Crónica

El Posadas y la salud pública


Las huellas de un hospital sensible

El Posadas emerge en los relatos de sus empleados como un orgullo, un bastión de resistencia frente a los embates en contra de la salud pública, y también de los derechos de sus trabajadores. Mónica Yemayel recorrió las instalaciones del hospital más grande del país para narrar historia y presente del conflicto que despierta sensibilidades y pasiones.

No parece la entrada a un hospital. Lo que se ve desde la ventanilla, mientras el colectivo se acerca a la parada, mientras van quedando atrás las casas del barrio Carlos Gardel, se asemeja más a un edificio militar que a un hospital. Más tanquetas antidisturbios y móviles de seguridad que ambulancias, más uniformes de gendarmes y policías de la federal que guardapolvos blancos y celestes de médicos y enfermeros. Es julio de 2019. Al ingresar, enseguida, los carteles sobre las paredes blancas dicen: 

No a los despidos arbitrarios y la  precarización laboral. 

No al achique del Estado. 

Denunciamos el vaciamiento del Hospital Posadas.

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El Hospital Posadas tiene ochenta y dos mil metros cubiertos, paredes de ladrillo a la vista y veintidós hectáreas al borde de la Autopista del Oeste. 

En el interior, ciento noventa consultorios externos, doce quirófanos operativos y quinientas veinte camas de internación -unas cien destinadas a cuidados intensivos- intentan cubrir las necesidades de salud en una zona de influencia en la que viven más de siete millones de personas y a la que llegan pacientes de todo el país para la atención de casos complejos.

Las estadísticas dicen que la demanda creció 20% en los últimos dos años. Según los médicos, en ciertas especialidades la cantidad de pacientes se duplicó y no son pocos los que no tienen dinero para pagar el pasaje hasta el hospital y darle continuidad a un tratamiento o buscar las dosis de medicinas que ya no se entregan para el mes completo sino por semana o quincena. 

En la puerta de la sala de guardia de adultos algunos ahuyentan el frío caminando en círculos, otros buscan apoyo contra una pared, o se sientan sobre unos pilares bajos de cemento que aún tienen los rastros del rocío de la madrugada. Las paredes se ven bien pintadas, el lugar aseado. 

—Se refaccionó hace poco —dice un muchacho que llegó temprano con dolores en el abdomen.

Es del barrio. Vive en una de las casas humildes que bordean el perímetro del hospital, sobre calles con pocos árboles, que levantan polvo cuando los colectivos pasan a todo lo que da.

Hospital Posadas

—Pero está atendiendo un médico, no más. En un rato, todo esto va a estar que explota.

En el interior de la sala, una hilera larga espera para anunciarse. 

—La guardia está colapsada —dice el recepcionista al primero de la fila.

A cada uno de los que llegan le comunica que serán horas y horas de espera. En la sala ya no hay sitio para sentarse, unas cincuenta personas esperan con la paciencia de los penitentes. El primero de la cola escucha en silencio al recepcionista con un gesto que mezcla raciones de desamparo y desafío, como diciendo: ¿y a dónde querés que vaya?

—Lo llaman por su  apellido —dice el recepcionista sin mirarlo, protegiéndose él también de tanta falta, refugiándose él también en su carcasa de indolencia detrás del vidrio. 

El ambiente huele denso. La sensibilidad suspendida. Algunos descansan en los asientos, acariciados por alguien que acompaña, tomando mate, muertos de sueño. Es de mañana pero no son pocos los que ingresaron antes de que amanezca. La imagen es tan quieta que da miedo. Asusta llegar hasta aquí y ser testigo de un sistema de salud pública que se derrumba agotado de insuficiencia.

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El hospital nacional más importante del país convive todos los días con un paisaje militarizado; un equipo directivo inaccesible recluido en un piso cercado por rejas y agentes de seguridad; médicos y médicas que se sienten acorralados y que aceptan dar su testimonio pero en off porque tienen instrucciones precisas de no hablar con la prensa y temen represalias si no cumplen la orden; un kiosco improvisado en el hall de ingreso atendido por mujeres de civil que llevan el pin de “enfermeras despedidas” y que siguen allí porque cada vez que intentaron desalojarlas fueron defendidas por pacientes del hospital y “con los civiles de afuera -dicen las enfermeras- prefieren no meterse”; una presencia sindical en tensión con cinco agrupaciones disputándose la adhesión del personal hospitalario y un accionar de los más representativos (ATE Morón y UPCN, los dos gremios paritarios de trabajadores no profesionales) señalado como “demasiado dialoguista con la dirección” y en gran parte responsable de la fragmentación entre los trabajadores y de un ánimo colectivo en el que prevalece la ley de la selva y la sospecha.

Un hospital emblema quedó a la deriva. Cayendo y resurgiendo según la política gobernante. En esa ausencia de continuidad, en esos saltos abruptos se han engendrado zonas grises en la regulación, campos fértiles para el surgimiento de prebendas, negociaciones poco transparentes, irregularidades, intercambio de favores, y una cadena interminable de acusaciones cruzadas que responsabilizan siempre a otro: al Director anterior del hospital, al Ministro anterior, al Presidente anterior, al Sindicato que -según la época de que se trate- ejerce su preeminencia sobre los demás y su influencia sobre quienes toman las decisiones. 

Ahora, el gobierno de Alberto Fernández ordenó la intervención durante seis meses por el “estado de acefalía” y para “garantizar el funcionamiento institucional”, según el decreto 20/2020.

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Una fiera atrincherada. Esperando volver. Pide que no se revele ninguna singularidad que permita identificarla. Con ese grado de prudencia se manejan los profesionales del Posadas que lograron conservar su puesto de trabajo durante la gestión del gobierno de Mauricio Macri. Ensaya respuestas breves. Después se arrepiente. No sirven los atajos si se quiere entender. 

—Por favor, nada que revele mi identidad. Voy a contarte la historia desde el principio –dice.

Trabaja en el Posadas desde comienzos de los ‘80, ocupó un puesto directivo y jamás imaginó que tendría que expresar sus opiniones anónimamente por miedo a ser despedida.

—Si no, es imposible entender cómo llegamos hasta acá- dice.

El Hospital Posadas fue creado por iniciativa de la Fundación Eva Perón para darle a la población el mismo tratamiento de excelencia al que podían acceder aquellos que cuando se enfermaban de tuberculosis viajaban a centros de internación privados en Córdoba para recibir aire puro y sol que era, en aquel tiempo, la única esperanza de sanación. En el predio expropiado a la familia Martínez de Hoz, la constructora Petersen Thiele y Cruz terminó durante el gobierno de facto autodenominado Revolución Libertadora la monumental obra que había empezado el peronismo. Con mármoles y granito, maderas fuertes y lustradas, bronces y cortinas de voile.   

—El Posadas se pensó en tiempos de ideales muy claros sobre el rol del Estado en materia de salud. Después, todo lo que se hizo aquí a través del tiempo fue el resultado de un aluvión de médicos con gran experiencia y otros muy jóvenes, politizados, comprometidos socialmente, que llegaron para investigar, hacer docencia y carrera. Muchos tuvieron que exiliarse a partir de la dictadura de 1976; y muchos de ellos regresaron con la democracia de los ochenta para retomar lo que habían sido obligados a dejar.

Todas esas huellas están inscriptas en la sensibilidad del hospital. También los once empleados desaparecidos y el centro clandestino de detenciones que la dictadura montó en una de las viviendas destinadas a los directivos del hospital, nombrado “El Chalet”. El Posadas emerge en los relatos de sus empleados como un orgullo, un bastión de resistencia frente a los embates en contra de la salud pública, y también de los derechos de sus trabajadores.

La médica se esfuerza por reconstruir un relato breve que permita iluminar ciertos conflictos subterráneos que llevan décadas de irresolución. A riesgo de que sea de manera incompleta y de simplificar aspectos de altísima complejidad, dice que la historia del Posadas podría contarse así: justo cuando la construcción del hospital estaba por terminarse se descubre la medicación para el tratamiento de la tuberculosis. ¿Qué hacer, entonces, con ese gigante de amplísimos balcones de cara al sol y sus enormes ventanales diseñados para que el aire circulara fuerte y limpiara las impurezas? 

El Posadas necesitaba otra misión. Sería allí donde funcionarían a partir de 1958  los Institutos Nacionales de Salud dedicados a la investigación clínica. Endocrinología, gastroenterología, cardiología fueron los primeros de una larga lista. En ese momento se creaba también el CONICET.

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Hombres y mujeres con uniformes azules de una empresa privada cortan el pasto de los alrededores, y esa arquitectura extraña -que se parece más a la de un hotel frente a las sierras o el mar que a la de un hospital- es la imagen de un destino incierto. Ningún sol ayuda a templar estos días de invierno.

—Fueron a los primeros que despidieron. A partir de 2016, empleados de mantenimiento, de parques y jardines. También privatizaron los servicios de limpieza y seguridad —dice una de las enfermeras despedidas que atiende el quiosco en el hall central del hospital. 

Se asoma a las escalinatas para ver si llegan de una vez las facturas frescas. Afuera se huele el pasto recién cortado. Dice que además de los gendarmes que se ven en los alrededores, en el interior del hospital hay seguridad camuflada con ropa de civil. Por todos lados. 

Una fotografía tomada desde el aire mostraría el brutal contraste entre una construcción modernísima de paredes vidriadas y los viejos bloques de ladrillo a la vista. Conectando ambas partes hay dos puentes -uno sobre otro- también de estructuras que combinan vidrio y metal. Como si quisieran unir dos paisajes irreconciliables. 

Una mitad: plagada de olvidos y viejas carencias. La otra mitad: una construcción de vanguardia erigida al frente del hospital durante el gobierno de Cristina Fernández como muestra, tal vez, de lo que debería ser, de lo que podría ser. Y no llega nunca a ser. Los empleados llaman a las dos mitades “Villa 31” y “Puerto Madero”.

—Para que no queden dudas —dice otra de las mujeres del quiosco, técnica de farmacia, también despedida.

Un hombre joven se acerca a las escalinatas del hall central con grandes canastos.

—Ahí llegan las facturas. 

También con canastos comenzó el quiosco. Recorridas de noche por los distintos pabellones y pisos para vender a los compañeros: galletitas, chocolates, caramelos, pañuelos; nunca cigarrillos ni alcohol, dicen. Era un modo de mejorar los ingresos que se recortaban cada vez más. No imaginaban los despidos masivos de febrero de  2018 cuando no aceptaron el aumento de horas para los turnos de guardia. Tampoco que el quiosco crecería como forma de ganarse la vida y como símbolo de resistencia de todos los que reclaman ante la justicia su reincorporación al plantel del hospital.   

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La nueva misión transformó al Posadas, en aquel comienzo, en un imán para los apasionados de la investigación  en un tiempo en que todo estaba por hacerse. A fines de los ‘60 se rebautizó como Hospital Nacional de Agudos y comenzó a recibir derivaciones para la atención de casos complejos. En el ‘71 se sumó el servicio de pediatría y las primeras camas para internación. Sin embargo seguía siendo un hospital de “puertas cerradas”, distante a las necesidades del barrio y la comunidad. 

 

El Posadas había sido elegido como hospital de referencia para cubrir las emergencias ante la llegada de Perón al país el 17 de noviembre de 1972, y también en el que sería su regreso definitivo, en junio de 1973. Por esos días el hospital fue tomado por parte de una comunidad hospitalaria que rechazaba la conducción con resabios castrenses. El resultado fue una expansión explosiva, una refundación del Posadas hacia afuera. 

 

—Fue un tiempo breve y entusiasta que dejó la huella de un modelo que se desmoronó con la irrupción de la dictadura —dice la médica que trabaja en el Posadas desde comienzos de los ‘80.

 

El vínculo que se entretejió con la comunidad y los residentes y estudiantes de la Universidad de Buenos Aires que tiene allí su espacio de formación -incluyendo la Escuela de Enfermería- es un lazo impregnado de motivos que se llevan mal con este presente y que los hace parte activa de las agrupaciones que se movilizan para denunciar ese vaciamiento del que hablan los afiches que empapelan las paredes blancas. 

 

La aparición de las obras sociales ya había inaugurado, a comienzos de los '70, una nueva etapa en el sistema de salud.

La participación de lo público fue descendiendo rápidamente frente a un avance de las prestaciones privadas. Claro que cada vez que las crisis económicas hicieron tambalear el empleo formal, y cada vez que la desocupación dejaba sin cobertura a los despedidos, y cada vez que los aportes insuficientes hacían crujir el financiamiento de esas obras sociales y prepagas (y entonces aparecían los co-pagos que arancelaban estudios y prestaciones antes incluidos en la cobertura): otra vez el hospital público era el único refugio. Y otra vez la demanda de atención crecía como crece por estos días de temeraria escasez en el invierno de 2019.

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El punto de inflexión que marca el inicio de la precarización laboral en el Hospital Posadas ocurre cuando se profundizan los procesos de desregulación en la década del ´90 y los hospitales nacionales se derivan al ámbito provincial.

El traspaso del Posadas es rechazado: la Provincia de Buenos Aires dice no.

Entonces: la zona gris. Ni nacional, ni provincial. La médica recuerda los esfuerzos por conseguir el financiamiento que llegaba un poco de cada lado.

- En ese momento casi todo el personal era de planta permanente; 1.713 empleados. El problema comienza en 1992 cuando se suspenden los concursos, y los nuevos ingresos a nivel nacional comienzan a regirse por un contrato de planta transitoria, “el 048”. Pero el Posadas no era nacional. Ni provincial. Entonces, de las negociaciones laborales va a surgir un contrato con características propias, "el contrato Posadas".

El hospital seguía creciendo en especialidades y servicios, crecía la demanda de la población y crecía el número de profesionales y no profesionales que iban acumulando años de antigüedad y librando batallas sin un marco legal claro, a la espera de que alguna vez se regularizara una situación que era completamente anómala.

Ese momento llega en 2007. El Posadas se renacionaliza, ingresa en el presupuesto nacional y se erige como el hospital público más importante del país.

Un análisis de especialistas franceses diagnosticaba: “Ineficiente cultura organizacional; burocratización; judicialización de conflictos; “poder hegemónico médico” (es decir, dirigido por médicos sin ninguna formación en gestión hospitalaria); sindicalización hipertrofiada, fragmentada y politizada; política de recursos poco clara; sistema de decisiones no identificado; logística muy obsoleta; falta de integración al sistema de redes; falta de motivación de los actores; puertas abiertas a la corrupción.” 

En el mismo artículo, publicado por diario Perfil en enero de 2016, se reproduce un textual que uno de los miembros de la comitiva francesa publicó en Francia, en 2007, tras su visita a la Argentina: “Esta tarde visité con Carlos Schwartz, que ejerce como cirujano de niños, el hospital público Posadas. Inmensa estructura que recibe a aquellos que no tienen los medios para atenderse en el sector privado. La paradoja salta a la vista: personal muy calificado, un servicio de neonatología muy moderno, pero el edificio mal mantenido y en particular un servicio de guardia donde el deterioro es inimaginable: enfermos amontonados sobre literas, un perro paseando en los corredores…”.

Hoy no se ven perros paseando. La sala de guardia luce bien, las partes remodeladas del hospital también. Pero una caminata por los fondos, subiendo piso a piso por las escaleras externas de incendio muestra la mugre y la desidia.

En uno de los descansos de esas escaleras externas, dos médicos residentes comparten un cigarrillo. Por todos lados algodones usados, frascos, bolsas, latas, batas descartables colgando de alambres, sucias y tan celestes.

Un hombre viejo se asoma desde el interior y le pregunta a la médica en qué piso está la farmacia. Parece perdido. Lleva una receta en la mano. Viene a buscar los remedios para él y su esposa. Los médicos le dan las indicaciones, escuchan las quejas del hombre que ahora tiene que venir dos veces al mes y siguen conversando. 

En los corredores se huele a comida de mediodía que llega desde el restaurant del subsuelo. El menú es accesible pero no hay demasiada gente; una familia, dos mujeres con guardapolvos blancos, un médico revisando el celular, la televisión encendida. Las escaleras siguen hacia abajo,  hacia subsuelos más profundos donde la luz es difusa. No se ve a nadie. Ningún movimiento. Como si fuera el sótano de un edificio abandonado. Cada tanto, jaulas de metal con candados que no guardan otra cosa que desechos. Es una de las zonas de lo que llaman “Villa 31”. Sobre las paredes, pequeños volantes que anuncian las próximas elecciones sindicales en uno de los gremios no profesionales.

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Un joven paciente psiquiátrico sale de su cuarto, camina por los pasillos sin que nadie le pregunte hacia dónde va. Busca llegar a la terraza porque no quiere vivir más. Encuentra la puerta abierta y sube las escaleras. Nada se interpone. Y sube. Un camillero, también muy joven, ve qué está pasando y trata de frenarlo. Llega hasta dónde está el paciente, le habla. El cielo: de qué color sería cuando le extendió su mano, cuando creyó que ya estaba todo bien, que lo había convencido de que no era necesario saltar. Cayeron juntos al vacío, murieron los dos. 

Era noviembre de 2014 cuando esas muertes se convirtieron en símbolos de la fragilidad y el peligro. Lo opuesto a lo que se esperaría de un hospital. Emergieron las cuentas pendientes y el conflicto laboral brotó fuerte. Los trabajadores exigieron la renuncia del equipo directivo, la implementación de medidas de seguridad, mayor presupuesto para obras, equipos e insumos, y sobre todo exigieron que se cumpla la promesa de regularización de los empleados regidos por el “contrato Posadas”. El personal total era entonces de poco más de 4.000. 

Marchas a Plaza de Mayo, cortes de la Autopista del Oeste y paro de actividades en  hospitales nacionales y provinciales pusieron al Posadas en la agenda pública y en los medios. Se nombró a un nuevo director que apenas duró seis meses. La tensión crecía y el gobierno intervino el hospital. En abril de 2015 cambió la cúpula directiva y declaró a la prensa que las condiciones en que se encontraba el Posadas no condecían con el presupuesto que recibía. 

Con fecha 27 de mayo de 2015, un informe ejecutivo de la nueva dirección, decía: “La intervención está funcionando sin presupuesto porque el mismo se agotó en el mes de febrero; la precarización laboral es del 85% del personal médico y no médico. Se liquidan 4.565 sueldos al mes. Hay empleados con treinta años de antigüedad que no son parte de la planta permanente del hospital”. También enumeraba una síntesis de puntos críticos: “Descenso de la cantidad de internaciones, cirugías y partos, y de estudios médicos. Presupuesto insuficiente y comprometido. Exceso de compras por adjudicación directa”.

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En febrero de 2018 ciento veinte enfermeras fueron despedidas por negarse a aceptar la extensión del horario de las guardias nocturnas, desde diez a doce horas, noche por medio.

 

Un año después,  son cuatro las que acomodan las facturas recién llegadas y los termos de café sobre un tablón sostenido por caballetes y vestido con un mantel. Hay galletitas, alfajores, golosinas, chocolate caliente. Todo a precios accesibles. Los clientes son las personas que  llegan al hospital a atenderse y los familiares de los internados. Los trabajadores del hospital ni se acercan. 

-A uno de los chicos que siempre nos compraba lo cambiaron de sector. Nosotras entendemos a nuestros compañeros. Sabemos que tienen miedo. Nosotras no. Siempre supimos que nos jugábamos todo. Pero cuando la única salida parece ser: obedecer y agachar la cabeza, alguien tiene que decir “no, hasta acá”. Esas fuimos nosotras. Por eso estamos en este hall con el quiosco y no se atreven a tocarnos. Y si alguien lo intenta, nos protegen los vecinos y los pacientes. Venimos dando una lucha que hizo que nos ganáramos el respeto de todos. Creo que nos respetan hasta los directivos del hospital. 

Muchas de las enfermeras y técnicos de otras áreas iniciaron acciones legales y mientras esperan ser reincorporados ocupan espacios. El primer quiosco fue el del hall central, pero ahora hay otros en distintas áreas del hospital. 

Un segundo estallido ocurrió en septiembre de 2018: más de ochenta despidos, en su mayoría de médicos. Hay una idea muy presente en los testimonios de varios de los despedidos y también de los que siguen trabajando en el hospital. Uno de los psiquiatras a los que no le renovaron el contrato la resume así: “La dirección macrista podría haber hecho un trabajo justo y minucioso para corregir lo que no estaba bien, podría haber separado la paja del trigo. Sin embargo, no parece ser lo que pasó. Una cruz en una lista definió el destino de muchos médicos. Negociados a la sombra entre la dirección y los sindicatos. Sin considerar trayectorias ni necesidades, sólo trueque de favores”.  

Diez de los quince psiquiatras que conformaban el sector fueron despedidos. Los médicos advirtieron que mil pacientes quedarían sin atención. La sensación de fragilidad y peligro volvía; el recuerdo del paciente y el camillero que murieron en noviembre de 2014. Aquella vez, los principales medios cubrieron la tragedia. Ahora, en octubre de 2019, revisando los últimos artículos sobre el Hospital Posadas, antes de cerrar esta nota, aparece en un diario zonal de Ituzaingó la noticia sobre el suicidio de un paciente de 23 años que se arrojó del séptimo piso. Fue el 12 de julio del año pasado y cuesta encontrar medios que hablen de lo sucedido. 

El psiquiatra despedido confirma la información:

—Sí, fue un día viernes- dice y no agrega nada más.

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La ronda de los miércoles es una manifestación pacífica de trabajadores, vecinos y agrupaciones defensoras del hospital. En los jardines, al mediodía, se juntan para caminar exhibiendo sus pancartas.

A comienzos de 2018, cuando despidieron a las enfermeras, eran cientos.

Eran cientos también en septiembre de 2018 cuando despidieron a los médicos. En esos días filmaron un video: cada médico y médica despedidos posó mostrando a cámara un cartel en el que se leía su nombre y cargo, y Lalo Mir les puso el volumen de su voz. En otra manifestación, los que aún conservaban su puesto de trabajo y residentes solidarizados se filmaron con máscaras en el rostro para denunciar  la amenaza  y el temor a las represalias.

Las rondas, ahora, son menos concurridas. Un puñado. Por temor, por desgaste. El reclamo insiste en las redes sociales. Una viñeta de La Nelly, la tira de Langer y Mira, que fue publicada durante años en la contratapa del diario Clarín, circula mostrando a su protagonista blandiendo un estetoscopio en su mano izquierda y una pancarta: ¡Viva la lucha del Posadas! Clarín tiene su espacio en la historia que se transmite de boca en boca. Un titular del 3 de julio de 1972 que muchos recuerdan. Hospital Posadas: “Un lujo demasiado grande.”

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Hace más de un año, en septiembre de 2018, la denuncia emergió desde un lugar inesperado. Christián Kreutzer, quien era jefe de servicio de cirugía infantil cardiovascular, tuiteó: “Acompañé con fervor la gestión de Pablo Bertoldi Hepburn, actual director. Se hicieron cosas muy importantes. Sin embargo, de manera inconsulta y sin aviso, se ha despedido a dos coordinadores de recuperación cardiovascular y a una médica de guardia. Se los acusa de no cumplir asistencia, lo cual no es cierto. Lo mismo ha pasado en otros servicios…Se hace imposible mi continuidad en el Hospital. De los errores hay que hacerse cargo, eso también es Cambiemos." 

Y agregó: “Le pido al Secretario de Salud, Adolfo Rubinstein, que la próxima vez que vaya a opinar de mi servicio se informe mejor.”

El Secretario de Salud había declarado al diario Clarín: “El Posadas es un hospital extremadamente complejo...se encontraron casos fragantes, empleados que no trabajaban ni el veinte por ciento…Si hay un error por supuesto que se va a remediar. Pero debe estar claro que no hay un plan de ajuste ni de despidos ni ningún tipo de persecución ni nada.”

Al consultarle a la Secretaría de Gobierno de Salud sobre este caso, respondieron por mail: “Actualmente se ha conformado un nuevo equipo constituido por personal altamente capacitado que se encuentra realizando las cirugías cardiovasculares pediátricas de todo nivel de complejidad."

Sin embargo, en un informe de mayo de 2019 de CICOP, el gremio de profesionales con sede en el Posadas,  se lee: “Si bien desde el facebook del hospital se muestra un nuevo y sonriente plantel profesional, la triste realidad es que desde noviembre de 2018 no se han operado más niñxs ni recién nacidxs con cardiopatías congénitas graves... Las doce camas de cuidados críticos destinadas a ese fin están  sin uso.”

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Una de las enfermeras despedidas trabajaba en pediatría y confirma el desmantelamiento de un área que no dejaba de provocar orgullo en la comunidad del hospital. Revisando el informe preparado por CICOP concuerda con cada punto. Sirve chocolate caliente y le da indicaciones a una compañera que acaba de llegar, le dice quién pasará a buscar algo de la recaudación, qué cosas hay que comprar.  Dos más se suman a la charla. 

-La pregunta es quién controla en el Estado las decisiones que toma la dirección. La de ahora, como antes otras, acuerdan con los sindicatos y así se pierde a personal muy valioso para el hospital.

El informe de CICOP dice: más de 1300 empleados despedidos (médicos, enfermeras, técnicos, bioquímicos, farmacéuticos, psicólogos, kinesiólogos, y personal no profesional con tareas asistenciales); áreas en estado crítico (patologías cardiovasculares y cerebrovasculares,  atención a niños con síndrome de Down, tuberculosis, mielomeningocele y Parkinson, psiquiatría, laboratorio -en donde hay demoras de hasta tres meses en los informes de biopsias que incluyen el diagnóstico de cáncer- suspensión de cirugías, farmacia con suministros insuficientes).

El informe denuncia además el incumplimiento del plan de obras previsto para resolver los problemas estructurales del edificio antiguo. Y dice: “Pero sí se ha gastado muchísimo dinero en pintar las treinta y dos camas, cambiar las luminarias y mejorar el estado deplorable de cuatro baños de internación, inaugurados mediáticamente. Faltarían mejorar los sectores del edificio que no aparecen en las fotografías.”

—Cosmética. El informe cuenta la verdad-dice una de las enfermeras-  La pregunta es para qué sirve refaccionar la guardia si no hay médicos suficientes, hacer un vacunatorio si faltan las medicinas, para qué sirve que “Puerto Madero” esté lleno de carteles electrónicos y los turnos se den por teléfono si cada vez quedan más pacientes sin atender. 

Una de las  mujeres nombra a una enfermera que se transformó en símbolo de esta batalla que no acaba. Su fotografía se ha vuelto parte de las banderas que se agitan en las manifestaciones. 

 

—La insensibilidad de la dirección, esta vez, llegó a límites muy extremos. Una enfermera con más de trece años en el hospital fue despedida sabiendo que tenía cáncer. La dejaron sin nada. Sin dinero, sin atención, sin el lugar al que pertenecía.

La noticia de su muerte se conoció el 12 de agosto, unas semanas después de este encuentro en el que sus compañeras la recordaban.

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Ni las autoridades del Ministerio de Bienestar Social y Salud, ni las del Hospital Posadas aceptaron entrevistas personales. Pero sí hubo, durante agosto de 2019, un intercambio de correos con la Secretaria de Gobierno de Salud de la Nación que envió sus respuestas en un documento de dos páginas. Comienza diciendo que el Hospital Posadas es “un referente irremplazable de la salud pública” (las negritas son parte del texto original). 

Ese adjetivo, irremplazable, es en lo único que parecen coincidir las dos partes de esta disputa. 

La información dice que en 2017 y 2018 readecuaron el número de trabajadores a las necesidades operativas reales del hospital, que el control biométrico de asistencia mejoró el cumplimiento y permitió aumentar los turnos disponibles, que de 581.000 consultas ambulatorias en 2016  se pasó a 642.260 consultas en 2017 y 716.850 consultas en 2018, con un nivel de empleados similar a 2014. Y aseguran que con la misma cantidad de camas de internación, los egresos se incrementaron de 16.372 en 2016 a 18.700 en el año 2018, con un mayor porcentaje de ocupación y una reducción en los tiempos de internación.

En temas de infraestructura dice el informe que han trabajado “incansablemente para saldar las deudas históricas con la comunidad hospitalaria”, que mejoraron el área de emergencias de adultos, los quirófanos, baños y habitaciones de internación, el bar-comedor, farmacia,  helipuerto, que se habilitaron veinte nuevas camas pediátricas, se rehabilitaron veintiséis ascensores, y que se construyó el vacunatorio más grande del país, una central para tratamiento de residuos patogénicos y un área de mantenimiento, que en el área de farmacia se incorporó un sistema centralizado, informatizado y controlado que permitió no solo el ahorro de más de trescientos millones de pesos anuales (que se destinan a cubrir otras necesidades del hospital), sino que aportó mayor seguridad en el manejo de drogas y medicamentos. 

Sobre la presencia de las fuerzas policiales y de gendarmería, el informe dice que “el predio se encontraba abandonado, invadido por malezas y chatarras, sin límites perimetrales y sin dotación adecuada de seguridad que provocaron situaciones graves para el personal y los pacientes; que el predio se desmalezó, se limpió totalmente y se colocaron puestos de seguridad.”

La versión del informe de CICOP denuncia prácticas y motivaciones muy distintas: “Los trabajadores habitamos una territorialidad militarizada con la presencia constante de gendarmería dentro de la institución y apostados en la autopista con armas largas que apuntan hacia el edificio; los policías, cámaras de seguridad y rejas completan la violencia necesaria para asegurar que los directivos del hospital puedan ejecutar las políticas de destrucción del sistema de salud pública; el clima hostil que viven los trabajadores  llegó a un punto de no retorno tras la declaración de la Ministra de Seguridad de la Nación en relación a las pistolas que compró el gobierno.”

Dijo Patricia Bullrich: “Hay lugares donde usar las Taser es muy recomendable. Por ejemplo, en el Hospital Posadas.”

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Cuando en septiembre de 2018 el Ministerio fue degradado a Secretaría de Gobierno de Salud se encendió la alarma y un conjunto de más de cincuenta sociedades científicas, organizaciones de la sociedad civil e instituciones académicas  intensificaron sus advertencias sobre el deterioro del sistema sanitario a nivel nacional y provincial. “Se institucionalizó el retiro progresivo del Estado del papel de garante y responsable del derecho a la salud”, dice la Dra. Magdalena Chiara, Directora Académica de la Diplomatura Gestión de las Políticas de Salud en el Territorio (UNGS). “Era algo que se venía manifestando en la discontinuidad y reducción en la entrega de insumos críticos (medicamentos, vacunas, tratamientos para patologías específicas) y en la retracción de muchos programas nacionales.

Ahora, tras la devaluación de agosto,  todo es peor. “Los cortes en la cadena de pagos, en las entregas de insumos y en la caída de licitaciones tiene consecuencias directas sobre los pacientes: se suspenden cirugías, faltan medicamentos y vacunas y se interrumpen tratamientos de patologías crónicas. Se trata de vacíos en la acción del Estado que tienen serias consecuencias para la salud y la vida de las personas." 

Sobre este diagnóstico se consultó a las autoridades nacionales, pero la Secretaria de Gobierno de Salud no emitió opinión.

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Todo, aquí, parece una hipérbole.

—¡Si hasta un fantasma tenemos!

Las enfermeras que atienden el kiosco se ríen. Hace poco, una figura difusa fue fotografiada en la soledad de la noche al final de un pasillo; la imagen tuvo su momento en los medios.

Hoy es feriado. Las mujeres sirven café caliente. No hay demasiadas personas circulando por los pasillos del hall central. Es un buen momento para conversar más tranquilas, sacar fotografías, leer las carteleras. “Ahí colgado está el listado de turnos, la evidencia de los pocos que se dan. Cada vez menos.”

Una fotografía, otra, un recorrido por los pasillos quietos. 

De pronto, de frente, a diez metros de distancia, aparecen tres hombres fuertes, de pisadas fuertes y miradas fuertes. Llegan rápido, con la gestualidad de los envalentonados. Están vestidos de civil.

—¿Qué está haciendo? Acá no se pueden sacar fotos. ¿Usted es periodista? ¿Quién la autorizó a entrar?

Miran la libreta de anotaciones. Se miran entre sí. Miran a las enfermeras que se ponen a conversar entre ellas siguiendo con lo suyo. Miran hacia arriba, hacia la cámara que enfoca el pasillo desde un ángulo del techo.

—No pasa nada —dice uno— Vamos.

Dos de los tres se pierden de vista al final de un pasillo. El tercero se queda un minuto más. 

Insiste:

—No está permitido sacar fotos sin permiso. Si ya terminó lo que vino a hacer, mejor se va yendo.

La recomendación, tan parecida a una orden, acelera la despedida con las enfermeras. 

La caminata hacia la salida, de pronto, se vuelve extrañamente urgente. Al borde del camino, la guardia de adultos sigue atestada de pacientes. 

 

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