Ensayo

Corrupción sin marco teórico


Karina, entre la mafia y el Estado

Javier Milei lo dijo en campaña y lo repitió luego en funciones: “Entre la mafia y el Estado, prefiero la mafia”. Y en el medio, como puente entre ambos, su hermana Karina, la máxima fortaleza y a la vez la mayor debilidad del Gobierno. Si para el presidente “el que fuga es un héroe que logró escapar de las garras del Estado”, la corrupción no es corrupción si es libertaria. Es un problema de marco teórico. Este hecho termina de sellar la identificación final entre el mileísmo y la casta que venía a combatir. Lo que colapsa, entonces, no es solo un gobierno. Es también el diccionario político con el que ese gobierno construyó la base de su legitimidad.

“Entre la mafia y el estado, prefiero la mafia”, dijo Milei en campaña y lo repitió ya como presidente. Pero los objetivos de su mafia requieren de los instrumentos del Estado. Por lo cual se vuelven claves los puentes que garanticen la sinergia entre mafia y Estado. Allí se ubica su hermana, en el doble rol de soberana y recaudadora. Milei quería decir: entre la mafia y el Estado, prefiero a Karina, que tan bien comunica a ambos. El problema es que concentrar la cima y los sótanos del poder en una misma figura hace que la máxima fortaleza del gobierno coincida con su mayor fragilidad. El talón de Aquiles se ubica en el corazón de este experimento.

Una fuerza paraestatal

El gobierno libertario desembarcó en el Estado argentino como un agente paraestatal. Hay que reconocer que lo dijeron siempre: antes y después de las elecciones. Porque este punto de partida, este vértice enloquecedor, organiza y da una racionalidad alterna al conjunto insólito de contradicciones, contorsiones y doble moral de este gobierno. Todo gobierno tuvo estos componentes. Pero en éste no son sólo efectos colaterales, sino doctrina y programa: desde siempre se propusieron como Estado paralelo de sí mismos, como nuevo marco teórico para la privatización de lo público, con el doble poder del narcoestado como modelo regional siempre a la mano.

Milei habla de “parásitos mentales” y proyecta su propia lógica de poder sobre sus enemigos imaginarios. “Amo ser el topo que destruye el Estado desde adentro”, también dijo. Su partido, con él a la cabeza, era, orgullosamente, el parásito político ingresando al Estado como algo extraño: desde dentro busca sabotearlo. “Desregulación” es la bandera para proponer un “pacto social” inverso que, en vez de hacernos ingresar a la vida civil, nos permita desertar de ella, un des-pacto social que nos devuelva a la espesa jungla de lo real capitalista, ya consolidada en los baldíos urbanos y mentales de toda gran ciudad.

El problema es que concentrar la cima y los sótanos del poder en una misma figura (Karina) hace que la máxima fortaleza del gobierno coincida con su mayor fragilidad.

Es conocido el experimento que en la ciudad de Grafton, en Estados Unidos, realizó un grupo de libertarios en 2004. Se instalaron allí y pusieron en marcha sus ideas antiestatistas, eliminando regulaciones e impuestos con el propósito de probar que la intervención gubernamental es opresiva y produce pobreza. Al poco tiempo, la localidad del estado de New Hampshire, fronterizo con Canadá, mostró el drástico deterioro de sus servicios públicos, el aumento de la violencia criminal, el caos social desatado y el tan elocuente ataque de osos contra sus residentes. La utopía realizada: volver a la ley de la selva era el proyecto retrofuturista de los libertarios para el siglo XXI.

¿Cómo se gobierna una sociedad desde una ideología que asegura que “la sociedad no existe”? Cuando Thatcher pronunció esa frase, la respuesta no era tan clara como hoy: se la gobierna a través del desgobierno. Desarticular todo sentido de lo común para garantizar la aceleración de la extracción de la riqueza, que siempre es común. La paradoja es evidente y las patas visiblemente cortas. Dependen del cuerpo colectivo para reproducirse, hasta que su tarea desreguladora pone en peligro la existencia del cuerpo del que dependen. El símbolo de los libertarios es el de la víbora, y debiera ser una víbora que se come la cola.

“Mire, mijo, entre la sangre y el tiempo, prefiero el tiempo”, dijo Perón en el 55, al inicio de la larga resistencia peronista, sabiéndose animal de la historia. El libertario prefiere la sangre, porque tiene un problema con el tiempo; es un ser de aceleración. El tiempo libertario teme a los osos de la historia. La pregunta para los ingenieros del caos es qué perspectiva de largo plazo, siquiera mediano, imaginan. Una pregunta que no sólo se hace el votante de las próximas elecciones, sino que inquieta cada vez más a los financistas de este experimento de alto riesgo. Ellos no van a esperar a que aparezcan los osos.

“Desregulación” es la bandera para proponer un “pacto social” inverso que, en vez de hacernos ingresar a la vida civil, nos permita desertar de ella.

En la selva interior

El nuevo escándalo de corrupción llega, muy puntual, tras el cierre de las listas para las próximas elecciones legislativas. Ese proceso dejaba un balance claro: en el partido de gobierno hay una contundente voluntad de hiperconcentración de poder y una escasa vocación de hegemonía. Karina es el Jefe y lo confirmaba con un liderazgo incuestionado y unilateral que contrasta de manera patente con el panorama fragmentado y desangelado de la oposición. Esa lógica vertical de concentración  se replicó en listas “puras”. La  estrategia no es ampliar mayorías en un gobierno con vocación de construcción de un auténtico oficialismo, sino la consolidación de un núcleo duro minoritario de fidelidad ciega que oficie de fuerza de choque para seguir gobernando a fuerza de decreto y veto.

El problema es que las reformas —el largo plazo— requieren votos, no vetos. El problema es confundir autoridad con aislamiento. El problema es dejar la conducción y la recaudación en una única y misma persona. El problema con acaparar todo es olvidar delegar el trabajo sucio. El problema es carecer de fusibles ante la posibilidad cierta de una tormenta perfecta. El problema es el plan de blindaje cuando la mancha no ensucia al centro del poder, sino que parte desde él. El problema es que sin un armado político consistente, el plan del saqueo no da garantías de sustentabilidad y pierde voluntades, financistas y votos. Si La Libertad Avanza supo ser la ambulancia que recogía a los rotos y humillados por la política tradicional, hoy es una máquina de producir heridos, resentidos y vengadores del futuro próximo. Y a la ambulancia la empieza a manejar la oposición.

Karina fue la dama de hierro del armado de listas que rápidamente mutó en la dama de barro del internismo furibundo. La hiperconcentración del poder puede tener efectos de autoridad en la superficie, pero construye debilidad estructural en lo profundo. Si el lumpenismo antipolítico los ayudó a llegar al poder, el amateurismo lumpen los está exponiendo a ser fusibles de sí mismos. La rebelión del hombre común como solución a la crisis de representación puede traer una nueva crisis de sobrerrepresentación: idénticos a sí, carecen del sistema de distancias que garantiza la representación. La receta ultra puede funcionar para la batalla cultural, pero en el armado político se parece a un suicidio por asfixia. En una paradoja sólo aparente, sucumben por su propia pureza.

¿Cómo se gobierna una sociedad desde una ideología que asegura que “la sociedad no existe”?

Es la revancha de Santiago Caputo porque lo dejaron afuera de las listas y porque es el enemigo público de los Menem. Es la venganza de Macri porque deglutieron su espacio político y pretenden jubilarlo. Es la perfidia de la vice que siempre está al acecho, y primera en la línea sucesoria. Es el autosabotaje preventivo del propio Spagnuolo porque teme que pronto lo dejen afuera y expuesto. Resulte lo que resulte, no cambia lo central: se trata de una factura interna ante una lógica que se lleva todo por delante y que multiplica enemigos a su paso. En el gobierno de la paranoia, no hay amigo que no sea un futuro enemigo, y la afirmación del mando se confunde con el refuerzo del aislamiento. La rigidez del esquema lo expone a una fragilidad autoinfligida. Si en las internas y en los sótanos es todo un hervidero, el puño de hierro en el gobierno sólo agrava la vulnerabilidad de un oficialismo que no arranca. Sobreactuar la lapicera fue el mejor modo de activar los fierros. 

El heroísmo de la corrupción

La sensación general es, por supuesto, que este escándalo termina de sellar la identificación final entre el mileísmo y la casta que venía a combatir; que la corrupción es la marca más notoria y negativa de la definición de “casta” en los propios términos libertarios, por lo que esta será la bala que más profundamente penetre en los aún vivos tejidos de legitimación de este gobierno.

Y, sin embargo, sería prudente no apresurar pronósticos sobre los efectos de este episodio, ni sobre cómo se traducirá en términos de las inminentes elecciones legislativas. No sólo porque escándalos anteriores pudieron ser superados, sino porque el diccionario con el que la sociedad realiza esa traducción entre corrupción y legitimidad ha cambiado. La “batalla cultural” no es sólo una fábrica de humo, sino la Real Academia de un nuevo diccionario social y político. Si hoy ningún humo puede ocultar este incendio, el diccionario sí operará en las formas de elaborar sus cenizas.

El sentido del desfalco al Estado ya no es el que era. Porque en el diccionario social de esta época el Estado ya no es el guardián de lo común, y el desfalco puede ser parte de las estrategias emprendedoras en una sociedad sin ley. Hace un año ya el presidente había hecho su famoso elogio a los evasores, en una apología estatal del desfalco al Estado aplaudida por quienes lo apoyaban, que anticipaba la idea, hoy patente, de que la negación del Estado como representación de lo común era un hecho ya consumado para ellos: eso que llamábamos Estado ya era entonces un actor particular más en el gran mercado de la vida anarcocapitalista que lo engloba todo.

Como si ya fuéramos la sociedad sin sociedad de Grafton, Milei había dicho, literalmente: “El que fuga es un héroe. Logró escaparse de las garras del Estado”. No hacía falta que su entorno más cercano se envolviera en este escándalo de corrupción para que ya estuviera claro lo central: no hay Estado como representación (problemática y defectuosa) de lo común. Lo único que hay son estrategias para maximizar beneficios en un territorio post-estatal en el que las estructuras del estado sirven de herramientas para quienes ocasionalmente dispongan de ellas.

El problema no es sólo la corrupción, sino también su marco teórico, su encuadre: no es lo mismo la corrupción K de Kirchner, que como sabemos es producto de estatistas desaforados, que la corrupción K de Karina, que es el trabajoso y meritorio logro de una emprendedora que empezó vendiendo tortas y tirando las cartas y mirá dónde está ahora. “El que fuga es un héroe. Logró escaparse de las garras del Estado”

Si La Libertad Avanza supo ser la ambulancia que recogía a los rotos y humillados por la política tradicional, hoy es una máquina de producir heridos, resentidos y vengadores del futuro próximo.

Hace tiempo que Milei no habla de falacias, pero podríamos imaginar una nueva: la reductio ad libertarium, que diría algo así: la corrupción libertaria no es corrupción, porque la concepción anarcocapitalista carece de todo marco normativo que permitiera distinguir el Estado de otro brazo más de un emprendimiento capitalista, por lo que la evasión y la corrupción demuestran, más bien, la loable capacidad de sus perpetradores para perpetrarla. Si te gusta la utopía de Grafton, bancate la pelusa de los ataques de osos.

Hoy no sólo está colapsando un gobierno. También está colapsando el diccionario político con el que ese gobierno construyó la base de su legitimidad. La crítica a la corrupción sólo puede provenir de un marco en el que algo ponga freno a la voracidad del más fuerte, que usará todos sus recursos a mano para maximizar su ganancia, incluido el estado ahora despojado de todo sentido social, y entendido como un engranaje más en la guerra de todos contra todos. Si se elimina del discurso público esa fuente de normatividad o legitimidad común, no hay crítica de la corrupción, sólo puede haber crítica del kirchnerismo.

El heroísmo de los corruptos fue anunciado de muchas maneras. Lo había dicho ya: “entre la mafia y el Estado, prefiero la mafia”. Al lado de esta afirmación, todos sus exabruptos pornográficos son meras notas al pie, subcapítulos. Parecía una torsión conceptual enloquecedora que el propio presidente dijera que prefiere una organización criminal a una organización estatal. Pero sólo estaba dando cuenta de una nueva experiencia anómica de la ley acorde con los tiempos que corren.

Este escándalo termina de sellar la identificación final entre el mileísmo y la casta que venía a combatir.

La fantasía de Grafton, sin embargo, tiene patas muy cortas. Y los osos ya asoman en este vecindario.

Pandora y la esperanza

¿Cuántas cajas de Pandora puede abrir un gobierno? La aceleración permanente nos insensibiliza para la percepción y valoración adecuadas de todo lo que los libertarios han logrado desatar y silenciar a lo largo de tan poco tiempo. Seres de la aceleración, son la permanente aplicación de una fórmula escueta, eficaz y de patas cortas: destrucción y saqueo.

La crisis desatada por los explosivos audios de Diego Spagnuolo nos dejan en un estado de desconcierto similar al de la criptoestafa. No un desconcierto respecto a lo sucedido, sobre lo que parece haber pocas dudas relevantes, sino respecto a si hay o no algún límite en este lugar extraño. Desconcierto respecto a la atmósfera enrarecida en la que una noticia así podría desvanecerse en el aire dejándonos la pregunta: ¿qué clima de época hace posible digerir esto? Como si estuviéramos en el espacio exterior, como si un río sin orillas nos ahogara en una planicie de evidencias tan patentes que se vuelven irreales. Y todo un pueblo asistiendo al desfile del horror, que ya no será televisado porque está siendo stremeado en vivo. Como con Gaza: la extrema visibilidad que paraliza. La pornografía que enceguece. El desconcierto ante lo evidente.

No es lo mismo la corrupción K de Kirchner, que como sabemos es producto de estatistas desaforados, que la corrupción K de Karina, que es el trabajoso y meritorio logro de una emprendedora que empezó vendiendo tortas y mirá dónde está ahora.

Pero esta temporada, breve, de gobierno a través del desgobierno está mostrando sus límites. Límites internos, porque es el propio gobierno el que está logrando que el mercado financiero y los aliados del parlamento le estén dando la espalda. En un momento en el que crece la desconfianza sobre la sustentabilidad económica y política del modelo, este escándalo no hará más que acentuar esas tendencias a la fragilidad y el aislamiento.

En el famoso mito, Pandora abre la caja prohibida, liberando todos los males de la humanidad. Pero la cierra a tiempo, antes de que se escape la esperanza, el único bien que los dioses habían escondido en su tumultuosa tinaja. Nadie imagina ya males mayores a los que en tan poco tiempo se han desatado. Sólo anhelamos que no se nos haya escapado aún ese último recurso, la esperanza, de tanto abrir y abrir la mítica vasija.