Ensayo

En el Congreso


Ganar o perder, paradojas del aborto

Por primera vez la ex diputada y jefa del bloque del Frente para la Victoria, Juliana Di Tullio, revela por qué en la última década no se discutió el proyecto del aborto en el Congreso. La posición de Cristina entre lo personal y lo político, el rol de Néstor y la presión de los sectores conservadores. La Ley de Matrimonio Igualitario como espejo. Y por qué ella es optimista frente al escenario actual que invita a los legisladores a sincerarse también frente al aborto.

Este texto fue publicado el 7 de febrero de 2018.

Soy optimista, siempre lo fui. Ahora que el aborto llegó a la televisión soy más optimista. Luego de la aprobación de la Ley de Matrimonio Igualitario y habiendo visto cómo tallaba la masividad del discurso televisivo y un sujeto social movilizado, y como parte de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, tomé una posición muy clara (y muy dura tal vez): el Congreso y yo necesitábamos sujetos/as movilizados/as en la calle para ir en la misma dirección. Así había sucedido con el Matrimonio Igualitario: el colectivo LGBT se movilizó, un sector de la sociedad adhirió, el peronismo pujó y acompañó (aunque no todo) y el Congreso, transversalmente, aprobó.

También en aquel momento aparecieron en escena actores y actrices, periodistas que hasta entonces no se habían expresado sobre el tema y diversas personalidades que expresaron sus opiniones no sólo en la TV sino en el propio recinto. La intervención de Pepe Cibrián en el Senado, por ejemplo, fue antológica.

Para debatir el aborto en aquel momento, me refiero a cuando fui Presidenta del bloque mayoritario del partido de Gobierno, hablé con la entonces Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner. Todos y todas sabíamos cuál era su posición al respecto: estaba en contra del aborto. No fui a buscar esa respuesta. Le pregunté si de aprobarse el aborto legal, seguro y gratuito, usaría su facultad constitucional de vetar dicha ley. Su respuesta fue categórica: No.

También dijo que tanto Néstor, su hijo Máximo y su hija Florencia estaban de acuerdo con una ley que permitiera a las mujeres y a otros personas gestantes decidir sobre su propio cuerpo.

Tenía dos respuestas alentadoras pero sabía lo difícil que sería, sin la ayuda del Poder Ejecutivo, dar la discusión hacia adentro de mi bloque. Más de la mitad de estaba en contra.

Fue mi decisión no poner el proyecto en el recinto para no perder, no quería perder, no podíamos perder ESE tema en el recinto. Eso para mí hubiese significado un retroceso de 50 años. No tenía ni la mitad de los votos de mi bloque y al resto de los bloques les pasaba lo mismo. Además, faltaba lo que hoy sí existe: movilización en la calle y debate público instalado en los medios de comunicación.

Era difícil, más difícil que el Matrimonio Igualitario porque para esa votación estaba Néstor Kirchner en el Congreso y la Presidenta expresaba públicamente su opinión. Cuando la iglesia Católica Argentina, que era el poder que se oponía, aseguró una "guerra de Dios", ella hizo lo que tenía que hacer, anunciar que tal guerra no vendría.

El aborto es un tema sobre el que nadie quiere expedirse. La política no se expresa con sinceridad. No sé si es un tema de madurez: creo que es doble moral, miedo y desconocimiento. Los votos con los que contábamos eran solo de quienes habíamos firmado el proyecto de la Campaña nacional por el Derecho al Aborto, Legal, Seguro y Gratuito y una docena más.

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Sabía que eso era insuficiente. Si llegás con lo justo al recinto, se cae porque las presiones son muy grandes. Tenía la experiencia de la aprobación de las leyes de Matrimonio igualitario e Identidad de género: llamaban los obispos y decían “no te dejo entrar a misa”. Si sos legislador/a y vivís en un pueblo pequeño o profesás alguna fe, eso es una gran amenaza. Todavía, en algunos lugares es la ofensa más grande del mundo.

Menos aún podía soslayar que había asumido en el Vaticano un Papa argentino y que en ese momento había una especie de rebrote católico y de orgullo nacional.

Siempre pienso que el escenario propicio para debatirlo y aprobarlo fue durante nuestro gobierno, una oportunidad perdida que lamento mucho.

Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernandez existió un nivel mucho más elevado de discusión sobre los temas de agenda pública. Aquel debate implicó un avance, puso a nuestro país en un lugar de vanguardia.

Hoy es más difícil.

Si mientras hay despidos, ajuste, proscripción y presos y presas ilegales, el gobierno de Macri coloca a la sociedad a discutir si está bien que un policía fusile a un delincuente por la espalda, no es muy auspicioso. El nivel de la discusión en nuestro país es más bajo y en gran medida porque necesitan distracción de los verdaderos problemas de la gente.

Aún así, Argentina tiene dos leyes que fueron la punta de lanza para que otros países avanzaran en reconocer los derechos LGBTTI. A veces me pregunto, ¿cómo Argentina no tiene una ley de aborto? La paradoja es que muchos países no tienen aquellas leyes y sí la del aborto legal.

No conozco hoy a la mitad de los y las legisladores/as que componen ambas cámaras, por lo tanto no podría hacer algo que sé hacer muy bien: contar los votos.

Pero es un momento interesante para que se traduzca en el recinto, por varias razones. Por la visibilidad masiva que da la televisión, porque las protagonistas que fueron al programa Intrusos son jóvenes, porque no son las “vacas sagradas” del feminismo, quienes o ya estamos aburguesadas o tenemos un lenguaje antiguo. No pueden, de todas formas, tirarnos por la ventana o mandarnos en un cohete a la luna. Me rindo a los pies de ellas por todo lo que me enseñaron y por la rica historia del movimiento de mujeres.

Estas nuevas voces hacen visibles el tema sin prejuicios, con empatía, con histrionismo y con sencillez. Traducen y acercan algo que no es difícil, pero que desde hace mucho tiempo puede ser visto así gracias al patriarcado. Tienen, además, algo muy importante: capacidad de convocatoria para la tan necesaria movilización.

Si sos actor o actriz de la política y sos espectador/a de semejante movimiento por ahí te hacés cargo en tu lugar de representación. Cuando veas en la plaza a las mujeres con la consigna del 8M -entre otras, aborto legal, seguro y gratuito-, no podrás mirar para otro lado. Y si ya hubo tres marchas por #NiUnaMenos donde se acumuló poder popular para las mujeres es un escenario para aprovechar. Es maravilloso.

Yo fui Diputada gracias a la Ley de cupo femenino y me enorgullece decirlo, asumirlo y serlo. No me bajó la calidad como legisladora haberlo sido pero reconozco que  no todas se colocan en ese lugar.

Creo que el punto de partida es asumir que una mujer es Diputada por dicha norma y que gracias a esa ley, que es de discriminación positiva, somos o fuimos representantes en el Congreso. Las legisladoras que vendrán, esta vez gracias a la Ley de Paridad, también tienen que hacerlo, sino no asumiremos la representación de las mujeres ni de la agenda de género.

Me haría feliz y construiría una sociedad más justa e igualitaria que las Congresistas nos definamos como feministas. El feminismo es un movimiento heterogéneo que atraviesa los partidos políticos. Entre 2005 y 2009 hubo solidaridad entre nosotras, nadie gritaba ni puteaba si no podía convencer a otros. A todas nos costaba convencer hacia adentro de nuestros bloques. Éramos un grupo de mujeres de diferentes partidos. Estaban Silvia Ausburguer, María Luisa Storani, Silvia Storni, Marcela Rodríguez, Juliana Marino. Nos mirábamos sin importar el bloque y sacábamos las leyes. Después vinieron otras como Victoria Donda y Checha Merchán. Y muchas se fueron. Porque la renovación automática es para varones, no para mujeres.

Juntas aprobamos, por ejemplo, la ley de ligaduras de trompas y vasectomías (para quitarles a los maridos la potestad de las ligaduras). En aquel momento nos acompañaron muchos varones, sobre todo médicos. Hay que hacer alianzas con varones, muchos pagaron abortos de sus hijas o novias. Ninguno debe querer hacer algo que sea ilegal. Los varones del Congreso también son parte de eso: es un argumento que hay que usar: ¿No pagaste nunca un aborto?

Hay que terminar con la doble moral y con cariño, de manera trasversal y de entendimiento hablar sobre el tema. La sociedad está madura para hablar de aborto. La política le tiene miedo, no se atreve a hablar del tema en voz alta. Hay pocas diputadas que se le animan. Parecía que éramos muchas porque fuimos aumentando en número las que nos expresamos a favor. Pero todavía no son tantas las que dicen “soy diputada, peronista o socialista o radical y feminista”.

Estar en contra de la violencia contra las mujeres es más fácil, estamos (casi) todos y todas de acuerdo. Muchos de los que acompañan esa consigna no aprueban el aborto. Por eso ayuda ir a la televisión, tener discusiones respetuosas, poner al feminismo en un lugar de empatía.

El 14 de febrero se cumplen 30 años del femicidio de Alicia Muñiz. En ese momento también usamos la televisión para hacer público el tema y las discusiones se daban en el marco de programas misóginos. Debatir en los medios visibiliza el tema. No es inmediato el resultado, la figura penal del femicidio llegó muchos años después pero hoy los tiempos son más cortos. Y si la población está movilizada, la combinación es provechosa. No sé si se traducirá en votos a favor en el recinto pero que se le acerca, seguro.

Muchos compañeras y compañeros deben estar con ganas de debatirlo aún a riesgo de perder.

Muchos deben estar pensando en debatir para sacarse de encima el tema.

Muchos se la jugarán: debatir para ganar.