Crónica

Samuel Tobares: crimen de odio en Córdoba


Morir por puto

“Puto de mierda”, le gritaban los policías a Samuel Tobares mientras le pegaban trompadas y patadas a la vera de la ruta, en la localidad de Parque Síquiman. Después lo tiraron boca abajo y se sentaron sobre él hasta que su corazón dejó de latir. Dos policías, Guillermo Serafín Arce y Franco Sebastián Romero, fueron demorados por su muerte y continúan detenidos. Aún no se sabe qué ocurrió. Sólo está claro que hubo una llamada al 911 que habló de un joven violento y los policías fueron por Samuel, que no había cometido ningún delito ni estaba armado.

Samuel tenía 13 años cuando instaló en el colegio de Parque Síquiman la discusión sobre diversidad sexual. Fue a principios de los dos mil. Los maestros del pueblo tuvieron que repensar la convivencia escolar.

—Llegaba de su casa y lo veíamos entrar directo al baño. Unos minutos después salía con lentes de contacto celestes y labios pintados de rojo. Ese era el Samu que todos conocíamos.

Cuando, varios años después, en la escuela de Parque Síquiman se comenzó a aplicar la ley de Educación Sexual Integral (ESI), los docentes del Anexo 332 recordaron que Samuel Tobares se adelantó a los tiempos del pueblo. La anécdota se escucha mientras unas trescientas personas marchan por la Avenida San Martín, exigiendo justicia después de su muerte de Samuel en un operativo policial. La docente dice que la aparición de un adolescente tan determinado en ese pueblo opaco obligó a los docentes a pensar actividades y conversaciones para las que no estaban formados ni preparados. 

—Tenés que entender que este es territorio de gauchos —dice—, de gente de a caballo, patriarcal hasta la médula. Imaginate lo que era hace veinte años, y de repente aparece este niño histriónico y divertido que en el ámbito escolar fluía de un modo maravilloso. Él se fue y el pueblo siguió como antes. Por eso digo que fue por su valentía que todos nos pusimos a estudiar para afrontar el desafío.

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Cuando se les pregunta a los habitantes de Córdoba cómo llegar a Villa Parque Síquiman, la mayoría no puede explicarlo pero sabe que está “allá”, sobre la ruta provincial 38, en el valle de Punilla, pasando Carlos Paz y antes de llegar a Cosquín.

En ese lugar ubicado a unos 50 kilómetros de Córdoba Capital, entre las Sierras Chicas y el sistema montañoso de Los Gigantes, la tierra ardía de calor el 23 de noviembre de 2025. Por eso, cuando llegó la noche, el clima estaba ideal para dejar puertas y ventanas abiertas y disfrutar del fresco que corría con el vientito de la noche. En eso estaba el matrimonio de Guillermo y Brenda cuando empezaron a escuchar los gritos: 

—¡Ay! ¡¿Qué les pasa, por qué me molestan?!

Habían visto bajar del colectivo a las nueve y media de la noche a un joven que cruzó la ruta y se sentó en la garita de enfrente. Un rato después llegaron dos patrulleros y de cada uno se bajó un policía. 

Lo que sigue es el relato de Guillermo, que se escondió entre los árboles de la entrada para ver qué pasaba:

—Vi cuando inició el control, que fue brutal, porque directamente lo empujan y lo golpean contra el móvil. Él también les gritaba y les decía cosas. Entonces le pegan una piña y él empieza a perder el equilibrio, y escucho que le gritan “puto de mierda” y, cuando se cae al piso, lo patean. 

Excepto la ruta, todas las calles de Síquiman son de tierra. Incluso la parada de colectivo donde estaba Samuel está construída sobre el costado de tierra de la ruta. La Policía había llegado por un llamado al 911 realizado por una mujer que llamó para decir que, mientras estaba ayudando a otra a quien se le había pinchado la goma del auto, un hombre se le acercó de forma alterada y a los gritos les reclamó cosas para luego retirarse. Ese llamado quedó registrado en el expediente, pero habría ocurrido al menos 30 minutos antes del momento en que los policías encontraran a Samuel.

En un momento del control, los policías comenzaron a tirar gas pimienta contra Samuel, aunque después dirían a través de sus jefes que fue él quien, en medio de la discusión, les arrebató el gas pimienta para supuestamente atacarlos a ellos. 

La Policía de Córdoba tiene un largo historial de casos de gatillo fácil en los que las principales víctimas suelen ser los jóvenes de sectores populares, pero en el último tiempo concentra además una impresionante lista de homicidios en el marco de operativos rutinarios que se salen de control. Sólo en 2025 siete policías fueron detenidos porque personas que no portaban armas ni eran sospechadas de cometer delito alguno terminaron muertas en esos procedimientos. La institución cuenta con una superestructura de prensa que difunde un promedio de entre 30 y 40 noticias diarias con fotos, videos y hasta audios grabados en tono neutro por comisarios para que sean usados en la televisión y la radio. Nunca se informó sobre la muerte de Samuel Tobares y sólo cuando el tema explotó en los medios dejaron trascender la existencia del llamado al 911 que impulsó el operativo.

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Samuel había regresado a Síquiman hacía dos meses, después de una temporada viviendo en Rosario y otra más larga en Bariloche, por donde iba y venía como empleado itinerante del turismo. La noche que lo mataron volvía de trabajar en el Hotel Nuevo Elvio, de Carlos Paz, donde en estos días es furor el turismo infantil de egresados de las escuelas primarias.

Samuel fue sembrando amistades por todos lados. Lo único que nunca abandonaba era a su perrita Luckie, una mestiza que —según los videos que compartía en redes sociales— conoció el Cerro Catedral, el lago Gutiérrez, Pinamar, Rosario y otros destinos turísticos que muchos habitantes de Síquiman jamás imaginaron visitar.

Mariano Ruiz, director ejecutivo de Derechos Humanos y Diversidad, una organización que desde hace cuatro años trabaja recibiendo a personas de la comunidad LGBT que se refugian en la Argentina después de que su vida haya corrido peligro en sus países, asegura que esa lógica de huidas internacionales también se replica al interior de los propios Estados.

“Esa itinerancia es conocida como desplazamiento forzado interno. Aun con las garantías y los derechos reconocidos para la población LGBTIQ+, todavía muchos de nosotres tenemos que mudarnos de nuestros pueblos a grandes ciudades escapando de situaciones de disciminación y violencia por ser quienes somos —dice Ruiz—. Chicos como Samuel, un trabajador golondrina, pasan la vida yendo y viniendo de su núcleo familiar en la búsqueda de una plenitud que encuentran en espacios más democráticos que los de los pueblos conservadores, donde irse sigue siendo una salida recurrente. Es muy probable que esa itinerancia haya tenido que ver con la doble vida a la que muchos de nosotros aún estamos condenados”.

—Cuando logran tirarlo, lo empiezan a aplastar —relató Guillermo, el testigo que dice haber visto todo. 

La otra testigo es su esposa, Brenda. Ella es quien dijo a los medios de comunicación que a Samuel le pegaron como a una bolsa de boxeo. 

A los “puto de mierda” iniciales le siguieron más insultos y golpes, pero según Brenda en un momento los policías comenzaron a pedir ayuda por radio. 

Guillermo lo cuenta así: 

—El chico era flacucho como yo. Para mí, además de los golpes y las patadas, lo han matado porque lo aplastaron. Lo pusieron boca abajo y se le tiraron los dos encima.  

El relato parece similar a lo que se vio en Estados Unidos cuando la Policía asesinó a George Floyd dando lugar al “no puedo respirar” o a lo que se suele ver en las marchas de los jubilados, cuando la Policía reduce a los trabajadores de prensa.

Brenda dice que después llegaron otros dos móviles y comenzaron a hacerle maniobras de reanimación cardiopulmonar a Samuel para tratar de revivirlo. Guillermo le dijo a la televisión local que, aunque pensó en intervenir, no lo hizo porque tenía miedo de que se la agarraran con él. El matrimonio vio, unos 20 minutos después del comienzo del ataque, que los policías levantaron del suelo a Samuel y lo tiraron dentro de uno de los móviles para llevarlo al hospital.

Al llegar a la guardia, ya no tenía signos vitales. Los médicos que lo atendieron dejaron una referencia escrita en el informe de ingreso: El paciente tenía la boca llena de tierra, en cantidades llamativas.

Por cada caso de abuso de las fuerzas de seguridad de Córdoba que ha llegado a juicio, la condena involucra también a decenas de policías por encubrimiento. El fiscal le ofreció al matrimonio de Guillermo y Brenda una custodia de la misma institución a la que pertenecen los acusados de matar a Samuel. Ellos rechazaron el ofrecimiento.

Hasta hace poco, a metros de la casa donde el matrimonio presenció el crimen, los padres de Samu vendían pan casero a los turistas que pasaban por la ruta.

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Una profe de la escuela de Parque Síquiman recuerda entusiasmada a Samuel. Habla de él como alguien alegre y dice que en aquel tiempo en la escuela apenas si había diez o quince alumnos por curso, así que fue muy lindo acompañarlo.

—Samu brillaba de manera diferente y los compañeros en la escuela lo aceptaban como era.

Aunque habla relajada, de repente pide lo mismo que van a solicitar todos los vecinos de Síquiman en esos primeros días después de la muerte: que no demos sus nombres porque “hemos acordado que no vamos a dar ningún paso sin la aprobación de la familia y si la familia no quiere hablar de ese tema, lo respetamos”.

“Ese tema” es la orientación sexual de Samu, y la aclaración es la misma que hacen otras dos amigas del muchacho asesinado: “Si la familia no quiere hablar de eso, yo quiero respetarlo porque bastante con lo que tienen”. Entre las razones para evitar hablar “de eso” sin permiso, está el hecho de que el padre de Samuel está muy enfermo y no quieren agravar su salud todavía más. Otra justificación es que la familia es nativa del pueblo y, por lo tanto, reservada. Algo que todos quieren respetar. 

A diferencia de otros pueblos, cuya vida gira en torno a la plaza, en Villa Parque Síquiman todo está marcado por la trascendencia de la ruta. Allí están la municipalidad, la Policía y la plaza. También el quiosco, la ferretería, los puestos de pan casero y el resto de los comercios. De noche es, además, una ciudad a oscuras. Cualquiera podría cruzar el pueblo sin darse cuenta, de no ser por una réplica inverosímil de la Torre Eiffel, de unos 30 metros de alto, que los fines de semana permanece encendida con los colores de la bandera argentina. Por ahí caminaba Samuel cuando era pequeño e iba de su casa a la escuela y de la escuela a su casa. También por ahí, en esa misma ruta, fue detenido, tirado al suelo y aplastado por sus agresores hasta que murió.

—No es que de la sexualidad de Samuel no se habla —explican los que fueron a la marcha en reclamo de justicia— sino que sencillamente evitamos hablar de eso porque no es importante.

O sea.

—Mi hijo era de viajar mucho —dice Carmen, la madre de Samuel—. Trabajaba siempre en el ámbito del turismo y por eso cuando llegaba a casa yo lo quería tener conmigo y conversar de cosas importantes. No hablábamos de su sexualidad. Eso no me importaba.

Carmen dice que por supuesto “sabía qué cosas le gustaban a Samu”, pero eso no tiene nada que ver con lo que le pasó. 

—¿Estaba de novio?

—A mí no me dijo nada.

—¿Usted cree que la elección sexual de Samuel tiene que ver con lo que le pasó?

—No entiendo. ¿Qué tiene que ver la elección sexual con lo que ocurrió? Eso que le hicieron no se lo pueden hacer a nadie.

—Claro. Pero sería más grave aún que le hubieran hecho lo que le hicieron porque él era como era. 

—Sí. Eso sería peor todavía. Pero yo no sé si le gritaron eso, por eso hay que esperar.

Abigail, la hermana de Samuel, dijo sentir escalofríos de sólo pensar en cómo le pegaron a su hermano hasta matarlo. 

La comunidad LGBTQ+ de la ciudad de Córdoba propuso hacer una marcha en la ciudad capital denunciando el crimen de odio. En un primer momento se dijo que la familia no quiso apoyar esa marcha, pero la familia dice que nunca la convocaron. Al final sólo se marchó casi sin carteles en Parque Síquiman. La Federación Argentina LGBTQ+ exigió una formación real y obligatoria en derechos humanos, género y diversidad para la Policía de Córdoba, además de una mesa de diálogo para diseñar políticas públicas y de seguridad que protejan a la comunidad.

Cintia, “la Colo”, su amiga de Bariloche con la que más relación construyó, contó que una vez, cuando ella estaba pasando un mal momento, Samuel la contactó con su madre. Carmen la acompañó en esa historia personal aconsejándola e invitándola a buscar tranquilidad apoyándose siempre en la fe en Dios. De su madre Samuel heredó su fe en Dios.

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El fiscal del caso es Ricardo Mazzucchi, un hombre con historia en Carlos Paz. Tenía comprado un viaje de vacaciones a Aruba antes de la muerte de Samu y ya se encontraba en el Caribe el día en que los vecinos marchaban pidiendo justicia por el crimen de odio. Con más de 20 años de carrera, Masucchi ha tenido tres denuncias y pedidos de destitución por inacción o equivocaciones vinculadas a casos de violencia de género. Ninguna prosperó. Actualmente es pareja de una mujer retirada de la Policía de Córdoba, madre de otra mujer policía que es, justamente, la persona a la que dejó a cargo de la investigación del caso. Aunque a nivel internacional no se recomienda que integrantes de una misma fuerza investiguen a sus propios pares, en Córdoba esa práctica es habitual.

Después de varios días sin novedades, los familiares de Samuel consiguieron un abogado. Carlos Nayi, un penalista mediático, de los más reconocidos de la provincia. 

En una entrevista que el autor de esta crónica le realizó hace algunos años, Nayi contó que cada noche, después de cenar con Soledad, su esposa, y sus siete hijos, caminaba solo hasta la habitación matrimonial para arrodillarse y rezar. Ya en la cama, el abogado suele hablar con Dios y recitar los versos de la Oración del Abogado de Santo Tomás de Aquino, que aprendió en la Universidad Católica de Córdoba: “Señor, permíteme ser hábil en el argumento, preciso en el análisis, estricto en el estudio, franco con mis clientes y honesto con los adversarios”.

Con la llegada de Nayi para representar a la familia, la causa se activó y casi inmediatamente el fiscal ordenó la detención de los dos policías que golpearon a Samuel: Guillermo Serafín Arce y el oficial Franco Sebastián Romero fueron imputados por homicidio preterintencional. Es decir, llevaron adelante una acción donde el resultado resultó ser más grave de lo que se pretendía. Nayi cuestionó al fiscal.

—Sabemos que hay casos en los que la Policía de Córdoba reprime y luego pregunta —dijo Nayi—. No te quepa duda de que este chico ha muerto por responsabilidad de estos policías que tenían 10 y 12 años en la fuerza, es decir, eran experimentados. Aún cuando intenten instalar la idea de que él puede haber consumido algo que afectó su salud, es el estrés que pasó en el marco de la golpiza lo que le quitó la vida.

El abogado renunció a la representación de la familia de Samuel el día después de hacer estas afirmaciones. La explicación fue que había sentido que la familia desconfiaba de él. 

Según trascendió, Nayi le hizo leer a la familia la autopsia de Samuel donde hay referencias al consumo de cocaína por parte de la víctima. Eso habría colmado de paciencia de la madre y la hermana que decidieron no firmarle un poder para que él lleve la causa. Sintieron que el discurso de Nayi los inducía a pensar que el consumo de drogas era más importante que el hecho de que Samuel fue golpeado hasta la muerte. 

Los nuevos abogados son Horacio Balduzzi y Silvina Bolseen. Ninguno de ellos tiene experiencia en casos complejos como el de Samu, pero cuentan con la confianza de la familia.

Al regresar del Caribe, el fiscal Mazzuchi no perdió tiempo y le tomó indagatoria a los detenidos. Los policías se negaron a contestar preguntas y continúan presos. En la causa quedó especificado que el llamado al 911 existió y que la mujer que hizo la llamada estaba a unos setenta metros de donde ocurrió todo. Cuando los móviles llegaron a donde estaba ella, les indicó que la persona que la había increpado se había ido caminando hacia la parada de colectivo. Allí los policías encontraron a Samuel. 

Estos detalles son importantes. La defensa pretende probar que Samuel estaba “sacado” porque necesita vincularlo al hombre que habría agredido a la vecina que llamó al 911. En su testimonio ella dice que “un muchacho vestido con vaquero y remera celeste” la agredió verbalmente y “se mostraba incoherente” e hizo referencias a un secuestro.

Más allá de los problemas de salud que pueda haber tenido la víctima, lo que queda claro tras la descripción de los hechos es que la paliza fue el desencadenante de la muerte. Fiscales, jueces, abogados y funcionarios (incluídos policías) también consumen drogas, pero no se cruzan a la noche en la ruta con los policías de Síquiman en un control. 

Los nuevos representantes de la familia de Samuel no fueron convocados a la indagatoria, se enteraron por los medios. Apenas tuvieron acceso al expediente consideraron que el fiscal ya tenía en su poder pruebas suficientes como para modificar la carátula del caso.

—La figura de Homicidio Preterintencional se derrumba con la propia investigación del fiscal —dice Balduzzi—. Con los elementos que existen está claro que hablamos de Homicidio Agravado por cuestión de género y discriminación. Sumados a los apremios ilegales, la condena puede ser perpetua.

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En su antebrazo derecho Samuel tenía tatuado el título de la canción “Stirb Nicht Vor Mir”, de la banda alemana Rammstein. La letra habla de la búsqueda del amor y del deseo de encuentro con alguien que, aunque quizás todavía no apareció en nuestra vida, de algún modo nos está esperando como nosotros a ella. Una de sus estrofas dice: “No mueras antes que yo”.

En Síquiman nadie pudo hablar de alguna pareja actual de Samuel, aunque entre los amigos hay un rumor de que su último viaje a Rosario no fue por trabajo, sino por amor. Lo que se sabe es que él trabajaba mucho en Bariloche, en empresas de alquiler de tiempos compartidos. Lo mismo hacía a veces en Pinamar y en San Bernardo, provincia de Buenos Aires. Cuando venía a Córdoba, normalmente buscaba empleo en algún comercio o, como en la tarde previa a su muerte, en algún hotel.

Alegre, divertido y generoso, Samuel era abiertamente gay. El “puto de mierda” que le gritaron los policías mientras le pegaban no fue una frase al azar sin conocer su elección sexual, sino todo lo contrario. Su regreso desde Rosario lo hizo, como siempre, acompañado de su perrita Luckie que, desde su muerte, ha quedado esperándolo en casa de sus padres. La madre de Samu ha decidido permitirle dormir con ella en la cama.

Los rumores sobre lo que pasó aquella noche y las razones por las que Samu fue agredido por la Policía son múltiples. En la marcha que se realizó en Síquiman, una de sus amigas aceptó hablar pocas palabras al respecto:

—¿Estaba saliendo con alguien?

—Mirá, había llegado hacía dos meses, pero no me dijo nada. 

—¿Es posible que haya tenido alguna relación con un policía?

—Escuché eso, pero no puedo asegurarlo.

—¿Qué escuchaste?

—Que llegaba, se sentaba en la garita esa a mandar mensajes y que podría haberse subido a un patrullero. 

—¿Será cierto?

—Se dicen muchas cosas.

Si Samu hubiera tenido un vínculo con alguno de los policías, la causa daría un giro, aunque no cambiaría las circunstancias del hecho. Desde la fiscalía consideraron que esa especulación es falsa y la llamaron "imaginario popular". Por otro lado, afirman que el llamado al 911 está incorporado al expediente. En tribunales, el testimonio de Brenda y Guillermo fue el mismo que trascendió en los medios y la respuesta fue afirmativa. 

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Juan Pablo Quinteros es el ministro de Seguridad de la provincia de Córdoba. Durante muchos años fue cercano a Luis Juez y férreo opositor del oficialismo provincial, hasta que el actual gobernador, Martín Llaryora, lo nombró ministro y Quinteros pasó del antiperonismo al peronismo.

Poco tiempo después de asumir, Quinteros dejó de lado el rol de control civil de la Policía y comenzó a vestirse de fajina, usar gorra policial, sacarse fotos disparando armas y expresarse como si fuera un comisario. Al poco tiempo comenzó a ser elogiado por la entonces ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. A mediados de este año impulsó que el área de prensa de la Policía difundiera un video en el que se lo ve —mide poco más de un metro cincuenta y tiene contextura menuda— persiguiendo en su camioneta personal, por las calles de la ciudad capital, a un joven que aparentemente había cometido un delito.

Desde entonces, cada vez que aparece una cámara de televisión, exhibe sus souvenirs policiales y habla ante los micrófonos utilizando jerga militar. Dice “positivo” para indicar que un operativo salió bien; habla de “masculino” o “femenino” en lugar de varón o mujer; y apela a la expresión “cumplimiento del deber” cuando la Policía es acusada de gatillo fácil.

El día que mataron a Samuel, Quinteros publicó en redes una foto en la que se lo ve abrazado con Alejandra Monteoliva, la cordobesa que acaba de reemplazar a Bullrich en Seguridad. Cuando le preguntaron qué pensaba del caso Samuel Tobares, dijo que él podía asegurar que “no se trató de un caso de violencia institucional”. En diálogos en off que mantuvo con varios periodistas, el ministro alimentó hipótesis que ponían dudas sobre el accionar de la víctima. A los días del hecho se presentó en la casa de la familia de Samuel. 

Esos comentarios parecieron muy en sintonía con lo que luego dijo Federico Pizzicari, el abogado de los policías detenidos: 

—Cuando una persona se resiste a una detención indudablemente hay un forcejeo. Hay una mano de más o una mano de menos, pero esto es propio de la reducción. En este caso hubo un llamado al 911 por parte de una mujer que dice que la estaban amenazando con una piedra para romperle el auto. Por eso son convocados los policías. Y cuando quieren identificar a este muchacho advierten que era alguien que estaba “como ido”. Esta persona se abalanza sobre uno de mis clientes, el más pequeño, y le saca el gas pimienta. Ante esto lo reducen, llegan otras patrullas y lo introducen en el patrullero. En la mochila de Tobares le secuestran fármacos y medicamentos.

La autopsia realizada al cuerpo de Samuel confirma la existencia de una golpiza, pero también demostraría que ninguno de los golpes tuvo la contundencia de ser el que causó la muerte. Fuentes de la fiscalía dejaron trascender que eso podría atenuar la responsabilidad de los policías. Esa afirmación parece estar en sintonía con los datos que se dejaron trascender desde el Ministerio de Seguridad, que divulgaron la versión de que Samu habría consumido cocaína como supuesto atenuante del homicidio. También con lo que a la familia le molestó en relación a su primer abogado. 

Organismos públicos y actores de la causa cohesionados para ir quitándole responsabilidad a los policías detenidos. La misma reacción conjunta se percibe cuando se les pregunta a todos esos organismos sobre la idea del crimen de odio. La niegan. 

El estado provincial ha tenido que afrontar pagos millonarios relacionados con casos juzgados como violencia institucional, la idea del crimen de odio aterra al poder político cordobés. 

Esteban Paulón es diputado Nacional y activista LGTBQ+. Explicó que el de Samuel es un crimen de odio: aquel que se comete en base a un prejuicio que tiene el victimario. Ese prejuicio se convierte en el móvil y vector principal del crimen.

La explicación parece una respuesta perfecta a las sugerencias del abogado defensor de los acusados y del Ministerio de Seguridad que también parece esconderse detrás de la figura de crimen preterintencional descrita por el fiscal. Samuel puede haber estado borracho, enojado o hasta haber consumido drogas, pero el “puto de mierda” que escucharon los testigos demuestra que el problema para los victimarios es que era maricón. 

En relación a las dificultades del poder para hablar de estas cosas, Paulón señaló que se subestima lo que el odio genera en las personas: 

—Por supuesto que hay buenos policías, pero hay que entender que son formados para detentar el monopolio de la fuerza en manos del Estado. Eso genera una desigualdad que, sumada a un prejuicio proveniente de cualquier contexto, hace que finalmente ocurran estas cosas. Al poder político le cuesta hacerse cargo de la Policía que forma, y para no hacerse cargo de eso relativiza este tipo de cuestiones. 

Sobre lo que puede haber ocurrido con Samuel, Paulón fue muy claro: 

—Las pericias pueden sugerir que las patadas no mataron a Samuel o que consumió algo, pero lo cierto es que el pibe estaba vivo y después de la golpiza, murió.

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Leo tuvo una breve historia de amor con Samuel hace algunos años. Al atender el llamado de Anfibia se pasa varios minutos aclarando cosas obvias. Que no es lo mismo haber sido amantes por dos meses que tener “una relación”, que eso tampoco es “haber sido pareja” y que lo único que el periodismo debe saber es que Samuel fue una buena persona. 

—Era un chico alegre, simpático, buena onda y divertido. Me cagaba de la risa con él. Se la daba con falopa y con porro, obviamente, pero nada fuera de lo común. Yo estuve con él una temporada de invierno y después dejamos de vernos. 

Leo lo recuerda como alguien histriónico al que le iba muy bien en su trabajo justamente por eso, y que era muy coqueto. También lo recuerda usando lentes de contacto.

Algo parecido recuerda Cintia. Ante la pregunta sobre sus amores, ella dice que conoció su historia con L. y también con “un pibito de Bariloche” que trabajaba con Samu en el Cerro, como le llaman al trabajo en las oficinas del Cerro Catedral, donde él alquilaba tiempos compartidos. 

—Él era muy directo. Si le gustaba un policía, no hubiera tenido problema en tener esa historia. De la misma manera, él no se iba a dejar avasallar. Si lo trataron mal, seguro iba a plantarse, pero siempre con respeto. 

En la concentración previa a la marcha, Gisel, una amiga que vive en Icho Cruz y lo conoció hace 17 años, dijo que, si tuviera que definirlo, diría que Samu era “simplemente una campanita que alegraba todo”.

Otra de las presentes dijo que lo conoció un día, viajando sola con su beba pequeña, cuando el auto se le quedó en una subida cerca de Síquiman. Todos empezaron a tocarle bocina e insultarla, hasta que un desconocido detuvo su moto y empezó a hacer señas para que pasaran, mientras les gritaba por su falta de atención. Era Samuel: la esperó hasta que logró solucionar el problema y luego la acompañó hasta su casa.

La Colo de Bariloche tiene una explicación a la incertidumbre sobre sus amores:

—Que no te llame la atención el hecho de que te cueste conocer sobre eso. No sólo era reservado, él estaba muy abocado a trabajar y se la pasaba ayudando gente. Quizás tenía romances. Pero él laburaba mucho y todo el tiempo. 

Al finalizar nuestra charla, desde la chocolatería que tiene en Bariloche, la Colo cuenta que en 2017 le contó a Samu que estaba embarazada y que él se emocionó tanto que lloró durante varios minutos.

—Samu era alguien así —dice, y se calla pensándolo, evocándolo—, sencillamente alguien de corazón muy grande.

A un mes del homicidio y en el marco de los reclamos de Justicia, el lunes pasado se realizó una mateada en el lugar donde mataron a Samuel. Allí la familia comenzó a aceptar la idea de que su muerte podía estar vinculada a su orientación sexual; algo que, lejos de esconderse, debe ponerse en discusión. 

En su libro Matar a un Ruiseñor, la escritora Harper Lee dice que esos pajarillos “no se dedican a otra cosa que no sea a cantar para alegrarnos. No devoran los frutos de los huertos, no anidan en los arcones del maíz, no hacen nada más que derramar el corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor”.

En la noche de su muerte, Samu no fue para sus asesinos el niño o el joven o el amigo que marcó la vida de tantos fuera y dentro de Síquiman. Esa noche, los policías sólo vieron en él a un puto de mierda al que aplastaron e hicieron comer tierra hasta morir. Y eso, además de un pecado, es un crimen de odio cometido por agentes del Estado.