Crónica

Masacre de Magdalena


Ni Roma ni justicia

En 2005 la unidad 28 del penal de Magdalena se incendió y 33 presos murieron calcinados. La justicia absolvió a 14 de los 17 penitenciarios acusados de dejarlos morir. María del Rosario Roma, la única mujer sentada en el banquillo, goza de un prestigio bizarro: es hija del Servicio Penitenciario Bonaerense, una de las instituciones más cuestionadas.

Fotos del interior: Eva Cabrera.

María del Rosario Roma besa la cruz, sentada junto a otros dieciséis penitenciarios. Todos están acusados de haber dejado que 33 presos se murieran en el incendio de la unidad 28 del penal de Magdalena. Escucha a la secretaria del Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 5 de La Plata decir:

- Veredicto absolutorio para María del Rosario Roma.

La mitad de la sala estalla en una ovación y la otra, los familiares de las víctimas, queda desolada. Roma, la jefa de los carceleros en el banquillo, se consagra como como una particular heroína del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB). La jefa Roma besa a su novia y da un discurso en la puerta del Tribunal:

- Los que apoyaron, creyeron en nosotros y en nuestra inocencia. A todos, gracias. Y a los que no vinieron gracias también porque ahora sé quiénes son.

La mujer a la que los organismos señalaron como una de las responsables de una de las peores masacres de la democracia goza de un prestigio bizarro: es el resultado de la violencia y la desidia de una de las instituciones estatales más señaladas por su impunidad.

Después de doce años del incendio, la justicia absolvió a Roma y a otros trece penitenciarios. Otros tres - el director del penal, el jefe de turno y un guardia - fueron condenados pero recién el mes próximo conocerán el monto de la pena. Las víctimas tendrán que esperar a que empiece a moverse la causa que investiga las responsabilidades políticas, que recientemente fue desarchivada.

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En Sierra Chica, la Garza Sosa le llamaba “jefa”. La “Jefa Roma” también se codeaba con un grupo de presos pesados que cumplían condena en el penal de máxima seguridad, donde en 2000 habían protagonizado el motín más sangriento de la historia argentina. Cinco años después, Roma fue la única mujer penitenciaria acusada por la “Masacre de Magdalena” y el alma máter de una sentencia que dejó tres condenas y 14 absoluciones.

Cuando sonó la alarma el 15 de octubre en la Unidad 28 de Magdalena, la Jefa Roma se preparaba para una víspera de un día de la madre tranquilo. Tenía planes: comer canelones en Banfield en la casa de su madre. Hacía 15 años que estaba en el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) y era la única mujer operativa, que manejaba armas y no papeles, en la cárcel que había alojado presos como Carlos Menem durante la última dictadura, Jorge Rafael Videla después del regreso de la democracia y Aldo Rico por atentar contra ella.

Roma agarró la escopeta y corrió para el pabellón 16 con otros penitenciarios que estaban de guardia. Dos presos se peleaban en espacio en el que convivían 58 detenidos. La irrupción fue violenta y desmesurada. Quince penitenciarios para controlar una pelea en un módulo de autodisciplina. Gritos. Perros. Veintiún disparos a menos de diez metros. Corridas. Fuego. “Engomá”, escuchó un preso. La puerta de chapa se cerró. Roma fue de las últimas en salir, declaró el jefe de turno. En menos de una hora, los cadáveres envueltos en mantas se amontonaban afuera del pabellón. La muerte sembrada en el pasto: 33 cuerpos que antes eran apilados en “módulos de bajo costo” construidos durante la gobernación de Felipe Solá ahora esperaban ser entregados a los familiares.

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Roma no es parte del SPB desde 2008. La jubilaron por incapacidad tres años después del incendio en el penal y dos internaciones psiquiátricas mediante. No podía dormir. Dice que todavía carga con los fantasmas de los 33 muertos y que toma pastillas. Tiene tatuado el uniforme en la piel pero pide a los jueces que se pongan en sus borceguíes y desprecia a sus jefes del SPB por haberlos dejado solos.

Baja. Maciza. Pelo oscuro muy corto con el flequillo volcado hacia la derecha. Llega con lentes de sol naranja fosforecente y escoltada por dos compañeras de promoción al bar de la esquina de la calle 8 y 54 en La Plata – a dos cuadras de los tribunales donde la juzgaron desde el 15 de agosto del año pasado junto a otros 16 penitenciarios por las 33 muertes. Las mujeres se sientan alrededor de la mesa que da a la ventana de la calle 8. Una de las penitenciarias – la que está en actividad – desenfunda su celular y filma la entrevista. Ante el reproche, Roma contesta por ella: “Usamos las redes para difundir”.

Roma pide un cortado, que apura de un solo sorbo para hablar. Es de las pocas que habló en el juicio: defendió los agentes del SPB ante los jueces Carmen Palacio Arias, Ezequiel Medrano y María Isabel Martiarena. También gritó y amenazó a la fiscal que los acusó. Es la jefa espiritual de los penitenciarios en el banquillo.

- En los alegatos dijeron que tenías una voz de mando frente al resto.

- Supongo que por la actitud que tuve en el juicio. Siempre fui vocera. Siempre fui al frente. Además, todo el mundo me nombraba a mí como la jefa, pero era por una cuestión de respeto. ¿Cómo me iban a llamar? ¿La doña? ¿La señora? Si es una estructura jerárquica…

En el cuello le cuelga un rosario de plástico celeste, que se acomoda detrás de la remera bordó que viste durante la entrevista. “Yo siempre digo que Dios me puso ese día ahí por algo. Perdí mi carrera, mi vida, mi salud. Tengo un antes y un después de Magdalena. Pero creo que mi misión era estar ahí esa noche”, asegura.

- ¿Te molesta que tus compañeros no hayan hablado en el juicio?

- Mis compañeros no sé si están resignados o esperando que llegue la sentencia. Te vuelvo a decir: soy mujer. Tuvieron la desgracia de que cayera una mujer ahí. Quizá si yo no estuviese acá, esta causa se perdía en el espacio, nos terminaban metiendo presos a todos. Pero yo salí a combatir, a bancar.

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El humo nubló todo y llegó hasta el pabellón contiguo. En la retirada, los penitenciarios sacaron a 23 de los 58 presos del módulo 16. No había agua. Los matafuegos no estaban cargados. Los módulos habían sido inaugurados en 2003, en medio de una emergencia por la sobrepoblación de presos en cárceles y comisarías, sin las bombas que garantizaran la presión de agua necesaria en caso de un incendio. No tenían final de obra.

Pasaron alrededor de diez minutos desde el inicio del fuego hasta que unos guardias abrieron el pabellón 15: los detenidos golpeaban la puerta de atrás y pedían auxilio porque el humo también los sofocaba a ellos.

Afuera escuchaban los gritos de sus compañeros del 16. Un preso le dijo al tribunal que los penitenciarios no le abrían porque no tenían la orden del jefe de turno, que andaba por la ciudad. Roma dice que los videos muestran que la puerta de atrás la abrieron los penitenciarios. No es lo que sostienen los organismos que querellan en el caso. El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) y el Colectivo de Investigación y Acción Jurídica (CIAJ) sostuvieron que a la represión en el pabellón le siguieron las puertas cerradas y la inacción de los penitenciarios. Una llamada tardía a los bomberos y la decisión de privilegiar la seguridad del penal frente a la vida de los internos guió el accionar del SPB para los organismos y la fiscalía.

“No es verdad”, se enoja Roma. “En cuanto abrimos el pabellón de al lado perdimos el control (del penal). Éramos 15 contra 70. Estábamos superados. De ahí fue unirnos con los internos que nos ayudaban. No teníamos más nada que hacer”.

Para los organismos, el rescate lo asumieron los propios detenidos. Uno de los presos declaró en el juicio que recordaba las caras de los hombres del 16 aplastándose contra las ventanas laterales y un pedido: “No me dejes morir acá”.

- Salgan por atrás que somos los del 15.

Los presos rompieron las paredes del módulo 16 y armaron boquetes para rescatar a sus compañeros. También improvisaron un pasamanos con baldes, vasos y tuppers que llenaban con agua. Así lograron rescatar a tres. Uno salió por la puerta de emergencia. A otros dos los sacaron por los boquetes. Uno de ellos, Cristian Rey González, falleció a los tres días: fue la víctima 33 de la masacre de Magdalena.

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Roma entró a la repartición en 1990, el mismo año en que el SPB fue noticia por el incendio en el Penal de Olmos que mató a 35 presos. Los colchones y las frazadas con las que los detenidos buscaban capear el frío en mayo de 1990 tenían el mismo contenido tóxico y mortal que los que ardieron en Magdalena quince años después.

Ella pertenece a la cuarta promoción femenina del SPB que se gradúa en la escuela de cadetes Baltasar Iramain, creada en 1954 y que funcionó entre el penal de Olmos y la Unidad 9 de La Plata hasta 1969. Roma ingresó 20 años después, cuando ya estaba afincada en la calle 44.

Antes había trabajado un año como guardia en la Unidad 3 del Servicio Penitenciario Federal (SPF). Le gustó y decidió probar suerte en el SPB. A la familia le costó entender por qué. La madre era ama de casa y el padre, herrero en Banfield. “Mi papá me decía: ‘¿De dónde salieron tus genes penitenciarios?’ No entendía”.

Cada vez que discutía con un jefe, la mandaban a “Calamuchita quinta”. Estuvo en Azul y en Sierra Chica. “Ahí estaban los Doce Apóstoles”, dice en referencia a los líderes de un motín cruento que incluyó empanadas con la carne de los presos de la facción opuesta. Antes de llegar a Magdalena, pasó por la Unidad 33 de mujeres de Los Hornos.

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- ¿Sabés lo que fue para mí ver 33 cadáveres?

Durante su indagatoria, la mujer –que todavía no cumplió 50 años - dijo fue ella quien dijo que pusieran a los internos que eran sacados en mantas sobre el pasto. “No pensé que estaban muertos”, dice.

Para los abogados del CELS, sus dichos fueron la prueba de que Roma daba órdenes, especialmente tendientes a evitar fugas. “Más allá de las inconsistencias, ella no se ubica realizando ninguna tarea concreta para extinguir el fuego, socorrer a los internos, generar salidas para los que estaban encerrados”, sostuvieron Agustina Lloret y Mariano Lanziano en sus alegatos.

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En el penal y en la sala de audiencias es la jefa, aunque se enoja cuando otros penitenciarios dicen que daba órdenes o – cuando los organismos de derechos humanos – la ubican como la segunda jefa de la guardia exterior del penal.

- Yo escuchaba relatos de suboficiales: “No, a mí la jefa me mandó a custodiar la cancha”. Yo lo miraba. En más de un momento he tenido ganas de agarrar la zapatilla y revoleársela en medio del juicio. ¿Cómo te pude dar una orden si tenía un quilombo bárbaro?

Roma no faltó a las audiencias del juicio a cargo del Tribunal Oral Federal en lo Criminal (TOC) 5 de La Plata. Escuchó los testimonios y las acusaciones mientras jugueteaba con un spinner. En los cuartos intermedios, se convertía en “Mary” y juntaba a la tropa para el almuerzo en una sala contigua. Estaba pendiente de las banderas que los familiares de los penitenciarios colgaban en la reja de la calle 8 y fue ella, también, la que consiguió que el salón para 180 personas del círculo recreativo de Hernández para hacer cena-shows y pagarle a los abogados que los representaron.

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Cristian Núñez le tocó la mano a Roma cuando la querella del CIAJ pidió 14 años para ella por abandono de persona, un año menos de lo que pidió el CELS, la CPM y la fiscalía. Las abogadas del CIAJ Analía Carrillo y Sofía Caravelos destacaron la situación particular de desigualdad de género de la única mujer imputada. Sopesaron su rol y su autoridad.

Núñez era el jefe de Roma cuando ardió el pabellón 16. No es como ella, dicen los organismos ni como el resto de los guardiacárceles; es “un distinto” en la causa – remarcaron los abogados del CELS en el alegato. Núñez no estaba de turno ese día, pero dormía en Magdalena. Estaba en el SPB desde 1988. A mediados de los ‘90, era el cantante de la banda de heavy Ley Sin Orden, que también integraba Julián Axat. Como Julián era hijo de desaparecidos, esquivaban el tema del trabajo de Núñez y sólo hablaban de música. Núñez se salvó de milagro en un motín en el penal de Bahía Blanca. En realidad, se salvó porque un preso se interpuso entre él y una faca.

En la madrugada del 16 de octubre de 2005, Núñez apareció, se trepó al techo del pabellón 16 e intentó abrir la puerta del patio para dejar salir a los internos. No lo terminó. Un interno le rompió la cabeza.

- Se te muere a vos el cobani - le gritó un preso a Roma para que sacaran a Núñez.

La penitenciaria se acercó y vio cómo dos pibes llevaban en andas al jefe de la guardia de seguridad exterior ensangrentado para entregárselo a los agentes del SPB. Roma dice que no se acuerda cómo lo sacaron. Lo único que recuerda es que Núñez le dijo: “No me dejes morir acá”.

“Fue el único penitenciario que entendió que su profesión suponía un riesgo constante – dijo Carla Ocampo Pilla, la abogada de la CPM, en los alegatos-. Son ellos quienes están a cargo de la vida de los internos, tal como afirmara la imputada María del Rosario Roma en este debate, y que él como sus compañeros encarnaban la figura del Estado”.

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Roma es la cara de perro de los penitenciarios en el juicio, dice un integrante de las querellas. Está de la vereda de enfrente de los organismos de derechos humanos, a los que acusa de haber fabricado una causa. “Yo siempre confronté con los derechos humanos porque nos ven a nosotros y ven a Videla”, se enoja.

Insiste que no tiene nada en contra de ellos y hasta cuenta que se acercó a la abogada Caravelos para darle las gracias por mirarla a los ojos mientras leía el alegato. Se siente reconocida y a la altura de su acusador.

Durante la charla, la Jefa Roma inscribe su versión de lo sucedido en el juicio por la masacre de Magdalena dentro de otros hechos de gran repercusión nacional.

- Yo pongo como caso testigo el último, el caso Maldonado. Ahí quedó al descubierto cómo operan (los organismos de derechos humanos). ¿Por qué te hago esta referencia? Hubo 50 peritos que dijeron que Maldonado murió ahogado. Sin embargo, los organismos siguen diciendo que el responsable fue Gendarmería.

- Entiendo a las familias, pero la justicia miró para otro lado. Siento que la fiscal miró para otro lado. La gente que inauguró el módulo: ellos son los responsables de esta causa, más allá de que haya otra causa. Ellos son los responsables de estos 33 muertos. Es como el Tren Sarmiento. Querés procesar al maquinista que no pudo frenar la máquina cuando se habían llevado la plata otros.

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El incendio en Magdalena fue un hecho de violencia institucional, dijeron las abogadas del CIAJ en su alegato. El juicio que se extendió casi medio año mostró las dificultades de investigar estos hechos con imputados que siguen en actividad y con testigos que son integrantes del SPB o personas que continúan privadas de su libertad.

De los acusados, Roma y Núñez fueron jubilados por incapacidad. Reimundo Fernández, el jefe de turno condenado, está retirado. Daniel Tejeda, el pastor evangelista que era el director de la Unidad 28, también fue condenado como Fernández y está fuera de la fuerza. El resto de los imputados siguen vistiendo uniforme. En el proceso, hubo olvidos de los agentes que debían testimoniar sobre lo hecho por sus colegas y hubo casos de amenazas a internos que debieron narrar lo que vieron hacer – o no hacer – a las autoridades de la penitenciaría.

- Voy a hablar porque los pibes eran presos como nosotros - se plantó ante el tribunal uno de los testigos que denunció amenazas-. Lo que les pasó a ellos me puede pasar a mí.

Durante la feria, la justicia decidió desarchivar -- ante un pedido de los querellantes -- la causa que debe investigar a los responsables políticos de la masacre. “Pedimos que se investigue a los que habilitaron los pabellones, decidieron el alojamiento de los detenidos en esos lugares y, por ende, a la jefatura del SPB y a las áreas del Ministerio de Justicia de la provincia vinculadas a la construcción de estos módulos”, explicó Caravelos.

Según el CELS, había 30.970 personas privadas de la libertad en 2005. Ocho de cada diez de los presos no contaban con sentencia firme. A diciembre de 2016, de acuerdo con el informe publicado el año pasado por la CPM, eran 38.681 las personas privadas de la libertad que se alojan en 20.071 plazas penitenciarias que no cumplen con los estándares en derechos humanos.

Magdalena sigue ardiendo.

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Un apostolado, así define Roma sus días en el servicio, que hoy desprecia por haberla jubilado por la puerta de atrás y por haberlos dejado solos en el juicio.

“Estuve en el momento en que el incendio se produce”, explica. “Estuve más de una semana en que estornudaba y me salía ese humo negro, tóxico, de los pulmones. Un oso panda porque era todo hollín”. Estuvo cinco días sin volver a la casa después del incendio. “Sin bañarme, sin descansar porque no había compañía femenina. En la cárcel de hombres no había una comodidad para que la mujer durmiera o descansara tres o cuatro horas, se bañara, se higienizara. Pasé cinco días sin ver a mi hijo que tenía dos años. Cuando volví, tuve que dejar la ropa en la puerta de mi casa porque era un foco infeccioso”.

Antes de que se cumpliera un año, Roma y catorce de sus compañeros fueron detenidos por abandono de persona. Estuvieron una semana a disposición del juez Guillermo Atencio. Hicieron huelga de hambre: reclamaron que investigaran las responsabilidades políticas del incendio. Roma llamó a la madre y le dijo que estaban acuartelados.

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En las palabras finales, Roma dijo estar orgullosa de los 15 hombres que estaban a su lado. Al final, se dio vuelta y miró al hijo – que desde los asientos reservados para los familiares lloraba sin parar – y le juró que era inocente.

“Mi hijo se crió escuchando Magdalena”, cuenta en el bar a dos cuadras de los tribunales. Hoy tiene catorce.

- ¿Te gustaría que fuera penitenciario?

- No. De chiquito le dije que penitenciario no. No por el orgullo de ser penitenciario, sino porque la institución a mí me falló.

Roma extiende los dos brazos. Entre la muñeca y el codo del brazo izquierdo tiene un tatuaje con árboles. En el derecho, una rosa y números romanos: “Quince de octubre”. “El día de Magdalena y de la muerte de mi mamá”, explica.

Se para irse y vuelve sobre sus pasos. “Yo con los organismos puedo hablar para meter presos a los que faltan. Con una madre no me animo”, dice. “Como penitenciaria, mi obligación era entregarle a su hijo rehabilitado, no en una bolsa negra”. Después, Roma sale del bar del 8 y 54 con sus escoltas mientras charlan cómo cortar y viralizar el video.