Ensayo

La encrucijada de la política en el mundo de la IA


Soberanía digital para hackear la democracia

Las nuevas herramientas digitales y la IA desafían la vida democrática. El hacktivismo rebelde y los ataques de la ultraderecha con escasa representatividad ciudadana. Emilse Garzón se pregunta qué narrativas desmontar y cómo pensar el uso de estos recursos en la gestión política a favor de una democracia más justa e inclusiva.

Los datos son la panacea del marketing político. El elixir para conocer con qué propuesta (si es que la hay), se puede llegar al público objetivo. La ilusión de poder leer la mente de quien vota. ¿Pero si el objetivo fuera otro? ¿Si el objetivo no fuera la venta de un candidato sino entender las necesidades de la población, haciendo uso de la ciencia de datos? ¿Se los podría usar como una base irrefutable para crear políticas públicas más justas e inclusivas? Sí, es posible. Aunque captar los datos, interpretarlos y usarlos con reglas éticas para que su curso de acción sea el de la búsqueda de equidad y aumento de oportunidades para las personas, dependerá de desalinearse de los movimientos lobistas de las big tech y terminar con la hipervigilancia como mercancía. 

La mayoría de los ciudadanos habitan el presente terrenal. Y habitan en lo virtual con filtros automatizados donde los datos interpretados se convierten en información con diferentes matices dependiendo del ojo que lo analice. 

Para pensar en los usos de las nuevas tecnologías en la actividad política y el ejercicio democrático es importante comprender que no se trata de incorporar la IA porque sí a los espacios cotidianos, ni de inventar algo nuevo. Se trata de hacer uso de herramientas ya disponibles, correr el growth hacking - ese que busca lograr un crecimiento acelerado y eficiente de cualquier empresa o producto lo más rápido posible sin pensar tanto en el proceso - y empezar a desarmar ciertas narrativas solidificadas sobre el uso de las tecnologías. 

Veamos algunas de ellas, para desmontarlas brevemente.

La inteligencia artificial es omnipresente. Con esta narrativa se plantea la inevitabilidad del algoritmo sin corpus. Aún así, la nube es software, los datos corren en data centers y hardware, e internet circula principalmente por cables submarinos que podrían ser destruidos.

Los algoritmos no tienen gobernanza y además hay cajas negras que impiden entender su funcionamiento. Aquí se promueve el caos, cuando la programación y automatización requiere de orden, reglas y etiquetar datos. Lo aleatorio e impredecible corrompen la automatización. 

La tecnología no es política. Esta idea refuerza el sueño de algunos de  la creación de una IA general y autónoma, que quita  la responsabilidad de sus dueños, que al fin y al cabo son personas de carne y hueso, con objetivos políticos, de poder y mercado.

Blockchain es la solución para la transparencia y no se puede hackear. Aunque usado principalmente con un fin monetario, donde Bitcoin y Ethereum, concentran el poder en sus nodos validadores. Y sobre ciberataques existen desde drainers a robos de credenciales. 

Hay que desarmar las narrativas y pensar el modo en que las herramientas digitales se han mezclado con los recursos que cuentan los ciudadanos para ejercer sus derechos políticos y democráticos. Ya hay una revolución en marcha. Hay ejemplos. La Primavera Árabe en 2011, donde los manifestantes se organizaron vía Facebook en contra de la dictadura. Las milicias digitales, que consisten en la organización de bots y trolls para promover la desinformación o desestabilizar gobiernos democráticos: el caso de Brasil fue uno de los más resonantes. La elección de Sushila Karki en Nepal, utilizando la plataforma de chat Discord después de la crisis institucional de septiembre que conmovió al mundo.  

En Argentina también hay varios ejemplos de hacktivismo e incidencia política real usando datos digitales. El redireccionamiento desde el sitio de la Universidad de Buenos Aires al subdominio https://noalveto.uba.ar/  creado vía Vibe Coding (IA), generó molestias en el oficialismo demostrando su impacto y autoritarismo. El ataque al INDEC en 2013 por parte de Anonymous Argentina o vandalismo digital (defacement)  como el que sucedió en el 2022 con sitio del municipio de Bariloche en el que el atacante dejó un mensaje contra al ex intendente Gustavo Genusso acusado por desvío de fondos. Estas son otras formas de protesta, a partir de la lectura de la realidad que hacen grupos de hackers, que no necesariamente representan una manifestación en consulta con los ciudadanos.

Estos ejemplos muestran otras formas de conversación y acción política, promoviendo el shock a través de plataformas centralizadas. Muestran, también,  que no logran sostenerse en el tiempo. Además, permiten planificar el contraataque de la ultraderecha, con censura y nuevas formas de monitoreo online como lo hacen las big tech o empresas como Logically, que usando IA observa potenciales sublevaciones desde el ámbito virtual.

El hacktivismo es un hecho real y también lo son los modos de censura y ataque de la ultraderecha. Saltar a una siguiente fase de una democracia que utilice y aproveche las herramientas del mundo digital y la IA a favor de una gestión justa y que respete los derechos de la ciudadanía, implica salir del hedonismo, rasgar las cajas de resonancia y promover la pluralidad para generar nuevas conversaciones. 
Es imprescindible apoyar a la soberanía digital con desarrollo regional, inversión en hardware propio, la promoción de políticas públicas de interoperabilidad y portabilidad de la identidad digital, haciendo uso de servicios descentralizados. Gestionar libremente la privacidad, y la comprensión de la cibercriminalidad.