Ensayo

Redistribución o ajuste, la disputa del Frente de Todos


La sangre política corre en tiempo real

La sangre política corre en tiempo real por las venas institucionales. La crisis del oficialismo está en puja por el rumbo económico: redistribución o ajuste. De fondo, la figura de Cristina Fernández como el hecho maldito mantiene intacto el núcleo de sentido y alimenta el juego de las derechas. ¿Habrá lugar para la tensión creativa? “Que entre el aire que no hay tiempo que perder”, escribe Flora Vronsky.

Parece que estamos atravesando un portal ectoplasmático y, en ese pasaje, todas las moléculas se desquician, rebotan por las paredes y buscan un punto fijo al cual poder volver después de semejante dislocación. La lógica indica que esos puntos fijos también sufren el cimbronazo molecular y, por tanto, se manifiestan distintos, nuevos. Pero la política argentina resiste toda lógica y -‘pretends to be shock’- ciertos núcleos de sentido permanecen intactos. 

Uno de ellos, la centralidad de la figura de Cristina de la mano de dos campos semánticos: el presidente Albertítere subalterno a ella que hace política sin pasarla nunca a nafta, y el que lee toda expresión del gobierno en clave conspirativa con respecto a su poder de emperadora del mundo que azota el devenir de la historia según su antojo. Que Cristina siga siendo el hecho maldito de la política argentina le simplifica el hacer a las derechas y, en sus modos de vida, clausura hacia el futuro el recambio generacional en las fuerzas nacionales y populares. 

En esta semana se mostraron a cielo abierto las limitaciones de un diálogo que escaló exponencialmente a partir del resultado electoral del domingo 12 de septiembre, con las últimas PASO. Se vio la sangre política corriendo en tiempo real por las venas institucionales, se expresaron los dos conductores de la república y se puso en evidencia que, amén de toda pulsión ajedrecista, el rumbo económico es la clave de la disputa entre la redistribución y el ajuste.

El domingo se votó con dolor, con bronca, con tristeza. Los que conocemos el conurbano bonaerense (epítome de termómetros) sabíamos del estado de los ánimos aunque nuestra incombustible esperanza no quisiera encajar en los números que se venían. En esas caras estaban los presupuestos subejecutados, los IFEs discontinuados, la ausencia de los compatriotas que perdimos por el Covid. Allí estaba, también, la imposibilidad de transmitir los intangibles: millones de vacunas que siguen llegando al punto tal de que ya no son noticia, un sistema de salud que evitó fosas comunes y cadáveres en las calles, la asistencia del estado a miles de mujeres y personas lgbtq+ en contexto de pandemia (la llamada ‘agenda de minorías’ que incluye nada menos que a 22 millones de argentinxs), una épica aminorada por la pérdida, la incertidumbre y la neurosis administrativa de la cosa pública que hizo que un 37% del padrón se tradujera en ausencia y silencio democrático. 

“Cuando parece que nos peleamos nos estamos reproduciendo” y “Toda victoria es relativa, toda derrota es transitoria” son máximas aplicables y certeras cuando en la belleza útil de la rosca política se pueden dirimir efectivamente las diferencias. Todo queda chico cuando arrecia la desigualdad que genera pobreza y hay que luchar contra la precarización de la existencia, profundizada por cuatro años de neoliberalismo y la irrupción de una pandemia a 100 días de asumir la tarea. Hay cosas que ni los cuadros más brillantes del mundo pueden ver venir. 

Se intentó el liderazgo de un modo político más de palacio, moderaciones y nostalgias alfonsinistas que comanda, en su gran mayoría, a hijos e hijas de la política cuya afectividad está puesta en administrar más que en crear tensiones creativas y escuchar la voz de la experiencia. No funcionó. Es lógico que en ese escenario se abriera entonces un portal ectoplasmático en un ordenamiento político novedoso para el peronismo, el arte de gobernar desde un Frente de fuerzas que disienten en sus sinuosidades. La herida de transicionar desde ahí a conformar una Coalición Política que lleve el rumbo de la justicia social y honre la voluntad popular está abierta. A veces, airear las heridas ayuda a que cicatricen más rápido. 

La expresión de la vicepresidenta en su carta publicada el jueves 16 de septiembre extirpa la venda y tácitamente pide un lugar no ya para los hijos e hijas de la política, si no para sus viudos y viudas; para las bases que se han puesto al hombro una afectividad irremplazable que viene del territorio, del dolor del 2001, de la pérdida de un líder configurador de subjetividades. Nadie sabe fehacientemente qué vendrá. Lo que venga lo hará de la mano de la fuerza política de Máximo Kirchner y de la alianza pragmática con Segio Massa. Surgirá también de la capacidad de escucha para lograr el acuerdo político del rumbo económico que es la única consecuencia real en la transformación y dignificación de la vida en este mundo de lo posible. Que entre el aire que no hay tiempo que perder.