Crónica

La resistencia de los cartoneros porteños


Feos, sucios y malos

Estigmatizados y perseguidos por el gobierno de la ciudad, más de 6500 trabajadores recuperan cada día el peso de 47 aviones en materiales que se reciclan de los residuos urbanos. Su impacto empieza en la ciudad pero se extiende al mundo: con el apoyo de científicos de la Unsam y la Fundación Avina, implementaron un cálculo que les permite vender bonos de carbono por su aporte a la mitigación del calentamiento global. La cronista Gabriela Saidón y el fotógrafo Tomás Cuesta cuentan su mundo desde adentro.

Hay un desaparecido de la basura. Diego Duarte tenía 15 años cuando lo tapó el contenido de un camión de residuos en un relleno sanitario. Fue sobre el Camino del Buen Ayre, en José León Suárez, el 15 de marzo de 2004. Federico, su hermano mellizo, vio la escena y logró huir. Habían estado buscando metales para vender y los hostigaba la policía. Federico sobrevivió. De Diego no se supo nada más. Por él, el 15 de marzo se estableció el Día del Cartonero. Difícil no encontrar analogías en otras injusticias de la historia, que no se repite, se espirala: en el basural de esa localidad bonaerense, el 9 de junio de 1956, fueron fusilados siete militantes peronistas, el derrotero que Rodolfo Walsh narra en su Operación masacre

A Diego Duarte le debe su nombre el Centro Verde de Avenida de los Constituyentes 6259, cerca de la General Paz. Ahí funciona El Álamo, una de las tres cooperativas de recuperadores urbanos que trabajan en el cálculo de reducción de huella de carbono: Buenos Aires es la primera ciudad del mundo en la que los recicladores hacen este aporte. 

Según datos oficiales del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana, la Ciudad gestiona 5.705 toneladas diarias de residuos. Hay más de 6.500 recuperadores urbanos organizados en 12 cooperativas, 16 Centros Verdes y el Centro de Reciclaje de la Ciudad (CRC). Cada día recuperan 3.450 toneladas: para tener una idea, es aproximadamente el peso de 47 aviones comerciales

Según cálculos de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), hay aparte 11.000 los cartoneros por fuera del sistema.

¿Qué pasó con la ley 1854 de Basura 0, que establecía la reducción progresiva de residuos y su correcto procesamiento y que este año cumple 20 desde su sanción? ¿Y la 992 de 2002, que establece pautas claras para el trabajo de los recuperadores urbanos? ¿Por qué recrudeció la persecución del gobierno? Para escuchar las distintas voces, recorro cooperativas, hablo con las responsables técnicas del proyecto de reducción de la huella de carbono generada por Fundación Avina y la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), me comunico con el ministerio de Espacio Público.  Quiero entender.

Un mundo interior

La cita en El Álamo es un viernes de agosto, a las 10 de la mañana. Una encargada de seguridad nos pide los datos al fotógrafo y a mí. Entramos en un cubículo diminuto y la empleada anota. Tengo una cita con Alicia Montoya, del equipo técnico de la cooperativa y de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCYR). Mientras esperamos, veo: en una fila de sillas contra la pared del pasillo de ingreso al gran galpón de reciclaje hay varias personas sentadas. Algunas, sabré luego, están en tiempo de descanso entre dos turnos. Dos de ellos cumplen con su horario pero solo pueden ejercer sus funciones parcialmente por falta de insumos en el predio. Eso me contará Alicia en una sala donde, en un rincón, se arrumba un maniquí desmembrado. Mientras ella habla, se cuelan voces y risas que vienen del galpón donde trabajan los recuperadores con distintas funciones.

Afuera: recolectar, trasladar. 

Adentro: descargar, separar, colocar en la tolva, seleccionar en la cinta clasificadora, retirar los bolsones, prensar, enfardar, levantar, acomodar, esperar.

–Hacemos la medición de la huella de carbono desde el año 22 –dice Alicia. 

Y esto es algo que los distingue de los demás recicladores del mundo: 

–Fundación Avina y la Universidad de San Martín (UNSAM) crearon una herramienta para medir las emisiones –explica Alicia–. Los resultados muestran una relación favorable de 1 a 37: es decir, por cada tonelada de carbono emitida por la actividad, evitamos que se generen otras 37 toneladas que sumarían su carga al calentamiento global y el cambio climático. Tengo que empezar de cero, porque necesito entender: ¿qué es la huella de carbono?

Leeré en el informe Huella de Carbono de Centros de Reciclaje de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina (2024): “La huella de carbono (HC) es un indicador ambiental que cuantifica todas las emisiones y absorciones de gases de efecto invernadero (GEI) de una organización o producto. Estos gases de origen natural y antropogénico absorben y emiten radiación y son cruciales para regular la temperatura terrestre, particularmente el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O). No obstante, las actividades humanas han intensificado este efecto, contribuyendo al cambio climático y sus impactos globales en el ambiente y la sociedad.”

Empiezo a pensar en las contradicciones del mundo del reciclado. O debería decir: en las contradicciones de nosotros, humanos.

Como aprendí que preguntar lo obvio nunca está de más, le digo a Alicia que no entiendo del todo cómo es, en la práctica, ese aporte ecológico de las cooperativas. Me lo explica en un recorrido por la sala, que se convierte en un aula donde soy estudiante privilegiada. Alicia es docente jubilada y eso se nota. Aprendo.

–Vos colectás materiales puerta a puerta. Nuestra recolección se hace con triciclos, no se usa combustible fósil. Aunque el transporte posterior sí lo utiliza, el material recuperado evita el uso de materia prima virgen. Se mide todo eso, más el consumo eléctrico, que también contamina. Todas esas toneladas que yo recuperé evitaron utilizar material virgen. Lo que te estoy diciendo es una grosería científica, es una reducción. 

Lo que decía: un montón de contradicciones. Contamino y no contamino todo junto y al mismo tiempo.

Un cálculo científico para poner en valor el trabajo

Para entender mejor hablo por zoom con Romina Malagamba, investigadora y docente de la UNSAM y responsable de la Unidad de Ciencia de Datos de la Fundación Avina. Me explica que allí, por primera vez, compensaron sus emisiones de 2022, 2023 y 2024 con el trabajo de tres organizaciones de recicladores: además de El Álamo, lo hicieron con RUO y Las Madreselvas. Estas cooperativas aplicaron una calculadora de emisiones evitadas diseñada para poner en cifras su aporte ambiental. 

–Estaba claro el impacto social y económico de las cooperativas. La gran pregunta era si el modelo de reciclaje inclusivo tiene un impacto positivo en términos climáticos–, dice Malagamba. Hace un paréntesis y aclara que hay que hablar de cálculo y no de medición, y luego sigue:  

–La herramienta compara dos escenarios: qué pasaría si esos residuos fueran a rellenos o incineradoras (en Buenos Aires, al CEAMSE), con lo que implica la quema de residuos a nivel ambiental, y cuánto costaría producir el mismo material desde materias primas vírgenes. Según estándares del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), materiales como el aluminio, que es altamente contaminante y tarda mucho tiempo en degradarse, reducen drásticamente las emisiones cuando se reciclan. 

En 2023, un piloto con nueve organizaciones de siete países mostró resultados contundentes: todas tenían un efecto positivo en evitar emisiones.

El proyecto introduce el concepto de tonelada justa, inspirado en el comercio justo: un reciclaje que no solo mitigue el cambio climático, sino que garantice derechos laborales y equidad económica. Hoy, gran parte del negocio de la basura —que en algunos municipios representa entre el 20% y el 40% del presupuesto— se sostiene sobre la precarización: 

–Y ahí hablamos de toneladas de sangre, como en diamantes de sangre -señala Malagamba- hay trabajadores que cobran incentivos, no sueldos, y son el primer eslabón de una cadena de valor millonaria.

En Buenos Aires, la situación refleja estas desigualdades. Las organizaciones recuperan la mayor parte de la fracción seca, mientras enfrentan condiciones laborales riesgosas: tracción a sangre, exposición a residuos contaminantes y pagos en especie. El conflicto reciente con el gobierno porteño a partir de recortes de subsidios y de multas aplicadas a quienes “revuelvan la basura” llevó a Avina a presentar informes técnicos: 

–Si se dice que estos tipos no aportan, ahora tenemos números y metodologías para demostrar lo contrario - advierte Malagamba.

La investigadora resume así su filosofía: 

Historias sin datos son historias emotivas; datos sin historias automatizan la desigualdad. 

Casos como el de Soledad Mella, que comenzó juntando desechos en la calle y llegó a ser presidenta de la Asociación Nacional de Recicladores Chile, referente a nivel regional, revelan el valor simbólico de las métricas: Hasta este momento, cuando decía ‘¿Cuál es mi aporte?’, eran 40 años en la calle. Ahora puedo ponerle un número. Mella se propone como vocera de los 20 millones de recicladores que se calculan en el mundo. Llegó a ser candidata presidencial en Chile por la Lista del Pueblo en 2021, el mismo año que en la Argentina Natalia Zaracho se convertiría en la primera diputada nacional cartonera

El proyecto consiguió que Brasil incorporara la calculadora a políticas públicas para que el Estado se haga cargo del servicio ambiental urbano de los recicladores, quienes allí recuperan el 90% de los materiales reciclables. En América Latina, el promedio supera el 50%. La meta es expandir la herramienta a África y Asia y consolidar una metodología de tonelada justa avalada por universidades, que sirva para canalizar fondos climáticos directamente a las organizaciones.

Pero ahora estoy en un centro verde de la Ciudad de Buenos Aires, con Alicia, que habla visiblemente enojada:

–Hoy es un día nublado y adentro estamos casi a oscuras. Faltan lámparas y el autoelevador que deberían mandar para cambiarlas nunca llegó. Los dos trabajadores que viste sentados en el pasillo no tienen la culpa. La empresa cobra millones por mantenimiento, pero no manda ni las herramientas. Así trabajamos.

Un negocio golpeado

Al centro verde llegan los bolsones identificados de unos 60 cartoneros que recorren los barrios de Villa Pueyrredón, Agronomía, Parque Chas, Villa del Parque, Villa Ortuzar, Villa Devoto y Villa Santa Rita. Cada trabajador recibe un subsidio estatal de 390.000 pesos y el valor del material vendido sin intermediarios. En total, son 200 los trabajadores de El Álamo. Los empleados de planta cobran 680.000 pesos, pero Alicia subraya un incumplimiento histórico: 

--Desde 2008 el gobierno se comprometió a pagar el monotributo social. Nunca lo hizo. Hay compañeros que están por jubilarse sin aportes. A eso se suman los retrasos en los pagos, que hacen que no accedan a la obra social.

Cuando días más tarde me comunique con el Ministerio de Espacio Público de la Ciudad, la respuesta en relación a los reclamos, se limitará a cinco palabras: “No respondemos a acusaciones falsas”.

Sin embargo, no dejo de oír capas de dificultades. El negocio del reciclaje también está golpeado. 

–El cartón, que en diciembre de 2023 valía 300 pesos el kilo, hoy apenas llega a 150 - dice Alicia-. La apertura de importaciones y el derrumbe del consumo afectaron a toda la cadena: se verifica en la domiciliaria y en los programas de grandes generadores. Nosotros gestionamos todos los centros comerciales del grupo IRSA y ahí también se ve una caída en el consumo. Como resultado de esta política, las pymes cierran, el consumo se desploma y los ingresos de los cartoneros también. 

Los pibes entran rotos

Omar Rodríguez acaba de volver del recorrido en su triciclo para recolectar material. No sé leer ni escribir, dice. Me gusta River, el Ford Falcon y los Rolling Stones. Me gusta Kiss, agrega. Omar vive en José León Suárez y se levanta todos los días a las 3 de la mañana para llegar a horario. Trabaja en la calle, pero hoy trajo el material para clasificar después de dos días de lluvia en los que no pudo hacer nada. Omar enumera: –Papel blanco y color, el cartón, el diario, la revista, el blanco. soplado, tetra, film… laburo con todo, menos con lo húmedo.

Para los recuperadores urbanos, lo húmedo es basura. Salvo en los contados casos en los que las personas compostan. En la Ciudad de Buenos Aires todo lo que no se recicla alimenta el extenso relleno sanitario del CEAMSE (acrónimo de Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado), allí donde Diego Duarte desapareció bajo un montón de basura.  

Omar llegó al barrio de Villa Pueyrredón a cartonear con la crisis de 2001: 

–Vine con un objetivo: hacer mi casa para mis hijos. Aprendí cosas que nunca imaginé y las transmito a los compañeros: son 25 años de lucha. Me considero fundador de esta cooperativa porque la vine a hacer crecer. Peleé contra vecinos, policía, lluvia, viento. En 2003 nos desalojaron porque tomamos un predio judicializado. Peleé con la policía y el gobierno para recuperar nuestro material. Nos acusaban de robos; estábamos en contra del trabajo infantil. Nos rompíamos el lomo vendiendo barato hasta que conseguimos tierra propia. Ahí echamos al galponero al que le vendíamos: estábamos organizados.

La vida de Omar cambió radicalmente desde que se profesionalizó. Y se convirtió en un referente nacional, enviado a participar en encuentros y convenciones: 

–Anduve por Chile, Bahía Blanca, Ushuaia, Calafate. Conocí historias buenas y malas. Tengo tres hijos; Gabriel es hemofílico. Lo ayudé a hacer un curso de barbería y hoy vive de eso. 

Le pregunto cómo empezó, quiero saber más de su historia anterior:

–Empecé juntando huesos con mi madre en el campo. Vendí querosén, ajo, morrón, fruta. Después fui ayudante de albañil, hasta el derrumbe de 2001. Este laburo me salvó: podía haber terminado muerto o preso. Antes tirábamos de un carro, hoy tenemos triciclos. Me levanto a las 3, entro a las 6 de la mañana, salgo a la 1. Es mi vida.

Omar, que fue adicto, ahora hace docencia entre los más jóvenes: 

–Los pibes entran rotos. Hablo todos los días del consumo, el alcohol, la droga. Antes me drogaba mucho. Después fui a la iglesia. Cambió mi vida. Hoy disfruto con mis hijos, mi nieto, mi casa y este trabajo. 

No automatizar la desigualdad

El cuerpo de Omar es como un álbum familiar y el comienzo de una historia: 

–Tengo tatuado en la espalda a mis tres hijos y mi nieto. También los nombres de mi madre y hermanas. De mi padre, nada: fue verdugo de mi familia. A los 9 años vivía en la calle. A los 10 conocí un instituto de menores. A los 16 me escapé de los maltratos. Tengo 18 hermanos, todos desperdigados. Me hice solo en la calle.

La frase de Romina Malagamba resuena en mi cabeza. Me gusta esa frase: “Historias sin datos son historias emotivas; datos sin historias automatizan la desigualdad”. 

Pienso en Omar, necesito repasar algunos datos. 

En junio de 2025, Fundación Avina compensó 555,18 toneladas de CO2 correspondientes a su huella de carbono 2024 mediante la compra de créditos generados por el trabajo de reciclaje en tres cooperativas de Argentina y una de Ecuador. Cada cooperativa compensó 138,8 tCO2 y recibió USD 4.164 (a razón de USD 30 por tonelada), mediante pago directo contra recibo fiscal.

Me entero que hay un montón de empresas detrás. Grandes. Vuelvo a pensar en las contradicciones. O, también, pienso, el costo del plástico reciclado es inferior. El combo costo-beneficio en pleno funcionamiento. 

El Proyecto de Reciclaje Inclusivo en Argentina se enmarca en el Programa de Reciclaje Recuperadores, del cual forman parte Danone/Ecosysteme, Villavicencio y la Fundación Interamericana en articulación con la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores (FACCyR) y otras organizaciones de base y; por otro lado, de la Plataforma Regional Latitud R, integrada por CocaCola, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), BID-LAB, Dow, Nestlé, PepsiCo y la Red Latinoamérica de Recicladores (Red Lacre).

Las otras dos cooperativas con las que trabaja Fundación Avina son Las Madreselvas y Recuperadores Urbanos del Oeste (RUO). 

Recolecto, recupero, reciclo información.

Suman 860 los trabajadores de RUO, que cubre los barrios de Caballito, Flores, Once, Paternal, Villa Luro y Chacarita. La Cooperativa Las Madreselvas cuenta con 591 asociados, 325 recuperadores ambientales; el Centro Verde se ubica en General Paz 98, la zona de trabajo abarca los barrios de Núñez, Belgrano y Coghlan. El cálculo mensual de toneladas recuperadas es de 550. 

La Cooperativa tiene su libro: Las Madreselvas. Recuperando Historias para sembrar futuro, escrito por Nadia Fink y editado por Chirimbote (2021), con el valor agregado de historizar el movimiento desde 2001.

En otro zoom hablaré con Giselle Baiguera, coordinadora programática en economía circular inclusiva de Fundación Avina. Necesito tener el panorama general. Giselle me da conceptos clave. Los recuperadores urbanos son actores fundamentales en la reducción de la huella de carbono, ya que su trabajo evita que materiales reciclables terminen en rellenos sanitarios, donde generarían gas metano (un potente gas de efecto invernadero). Evitan más de lo que generan. Entonces, por eso se puede compensar, me explica. 

El reciclaje no es siempre un negocio autofinanciable, necesita apoyo del Estado o las empresas, a través de subsidios y normativas como la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor, que aún no está vigente en Argentina (y esto debería escribirlo entre un montón de signos de admiración y de pregunta). Esta ley hace que las empresas sean responsables por los envases que ponen en el mercado. Así como un estribillo, escucho que la viabilidad del reciclaje en Argentina se ve afectada por factores como la falta de control y fiscalización, la caída del precio de los materiales y la ausencia de políticas públicas que faciliten la separación de residuos. 

Baiguera, sin embargo, es optimista:

–A pesar de estos desafíos, el país ha logrado avances en la organización y formalización de los recuperadores, siendo un modelo a seguir en la región.

La Santa de los cartoneros 

Hay una Santa Recuperadora. Le dicen, también, la Virgen Cartonera. Fue bendecida por el Papa Francisco y está hecha de papel maché reciclado. Su santuario es un Centro Verde.

Cortejarena 3153, Parque Patricios. Entramos en el gran galpón de reciclado. Pienso en los recuperadores como artistas del residuo: esos fardos apilados, prolijos, compactados, coloridos, cuentan historias de consumo doméstico, industrial, urbano. Me siento pequeña y en peligro cuando pasa zumbando el autoelevador sin retrovisores: acá cada movimiento es cronometrado, veloz.

La escena es una cadena de montaje fordista en versión devaluada: arriba, hombres y mujeres tiran botellas blancas, verdes, papeles; abajo, otros prensan y atan fardos con precisión.

En este Centro Verde de la cooperativa El Amanecer de los Cartoneros trabajan 1.500 personas en cuatro turnos: clasifican, prensan, embolsan. Los camiones —los “cola de pato”— llegan con material recolectado por mil cartoneros de calle, que pesan sus bolsones en la balanza y cobran por transferencia cada quincena. 

La cooperativa, nacida en 2001, cuenta con 4500 trabajadores y administra tres centros verdes en la Ciudad. Además de Cortejarena, están Saavedra y Barracas, que quedó reducido a cenizas tras un incendio en 2023.

Subo una escalera con Paula, coordinadora de la cinta de clasificación. Me muestra el proceso de separación. Como la cinta corre, lo que no se arroja en los grandes huecos para su posterior compactación, queda en el suelo. Camino entre las mujeres que separan los materiales y los arrojan en unos grandes huecos cuadrados, se acumulan en bolsones que otros compañeros van retirando. Plástico blanco y de colores, cartón, papel. El vidrio se rompe al caer y se levanta con una pala. Veo una ojota de plástico en buen estado. 

–Si encuentran algo que les sirve -dice Paula- y no sirve para reciclar, se lo llevan. 

A veces encuentran, literalmente, oro: alguna cadenita, o incluso dólares. Son contadas esas veces, milagros.

Voy por el borde y piso el descarte del descarte. Me pregunto si el fuerte olor solo lo siento yo, si los trabajadores del lugar ya se acostumbraron, como la gente que vive junto a las vías del tren se acostumbra tanto al ruido que ya no lo escucha.

Debajo, tres mujeres se ocupan de compactar los materiales ya separados en una prensa. Junto a la máquina, sobre una mesita, un equipo de música que destella luces azules. 

–¿Qué es? –pregunto. 

Mientras ceba mate, una de ellas comenta: 

–Yo digo cartonera cuando estaba en la calle con el carrito. Ahora soy recicladora. En 2000 nos ayudó a sobrevivir. 

Otra recuerda que sus padres no sabían leer ni escribir: 

–Este trabajo fue nuestra escuela.  Yo empecé a los 11 años con mis hermanos, cartoneando en un carro con caballos. Antes era cartonera, ahora soy recuperadora. Somos privilegiadas. 

Pienso en el valor de las palabras: no se dice cartonero, se dice recuperador; no se dice basura, se dice material. Se dice RSU (Residuos Sólidos Urbanos). Se dice seco (versus mojado). Se dice recurso.

También Pochi, como muchos aquí, empezó de chico con un carro con caballos. 

–Yo con mis hermanos necesitábamos juntar para vivir. Y nos corría la Policía. Solo mi papá trabajaba. Tiraba folletos con un carro. Viajábamos colgados en los camiones para venir. Primero estuve en Barracas. Cuando se incendió vine acá. 

Pochi es de River y de Fiorito, como Daniel, alias Pola. Me pregunto si hay ahí una contradicción, tan asociado tenemos a Maradona con el barrio que lo vio nacer. Dice que la pelota en el barrio es todo y que juega en el equipo que armaron en la cooperativa: Los pibes de Corte (por Cortejarena). Daniel tiene ojos claros y dice como era muy rubio le pusieron Pola, de polaco. Empezó a cartonear a los 16. 

–Hombreaba bolsones de 200 kilos (300 cuando se mojaban con la lluvia, aclara), antes de trabajar bajo techo. Estoy agradecido de tener este trabajo. Si le dieran la importancia que tiene, sería un re trabajo. A mí me salvó –agrega antes de posar para la foto con otros compañeros, con su camiseta blanca con la franja roja.

Subo por una escalera hasta una pequeña oficina donde trabajan las promotoras. Sobre una mesa se desparraman cartulinas y letras de colores. Están preparando afiches para llevar a las escuelas, donde enseñan a reciclar. Una de ellas, María, advierte: 

–Cartoneros hay por todos lados, aunque la Ciudad ponga tachos para que no los haya. 

Pese a sostener comedores, redes de solidaridad y campañas ambientales, la relación con el Gobierno porteño es áspera: pagos demorados, falta de aportes y ausencia de ART, dicen. 

–Sin nosotros, los rellenos estarían colapsados. Pero nos dicen negros de mierda –, se queja Morena

Soledad agrega: 

–El cartón está congelado en 45 pesos el kilo, un precio que cayó a la mitad en pocos meses. 

Las variaciones en los precios, sabré, se dan por el tipo de cartón pero también varía según las zonas. Aquí estamos en el sur de la ciudad. 

En un rincón de la pequeña oficina, hay una figura imponente del Papa Francisco que, una semana después, saldrá a las calles a presidir la marcha de recuperadores urbanos que reclaman al gobierno porteño por la quita de los transportes que trasladaban trabajadores desde el Gran Buenos Aires a la ciudad. Lo anunciaron el 1 de agosto y hay 3.500 familias afectadas. La figura del Papa saldrá junto a la gran Santa confeccionada en el taller de Barracas de papel maché reciclado y restaurada para recuperar los colores originales, símbolo del reciclado, con una inscripción en la espalda: Santa recuperadora. Tierra y trabajo.

La marcha será liderada por Sergio Sánchez, referente histórico del movimiento de cartoneros y presidente de la FACCyR. 

Unos días después de mi visita a la planta en Parque Patricios, el lunes 25 de agosto, iniciará una huelga de hambre y se encadenará, con otros compañeros, en Parque Lezama, como forma de protesta, previo a la marcha cartonera del 29 de agosto

Cuando haga mi consulta a las autoridades del Gobierno de la Ciudad, el argumento oficial será: “Respecto al financiamiento del traslado de recuperadores, la Ciudad lo revisó para adecuarlo al marco vigente y garantizar equidad, ya que antes solo beneficiaba a 4 de las 12 cooperativas”.

En tiempos de campaña no puedo evitar una lectura política de esta decisión del gobierno de Jorge Macri, que en su comunicado oficial direccionó explícitamente el recorte contra organizaciones ligadas a Juan Grabois, y que afecta a trabajadores que migran diariamente del conurbano bonaerense, jurisdicción del gobernador Axel Kicillof, a la Capital.

El 3 de septiembre, luego de la marcha cartonera, La justicia porteña le ordenó al GCBA echarse atrás con la medida. A través de su cuenta en X Jorge Macri advirtió: “La justicia quiere obligarnos a financiar nuevamente el traslado de los cartoneros de Grabois desde el conurbano. Vamos a apelar esta decisión insólita que atenta contra los intereses de los porteños. Hay cosas que antes se hacían y con nosotros no se hacen más.”

En 2013, el Papa Francisco había enviado un fuerte mensaje ecológico a los cartoneros: “Cuando ustedes reciclan, hacen dos cosas: un trabajo ecológico necesario y por otro lado, una producción que fraterniza y da dignidad a este trabajo. Ustedes son creativos en la producción, y también son creativos en el cuidado de la tierra con esta visión ecológica”.

La resistencia de los caídos

Las cooperativas ponen en el centro de la escena al principal actor, el recuperador urbano, como trabajador. Alguien con un oficio, como un plomero, un electricista o, incluso, un periodista o un escritor (¿si no estudiaste en una institución no sos?), y que además, se agrupa en un colectivo. En todo caso, la gran diferencia anidaría en que la base laboral de este colectivo es la de personas desocupadas, marginadas y arrojadas fuera del sistema. Personas que encuentran una forma precarizada de insertarse, y esa inserción es relativa. Sumado esto a la estigmatización y a la persecución de la cual son víctimas por trabajar con productos de descarte.

Aquí, también, habría que agregar las confusiones sobre “revolver la basura” para comer, cartoneros que “se roban la basura” asociados a la delincuencia (Mauricio Macri dixit), una apuesta que el gobierno porteño dobla hoy en palabras de su vocera Laura Alonso en el posteo amenazador en X que se viralizó a principios de agosto: “Hasta $900 mil de multa si te gusta hurgar la basura en la Ciudad. Sí, leíste bien. La orden es clara: quien saque bolsas de los contenedores y deje todo tirado, limpia en el acto o lo paga caro”.  Declaraciones en tándem con el nuevo cierre de los contenedores urbanos que impide “meterse adentro”. 

En la voz oficial: “La Ciudad cuenta con más de 4.500 contenedores verdes, 21 Puntos Verdes fijos y 5 móviles para la disposición de reciclables. Los contenedores antivandálicos con tapa tipo buzón buscan mejorar la higiene.” 

Los cartoneros quedan asociados con lo sucio y lo mojado que impregna el cuerpo y la ropa, mientras contribuyen con la limpieza de la ciudad y en la lucha contra el calentamiento global. En un marco de claro recrudecimiento de medidas que persiguen a los caídos del sistema, un trabajo de fiscales muestra un crecimiento de acciones del Estado tendientes a criminalizar a personas en situación de calle y no a protegerlas. 

Entonces me quedo pensando en la palabra “higiene” del Ministerio a cargo, en el énfasis en la idea de ciudad limpia, en limpiar las calles de feos, pobres, sucios: ese antiguo concepto higienista del Estado. Entonces me pregunto: ¿Qué es estar dentro del sistema? ¿Y afuera? ¿De qué sistema hablamos? ¿De qué basura cero?