y  su paso por la FPyCS de la UNLP poniéndoles cuerpo, el suyo, con el que caminó villas, discotecas, universidades, oficinas de gobierno, hoteles, manifestaciones. Y en este recorrido universitario hubo una posta que marcó un antes y un después: la desaparición en democracia de Miguel Bru ante la que con sus compañeros/as de entonces dieron batalla pidiendo justicia. Y hoy volvemos a preguntar ¿Dónde está Miguel?

A partir de ese momento aula y calle, libro y bandera, estudio y reunión política fueron el suelo de la formación que  eligió. Y ahí forjó ese modo de leer y de escribir en los que el punto de vista evita todo pretendido centro, riéndose de todo intento de ingenuidad en la que, al no convertir a los victimarios en almas bellas, le permitió siempre como acto de justicia denunciar mafias, crápulas varios y a prácticas estatales de aniquilamiento. Sus textos sobre los “comandos de la muerte” de la “maldita policía” no fueron escritos en la calidez del estudio, que en el viejo departamento daba hacia la calle Viamonte, sino en distintos territorios donde sufrió aprietes y amenazas.

Sus crónicas nunca buscaron ser moneda de cambio, sino intervenciones de escritura con pretensión de verdad y justicia, que como bien escribió en uno de sus libros “siempre están en las calles”. Sus obras “Cuando me muera quiero que me toquen cumbia” y “Si me querés, quereme transa” son dos textos que conocemos y sobre los que mucho y muy bien se reseñó. Solo puedo sumar que en su escritura se puede leer que nunca jugó a ser ajeno a las tramas, nunca fue un observador lejano mediado por la letra. Cristián está no solo en la narrativa en primera persona, sino en cada pliegue de esas historias en las que se tejen dolor, injusticia y también esperanzas y sentimientos de los que fue parte junto con los personajes, muchos de los cuales hoy comparten su vida.

Vida que cambia como los tiempos y que nos pone en disyuntivas históricas. En momentos en que el Poder Judicial de nuestro país se aliaba, degradándose, a las nuevas internacionales reaccionarias del LAWFARE, no dudó de ponerse al frente de una de las iniciativas, INFOJUS, con la que se intentó democratizar ese Poder del Estado que sigue siendo hoy una rémora monárquica que encarcela de formas amañadas y juega siempre a ser un barco ladeado para el lado de los poderosos y las corporaciones. Hoy esta mafia tiene preses a dos compañeras: Milagro Sala y Cristina Fernández de Kirchner.

En esa época, su libro “Un mar de castillos peronistas” fue un homenaje una invitación, sin temor a tomar posición, a pensar la coyuntura bajo un conjunto de metáforas festivas de conquistas que se amasaron en ese antiguo living de Viamonte y que en los 2000 fueron sancionadas como leyes.  

También en esa época las revistas digitales “Cosecha Roja” y “Anfibia” se posicionaban como nuevos lugares de producción que desafiaban los modos simplistas de pensar la cultura Argentina en una dimensión no solo de crítica sino de reflexión. Y es en ese camino de “volver sobre si” en clave narrativa parió esa maravillosa novela “El tercer paraíso” donde se rastrea los devenires migrantes de una familia chilena corrida por la injusticia económica y política de pinochetismo. En ese camino recreado como “paraíso” agarró el valor para abrir su obra “Testosterona”. Y digo abrir porque ese texto y esa performance surgen como un develar zonas del pasado intencionadamente nubladas por mandatos culturales que condenan a lo “no macho” a la abyección y que hoy se celebra como ideología gubernamental.

Todo este recorrido no es externo a Cristian, es Cristian mismo, ese pibe que entró por la Patagonia, siguió por La Plata y terminó en esta Ciudad de Buenos Aires que jamás fue ni podrá serle extranjera, porque esta Ciudad y este país forjaron su obras que como texto e historia, como descripción y manual de operaciones, como aseveración y canto de lucha. Y es por eso que en tu novela nos decís, cito:

"¿Con qué he de irme? ¿Nada dejaré en pos de mí sobre la tierra? ¿Cómo ha de actuar mi corazón? ¿Acaso en vano venimos a vivir sobre la tierra? Dejemos al menos flores. Dejemos al menos cantos"  

Gracias Cristian, merecido reconocimiento, porque tus historias nos siguen dando territorios y brújulas, crónicas y rutas. En suma territorios para muchos floreceres y ecos para muchas canciones que nunca dejarán de recorrer tiempos y espacios persiguiendo el amor que salva y la justicia que falta.