Adolescencia trans


No sé cómo seré en el futuro

La transición de les hijes interpeló a algunas madres desde lugares diferentes, sobre todo afectivamente. Y lo vivieron sin sobreadaptación: a algunas todavía les cuesta nombrarles o aceptar que, en plena efervescencia del feminismo, las chicas elijan ser chicos. Para les adolescentes, dice la psicoanalista Miriam Maidana, el cambio es natural, siempre y cuando tengan algún contacto con la ley de Educación Sexual Integral.

 

 

Un trabajo en colaboración con la psicóloga Valeria Cortina

Dice Kit que lxs adultxs problematizamos todo. Ella conoció a Tomás cuando aún era una chica. Transicionó a los 14 años. Y comenzaron a llamarlo Tomás. Así con otros cuatro compañeros del colegio al que asiste. Y ella ¿pensó alguna vez en transicionar? “Cuando era más chica me cuestioné si quería ser mujer porque no soportaba a mis compañeras de colegio, mis amigos eran varones, me gustaba más Dragon Ball que Casi Angeles. Pero estoy contenta con ser chica: a veces me dan ganas y me pongo un gorro y un sweater enorme y me confunden con Juani de 100 días para enamorarse. Otros días me gusta usar shorts y escote, no es problemático. Pero me defino como chica. En un tiempo no lo sé”. Kit y algunxs de sus compañerxs dicen: “Somos todos bisexuales, por eso no importa tanto. Definirse sexualmente es un problema de gente mayor, no nuestro”.

Interesante: a Freud casi lo queman en la hoguera por atribuirle a lxs niñxs una sexualidad, por definir la sexualidad como perversa y por problematizar la pareja heterosexual. Escribió en 1915: “En un sentido psicoanalítico, el interés sexual exclusivo del hombre por la mujer constituye también un problema, y no algo natural”.

Kit y sus amigxs no estudiaron aún a Freud. Tienen entre 12 y 17 años. Crecieron con un dinosaurio empepado que se transformaba en enorme y les daba consejos, viendo a un niño que odiaba el brócoli y que tenía dos padrinos mágicos que le hablaban simultáneamente: uno bueno y uno malo, con una esponja en pareja con una estrella de mar, con una novela que lxs dividía en “divinas” y “populares”, con fiestas infantiles donde bailaban “el meneaito” y el pollito pío. Son la generación que no usó el celular a los dos años, que usó netbooks a los ocho, que iba al cine a ver películas infantiles, que compraba DVD truchos de Los Simpsons. Actualmente tienen un montón de fetiches pero hay tres que destacan: el pelo teñido de colores, los piercings y el programa RuPaul's drag race. “100 días para enamorarse es novela, lo mira mi vieja, nosotrxs vemos Netflix y después comentamos cada capítulo”.

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Las chicas dan batallas por llevar shorts al colegio, todxs usan las mismas zapatillas y tienen posgrados en patologías diversas: autolesiones, trastornos alimentarios y ma-padres “adolescentizados”. Se emborrachan con Doctor Lemon y vodka, si no hay plata toman “fantino” (vino+fanta) pero casi nada de fernet: muy caro, muy fuerte. Se dividen en tribus que conviven armónicamente: k-popers, otakus, freakis, darks. Odian estudiar, hablan de feminismo y cuando algunx de sus ma-padres son reaccionarios los califican de “celeste o provida”. “Es lo peor que te pueden decir”, dice Alexis. “¿Sabías que en nuestro colegio hay una sola chica celeste?”. Le pregunto si le hablan, si tiene amigxs: “¡Pocos! Es alguien que está a favor de la muerte, ¿entendés?”.

Hace pocos meses –el 18 de junio de 2018- la OMS anticipó que la transexualidad no aparecerá en la nueva edición de su lista de trastornos mentales. Sí va a quedar incluida dentro de la lista de “condiciones de salud sexual”, de otra manera no podrían incluirse los tratamientos médicos que muchxs personas solicitan para su reasignación de identidad.

El 6 de agosto lxs alumnxs de un colegio técnico de CABA se enteraron por las autoridades que su compañero M., varón trans de 14 años, se había suicidado. Muchxs conocían su historia de autolesiones y depresiones varias. Pidieron al colegio realizar una jornada de concientización: no lxs autorizaron. En una carta denunciaron que el año pasado habían hablado con el gabinete psicopedagógico del colegio para comentarles su preocupación por lo que le estaba pasando a M. Nadie intervino.

Pregunto a un grupo de adolescentes qué es ser trans: “Es como que un día te empezas a dar cuenta que no sos como te ves corporalmente, biológicamente, y empezás a pensar qué sos y qué querés ser. Y en eso vas vistiéndote distinto, te cambias el nombre, y así”.

Pregunto a otro grupo de adolescentes qué es ser trans: “¿Qué?”. “Si un pibe se viste de mujer es travaaaaa”.

¿La diferencia? El primer grupo tuvo talleres y capacitaciones en ESI (Educación Sexual Integral) desde primer año.

El segundo grupo asiste a colegios religiosos. De eso no se habla.

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El 9 de mayo de 2012 Argentina sancionó la Ley 26.743 de Identidad de género, a la que define como “la vivencia del género tal como cada persona la siente, corresponda o no con el sexo asignado en el nacimiento”. Es la primera en el mundo que no patologiza la condición trans y contempla que niños, niñas y adolescentes puedan cambiar su nombre en el DNI con la aprobación de “sus padres o tutores”. En caso de que estos se opongan, podrán recurrir a justicia por medio de un abogado. Este punto lo defendió Lohana Berkins: “La razón es que el travestismo se asume entre los 8 y los 13, y muchas veces esos chicos o adolescentes son expulsados de sus casas por sus padres, por lo que nunca conseguirían ese aval”.

Niñxs y adolescentes pueden acceder a operaciones sólo con autorización de un juez.

Según datos oficiales, 103 cambiaron su DNI en función de su autopercepción: 6 en 2012, 15 en 2013, 11 en 2014, 5 en 2015, 16 en 2016, 30 en 2017 y 20 hasta el 20 de julio de 2018.

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Dalia es militante feminista, anarquista, emprendedora y está atravesando, acompañando, viviendo con él, la transición de Manu: “Los relatos previos de identidades trans que tenemos son las historias de Lohana y de Gabriela Mansilla y su hija, es decir, historias de personas que se identifican desde la niñez. Y lo que estamos viviendo muchas familias es el desconcierto de haber vivido durante años con una chica cis, con un chico cis. No el desconcierto de no haber percibido algo, porque yo pelotuda no soy, sino de haber convivido con una chica cis hasta que un día decide otra cosa. No tenemos papeles frente a esto, entonces decimos ¿cómo? Si yo no lo ví. Me parece que estamos andando un nuevo camino”.

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Es una generación que un día comenzó a pensarse de otra manera. No son chicxs que siempre se autopercibieron en un cuerpo equivocado, sino adolescentes que comenzaron a preguntarse por su identidad. De ahí la importancia del entorno que acompaña, sostiene o rechaza el cambio: la familia, la escuela, lxs amigxs, lxs amores.

Alicia tiene 40 años, es profesional y su único hijo está inscripto en el DNI como Carolina. Hace seis meses llegó a su casa con el cabello cortito: “Ahora me llamo Joaquín, ma”.

Joaquín tiene 13 y está en primer año. Fueron juntos con el novio de él a la marcha por el derecho al aborto, aunque ella sigue hablando de él como Carolina: “Me rompí la cabeza cuando me vino con ese planteo. Al padre lo debe haber visto seis veces en su vida, pero ha tenido abuelos y tíos muy presentes. Una amiga me decía que la cambie de colegio, que seguro estaba copiando –hay 5 varones trans, 3 de ellos en primer año- pero no sé, no la reconozco. Luego de una guerra de varios días –con bombachas y corpiños hechos trizas a tijeretazos por ejemplo- la llevé a merendar y le dije que yo necesitaba tiempo. Yo parí una hija, le elegí un nombre, estaba criando una niña. ¿Ella ahora quiere ser él? Respeto eso, pero no voy a impostar por hacerme la progre: estoy triste. Así que por ahora la sigo llamando Caro, aunque le doy la plata para que se compre los boxers”.

Franco fue el primer novio de Max: “Al principio de la relación con Max era claro que no se sentía muy cómodo con su género. Y llegó un punto en que me dijo que quería cambiar de género y lo acepté, lo tomé a bien, no lo juzgué. Tuvimos una relación bastante sana en términos aceptables, él continúa teniendo problemas con su familia porque no lo aceptan. Sufre mucho, se deprime, pero tratamos de apoyarlo, de animarlo. El tiene que ser quien siente que es, aunque a muchas personas les cueste entenderlo”.

Le pregunto a Martín por el comienzo de su relación con Alex: ¿sabía que era varón trans? “A mí me gustaba mucho, le decía ‘qué lindo que sos’ cuando andaba por el patio del colegio, pero no me daba bola. Yo era medio gato, lo reconozco. Venía de un noviazgo largo y conflictivo con una chica que se cortaba y tenía trastornos alimentarios, y yo había pasado por lo mismo así que la ayudaba pero vivíamos en conflicto. Después de ella no quería nada serio hasta que lo ví a Alex. Le empecé a preguntar a algunxs compañerxs por él y una me dijo: ‘¿No te diste cuenta? Alex es trans’”.

¿Le habían gustado previamente varones cis? “Bueno, me había comido a un par pero siempre en fiestas, algo tomados”. ¿Les contó a sus padres que sale con un varón trans? “Sí, mi vieja no tuvo problemas, con mi papá tengo una relación más conflictiva y se lo conté cuando estaba medio en pedo pero no lo llevaría a su casa porque ya hemos peleado mucho por su transfobia y homofobia. Cuando era más chico le conté que me gustaba un chico y me dijo de todo: ‘¿Vas a besar a alguien que tenga barba?’. Así que la comprensión y mi papá... (risas)”.

Ubiquemos términos, pues: una cosa es el sexo biológico, otra muy diferente la identidad de género.

Kit lo dijo tajante: “Si Tomás se siente Tomás, entonces para mí es Tomás”.

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Todxs coinciden en que para lxs autoridades escolares y el cuerpo docente el tema no es simple, no es una generación adolescente sumisa. Tras discusiones, petitorios, comisiones de género en varios colegios lograron que en las listas de profesorxs chicos trans sean anotadxs con el nombre elegido por ellxs, no así en el boletín y otros documentos oficiales: allí es obligatorio que el nombre coincida con el DNI.

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Lucía, profesora de gimnasia de chicas de primer y segundo año, ofertó a dos alumnos varones trans cambiar de grupo y asistir al de varones: Tomás no aceptó. “Tengo mis amigas ahí, no quiero cambiar”.

La figurita difícil es el baño: por ahora en los secundarios siguen divididos en nenas y nenes.

En colegios menos abiertos a las transiciones, generalmente ma-padres son citados y se les oferta gentilmente que cambien a su hijx de institución: la novela 100 días para enamorarse tiene mucho rating, pero no penetró aún en estructuras arcaicas.

En una época de empoderamiento del movimiento de mujeres y los feminismos, por qué tantas chicas se autoperciben y quieren ser varones. Conversamos de esto con Dalia: “Yo le pregunté a Manu ‘¿vos qué pensabas, cómo empezaste a pensar esta posibilidad?’ y me dijo a partir de la ESI, una ESI que no tienen, que se autoconstruyen todo el tiempo, pero es como un afuera que les dice ‘es posible que yo decida ser lo que quiero ser’”.

“Hay dos cosas que me tranquilizan, que me hacen sentir cómoda: la primera es que es parte de un momento social, siento que lo puedo compartir. La segunda es que uno de mis miedos era perder a mi única aliada, mi cumpa. O sea: en una familia con un hijo varón y un compañero, otra de las pérdidas que yo sentía es la de mi cumpa. En la cartita que dejó aclaraba que esto no era un retroceso en sus ideas feministas, pero yo tenía miedo de tener un chongo en casa. Y lo que veo es que estos chicos trans están planteando una nueva masculinidad, no están tan interesados en la hormonización, arman parejas entre elles o con chicos. Hay más diversidad de la que nosotras podíamos imaginar sobre el universo trans, que era como una réplica de nuestro binarismo”.

El hije de Dalia no pudo sentarse con sus ma-padres: les escribió una carta. La primera palabra que escribió fue “Pum”. Luego agregó: “Soy trans”. Dalia recuerda que lloró noches enteras, que la hizo feliz que su hijx decidiera no hormonarse –en su familia el concepto de salud es importante- y la acompañó a comprar su primer binder, una faja o camiseta para aplastar los pechos. Consiguió también que siga la indicación médica y no lo use más de ocho horas. Porque la reacción de rechazo por completo a la autopercepción de género por parte del círculo cercano trae un problema: el mercado negro. Hormonización, binders, operaciones clandestinas.

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Alicia aún no despide a Carolina, aunque ahora él le mande mensajes como Joaquín. Recuerda que hace poco vieron juntxs Boys don't cry, la película donde el personaje se faja cada día para ocultar los pechos. Cuando le preguntó si lo hacía, Joaquín lloró de risa: “Mamá, ¡soy una tabla!”.

Esto no es un dato menor: dos mujeres, madres por elección y no por mandato, hablan de la transformación de sus hijas, de su devenir de género con dolor. No niegan la pérdida, ni su reacción frente a una situación para la que no estaban preparadas. En el caso de Dalia, sí confrontó a su hijo: “¿Y a tu hermano no pensás decirle? Fue todo un arte como lo esquivó, hasta que un día él lo llamó Manu. Ahí fui por más: ¿y les abueles? Ah, no, me dijo, les abueles no”.

Hace poco, un adolescente de 15 años de un colegio católico escribió en su Instagram: “Hola, soy S. y quería contarles a todxs que soy gay”. Había estado de novio con una chica durante primer y segundo año. Un día se hartó y lo contó. Otro día, una chica de 14 de otro colegio religioso quedó embarazada. Las autoridades consideraron hacer una reunión de ma-padres y juntaron a la numerosa asistencia en el salón de actos. Emiliano, que tiene un hijo de 15, contó: “Llevábamos un montón de tiempo escuchando y debatiendo si los padres autorizamos que les pasen una película de educación sexual a pibes de secundaria. Yo me paré y dije: ‘¿Por qué no les enseñan cómo ponerse un forro? ¿Saben que la mayoría no lo usan bien, se les sale o se les rompe?’. Te estoy hablando de julio de 2018, ¿me entendés? Fue un griterío pero yo ya estaba montado y hablé nuevamente: ‘Okey, entonces vamos preparando cochecitos de bebés y visitas a médicos por enfermedades de transmisión sexual’. A la semana siguiente me dice F.: ‘¿Sabés pa que la de biología trajo una banana y nos mostró cómo se pone bien un forro?’”. F. tiene 15, aún no debutó, pero...

Es decir: mientras alumnxs de 15 no son considerados aptos para obtener información sexual, otros libran batallas por cambios de nombres, aspectos y derechos. Esto ocurre en seis colegios porteños en un radio de 20 cuadras.

En el documento ¿Hablamos de ESI? de UNFPA –Fondo de Población de Naciones Unidas dice:La educación Sexual Integral es un derecho de niños, niñas y adolescentes pero es también una política educativa imprescindible para que ell@s puedan desarrollarse con afectividad, libre de estereotipos de género, cuidando su cuerpo y su salud, y respetando la diversidad que alberga a todas las personas. UNFPA acompaña apoya la implementación de la Educación Sexual Integral mediante el acompañamiento al Programa ESI que capacita a docentes y estudiantes de profesorado de los tres niveles y directiv@s de escuelas de todo el país, para que la ESI llegue a las 45 mil escuelas de la Argentina”.

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Franco viene de una familia compleja: “Siempre viví en una familia de mente cerrada y quise cambiar eso, quise que me viesen igual si soy hombre, mujer, mujer cis, hombre cis. Sí me han gustado chicos cis y no le veo ninguna diferencia a estar en una relación con una mujer u hombre. Así que me siento de la misma manera estando con ambos sexos, me siento igual de cómodo, estoy bien como estoy ahora, tengo una mente abierta. El día de mañana me puede gustar un chico cis, una chica trans, en fin, veremos”.

Muchxs ma-padres envían a sus hijes a tratamientos psiquiátricos o psicológicos para que les “devuelvan” al que el DNI cruzó con una F o M. No los escuchan, ignoran los signos –generalmente autolesiones, aislamiento social, trastornos alimentarios severos, tristeza permanente, encierro. Dalia, por el contrario, confrontó su propio feminismo e ideología. Habló con amigas, abogadas, otras madres del colegio. Se transitó en su maternidad y aún lo hace: “Una de las cosas que yo pensaba al principio es si Manu quería ser varón o simplemente no quería ser mujer. No lo sé, tendré que vivir con esa duda, no puedo obligarla a ir al psicoanalista, no quiere. También pensé si no será un síntoma que tantas chicas tan chicas estén huyendo de ser mujer como un mecanismo de defensa frente a la violencia machista. Vos podés decirme ‘como si no hubiera violencia hacia lo trans’, pero no es lo mismo”.

Esa frase me queda retumbando: le pregunto a Martín y a Franco si se sintieron atacados alguna vez en la calle: NO. Les pregunto a Kit y a sus amigas si tuvieron episodios de agresión contra sus amigxs trans cuando van a la plaza o pasean por allí: NO.

No es la misma realidad en el conurbano. Sam, varón trans, fue corrido a pedradas por vecinos en su barriada de Florencio Varela. Abusado por una tía –le levantaba la remera y lo manoseaba cuando tenía 9 años y todavía era una nena-, a los 10 comenzó a cortarse el pelo muy corto, a usar ropa holgada, pantalones enormes y boxers. Su familia es numerosa y entre consumos problemáticos y violencia no le presta ninguna atención. No tuvo problemas en el colegio pero sí cuando se puso de novio con una chica a los 15. La familia de su novia aceptó la relación, pero no lxs vecinxs que comenzaron a gritarle –a Sam, no a su novia- y a asustarlo: cuando le tiraron piedras habló con el gabinete del colegio que le indicó que se mudara lo antes posible. Se fue a vivir a lo de una tía, en el Oeste bonaerense. La pasó horrible. La relación no sobrevivió la distancia.

Sam tiene una imagen fuerte, le importa que “el afuera” lo vea como “macho”. No es el caso de Tomás, Joaquín, Manu, Alex, Max: eligieron ser varones pero no lo fuerzan. Tomás se pone polleras cuando tiene ganas. Se pintan. Alex se dejó el pelo largo. Creo que les gusta la indefinición ante la mirada del otro. Juegan.

Kit me dice: “Nuestrxs amigxs varones no son sexistas, ni machistas. Ninguno hace gimnasia, ni tiene cuerpos importantes. ¡Somos adolescentes!”.

Unos días después, asisto a la siguiente escena: Franco consiguió plata y va a teñirse de rosa en casa de una amiga. Vienen dos amigos más, son cuatro. Lo decoloran, lo tiñen: queda muy bien. Se dedica a sacarse fotos para subir a Instagram. Gabriel y Aitor tocan la guitarra. Kit limpia lo que se ensució en el baño.

Les pregunto por las clases de patriarcado: ¿qué capítulo se saltearon?

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Como psicoanalista tengo en claro que la sexualidad no es biológica, sino un constructo subjetivo. Caso por caso. La identidad se relaciona con la identificación, y en la adolescencia lxs ma-padres debemos quedar hechos trizas frente a ídolos, amigxs, profesorxs, referentes.

Deben deconstruirse como niñxs, armarse entre cuerpos que disgustan y pulsiones que desbordan. Buscan. No lo viven como un juego, ciertamente: el rechazo del otro –la familia, los afectos- desarma. Varixs, muchxs, deben superar también a ma-padres feministas, deconstruidos, que han atravesado elecciones varias –entre ellas, tenerlos.

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Cité a Freud al principio –desde el texto 3 Ensayos para una teoría sexual (1915)– porque una cuestión es lo que ha escrito y otra lo que ciertxs psicoanalistas han impuesto. El psicoanálisis ha roto con una cuestión central: la de destino. Cada unx será lo que pueda, lo que desee, lo que su búsqueda conlleve. Esto fue planteado en 1900. Así, reivindico la aplicación del psicoanálisis con una mirada de género.

La adolescencia es una etapa de confusión y el futuro queda lejísimo, entonces es importante el acompañamiento aún desde el desconcierto, desde el duelo, desde el no saber cómo. El rechazo, la expulsión, la ausencia de mirada ante signos evidentes de malestar puede empujar al vacío.

Hice muchas entrevistas a madres pero elegí las de Dalia y Alicia porque la transición de sus hijes las interpeló desde lugares diferentes, sobre todo afectivamente. Me disgusta profundamente la sobreadaptación: te busqué, te pensé, te nombré y ahora vos cambias y listo: ¿destapamos una cerveza y brindamos?

En un curso de la carrera de Psicología Forense en la Facultad de Psicología de la UBA, el especialista en perfilación criminal Luis Disanto incorporó el tema transgénero a la cursada a partir de la experiencia de un amigo cercano cuyo hijo transicionó. El amigo y la pareja concurren a grupos de familias cuyos hijxs están tramitando su cambio de identidad. Quiero decir: nuestra generación y algunas anteriores y posteriores también estamos atravesados por la posibilidad de que alguien a quien queremos se repiense, se “transpiense”. Claramente esta posibilidad de autopercibirse ya no está solo limitada al sentir “haber nacido en un cuerpo equivocado”. Está más ligado, más conectado al acceso a los derechos, vía Ley 26.743, ESI, novelas, películas y música, literatura específica.

Tampoco es una lucha disruptiva, excepcional: en los 70 muchos adolescentes eran expulsadxs de sus familias por su militancia, en los 80 por llevar cresta o dejar la escuela para hacer una banda hardcore, en los 90 por descreer de la cultura del trabajo o del estudio. Cada generación ha tenido lo suyo en cuanto a rupturas y cambios. Las mujeres no vivimos la sexualidad de la misma manera pre y post píldora anticonceptiva.

Las identidades trans por fin han podido desprenderse solo de la imagen, pero en la adolescencia aún no podemos afirmar tajantemente lo que será. Lo dicen lxs chicxs: “No sé cómo seré en un futuro”.

Cierro con algo que dijo Dalia: “A mí lo que me decepcionaría es si hubiera decidido ser monja, militar, policía, garca. Tengo un hijo anticapitalista, tengo un hijo anarquista, feminista, bueno, decidió ser él. Igual esto te lo digo ahora que han pasado unos meses. Me llevó unos litros de llanto”.

Aunque no entendamos, aunque no aceptemos, estaría bueno poder agujerearse un poco y acompañar.

Cuando no hay destino, el cambio es una posibilidad.

En nosotrxs, en ellxs.