Crónica

8M, del calendario a la calle


No estamos desorientadas, estamos recalculando

La organización feminista rumbo al 8M llegó a la fecha dividida en dos marchas. El movimiento está atomizado, hay repliegue y cansancio. Pero a la hora de la convocatoria, las calles estuvieron llenas. Hay un tejido de sentido ya construido. El 8M está instalado y los motivos para salir sobran. Ayer, un feminismo popular realmente existente, que sabe que no puede esperar todas las respuestas del Estado, se movilizó para reclamar por todo lo que nos deben.

"Queremos que las compañeras sepan que no estamos deprimidas, que no estamos desorientadas. Sabemos que hay muchas demandas incumplidas, que la deuda es con nosotras y que para que esa deuda se pague tenemos que seguir organizadas", dice Yamile Socolovsky, Secretaria de Géneros de la CTA de los Trabajadores para dar inicio a la segunda asamblea de organización del 8M. No estamos deprimidas, no estamos desorientadas. Estamos, como el GPS, recalculando. 

Falta una semana para celebrar la fecha que se estableció a partir de que, en 1917, las mujeres rusas declaradas en huelga, accedieran al voto derrocando al zar. Otras prefieren el incendio en la fábrica. El pasado es un territorio en disputa, pero el 8M es un día histórico que se fue transformando hasta ser ahora, acá, para nosotrxs, el Día de las mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries trabajadorxs. En los años que van desde el primer Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015, hasta la pandemia, pasando por la millonaria marea verde por la legalización del aborto, el 8M se volvió emblema. Una efeméride que pasó del calendario a la calle con la fuerza de los paros, de la huelga, resignificando lo que durante años sólo pertenecía a los gremios. Mujeres, lesbianas, travestis, trans, no binaries unidxs, somos todxs trabajadorxs. A ver cómo se las arregla el mundo sin nuestra fuerza de trabajo. 

Tal vez los años fantásticos ya pasaron, esos en los que se dio una conjunción casi mágica entre un movimiento que explotaba las calles en cada convocatoria y a la vez producía nuevos lenguajes para viejos problemas: la soberanía sobre nuestros cuerpos, la visibilización de las violencias machistas, la precarización permanente de nuestras vidas, la doble y hasta triple jornada laboral que implica producir, cuidar y garantizar derechos en nuestros barrios, entre muchas otras demandas. ¿Qué queda hoy de ese proceso? 

Cuando Shakira saca una canción bardeando a su ex y en las redes sociales se abre un enardecido debate sobre el carácter feminista o no de decir “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, queda claro que hay sedimentado un sentido común feminista que no va a borrarse fácilmente. Incluso cuando el debate abarque la cuestión de si se trata de facturas para cobrar o para comer, que además están carísimas. De las narrativas de “crimen pasional” ya casi no quedan rastros, hay un nuevo lenguaje, nuevas palabras.                                                    

La tradición de las asambleas feministas para organizar las marchas previas a las grandes fechas perdió potencia en los últimos años. Este 2023 aparecieron dispersas, unas convocadas en Sociales por una parte de la Campaña, otras en en la recientemente inaugurada sede del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (un sindicato nuevo que en su comisión directiva tiene paridad de género). Son menos concurridas que aquellas que se hacían por el 2017 y 2018 en el galpón de Chacarita de la Mutual Sentimiento. La convocatoria se hizo sobre el pucho, muches parecen haber abandonado el nicho. La explicación es multicausal, como para la inflación y casi todas las cosas. Nos arrasó la pandemia, la crisis, estamos cansadas. También hubo -hay- una contraofensiva que pica la piedra y lleva al repliegue y hasta a la autocensura. El logro de la ley de IVE (luego de que la sociedad civil presentara antes 13 veces el proyecto en el Parlamento), fue inmenso. Y aunque quedara mucho por lo que pelear, las demandas y el movimiento se fueron dispersando. 

Aún así, en la asamblea con un calor que abomba, están presentes los sindicatos, las organizaciones políticas y las territoriales. Lo que falta es esa pibada que venía espontáneamente a intervenir, opinar, organizarse. Esa interpelación está difuminada, pero sigue ahí. No vienen a las asambleas, pero sí copan las calles de todo el país en cada 8 de marzo y desbordan los Encuentros Plurinacionales. La memoria corporal y afectiva de la marea verde quedó vibrando en nuestras subjetividades. Es desde ahí que podemos sacar el impulso para seguir peleando por todo lo que falta, por todo lo que nos deben. 

Ese día de asamblea, el Presidente inaugura las Sesiones ordinarias en el Congreso. Habíamos vuelto mujeres, pero este año no hubo mención a la ley de cuidado, y el Ministerio de Desarrollo Social recorta los Potenciar Trabajo que cobran las trabajadoras de la economía popular. Es evidente que aunque gritemos fuerte una y otra vez que nos queremos vivxs, libres y desendeudadxs, nos seguimos chocando contra una pared que nos bloquea el acceso a nuestros derechos ya consagrados. Una pared cuyos cimientos más potentes son el poder judicial y el poder económico. La consigna que se acordó para este 8M lo resume: “Con esta justicia no hay derechos ni democracia, y la deuda económica y social sigue siendo con nosotras y nosotres”. 

La persecución judicial y mediática a Cristina Fernández de Kirchner y el intento de femimagnicidio del pasado septiembre sobrevuelan en el aire como fantasmas salidos de una película de terror. Una y otra vez, en las intervenciones de las asambleas, aparece la preocupación por el hostigamiento hacia su persona porque se reconoce en ese proceso un intento de disciplinamiento a todas las personas que nos organizamos para cambiar la realidad. 

El poder judicial es hoy uno de los núcleos más importantes del patriarcado, y uno de los más difíciles de transformar. Es ese sistema el que persigue a las madres protectoras en lugar de a los abusadores, como en el caso de Arcoiris; el que revictimiza a los familiares de las víctimas de femicidios en la repetición violenta de los hechos, en la amansadora aplastante del camino interminable a una posible condena; el que tardó seis años en absolver a Higui por defenderse de sus violadores; el que desgasta y demora a quienes reclaman el pago de la cuota alimentaria para sus hijes; el que persigue y hostiga a líderes populares como Cristina Fernández de Kirchner. La necesidad de avanzar en reformas en la justicia es evidente para todas las personas que alguna vez tuvieron que enfrentarse a ese aparato burocrático, opaco y violento. A la vez, a la consigna de reforma judicial feminista aún le falta encarnadura. Funciona más, hasta el momento, como una invitación a la creación política: sabemos que esta no funciona, inventemos otra. Una que sea accesible, que no revictimice ni violente, que dé respuestas rápidas, que se enfoque en la prevención más que en el castigo, que contenga y actúe de manera interdisciplinaria, que incluya e incorpore agentes que sobrepasen los límites del sistema judicial. 

El otro nodo crítico de las desigualdades de género es, sin duda, el poder económico concentrado. En el contexto actual, alta inflación y pérdida del poder adquisitivo de los salarios se suma a la precarización laboral que es estructural para mujeres, lesbianas, travestis, trans y personas no binarias. Por eso decimos que feminismo es repartir la torta: sin redistribución del ingreso no es posible pensar en el fin de las violencias machistas. Pero la torta hoy está reducida a migas que además están en manos de unos pocos. Un informe de CEPA señala que a pesar de la recuperación sostenida de la economía que hubo durante 2022, luego de recibir una deuda externa récord del gobierno anterior y atravesar la pandemia y una guerra, en muchos de los casos (tareas de cuidado, salarios, patrimonio, ganancias) las brechas de género se siguen manteniendo.

El 8 de marzo está igual de caluroso que una semana atrás. Aunque hace unos días se aprobó la Moratoria Previsional, una ley que puede leerse en clave feminista porque beneficia en gran medida a las llamadas amas de casa y otres trabajadores informales, la realidad no ha cambiado demasiado. Lo cual es bastante para la Argentina, un país que nos tiene acostumbrades a los grandes acontecimientos diarios y, a la vez, a las problemáticas endémicas que parecen imposible de erradicar. Los incendios siguen y el ecocidio avanza. En Rosario crece el narcocrimen y en CABA nos cocemos sobre el asfalto. En una esquina de Plaza Miserere, tan agitada como siempre, un pibe vende rosas para “el día de la mujer”. 

La CTA de lxs trabajadorxs, la central con más peso feminista en su secretaría, con sindicato de Trabajadoras Sexuales, hace paro. ATE también adhiere. Docentes. Sin embargo, el peso real de la huelga esta vez está en duda. De hecho, la gestión pública y otras instituciones dieron asueto, minando de algún modo el sentido de la huelga. Como dicen Florencia Alcaraz, Agustina Paz Frontera y Vanina Escales, directoras de Latfem, medio feminista que hoy cumple 6 años, “el paro feminista nació como una medida sindical, trabajadoras organizadas, formales o informales, debían conseguir que el 8M sea un día de lucha en tanto trabajadoras. Hoy, en algunos organismos del Estado, se otorgó asueto a las trabajadoras mujeres. Pero un asueto no es una huelga, la medida acaba siendo desmovilizante, dulcificada”. 

La institucionalización feminista resultó complicada. Al menos más compleja de lo que, tal vez con cierta inocencia, pudimos preveer allá en la primavera frentetodista de 2019. No sólo por el peligro del cuarto propio, como alertó Ileana Arduino, sino también porque aunque la alianza Estado-movimiento traccionó avances como la sanción de la Ley de IVE, en otros casos le quitó brillo a la radicalidad de las demandas. Aunque es temprano para sacar conclusiones, esta experiencia resultó un buen recordatorio de una verdad que supimos desde siempre: no podemos esperar todas las respuestas del Estado. La organización feminista garantiza y garantizó derechos elementales como el aborto antes de la ley, las promotoras contra las violencias, las cuidadoras comunitarias. Ese trabajo debería ser reconocido por el Estado con la implementación de, por ejemplo, un salario básico universal, y complementado con políticas públicas federales y efectivas que fortalezcan la organización comunitaria que ya existe en los territorios. 

Este año se cumplen 40 años de democracia, hay recambio presidencial y en el 8M hay dos marchas. Como si pudiéramos darnos el lujo de mostrarnos atomizadas. Todavía hay quienes tratan de instalar una competencia entre la agenda económica y la de género, cuando los datos gritan que son problemáticas anudadas. 7 de cada 10 personas en situación de pobreza son mujeres. La brecha salarial se calcula entre el 25 y el 28 por ciento. Del total de hogares pobres en el país, el 85% son monomarentales y las tareas de cuidado recaen altamente en las mujeres.

El documento que se lee en la Plaza de los Dos Congresos despliega una serie de demandas que ya parecen un mantra. Es verdad que fuimos tachando algunas, pero la mayoría quedan, como esas manchas viejas que no se quitan. Los femicidios siguen teniendo un promedio de uno cada 35 horas, van 51 (o 54, según las fuentes) en lo que va del año. 

En el faldón que reza Transfeminismos populares con Cristina están al menos dos de las políticas que cambiaron el paisaje de los últimos tiempos. Ofelia Fernández, la legisladora más joven de Latinaomerica al momento de asumir y sin dudas un cuadro del movimiento feminista, y Natalia Zaracho, primera cartonera en ocupar una bancada de diputada. En la columna del MTE las compañeras cantan a voz en cuello el último hit de Shakira. Podrían haber cambiado la letra como suele hacerse, pero no: Una loba como yo no está pa tipos como túuuu y punto. 

Pasa una piba con un tatuaje: Ya no estoy sola en la calle. Y es cierto, hay muchas, muches. Hay una construcción conseguida, hay una tradición de manifestación callejera, hay una fecha instalada. En las crisis suelen ser las mujeres de los barrios populares las que abren comedores y paran la olla para organizarse. Esta vez también. El 8m y todos los días, como suelen decirnos, hay un tejido que funciona sin grandes gestos ni actos, sin siquiera muchas veces fotos en las redes. No es un feminismo sin marco teórico, no hace falta una preposición que indique falta o carencia. Es un feminismo popular realmente existente. Un feminismo que pudimos conseguir. Estamos quemadas. Quemadas estábamos hace dos años, dice una compañera. Ahora estamos más allá de quemadas. Pero siguen sobrando motivos para salir, y la plaza está llena.