Ensayo

Milei y su visión de la historia


Hacer de esta nación un desierto

La visión mileista del pasado y la imagen con la dice identificarse tiene un carácter meramente instrumental carente de rigor histórico. La Generación del ’37, de la que Alberdi y Sarmiento formaban parte, fue justamente la que se propuso construir el Estado a partir del cual forjar un modelo de nación, ese mismo Estado que Milei hoy se propone desmantelar. Los liberales del siglo XIX pensaban en un modelo de país, en hacer del desierto una nación. La apelación exclusiva de los actuales libertarios a la lógica del mercado solo puede llevar a hacer de esta nación un desierto.

Las referencias de los políticos al pasado suelen tener un carácter meramente instrumental, carentes de todo rigor histórico. Aún así, no dejan de resultar sintomáticas. Los silencios, las elipsis, son en realidad mucho más significativas que los propios dichos. Un buen ejemplo es el discurso de Javier Milei, su visión del pasado argentino y, en particular, la imagen que pretende forjar de la tradición liberal local  con la que dice identificarse. El presidente impugna prácticamente todo lo sucedido a partir de la sanción de la Ley Sáenz Peña, en 1912, por la cual se hizo efectivo el sufragio universal en la Argentina. Así, en su búsqueda de puntos de referencia en los cuales reflejarse, vuelve al siglo diecinueve. ¿Cuál es su visión de ese pasado liberal antes de nuestra “lamentable caída” en el colectivismo?, ¿qué tipo de idealizaciones y distorsiones históricas pueden observarse?

El liberalismo libertario y la inversión ideológica 

En la invocación de Milei a la tradición liberal del siglo XIX los nombres más recurrentes son los de Alberdi, Sarmiento y Roca. De este último toma el que fuera el lema que presidió su gestión: Paz y administración. Es sugestivo que coloque juntos a Sarmiento y Roca: el primero fue uno de los críticos más acérrimos del segundo. Con su prosa incisiva y su ironía característica Sarmiento tradujo el lema como Remington y empréstitos, esto es, represión y endeudamiento externo (Remington refería a las ametralladoras pesadas, el arma más potente de la época). Es probable que Milei ignore esta versión sarmientina del lema roquista, pero no por ello deja de ser relevante. Aquello que omite quizás exprese mejor el verdadero sentido de su invocación. 

Resulta muy evidente la serie de distorsiones a la que somete esa tradición liberal a la que afirma adherir. Su liberalismo puede considerarse, de hecho, lo opuesto al de la tradición a la que Milei refiere. La llamada Generación del ’37, de la que Alberdi y Sarmiento formaban parte, fue justamente la que se propuso construir el Estado y, a partir de él, forjar un modelo de nación, ese mismo Estado que Milei hoy se propone desmantelar. En Una nación para el desierto argentino —sin dudas, el mejor libro escrito acerca del pensamiento político y económico liberalismo argentino del siglo XIX— Halperin Donghi señala el “papel decisivo” que los liberales del periodo le asignaban al Estado “en la definición de los objetivos de cambio económico-social”. No solo lo percibían como el agente del progreso económico sino también como instrumento para controlar los efectos disgregadores del orden social que traería aparejado de no mediar la acción reguladora del Estado.

Encontramos aquí el punto en que la economía y la política convergen. Un ejemplo de la distancia que separa a los liberales del siglo XIX de los libertarios actuales es el de qué debería hacerse con los ferrocarriles, que Milei, entre muchas otras cosas, quiere privatizar. Su principio rector es que todas aquellas prestaciones que no convengan a un propietario privado porque no resultan rentables deben clausurarse. Algo que contrasta de manera absoluta con lo postulado por los autores a los que cita. Nuestros liberales decimonónicos hicieron exactamente lo opuesto: construyeron líneas ferroviarias que conducían, literalmente, a ningún lugar. La idea era que en aquellas tierras por las que pasaran habrían de surgir poblaciones que, con el tiempo, harían de la Argentina “el granero del mundo”. Aunque en lo inmediato se trataba de una empresa claramente deficitaria, a largo plazo el Estado recaudaría mucho más que lo que había invertido. 

A un concesionario privado no le importará en absoluto el desarrollo al que daría lugar la expansión de su ferrocarril, sino únicamente la rentabilidad inmediata. Los liberales del siglo XIX estaban pensando en un modelo de país, en hacer del desierto una nación. A los actuales libertarios, por el contrario, solo les preocupa el beneficio inmediato, no piensan en el largo plazo:; en fin, no tienen un proyecto de nación. El resultado no puede ser sino también opuesto, el reverso de lo que aquellos habían creado. 

El papel del Estado, en realidad, no se reducía para ellos a la construcción de sistemas de comunicación. El complemento de esto era la creación de colonias agrícolas de pequeños propietarios. Sarmiento creyó ver realizado en Chivilcoy su ideal, el modelo del farmer norteamericano. El objetivo era desarrollar una clase media de propietarios rurales análoga a la que en Estados Unidos dio un impulso decisivo a su desarrollo económico al aportar un poderoso mercado de consumo interno. El lema de Sarmiento era “cien Chivilcoy”. En 1860, siendo ministro de Mitre, propuso una reforma agraria consistente en la expropiación de la mitad de las tierras de las grandes propiedades y su reparto entre productores independientes.

Este modelo de colonias agrícolas, en realidad, solo tuvo una realización parcial. Se aplicó, sobre todo, en el sur de Santa Fe y en Entre Ríos. En la zona nuclear de la producción cerealera se terminaron imponiendo las grandes unidades productivas. Más allá de las causas que llevaron a ello, la brutal desigualdad social en el ámbito rural fue una de las causas de la agitación social que recorrió gran parte del siglo siguiente.

La ausencia de una poderosa clase media de pequeños propietarios rurales se vio compensada, en parte, por el desarrollo de una importante clase media urbana. El papel del Estado también fue crucial tanto en su rol como impulsor de la obra pública como en el desarrollo de una amplia burocracia estatal. El desarrollo de un mercado de capitales fue igualmente una de las tareas asignadas al Estado. En su escrito “Organización del crédito” (1850), Mariano Fragueiro explicó la necesidad del monopolio estatal del mercado financiero para poder orientar la inversión hacia aquellos rubros que permitan la expansión de la economía y favorezcan el desarrollo de la sociedad, es decir, inscribir también la política crediticia, al igual que la construcción de infraestructura y transportes, en una perspectiva de largo plazo y en función de un proyecto de nación.

Como sabemos, Sarmiento le atribuía un papel crucial a la educación, especialmente como instrumento para la impulsar la movilidad social ascendente y controlar así las asimetrías sociales a las que el desarrollo económico, librado a su suerte, podría dar lugar, lo que nos devuelve a la referencia de Milei a Roca. 

Una de las primeras citas de Milei a Roca fue en el marco de su disputa contra Francisco I. Siendo candidato dijo que, de ser presidente, iba a romper relaciones con el Vaticano, como había ya ocurrido durante la primera presidencia de Roca. 

Nuevamente, lo que omite es qué es lo que llevó a tal situación. No fue el rechazo de Roca a la existencia de un Papa progresista o colectivista, como sería el caso de Francisco I para Milei, sino más bien todo lo contrario. La ruptura fue resultado del rechazo de la Iglesia a la sanción de la ley 1420 que establecía la enseñanza laica, pública y gratuita, esa misma que Milei quiere hoy eliminar. Esto seguramente sí lo sepa, pero no lo puede decir porque eso haría evidente hasta qué punto su ideal liberal se opone de plano a la tradición liberal argentina.

Facundo y el “momento sublime”

La obra más importante de esta generación de pensadores, con  amplia resonancia en toda la literatura de nuestro subcontinente, es Facundo. Allí Sarmiento ofrece una descripción muy sugerente de cómo fue que se entronizó la barbarie en el Río de la Plata. Según afirma, en el mundo civilizado, que para él era el de la ciudad, habita el germen del antagonismo, el cual espera siempre algún motivo para manifestarse. Esto es lo que habría ocurrido tras la independencia, cuando la sociedad argentina se dividió en partidos enfrentados.

Este enfrentamiento tendrá aquí un desenlace imprevisto. El hecho crucial, el “momento sublime”, según lo llama, es aquél en que uno de los bandos en pugna, el más conservador, convoca en su auxilio a una fuerza social extraña a la civilización que terminará sometiéndolos a ambos bandos en disputa. Este fue el mecanismo por el cual, asegura, los caudillos accedieron al poder en sus provincias. La entronización de Rosas habría sido el resultado de un mecanismo análogo ampliado a escala nacional. El resultado, afirma, será la destrucción más absoluta. Llegado a este punto, no quedarán más que ruinas:

Momento grande y sublime para los pueblos es siempre aquel en que su mano vigorosa se apodera de sus destinos. Las instituciones se afirman o ceden su lugar a otras nuevas, más fecundas en resultados, o más conformes con las ideas que predominan. De aquel foco parten muchas veces los hilos que, entretejiéndose con el tiempo, llegan a cambiar la tela de que se compone la historia. No así cuando predomina una fuerza extraña a la civilización, cuando Atila se apodera de Roma, o Tamerlán recorre las llanuras asiáticas; los escombros quedan, pero en vano irán entonces a removerlos la mano de la filosofía para buscar debajo de ellos el abono nutritivo de la sangre humana ... en medio de esta destrucción efectuada por las pisadas de los caballos, nada se sustituye, nada se establece.

Más allá de las posibles analogías con nuestra historia reciente hay una diferencia fundamental. Sarmiento escribió sobre una tragedia ya ocurrida. Nuestra historia, en cambio, está todavía por escribirse. No todo está dicho aún.