Coronavirus y neoliberalismo en Nueva York


La ilusión de vivir como siempre

La pandemia vuelve inverosímil el discurso mágico sobre las bondades del neoliberalismo. Pero lo más difícil hoy no es ver a Manhattan vacía de personas ni asimilar que se armó un hospital en el Central Park. Lo que sorprende es la ausencia de preguntas sobre cómo sacudir la precariedad de este modelo tan impregnado en las trayectorias de todes. La ideología cala tan hondo que el establishment vende que la vida seguirá igual, y hasta las comunidades más afectadas asumen que no hay otra vía posible y que esta crisis será una deuda más a pagar en cuotas.

Soy un epidemiólogo viviendo en el epicentro de una pandemia sin precedentes en el último siglo y transitando por lo que se avizora como una de las crisis sanitarias más grandes y disruptivas desde la segunda guerra mundial, con un colapso financiero que ya superó en números a la crisis de 1929. Aún más allá de los datos sobre cómo se desarrollará la curva epidemiológica, la tasa de letalidad del virus y demás indicadores, existe un marco político y social en el que me es imposible dejar de pensar en esta crisis y de manera nueva a partir de esta crisis. Al interés puramente científico (si es que eso existe) lo desborda la inquietud por entender el sinfín de efectos político-sociales. Acá eso está produciendo imágenes que chocan: en el país más rico del mundo, la epidemia revela falencias profundas y da la sensación de volver inverosímil lo que era sostenido por un discurso cuasi-mágico sobre las bonanzas de este sistema. Aun así, el mandato parece seguir siendo sostener a toda costa el leitmotiv norteamericano de “business as usual” (los negocios como todos los días). 

 

Los elementos para que Nueva York, la ciudad-joya del capitalismo financiero, se volviera el corazón de la pandemia estaban a la vista de todos: precariedad laboral, inseguridad alimentaria y de vivienda y un sistema de salud expulsivo. Las fronteras tácitas, marcadas por las diferencias de clases, también se hacen más nítidas: en el límite entre uno de los barrios más ricos (el Upper East Side) y uno de los más pobres, el Harlem Latino, se construye un hospital de campaña, en pleno Central Park. 

 

La pandemia se politizó porque se volvió inevitablemente un test del funcionamiento de los sistemas de salud en primer lugar, pero también por las implicancias de la falta de acceso a otros derechos y la obscenidad de un mundo corporativo gestionando cada aspecto cotidiano de las vidas. Esta crisis muestra aún más la imposibilidad de pensar estrictamente en una tecnocracia aséptica que quede a cargo de la cosa pública, porque su gestión neoliberal en tiempo real y a nivel global muestra cómo se exacerban las desigualdades de las vidas que son valoradas y las que no, pero sobre todo exhibe descarnadamente cuáles son los discursos científicos y políticos para aquellas que se proponen que sean sacrificadas.

 

Nueva York: cuando la peste llega a la jungla neoliberal

La situación es inédita, aún así llama la atención el empeño en que todo siga como si nada. Como si se pusiera en marcha un imperativo de que a pesar de todo nada puede alterarse definitivamente. O peor aún, que algo de lo que pasa puede asimilarse y compatibilizarse con mantener cierta normalidad. 

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La ciudad está vacía desde que se declaró la orden de “distanciamiento social” y el cierre de todos los negocios no esenciales. Sobre todo después de las 6 de la tarde, donde ya no se ven ni los que salen a hacer ejercicio o las compras. Quedan las personas sin hogar, que siempre fueron muchas pero ahora son aún más notorias en las calles inhóspitas. Para una megalópolis en la cual a ninguna hora falta gente, la sensación es surreal. Está todo mucho más callado, a excepción de las sirenas que se escuchan ir y venir, en una atmósfera que enrarece aún más las calles sin gente y los interiores en desvelo. Un adjetivo que se lee en muchas crónicas describiendo las imágenes de la ciudad es eerie: inquietante o espeluznante. Ahora, ambas sensaciones se experimentan a la vez.

 

Acá las protecciones laborales para la mayoría de los sectores son mínimas. En cuestión de días, quienes trabajaban en restaurantes, turismo y otras áreas de atención al público se quedaron sin trabajo. Altamente precarizadxs, todxs forman parte del grupo que se define paycheck-to-paycheck (de salario a salario), sin ningún tipo de ahorros, sin vivienda propia, con alquileres que representan el 40% o más de sus ingresos  y que tampoco tienen ningún acceso garantizado al sistema de salud.  

 

La posibilidad de recibir atención sanitaria en la mayoría de los casos implica costos incalculables e impagables. Con seguro médico o no, acercarse al sistema de salud siempre conlleva el riesgo de tener que pagar luego una cuenta de cientos a miles de dólares. La opción es clara: la salud a cambio de una deuda infinita. La atención médica llega tarde (si es que llega), y genera consecuencias financieras: los costos relacionados a la atención de la salud está entre las principales causas de bancarrota entre lxs estadounidenses. 

 

En el contexto de una pandemia con un virus que se expande rápidamente, y que pone en riesgo a una gran parte de la población, el gobernador del estado de Nueva York comenzó una campaña para ampliar la capacidad de atención del sistema de salud, reclamando al estado federal fondos y recursos claves como respiradores y equipamiento de protección para los trabajadores sanitarios. Una nota publicada en el New York Times que cuenta la experiencia de una periodista que acompaña por 72 horas a una médica en un hospital de Queens (el distrito más diverso, con mayor cantidad de migrantes en la ciudad) refleja el grado de precariedad en el que se encuentran tanto trabajadorxs como usuarixs del sistema. Se utilizan los barbijos hasta que no den más, los turnos laborales son extendidos al extremo y el miedo a contaminar a las familias hizo que muchxs de los trabajadores de la salud directamente no vuelvan a sus casas. La preocupación también crece al ver las cifras de la cantidad de trabajadorxs infectadxs y de casos fatales como ya hubo en España e Italia. Lxs usuarixs desbordan la capacidad de todas las salas: la de espera, la de internación y la de cuidados intensivos. También las morgues. 

 

La extrema derecha norteamericana, mientras tanto, intenta desde distintos frentes (medios conservadores, lobbies empresariales) continuar una campaña electoral en la que el discurso central es que es prioritario salvar la economía, aun a costa de que mueran “algunas” personas (cientos de miles probablemente) en un llamado a levantar las medidas de aislamiento impuestas en algunos distritos. 

 

Hay algo difícil de asimilar en medio de la exacerbación de la crisis: la necesidad de creer que todo puede seguir, que una vez que pase esta crisis se la pueda pensar como un glitch (un simple desperfecto) en un sistema remediado con un parche. Y no es solo el sistema político-corporativo del establishment que quiere vender esta idea que todo debiera seguir igual pasada la epidemia. Lo más preocupante es cómo esta ideología está impregnada en las personas que, en un ejercicio practicado durante toda sus vidas (a través de la pedagogía de sus deudas universitarias, hipotecarias, etc.), asumen las responsabilidades como estrictamente individuales sin pensar en la necesidad de un cambio radical y colectivo. Que la epidemia ponga en evidencia la crueldad de la lógica neoliberal del sistema político-corporativo no sorprende, la pregunta es: ¿cómo hacemos para movilizar una respuesta común y sacudir el aislamiento individualista que el modelo neoliberal impregna en las trayectorias de todes?

 

La circunstancias vuelven aún más relevantes las propuestas del candidato presidencial más progresista del espectro político norteamericano, Bernie Sanders, quien desde hace años promueve la creación de un sistema de salud unificado, el acceso a una renta universal y la condonación de la deuda de lxs universitarixs. Las opiniones de analistas de izquierda de las últimas derrotas de Bernie Sanders en las primarias frente al demócrata-conservador Joe Biden pusieron también sobre la mesa esta misma pregunta: ¿hasta qué punto la maquinaria neoliberal (su ideología, sus afectos, sus miedos) está asumida por la mayoría de la gente como la única viable o posible?

 

El virus como promesa de deuda futura

Todos los días me llegan mensajes de personas migrantes como yo, muchos sin seguro médico, preguntándome qué hacer en caso de tener síntomas. El miedo está en sentir la desprotección y la falta de interlocutores que puedan dar una respuesta sensata: el estado, los conglomerados médico-financieros-universitarios responden de una manera vaga, diciendo que hay más recursos, que se están tomando las medidas necesarias, pero sin asumir el rol central que tienen en esta crisis. La institución en la que trabajo envió un mail a todos diciendo que cualquier contacto con la prensa tiene que ser aprobado por la oficina de “comunicación y marketing”. Las demandas de algunxs alumnxs universitarios de posponer obligaciones académicas fue inicialmente contestada diciendo que se tenían en cuentas las circunstancias pero que se debía seguir adelante. Las alianzas en estos momentos de crisis se tejen entre otros migrantxs y minorías, aquellos que, pandemia presente o no, conviven y sufren diariamente las consecuencias de una sociedad constituida por una lógica corporativa de gestionar las vidas (las ajenas pero también las propias). Y algunxs aliades institucionales, de los cuales uno nunca sabe si responden más bien a una forma de mitigar los daños en la imagen corporativa más que realmente estar a la altura de pensar las fracturas sistémicas y trágicas que revela esta situación. 

 

Lo que se vaticina es que de esta crisis saldremos más endeudadxs. O más aún: que no hay manera de salvarse sin quedar más saturadxs de deuda para gestionar las vidas precarizadas, enfermas, contagiadas o débiles. La pandemia del SARS-Cov2/COVID19 (tal su nombre técnico) expone de manera desmedida las inequidades del sistema, la completa ausencia de un acceso democrático a los recursos sanitarios, pero también de las posibilidades esenciales de vivienda y alimentos. 


El volumen de casos es tan grande que ya no se pueden pensar como márgenes esperables de un modelo que “funciona pese a sus fallas”. El leitmotiv estadounidense de “business as usual” (los negocios como todos los días) no se sostiene, y la lucha hoy está por disputar que no era ni podrá seguir siendo el modelo vendido como sustentable. En términos de salud pública, la cantidad de casos nuevos y de muertes supera día a día las previsiones, confirmando las más pesimistas. No son sólo números, sino la materialización de la distribución desigual de los recursos y vulnerabilidades y el modo capitalista de valuar las vidas que determinan un manejo de la crisis sanitaria. Sin sacudirnos de la letargia que significa el modo neoliberal de gestión de la vida en este país (ejercido por el sistema de salud, universidades y bancos en un solo conglomerado que actúa en concierto) corremos el riesgo que lo único que pase es que, después de superado el estupor de lxs muertxs, esta crisis se vuelva una deuda más a pagar en muchas cuotas.