Las mil muertes de Nora Dalmasso


La mujer en cuestión

A casi 20 años del crimen, por primera vez el círculo íntimo de la víctima brinda testimonio público sobre cómo ese duelo les sigue marcando los días. Las mil muertes de Nora Dalmasso, la serie documental de Netflix, es de algún modo el relato oficial de la familia. Y también es una crítica a la narrativa con la que el periodismo cubrió el caso, estigmatizando a la víctima por los rumores sobre su vida privada y hasta afectando el derecho a la intimidad de su hijo gay. Dante Leguizamón, autor del podcast Maten a Nora y uno de los cronistas que siguió la causa, repasa la serie y se detiene en algunas de las 999 muertes anteriores de Nora.

—Tipo cuatro de la mañana llamó mi papá y me dijo que mamá había tenido un accidente en la ruta. Me pedía, por favor, que volviera a la Argentina.

La Valentina Macarrón que cuenta eso tiene 35 años y el rostro endurecido por la tristeza. Pero la que recibió aquel llamado tenía apenas 16. Al día siguiente, tras veinte horas viajando sola en un avión desde Chicago, aterrizó en Córdoba cargada de preguntas. En el aeropuerto la esperaban dos amigos de Marcelo Macarrón, su padre, que habían ido a buscarla. Durante las tres horas que duró el traslado hasta Río Cuarto, preguntó una y otra vez en qué clínica estaba internada su mamá. Las respuestas fueron vagas y contradictorias. Nadie quería decirle la verdad.

—Me di cuenta de que algo malo había pasado—dice 19 años más tarde en uno de los momentos más conmovedores de la serie documental Las mil muertes de Nora Dalmasso que acaba de estrenar Netflix.

Es la primera vez que escuchamos la voz de aquella niña frente a las cámaras. O, mejor dicho, la segunda: la primera vez rogaba que por favor los periodistas la dejaran en paz.

Ya en Río Cuarto Valentina notó que no la llevaban a su casa, sino a la de su abuela. Además de su padre y su hermano Facundo, la esperaban sus tías y algunas de sus amigas. Todo se volvía aún más confuso. Minutos después, fue su hermano —porque el padre no se atrevió— quien le dijo la verdad: su mamá no estaba internada, ni se había producido ningún accidente. Estaba muerta.

—Facundo se quebró y me dijo que había sido asesinada.

Uno de los hallazgos de Las mil muertes de Nora Dalmasso  son los relatos en primera persona de la familia y el círculo íntimo de la mujer asesinada en noviembre de 2006. El de Valentina resulta inquietante. Cuando los Macarrón deciden volver a su casa en Villa Golf se encuentran con una legión de periodistas. El documental muestra lo que se vio en vivo por la tele. El padre baja nervioso del auto, los periodistas invaden el patio, se meten a pura prepotencia casi dentro del garaje. El padre trata de sacarlos y cerrar la puerta. La puerta se traba, el padre empuja, logra cerrarla. Unas horas antes Valentina dormía en Estados Unidos y ahora está en una casa que ya no es un hogar sino una escena del crimen. Peor aún: en ese momento se entera de que a su mamá la asesinaron en su cama, en la habitación que había sido su cuarto de niña.

Sigamos un poco más en aquellos primeros días tormentosos para la familia. Facundo habla de un asedio periodístico interminable, dice que el teléfono no deja de sonar pidiendo entrevistas, que afuera los cronistas tocan el timbre pidiendo hablar y que el cuchicheo y el alboroto de la vereda no los deja dormir. Valentina recuerda el sonido del generador que mantenía las antenas parabólicas de los medios atormentándolos.

Cuando llevaban más de 30 horas de angustia ininterrumpida, el padre decide llevar a Valentina al cementerio para que “se haga a la idea” de lo que había pasado. ¿Falta de criterio? Puede ser. La solución que encuentran para evitar el acoso de los periodistas parece sacada de una serie policial de moda en aquellos años: esconder a la adolescente en el baúl del auto para que no la vean los medios.

—Me acosté ahí. Me encerraron en el baúl y salimos.

Los medios los siguen. La situación se vuelve incontrolable. Las radios transmiten en vivo, los canales de TV de todo el país narran el viaje hacia el cementerio, Valentina baja del auto con Facundo y las cámaras registran el momento. Un camarógrafo pisa un nicho, tambalea, pero no se cae. Corren sobre muertos que a nadie importan. Todos pisan las tumbas. Valentina llora y grita: “Por favor, se los pido”, pero las cámaras siguen apuntando. Los hermanos encuentran la tumba y ella vuelve a gritar: “Por favor”. Son dos pibes que han perdido a su madre y creen que es el peor momento de sus vidas. Hasta en eso son inocentes, incapaces de imaginar todo lo que falta. Ella tiene 16; él acaba de cumplir 19.

—Cuando miro mis fotos siento que hay un gran cambio entre la Valentina que era antes y la que soy. Capaz era más fosforita, espontánea y pícara. Después de eso siento que todo lo minimicé. No sobresalir en ningún lado, no decir nada de más. Tener cuidado de no decir eso o lo otro. En cierta forma terminó definiendo mi personalidad. Y eso de que si sobresalís está mal. Y… te matan.

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—Hola Dante. Por acá Sol, de la agencia de prensa de Netflix en Argentina. Me pongo en contacto porque quería acercarte una posibilidad de nota por Las mil muertes de Nora Dalmasso, la serie documental que se estrena…

Otra vez ese nombre, esa muerte y el flashback. El recuerdo de la primera de aquellas muertes, el último domingo de noviembre de 2006:

A las seis de la tarde me había puesto a buscar entre los cables internacionales alguna tragedia, pero no encontré nada. Completé las breves con noticias inchequeables de provincia de Buenos Aires y decidí dejar la cabeza de la página 31 para más tarde.

Los domingos siempre queda muy en evidencia la precarización laboral; ese día me tocaba estar solo y llenar tres páginas, incluidos los números de la quiniela que iban en la 31. Decidí concentrarme en la 32 (contratapa) juntando accidentes de tránsito menores ocurridos en el interior de Córdoba. Como no conseguí que la Policía mande imágenes de los choques, tuve que pedirle a los de diseño que pusiéramos una fotonota para ilustrar la página con otro tema.

Eran las siete de la tarde y ya había terminado la tapa (página 30), así que la envié al cierre. Mientras escribía la 32 seguía nervioso por la 31, el editor se levantó de su asiento y avisó:

—Una radio de Río Cuarto dice que mataron a una mujer en su casa y que el marido estaba jugando al golf en Punta del Este. Parece que apareció ahorcada con un cinto de la bata del baño. Todo el mundo habla de eso. La víctima se llama Nora Dalmasso

***

Una de las particularidades del caso Dalmasso fue que cada fiscal que intervino pareció tener su propio culpable. En algunos casos, incluso, llegaron a manipular indicios y pruebas para sostener teorías tan débiles como prejuiciosas. Algo similar ocurrió con muchos periodistas, que se sintieron con derecho a lanzar sus propias hipótesis criminales —como quien arroja una granada— sin medir las consecuencias de lo que insinuaban, publicaban o prejuzgaban en nombre de la noticia.

Así las cosas, cada fiscal fue construyendo una nueva versión del crimen, usando los mismos indicios y pruebas de manera contradictoria. El repaso resulta casi patético: Rubén Magnasco (un abogado, funcionario del Ministerio de Seguridad de la provincia) la había matado en medio de un juego sexual —lo que implicaba que no había habido violación—. Luego se demostró que no eran amantes y apenas se conocían. Fue sobreseído. Gastón Zárate, el pintor, sí la había violado antes de ahorcarla. Pero para llegar hasta él la Policía secuestró y golpeó a un amigo suyo, obligándolo a inventar que Zárate le había confesado el crimen. Fue sobresído. Facundo Macarrón, su propio hijo, había viajado desde Córdoba hasta Río Cuarto (213 km) para atacar a su madre, introducirle los dedos en la vagina y, mientras tanto, ahorcarla con el cinturón de una bata. Después había regresado a Córdoba sin que nadie lo notara. También sobreseído. La primera hipótesis —porque hubo dos— sobre Marcelo Macarrón fue la más inverosímil: había tomado un avión fantasma desde Punta del Este hasta un aeropuerto no identificado en Córdoba, donde lo esperaba un auto que lo llevó hasta Villa Golf. Allí mantuvo relaciones con su esposa (nunca quedó claro si había sido una violación) y la asesinó, dejó todo en orden y regresó a Uruguay para, sin dormir, jugar el único torneo de golf que ganó en su vida. Sobreseído. Roberto Bárzola, el ceramista (o parquetista), tiene el "honor" de ser el más reciente homicida en esta cadena de suposiciones. Todavía está imputado del crimen, aunque hay una discusión sobre si el caso no ha prescrito. A él se lo acusa de ingresar a la casa, atacar, violar y asesinar a Nora Dalmasso para luego desaparecer durante 19 años.

El caso y las contradicciones del sistema judicial cordobés no son abordados en Las mil muertes de Nora Dalmasso. El documental se concentra en las repercusiones y en cómo lo vivieron los Macarrón, pero no en el homicidio. Es, de algún modo, el relato oficial de la familia. Sin embargo, también es una crítica sólida a la manera en que el periodismo cubrió el crimen.

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Fui a Río Cuarto enviado por el diario el martes siguiente a la muerte. Pedí ir porque la División Homicidios de la ciudad iba a hacerse cargo de la investigación y como eran mis fuentes habituales, pensé que tenía asegurado conseguir buena información. Y fue así.

La primera noche supe que Nora Dalmasso tenía un único amante, y leí en una impresión los mensajes cariñosos que intercambiaban. Se llamaba Guillermo Albarracín y era uno de los amigos que había viajado con el viudo a Punta del Este. A la mañana siguiente, descubrí que la teoría del “juego sexual” había surgido de un comentario al pasar de la bioquímica cuando vio la escena del crimen. También entendí que la mayoría de las versiones sobre “la Nora descarriada” venían de supuestas íntimas del country Villa Golf, que en realidad eran muy poco amigas de Nora.

Al tercer día supe el nombre de la amante de Marcelo Macarrón. Y al cuarto —cuando creía que sabía más que nadie sobre el caso— me di cuenta, por pura casualidad, de que debía desconfiar de todo lo que mis fuentes me habían dicho.

Me di cuenta de eso una noche, cenando en el restaurante del Hotel Ópera con un grupo de policías. En medio de la comida, se acercó Daniel Lacase —amigo del viudo— y, después de decirles que acababa de hablar con sus jefes, les soltó: “Esto y el hotel ya está arreglado, eh”. Y se fue. Los altos mandos policiales y el gobierno de Córdoba aceptaban, sin reparos, que uno de los principales sospechosos financiara la estadía de quienes debían investigarlo. Por entonces gobernaba José Manuel De la Sota y su vice era Juan Schiaretti.

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—Me sacaron a patadas del closet —dice Facundo Macarrón mientras el documental muestra la tapa de una revista que titula: “El tabú de la sexualidad de Facundo”—Mamá nunca supo que yo era gay. De a poco estaba ganando seguridad para contárselo. Mi papá se enteró por una revista local y lo primero que me dijo fue: “No te criamos para esto”. El peor momento para él no sé si fue que me imputaran por el crimen o que yo fuera gay.

La reacción del padre le hizo sentir que no sólo había perdido a su mamá, sino que al enterarse de su elección sexual la consecuencia iba a ser perder también a su papá. La familia perfecta, entendió entonces, nunca lo había sido.

La palabra del hijo de Dalmasso es la que guía el relato de la docuserie. Unos meses después del crimen, en junio de 2007,  publiqué como primicia en el diario Día a Día que los análisis realizados por una científica cordobesa llamada Nidia Modesti (no por el FBI, esos llegaron bastante tiempo después) arrojaban que en la escena del hecho se había encontrado un “haplotipo de cromosoma Y” que correspondía “al linaje de la familia Macarrón”. Los especialistas explicaban que no era un ADN completo, sino parte de un ADN. A la distancia, el dato no era una gran noticia. Facundo había dormido semanas antes de la muerte en la cama donde mataron a Nora. Ella y Marcelo habían tenido sexo en esa cama el martes antes del viaje del marido a Punta del Este.

Al fiscal Javier Di Santo le alcanzó para imputar al hijo por el homicidio de su madre. El mismo fiscal había imputado, por teorías contradictorias, a otras dos personas antes de hacerlo con Facundo.

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Aquella frase que se adjudica a Mark Twain: “no dejes que la realidad te estropee una buena historia” es perfectamente aplicable al Caso Dalmaso y a algunos periodistas que lo cubrieron. Más allá de lo que surge de algunas entrevistas, y que juzgará el espectador, en Las mil muertes de Nora Dalmasso  hay momentos  inolvidables que el realizador rescata con inteligencia.

Uno de ellos lo protagoniza María Julia Oliván —la nombramos porque ella se nombra a sí misma en la serie—. La periodista  camina por  una calle de Córdoba asegurando que va a preguntarle a Facundo “lo que todos quieren saber” y después se la ve (con una imagen tomada desde muy lejos) interpelando muy educada a Facundo, de 19 años recién cumplidos, en el ingreso a la Universidad Católica de Córdoba. El hijo de Dalmasso le contesta respetuoso y ella lo hace hablar sin decirle que lleva un micrófono escondido y que, entre los árboles, hay un camarógrafo registrando todo. Lo que sigue es la afirmación de la periodista: “Vos entendés, Facundo, que los medios no inventan las cosas”.

Los medios inventaban cosas todos los días. Amantes falsos, rumores despreciables e informes completos como aquel de la remera “Yo no estuve con Norita”. Existía una mecánica perfecta y por momentos diabólica.

En ese contexto, otra periodista, en vivo por América 2,  difundió fuera del horario de protección al menor las fotos de Nora, desnuda y muerta en la cama de su hija. Mientras tanto, los dos conductores del noticiero —un hombre y una mujer— llamaban a ese espanto “investigación periodística”. Esas imágenes circulaban en el mercado negro del periodismo nacional a 10 mil pesos de la época. El relato de los hermanos, que estaban viendo la televisión juntos en la casa de su abuela cuando todo ocurrió, sigue siendo uno de los más potentes y empáticos del caso. 

En la charla que Anfibia mantuvo con Jamie Crawford, el periodista inglés que realizó la serie, le preguntamos si no sintió que a la prensa le cuesta pensar el caso más allá de sus prejuicios. Contestó: “Uno forma sus opiniones y es muy difícil cambiarlas. Por eso, para mí era  importante hablar con una mezcla de gente. Mi trabajo consiste en no opinar, sino en abrir la puerta para que puedan contar sus experiencias. Ojalá lo haya podido lograr”.

Crawford, que vivió un año en Río Cuarto cuando tenía 18 años y mantuvo conversaciones a lo largo de tres años con Facundo hasta conseguir su testimonio, sugiere que también las audiencias  “participaron a su modo del caso a lo largo de estos 20 años” y espera que el documental “ayude a reflexionar sobre cómo consumimos, interpretamos y divulgamos estas historias”.

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La primera conferencia de prensa de Macarrón se produjo unos días después de la muerte, en un salón del Hotel Ópera de Río Cuarto. 

Mucho de lo que pasó en torno al caso surgió aquel día en que el viudo se presentó con su hijo para supuestamente aclarar las cosas y terminó ensuciando todo.

Nada de eso está referido o analizado en el documental, pese a que es también otra de las muertes de Dalmasso y sin dudas uno de los primeros maltratos públicos mediáticos a la víctima. Algunos sabíamos que Macarrón tenía una relación extramatrimonial al momento del homicidio, y por eso nos sonó tan hipócrita su actitud cuando le preguntaron por las infidelidades de su mujer.

“Si se ha equivocado en los últimos tramos de su vida, la perdonamos totalmente”, dijo Macarrón, que de ese modo abrió la puerta para hablar de las supuestas infidelidades de Nora, sabiendo que todos los medios del país reproducirían su palabra. La conferencia se convirtió en una tribuna en la que el viudo hizo comentarios sobre el amante de su mujer pidiendo “que sea juzgado por la sociedad y por Dios” debido a su “falta de códigos de amistad”. También llamó la atención cómo el viudo aceptó, sin poner reparos, la idea de sexualizar el crimen llegando a sugerir que, si había muerto en un juego erótico su esposa posiblemente tenía “problemas psicológicos”.

Así como es cierto que la frialdad del viudo no alcanzaba para convertirlo en sospechoso como muchos comenzaron a especular después de eso, esa conferencia fue un aporte de la propia familia a la violencia mediática contra Nora.

Otra de las voces ausentes en el documental es la de Guillermo Albarracín, quien, según los mensajes de texto que intercambiaba con Nora, mantenía con ella una relación cercana, divertida y afectuosa. También habría sido valioso escuchar a Alicia Cid, la mujer con la que —según consta en el expediente judicial— Marcelo Macarrón sostenía una relación extramatrimonial desde mucho antes del crimen.

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Llegué al caso Dalmasso creyendo en el periodismo y salí de él descreyendo de casi todo. Es  difícil explicar la dinámica. Una vez instalada la idea del “juego sexual”, que no tenía  sustento y no constaba en la causa, el asesino ya no era un asesino sino un “amante”. Cuando el fiscal ordenaba la realización de un análisis de ADN a un grupo de personas, los diarios no decían: “Cotejarán los rastros genéticos hallados en el cuerpo de Dalmasso con los ADN de las 18 personas que ensuciaron la escena del crimen”. Lo que hacían los diarios para vender era publicar: “Pedirán ADN a 18 personas. Buscarán entre ellos al amante de esa noche y al posible asesino”. La diferencia era sutil pero perversa.

Un día, mi editor me preguntó: :

—¿Estás seguro de que no es un country? Los medios siguen diciendo que es un country, eh. 

Mientras los colegas hablaban de un “crimen de poder”, yo sostenía que, aunque esa hipótesis era posible, no se podía descartar la más incómoda: la de los albañiles aunque hubiera un “perejil” entre ellos. Le sorprendía que los diarios hablaran de “los amantes de Nora” y yo insistiera en que había uno solo. Se molestaba porque me oponía a que se la llamara “Norita” y que publicaran fotos de las remeras que decían: “Yo no estuve con Norita”. 

¿Entre un buen trabajo periodístico y el morbo, el público siempre elige lo segundo? 

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Las “amigas de Villa Golf” era una frase repetida por varios colegas que seguían el caso, pero bastaba leer el expediente para darse cuenta de que esas mujeres no eran amigas de Nora Dalmasso. Por eso resulta conmovedor escuchar a Cecilia Balbo, una amiga de la adolescencia, en el documental de Netflix:

—No creo que se haya ahorcado por cómo le gustaba la vida y vivirla —dice Cecilia Balbo que,  pensó cuando le dijeron que Nora se había suicidado—. Después del secundario le gustaba disfrutar, y juntas encontrábamos diversión en cualquier lado.

Esos pequeños recuerdos de Balbo, algunas fotos y videos viejos a lo largo de los tres capítulos son los únicos intentos de Las mil muertes de Nora Dalmasso de acercarse a la verdadera Nora. La docuserie le da voz a la familia, pero no se preocupa demasiado por  la mujer en cuestión, que era más que “una víctima”.

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El caso Dalmasso es una tragedia judicial en los archivos de la Justicia de Córdoba. A lo largo de casi dos décadas se gastaron fortunas y se ensuciaron nombres , pero solo se hicieron dos juicios.

En el primero, la familia logró una condena contra el periodista Hernán Vaca Narvaja por el tratamiento que hizo del caso en la revista El Sur. Para Marcelo Macarrón, Vaca Narvaja (quien habló públicamente sobre la sexualidad de Facundo) es “un hijo de puta”. En la serie documental Vaca Narvaja habla mucho. Convencido de que todo lo que hizo fue correcto. Será el espectador quien tenga la última palabra.

El otro juicio fue aún más vergonzoso. Como el fiscal Daniel Miralles —quien había imputado a Macarrón por primera vez— no pudo probar su fantasiosa hipótesis de que el viudo viajó en secreto desde Uruguay para matar a su esposa y luego regresó a jugar un torneo de golf, otro fiscal, Luis Pizarro, elevó la causa a juicio bajo una nueva teoría: Macarrón no la había matado con sus propias manos, sino que había contratado a un sicario.

El disparate fue tal que tuvo que intervenir un tercer fiscal, Julio Rivero, quien pidió la absolución de Macarrón por falta total de pruebas.

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Este año se cumplen diecinueve años desde que la muerte de Nora apareció por primera vez en la página 31 del diario Día a Día. Desde entonces, escribí varios textos sobre ella. Hice un podcast sobre el caso que se llama Maten a Nora. Leí la causa completa más de una vez, incluidas las elevaciones a juicio. Me peleé con varias fuentes. Estuve presente en la exhumación del cuerpo, escuchando los chistes que los forenses hacían sobre Nora. Odié este caso. Me prometí mil veces no volver a escribir sobre él. Pero aquí estoy. 

Creo que esa mujer todavía tiene mucho por decir. Actualmente hay un nuevo acusado con una nueva hipótesis sobre el crimen. Se trata de Roberto Bárzola, una de las muchas personas que trabajaba en las refacciones de la casa. Al parecer su ADN estaría presente en el cuerpo de Nora y en el cinto de la bata con el que fue ahorcada (lo mismo dijeron de Facundo y de Marcelo Macarrón). La justicia identificó a Bárzola hace poco cuando el caso, por el paso del tiempo, técnicamente había prescripto. Lo curioso es que ya en los primeros testimonios recogidos en 2006 la madre de Nora había señalado a ese hombre porque su hija, aparentemente, tuvo una discusión subida de tono con él. La justicia cordobesa que fue desprolija durante todo el caso, ahora intenta hacer malabares para que el crimen no prescriba. 

Quizás este no sea solo otro nombre en la lista. A diecinueve años, seguimos en deuda con vos, Nora Dalmasso.

Fotos: Netflix