Colaboración en la investigación desde Perú: Milagros Salazar
—Yo estaba tratando de sacarla de la calle. Hice todas las denuncias que correspondían y me la mataron. Mucha gente no entiende mi tristeza.
La mujer que habla no es la mamá de ninguna de las chicas muertas ni una representante de las putas ni una amiga. Es una vecina de Flores que durante los últimos meses conoció a Lara, la más chica de todas, la de 15 años. La conoció como Luna, el nombre que se había inventado la nena para mentir que ya era adulta. La vecina le decía "Lunita" las noches en que se quedaba conversando con ella y la trataba de adoctrinar para que dejara “esa vida” y estudiara “como cualquier nena de su edad”. “Tenés que volver a la escuela vos”, le decía. Luna la escuchaba entre la compasión y cierto desprecio: “Vos ganás en un mes lo que yo gano en un día”, le respondía. No le gustaba ese discurso caritativo de la misma mujer que junto a otros vecinos se quejaban en la comisaría barrial, la 7C, por los escándalos –a veces algunos varones a los que creían fiolos les pegaban– y luego en las noches más heladas del invierno les acercaban comida y algo caliente. Al fin y al cabo ella se defendía sola desde que tenía 12 años.
La vecina no quiere decir su nombre. Y se niega a una entrevista cara a cara. Dice que tiene miedo. No al fantasma de las organizaciones narcos, a la policía o a los fiolos que regulan el mercado sexual en la zona. Le teme a sus propios vecinos, propietarios como ella, que siempre estarán allí. La vecina se comunica con los periodistas a través de mensajes de voz largos. A veces angustiada, a veces presa del horror que no comprende, a veces con un terrible sentimiento de culpa, una culpa que la corroe. Sabe que después de que la policía corrió sistemáticamente a las chicas que se prostituían en su cuadra ellas tuvieron que tomar caminos nuevos, gestionar clientes en departamentos, en boliches, trabajar para fiestas privadas, como la de la trampa mortal a la que fueron el último viernes de sus vidas en Florencio Varela. Lo demás, todo lo sabido: las torturas, los golpes, las cuchilladas. Y en Lara o Luna, la marca de la amputación de dedos que es leída como la venganza por un robo. Y en Lara o Luna, la última en morir según la autopsia, la gramática de la violencia narco.
"¿Sabés que le llevaba a Luna? Chocolatada. Era feliz por minutos. Lo que la ponía contenta no eran los dólares ni la cocaína, era la chocolatada", cuenta una vecina de Flores.
La vecina fue testigo del comienzo de esta historia, de ese punto en que un acontecer que podría haber sido el de cientos y miles de mujeres jovenes o niñas que llegan al trabajo sexual empujadas por la pobreza y los avatares de la sobrevivencia, se tuerce y se vuelve veloz, imparable hasta el final trágico. Y aunque le horrorizaba que las chicas hicieran felatios en un auto en la calle sin disimulo, por la noche ella salía a darles sanguchitos y café. Solo que a Lara, la pequeña, no le gustaba el café.
—¿Sabés que le llevaba a Luna? Chocolatada. A la pibita que tengo que escuchar que dicen que es cualquier cosa era feliz por minutos cuando le llevaba una chocolatada. Ella era una nena de 15 años. Y nosotros simples vecinos nos dimos cuenta que era una nena y denunciamos en tres instancias distintas. Hubieras visto el hambre en su mirada. Lo que a Luna la ponía contenta no eran los dólares ni la cocaína, era la chocolatada. Que dejen de decir boludeces y que empiecen a hablar con los degenerados que se acuestan con pibitas.
Este invierno, entre el 5 y el 17 de julio hicieron –al menos– 4 llamados a la línea 145, que depende del Ministerio de Justicia de la Nación, donde funciona la Coordinación Nacional de Rescate y acompañamiento a Víctimas del Delito de Trata de Personas. Faltaban dos meses para el triple femicidio de Lara, Brenda y Morena.
Los vecinos primero denunciaron al 911 y a la comisaría porque no querían “prostitución en la cuadra”. Al descubrir que algunas eran nenas, llamaron a la línea contra la trata de menores con fines de explotación sexual.
Los vecinos del corredor de la calle Pergamino, entre las avenidas Rivadavia y Alberdi, empezaron su historial de denuncias marcando el 911 y llamando a la comisaría barrial porque no querían “prostitución en la cuadra”. Hasta quevieron que algunas de las chicas eran todavía unas nenas, recalcularon y se contactaron con la línea para denunciar trata de menores con fines de explotación sexual. Esos llamados se tradujeron en formularios que dicen:
"La denunciante refirió que en la calle Pergamino al 300, esquina Av. Directorio al 3200, y en la calle Bonifacio, en el límite de los barrios Flores y Floresta se ven chicas a lo largo de la cuadra y a la vuelta, que son explotadas sexualmente. Agregó que esta situación comenzó hace 7 semanas. Que cree que algunas de las jóvenes son menores de edad".
“Agregó que tiene fotos del hombre que maneja la camioneta que traslada a las jóvenes. Que en ese auto las chicas atienden a los “clientes”, que allí se esconden cuando llega la policía. Añadió que la primera denuncia la hizo el día 5 de julio, que luego, fue la policía a la zona, con trabajadoras sociales, y que entonces por cuatro días, las chicas no aparecieron pero que después volvieron. Dijo que la segunda denuncia la hizo el día 10 de julio, la tercera, el 15 de julio y que con la de hoy, en total, ya son cuatro. Y que observa que “los tiempos son lentos” para resolver la problemática”.
Las denuncias, en las que aportaron más información detallada como una patente de un auto, entraron en el embudo de la burocracia estatal: fueron registradas por una operadora y numeradas en los formularios 72787, 72706, 72923 y 72971. Antes de designarse un juzgado interviniente, la información pasa por la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas (PROTEX), a cargo de Marcelo Colombo, que tiene seguimiento de patrones y características comunes de este tipo de delitos. En función de esa información los llamados se derivan a los juzgados y fiscalías.
El 7 de julio, dos días después del primer llamado, los formularios se transformaron en un expediente -CFP 2739- ante la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal, que quedó radicado en el Juzgado Federal 8 a cargo del juez Marcelo Martinez De Giorgi. Los vecinos siguieron llamando y los empleados del ministerio siguieron abriendo formularios que fueron remitidos a esa misma sede judicial. En la causa se investiga trata con fines de explotación sexual. En la jerga judicial, este caso aparece “en trámite con instrucción delegada en fiscalía”.
Lara, la nena por la que estaba preocupada la vecina ya está muerta. ¿Qué podría haber hecho el sistema de administración de justicia para evitar el horror? ¿Quién no investigó qué pasaba? Si las vecinas se dieron cuenta de que algunas de las chicas eran demasiado chicas, ¿cómo no lo vieron los agentes de la Policía de la Ciudad que constantemente les abren actas a las trabajadoras sexuales del lugar? Dicen que Lara usaba un documento trucho que le sumaba cinco años. ¿Tan hábil era para mentir su verdadera edad?
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Los tiempos de los procesos judiciales son lentos pero las vidas de las juventudes siempre han tenido un ritmo vertiginoso que hoy es aún más acelerado. Las denuncias de vecinos, las contravenciones de la policía, entre otros motivos, hicieron que las tres chicas dejaran de ir tan seguido a la esquina de Flores y empezaran a aceptar otro tipo de propuestas. Por ejemplo, el circuito de las fiestas, donde eran acompañantes y animadoras, últimamente con empresarios y comerciantes coreanos de la zona que las llevaban a karaokes de Flores.
—El trabajo era fácil porque a veces de tan pasados los tipos se dormían –cuenta una trabajadora sexual de Flores—. Algunas de ellas iban y venían de las fiestas. Podían hacer otras cosas en el medio de la gira que muchas veces duraba dos días. Hacían buena plata ahí.
Sobre la avenida, tres murales tapan las paredes grises: del Papa Francisco, de Maradona y de Narcóticos Anónimos: “¿Problemas con drogas? ¡Podemos ayudarte!”. La evidencia del mito, de la religión y de la sustancia más dinámica y gananciosa del sistema económico ilegal, la cocaína.
En estas escenas a los cuerpos en fuga y en riesgo se les impone una sustancia relativamente nueva en el mercado local: la famosa tussi. La droga rosada, un polvo que produce euforia y acerca el esnifar al goce de la mejor cocaína de los ochenta, se ha vuelto un consumo popular en la ciudad de Buenos Aires y en en el conurbano. La tussi nació en Colombia en 2013. Primero fue una mezcla de ketamina + MDMA, más cafeína y muy pocas veces cocaína, aunque se le diga la cocaína rosa. Lo particular del mercado la vuelve casi infantil porque se la colorea, no solo rosa, y se le da sabor a frutas: hay tussi de frutilla, de banana, de melón, de mango. En esta crónica, apareció en los relatos de docentes de la 1.11.14, de prostitutas de Flores, funcionarios provinciales, de policías bonaerenses e investigadores de juzgados y fiscalías porteños. Todos saben que existe. Hay allanamientos por tussi, cocinas de tussi, canciones de trap y reggaeton sobre tussi, consumo de tussi. La tussi estaba presente en las fiestas de los coreanos, y sobre todo en las “ubis”, fiestas privadas en casas del conurbano con parlantes gigantes, luces, DJs improvisados, piletas en verano, sexo y goce.
Cuando las putas vieron las imágenes de Morena, Brenda y Lara en las redes, mientras sus familias las buscaban, algunas pensaron que estaban de gira con los coreanos.
—Nosotras pensamos que iban a volver, pero no.
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En la Rotonda de Tablada aún bajo el sol del mediodía nunca brilla nada con su propio fulgor. El encuentro de la Ruta Provincial 4, conocida como el Camino de Cintura, y la Avenida Crovara que se transforma en la Ruta 21 son un pozo de cemento gris por el que circulan a diario una decena de colectivos. Conectan la zona oeste y el sur del conurbano y La Matanza con la Ciudad de Buenos Aires. El movimiento de vehículos es constante. Es un ritmo difícil de capturar. El cemento parece chillar. Ese ruido, el del traqueteo de los camiones cargados, se vuelve un tambor suburbano, un golpeteo grave. Es el sistema que lo lleva todo por las arterias de la mega ciudad. A la rotonda la custodian dos estaciones de servicio, el predio del emblemático cuartel atacado en 1989 devenido centro comercial y canchitas de fútbol., Más allá, una sede de la Escuela de Policía Juan Vucetich y los monoblock de Tablada, una barriada pobre que se organiza en edificios numerados. Sobre la avenida, tres murales tapan las paredes grises del complejo: en uno de ellos el Papa Francisco sonríe y levanta su brazo derecho dando la bienvenida al barrio rodeado de estrellas; en el segundo de un lado Maradona en el momento exacto en que hace el gol con la mano a los ingleses y del otro un aviso publicitario: “¿Problemas con drogas? Narcóticos anónimos. ¡Podemos ayudarte!”. La evidencia del mito, de la religión y de la sustancia más dinámica y gananciosa del sistema económico ilegal, la cocaína.
A los 20 años Morena y Brenda ya habían intentado todo lo que tenían a mano. Vendieron ropa barata en ferias; Morena había trabajado en un lavadero de autos, Brenda había atendido un kiosco 24 hs. Lara también vendía ropa usada.
Detrás de esa propaganda para pibes y pibas con consumos problemáticos que estratégicamente hizo pintar Narcóticos Anónimos viven las familias de Brenda y Morena. La noche del viernes 19 de septiembre, las dos pibas junto a Lara, a quien conocían de barrio aunque no había crecido ahí, se subieron a una camioneta Chevrolet Tracker blanca en la esquina de La Quilla y El Tiburón, a unas cuadras de la rotonda. Estuvieron desaparecidas cuatro días. A la Tracker la prendieron fuego en un descampado del barrio Mayol en Villa Vatteone, Florencio Varela, al sur del conurbano. Los peritos descubrieron dentro los colchones donde las chicas fueron ultimadas. A ellas las encontraron bajo tierra a menos de diez cuadras de ahí.
Antes de cumplir la mayoría de edad, antes de terminar la escuela, las chicas crecieron con un impulso vital ardiente: hacer plata rápido. A los 20 años Morena y Brenda ya habían intentado todo lo que tenían a mano. Vendieron ropa barata en ferias; Morena había trabajado en un lavadero de autos, Brenda había atendido un kiosco 24 hs. Lara también vendía ropa usada. Cuando sus caras empezaron a circular en redes sociales y en Crónica TV quienes las reconocieron –además de las putas de Flores– fueron otras pibas como ellas que “tiran manta” en las ferias improvisadas en el centro de Laferrere y de Morón.
—Siempre que desaparece una piba y empieza a circular una foto en los grupos de WhatsApp, algún docente, alguien de una organización comunitaria, la conoce. —cuenta una psicóloga que trabaja hace años en La Matanza—. Pero con las chicas pasó que ni las organizaciones de los monoblock tenían referencias de ellas. Nadie de una escuela saltó, y eso que estoy en muchos grupos.
El mapa y el territorio de las pibas no era el del barrio, el comedor, la orga, ni la escuela secundaria, sino el circuito de lo que la academia llama economía informal o de subsistencia y que en la pobreza, la nueva y la vieja, es el modo de organización/desorganización de las vidas de las personas.
Cuando necesitan plata las manteras de las ferias se ayudan entre sí. Hace tres años Brenda pidió un préstamo a una chica de la feria de Morón y no pudo pagarlo. La escracharon en redes. Le advirtieron que no volviera, pero ella desobedeció. La prestamista la recibió a los gritos:
—¡Rata! ¡Deudora! Acá no pisas más—le dijo.
—La sacaron a patadas—recuerda otra mantera.
Su prima Morena se había metido en un “círculo”, una especie de ruleta de préstamos rotativos, en la que todas las participantes ponen la misma cantidad de plata y va girando la que se lleva la ganancia. Tampoco pudo pagar cuando le tocó y la escracharon. En ese nivel de compromiso financiero no hay letra chica o grande, el único modo de regulación posible es la denuncia, el honor como moneda de cambio y prenda de castigo por incumplimientos. Si no se reprime a la deudora, si no se la señala como en el medioevo, quién podría frenar una serie de atrevimientos del mismo tipo.
La exclusión no es una entelequia, se produce ad infinitum en cada uno de los escalones sociales, hasta que la paralegalidad llega, admonitoria. En ese nuevo terreno se produce un alivio para el perseguido por la deuda y el escarnio. En ese fango blando los excluídos –no los del salario miserable o los de las changas, los del plan social y el comedor, los que fueron raleados por los propios— respiran un aire tóxico pero más prometedor, al comienzo, podría decirse que hasta más justo. El sistema provee de una alternativa mejor: la de asumir con el cuerpo el riesgo de emprender una actividad al borde o del otro lado de la ley. Es el riesgo el primer componente de esa lógica, el capital invertido en el nuevo modus vivendi.
En uno de los tantos grupos de Facebook en los que se organizan las ferias de zona oeste, en estos días una chica escribió: “Y bueno, espero que todas las que hicieron que Morena dejara la feria cuando tenía 17 años, amenazándola con matarla y no pisar más Morón y Lafe, sientan algo de culpa”. Nacieron y vivieron en los márgenes pero también fueron expulsadas de esas mismas periferias hasta la muerte: del barrio, de la feria, de la esquina en Flores, de las fiestas que pretendían gestionarse.
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Desde que las chicas desaparecieron el pulso que marca el tránsito en la Rotonda de Tablada se pone en pausa todos los días a partir de las tres de la tarde. Esta quietud inédita, cierto silencio artificial, parte el día en dos. Las familias de las pibas cortan la ruta primero para buscarlas, ahora para exigir justicia. Sabrina y Leonel del Castillo encabezan la misión. Son hermanos. La mamá de Morena Verdi y el papá de Brenda del Castillo crecieron en una familia numerosa de seis hermanos que les dieron a Antonio del Castillo, el abuelo de las chicas un total de 30 nietos y nietas. “Ahora tengo 28”, se lamenta el “Tata” Antonio, que también está en el corte.
La exclusión no es una entelequia, se produce ad infinitum en cada uno de los escalones sociales, hasta que la paralegalidad llega, admonitoria.
También ayuda a paralizar el tránsito de autos y camiones Stella Maris “Beba” Castro, la mamá de Lara. Ponen restos de autos, troncos y neumáticos para cortar el paso. Son menos de 20 personas pero logran frenar la circulación. En los guardarrail cuelgan banderas con los nombres de las chicas pidiendo justicia. No dejan pasar a nadie, ni a quienes llegan hasta ahí y les anuncian que viven en el barrio. Cuando el sol se esconda, prenderán fuego algunas gomas que arderán con furia. La interrupción de tránsito durará hasta las tres de la mañana.
Ángel tiene 19 años y es de la Villa Palito, un barrio cercano. Habla bajito, cuida las palabras porque sabe que está frente a personas que están haciendo un duelo. Es vendedor ambulante. Necesita que lo escuchen. Lleva días sin poder trabajar:
—¿Dónde están las madres de las nenas? Les quiero pedir si pueden cortar un solo carril. Hace una semana que no me puedo llevar nada. No me puedo subir al colectivo. Y no me puedo comprar la medicación. Tengo artrosis y tiroides aunque me veas así, chico. Me están cortando el laburo. Esta es mi zona. Es la que me asignaron porque me van a cagar a palos si me ven vendiendo en otro lado. Está organizado así.
En una buena jornada Ángel se lleva 30 mil pesos vendiendo pastillas en los bondis. Tiene un ojo extraviado. Necesita comprarse una crema que le calma el dolor de las articulaciones. El dolor de las familias lo conmueve, pero la gestión de los dolores es permanente. Una tragedia inmensa se monta sobre otra más pequeña. Los objetos que se venden y se intercambian son el motor de la economía informal. Su detención es una desgracia. El ritmo incesante es lo que sostiene, lo que provee. Las amigas de las madres lo escuchan y le prometen resolver. Tratarán de liberar un carril.
En esta zona todo el día un ejército de pibes con grandes bolsos deportivos bajan de los edificios o llegan desde el fondo de La Matanza y recorren las paradas de bondis, se trepan a los colectivos. No van a hacer ninguna actividad física. Son un ejército de vendedores ambulantes. Buscas que venden lo que cargan en sus hombros. Cuando abren los bolsos, se abre un mundo: guantes para lavar los platos, bombachas, repasadores, lapiceras, sahumerios, pastillas, chicles. Los compran en Flores, la calle Avellaneda, o en la Noria. Son tantos que algunos se van a las provincias del interior a vender. Les rinde más y se trabaja más tranquilo. Los varones de la familia del Castillo también son vendedores ambulantes.
En su piecita del monoblock, Leonel del Castillo, el papá de Brenda, abre los bultos con mercadería para mostrar todo lo que no está vendiendo desde que desapareció su hija: perfume para la ropa, medias y ropa interior. A sus 39 años Leonel intenta así no volver a lo que en el barrio llaman la “mala vida”. Fue papá de Brenda a los 20. Luego vinieron sus dos hermanitas menores. Brenda lo convirtió también en abuelo. Cayó preso y pagó su condena en Sierra Chica, penal de los de antes. Brenda tenía 9, salió cuando la nena ya tenía 13. Fue en esa época que la inició en el boxeo. Él, buen peleador, tiene el porte, la estructura ósea, y una nariz ancha que parece haber recibido lo suyo.
–¿Cortarle la ruta a la gente que trabaja yo no estoy de acuerdo, pero cómo me hago escuchar? Yo me estoy recapacitando. Estoy tratando de cambiar de vida. Tengo las patas agujeradas. Desde los 12 años que ando en la calle.
Cuando Leonel dice patas agujereadas debemos suponer que son tiros.
—¿Cuánto tiempo estuviste preso?
—Cuatro años en Sierra Chica. Hace siete que ya no toco nada. ¿De qué me sirvió reinsertarme? Me cagaron la vida. Yo nunca las mezclé a mis hijas con lo qué hacía.
La culpa aparece como la traición, sin avisar, por atrás, carcomiendo el pensamiento del deudo que se siente señalado a priori. El destino trágico de la hija lo dobla y lo hace llorar ante la periodista mientras intenta una explicación al horror del que ella fue víctima. El sobreviviente que vivió en el mundo del riesgo y pagó por ello, si se rescata produce relatos de expiación. Es necesario limpiar todo lo posible el entorno para volver al yugo, a la “buena vida” donde sin riesgo se asumirá la pobreza pero no se pondrá en juego la vida y la libertad. Leonel no estaba listo para que su hija cruzara ella misma a la vereda del riesgo. Y aunque se jura “limpio” necesita buscar un culpable más allá del narcotráfico, que es evidente, mató a su primogénita.
–No le dieron oportunidades a mi hija. Nada. A los jóvenes no le dan nada. Solamente que se prostituyan o aten bolsas para los transas.
Leonel habla del empaquetamiento de droga, una tarea menor en la línea de trabajo del narcomenudeo. Las chicas y los chicos lo suelen hacer en los tiempos muertos. No es ser transa, es ocuparse de una tarea manual necesaria e higiénica que da lo suficiente para comer, para ayudar en el día a día.
El año pasado Leonel olfateó que su hija y su sobrina le ocultaban algo: una prosperidad súbita le llamaba la atención. Demasiado perfume, ropa nueva y salidas nocturnas. Un fin de semana se subió al 180 y en menos de una hora se bajó en Flores a la altura de San Pedrito. Merodeó por las calles en busca de las pibas. Entró a varios hoteles alojamientos y en uno de ellos escuchó la voz de Brenda.
El fin de semana siguiente repitió la búsqueda y en una esquina confirmó sus sospechas.
—Hola mi amooooor. ¿Qué estás buscando? —le preguntó a Leo otra trabajadora sexual que estaba al lado de su hija.
—¡Es mi papá!—gritó Brenda tiesa.
El centro de Flores late de día y de noche. Es una zona histórica de oferta sexual callejera con corredores visibles en los que puede llegar a haber hasta 200 mujeres y travestis de todas las edades distribuidas en distintas esquinas y calles internas. El circuito se completa con los bares, pooles, las pensiones y los hoteles alojamientos que persisten de un lado y al otro de Avenida. Rivadavia divide en dos al barrio en varios sentidos. Las calles cambian de nombre de un lado y del otro. Las tarifas de la oferta sexual también varían.
El mapa y el territorio de las pibas no era el del barrio, el comedor, la orga, ni la escuela secundaria, sino el circuito de lo que la academia llama economía informal o de subsistencia.
Las tres pibas hacían esquina en la zona más cara, al sur, en el cuadrado que se forma entre las Avenidas San Pedrito, Directorio, Rivadavia y Pergamino. Es un área residencial con oferta sexual que se renueva constantemente. Las tarifas no bajan de los $60.000 y llegan a $200.000. En una sola jornada en la calle podían llevarse la misma plata que les ofrecían por el trabajo full time de un mes en los kioscos 24 horas del barrio. Lara tenía razón cuando trolleaba en vivo a la vecina preocupada.
Muchas de las que se mueven por acá también tiran mantas en ferias o atienden kioscos en sus barrios durante el día, piensan la prostitución como algo transitorio. Brenda, por ejemplo, decía que lo iba a dejar cuando su hijo creciera. A Morena Verdi, Sabrina, su mamá, le insistía.
—Dale, hija, vamos a invertir en ropa.
—Ya voy a dejar, ma.
Habían vendido ropa juntas. Compraban bolsones en la calle Avellaneda, también en el barrio de Flores. Tres cargaba ella y otros tres Morena. Hacían la entrega de la mercadería en la feria de la Universidad de Morón. En el último tiempo Sabrina, que tiene 43 años, trabajaba cuidando a una señora en Villa Luro, algo que hizo toda su vida. Estaba doce horas afuera de su casa. Cuando volvía de noche, Morena ya se había ido y su hermana menor, Jana, respondía por ella con resignación: “Me dijo que ya volvía”. Su hijo varón tampoco estaba porque salía a vender al interior.
–¿Cómo controlás?
Se pregunta ahora, con bronca, sentada en el cordón durante el corte de ruta mientras vigila que ninguna moto quiera pasar. Sabrina es delgadísima, habla rápido y se mueve veloz. Se enciende rápido como una chispa. Tiene el pelo prolijamente ordenado en dos trenzas. Parece una luchadora, lista para subirse a un ring. Está rodeada de sus amigas de toda la vida, las del barrio.
Sabrina cuenta que ella le pedía ayuda al papá de la más chica, Jana, de 16 años, que estuviera más presente. Temía que replicara el camino de Morena.
–No le pedía plata, le pedía ayuda moral–, remarca.
Cuando su hija empezó a salir más de noche Sabrina creyó que se había puesto de novia. Pensó en seguirla. Pero supo que su hermano ya lo había hecho. Ahí confirmó que las dos primas que se habían criado casi juntas ya eran trabajadoras sexuales. Estaba preocupada porque sabía que la habían llevado detenida por una contravención:
—Las volvían locas esos basuras. Esa comisaría las corrían todo el tiempo. Las volvieron locas psicológicamente. No estaban cometiendo ningún delito. Nunca entendí dónde está el delito porque yo me informé. No tenían relaciones sexuales en la calle ni estaban desnudas. Iban con pantalones de cuero. A Morena la habían detenido y le dije que iba a hablar con mi prima que es abogada. Yo sé lo que tenía de hija. No era Heidi. Tenía carácter, pero no era mala nena.
El cuentapropismo implica una serie de gestiones previas hasta que se llega a negociar con el cliente, que es casi como el último eslabón de la cadena: las otras chicas, las oportunistas que a veces piden peaje para trabajar en la parada, la policía y los vecinos. Brenda y Morena eran nuevas en el universo callejero. Una vieja vecina de Flores les cobraba un peaje de $30.000 para usar la parada. Si no les daban esa cuota mandaba a otras a robarles, a pegarles o directamente las buchoneaba con la policía. Otro de los frentes a tener en cuenta en la gestión. Todas las fuentes reservadas con las que se habla en la zona coinciden: los agentes de la comisaría 7C (la vieja 50) les pedían a las trabajadoras de la zona donde se movían las chicas que juntaran un millón de pesos entre todas para dejarlas trabajar tranquilas. Si no les pagaban les elaboraban actas, contravenciones por resistencia de autoridad y desacato. Las trabajadoras sexuales y las organizaciones políticas y barriales relatan el asedio: las golpean y les rasgan la ropa, humillándolas.
El 13 de mayo de 2024, preocupadas por esas detenciones, las primas Brenda y Morena se acercaron a una primera reunión promovida por la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) en la sede de la organización “Yo no fui” en la calle Gavilán, junto con “No tan distintas”. Tres organizaciones que amparan a putas, presas, liberadas y mujeres que viven en la calle, todas identidades que en Flores coinciden muchas veces en una misma persona. Los encuentros se repitieron una vez por mes. Brenda y Morena tuvieron una asistencia perfecta a esas mateadas en la que participaban alrededor de 30 personas entre trabajadoras sexuales y referentes de organizaciones. Buscaban estrategias colectivas para evitar y frenar las detenciones.
"Las volvían locas esos basuras. Esa comisaría las corrían todo el tiempo. Las volvieron locas psicológicamente", dice Sabrina, mamá de Morena.
En el primer semestre del 2025, AMMAR contó 38 detenciones en los barrios de Flores y Floresta por el delito de desobediencia a la autoridad, por la supuesta reiteración de la conducta sancionada en el artículo 97 del Código Contravencional, que habla de la oferta y demanda de sexo en espacios públicos. Dice: “Quien ofrece o demanda en forma ostensible en los espacios públicos no autorizados o fuera de las condiciones en que fuera autorizada la actividad, es sancionado con 1 a 5 días de trabajo de utilidad pública o multa”. El 87% de las causas estaban archivadas. ¿Habrán tocado el pianito las tres pibas proletarias? ¿Tendrán actas y entradas a la comisaría 7C? ¿Estarán sus fotos con identikit de frente y de perfil? Nada de eso surge por ahora de fuentes oficiales.
El 14 de agosto AMMAR junto con la Defensoría General y la Defensoría del Pueblo porteña, presentaron un hábeas corpus que buscaba frenar las detenciones sistemáticas en Flores. Dos semanas después Elizabeth Marum, Marcelo Pablo Vázquez y Carlos Fel Rolero Santurian, jueces de la Sala I de la Cámara de Casación y Apelaciones en lo Penal, Penal Juvenil, Contravencional y de Faltas de la Ciudad rechazaron el pedido. Otra advertencia que nadie tuvo en cuenta ni accionó para proteger un esquema que desbordaba.
Dos meses antes del crimen, la presencia de Lara en las calles de Flores quedó registrada en un móvil de televisión abierta. Ahí se la ve con anteojos de sol y campera, con una compañera. Están vestidas idénticas. Ante las cámaras de América, con su nombre falso de Luna, Lara repite varias veces: “No soy menor”.
Con esa entrevista callejera Stella Maris “Beba” Castro, la mamá de Lara, supo a dónde iba su hija cuando le decía que salía y creía que estaba con un noviecito. Stella tiene 36 años. Tuvo a Lara a los 21, antes había sido mamá de Agostina. Más tarde vinieron dos hijos más. Se enteró por la tele que Lara era víctima de explotación sexual. No lo pone en estas palabras sino que habla de “el rubro”, de “lo que hacía”. Lo cuenta en una nota que dio a un stream matancero. Relata que la sentó y le dijo que tenía que parar. Pero la chica desobedeció. “Venía con zapatillas y ositos que supuestamente le regalaba el novio. Me mentía todo el tiempo. Hasta que pasó esto me tuve que enterar de lo que hacía”, dice en esa entrevista en la que está con su hija mayor, Agostina. Ahí también explica que la foto con muchos dólares que circuló en estos días eran ahorros que Agostina tenía con su ex novio para irse a probar suerte a España.
Ahora Stella llega al corte de la Rotonda de Tablada con un bolso en la mano. A diferencia de las familias de Brenda y Morena, ella va y viene hasta acá porque vive en González Catán, otra localidad Matanza adentro, a casi una hora de distancia viajando en dos colectivos. La última escuela a la que había ido Lara era la Secundaria Feijoo, lejos de Tablada. Estaba vinculada, a través de su hermana Agos, al programa Envión Podés que busca reconectar a los y las pibes con la educación. Lara iba todo el tiempo para los monoblock, donde vive su abuela y también sus amigas.
Después de dos semanas de acusaciones y sospechas Beba está a la defensiva. Dice que vive de la Asignación Universal que recibe por sus cuatro hijos, Lara y los más chiquitos que están en la primaria.
—La más grande trabaja legal en boliches. Trabajó en McDonald 's. No importa qué hacían— se ataja.
—¿Y el papá de tus hijas?
— No importa el papá. Importa que eran víctimas.
***
“No estaban en ningún radar, en ninguna base ni de la Federal, ni de la Ciudad, ni de PROCUNAR”, repiten fuentes policiales y judiciales cuando se les pregunta por los nombres de las personas implicadas en el triple crimen. No encuentran, todavía, un nexo que los una a las bandas históricas de la 1.11.14 ni de Zavaleta. Así de novedoso el nombre del principal sospechoso por el crimen de las chicas, ahora famoso él y su rostro: el Pequeño Jota. Consultadas cinco fuentes que conocen el mundo narco de la villa donde se desarrolló una larval guerra a lo largo de décadas para controlar el negocio de la cocaína peruana comercializada en toda la ciudad, ninguna conoce a los personajes. Ni a Jota, Tony Janzen Valverde Victoriano, ni a sus familiares, dos tíos que serían su sostén desde que el padre murió a balazos en una emboscada cuando el chico tenía 13 años en Trujillo.
Los históricos líderes que ganaron aquella batalla, Marcos Estrada Gonzalez o su hermano Pity, o sus rivales los hermanos Rutilio Ramos Mariño, Ruti, y Meteoro Ramos Mariño, ex soldados de Sendero Luminoso en los años 80, se mandaban a matar con ataques impecables en su logística militar, hechos por soldados entrenados, sicarios con experiencia. La masacre del Señor de los Milagros, en octubre del 2005, dejó tres muertos, entre ellos un bebe de meses que iba en los brazos de su mamá. Después el modelo de negocios del mercado peruano de la cocaína se cristalizó de un modo menos concentrado: llegó la hora de las células, pequeños grupos de menos de diez miembros que no necesitan control territorial. En épocas de Marcos y Pity en la villa había una ley interna que castigaba los incumplimientos, pero era progresiva: primer aviso, un tiro en el pie, segundo aviso, en la rodilla, y finalmente el tiro en la cabeza.
Uno de los últimos posteos de Morena Verdi en sus redes fue una foto de dos llaveros. Los personajes infantiles tienen incorporados unas cucharitas finitas para esnifar tussi.
“En Argentina no hay cárteles hiper organizados como en México. Lo que hay son células que son familiares. Se manejan con clanes. Hay que mirar ahí y buscar delitos menores cometidos antes, entradas a los hospitales de la zona. Marcos Estrada Gonzáles tampoco tenía ni una multa de tránsito”, explica una fuente judicial que advierte el peligro de pensar el problema mirando al norte. Hoy, como hace dos décadas, el narcomenudeo y el narcotráfico argentino en Ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana tiene más bien un modus andino.
“Iban a participar en un evento al que les habían invitado, sin saber que estaban cayendo en una trampa de una organización transnacional de narcotráfico que había perpetrado una estrategia para asesinarlas”, dijo Javier Alonso, Ministro de Seguridad bonaerense, en conferencia de prensa cuando anunció el hallazgo de sus cuerpos. Llaman la atención los términos rimbombantes como “organización transnacional” en boca del ministro de Axel Kicillof cuando Pequeño Jota, detenido en Perú mientras escapaba, siguió con el mismo teléfono que usaba antes de estar bajo sospecha y, en parte, pudieron ubicarlo por eso.
En su última aparición pública Alonso le baja un poco el precio al tamaño del pibe peruano preso: es de tercera o cuarta categoría, dice. El fiscal Arribas también habló para desmitificar el carácter narco de lo que tiene detenido: no hay nada sobre supuestos jefes con mayor poder aún, no tiene elementos tampoco para derivar la causa al fuero federal para que se investigue el delito narcotráfico, y los crímenes como consecuencia de una organización criminal compleja.
En total son nueve las personas detenidas por el triple femicidio. La pista inicial que siguieron los investigadores fue la camioneta a la que se subieron las chicas. Con los vídeos de las cámaras de seguridad pudieron reconstruir el recorrido que los llevó hasta la casa donde encontraron los cuerpos. Las primeras detenciones fueron en un hotel alojamiento en Florencio Varela: Miguel Ángel Villanueva Silva y Iara Daniela Ibarra, se supone, eran quienes vivían en la casa donde encontraron los cuerpos.
Alguien “cantó” para llegar al resto de los sospechosos. Un buche de la policía bonaerense, los informantes de los que se valen los agentes para investigar, y una de las personas detenidas fueron quienes hablaron del robo de entre 3 y 4 kilos de cocaína tussi fraccionada. Los informantes también dijeron que hubo una videollamada de las torturas. Después no ratificaron en sede judicial estos dichos. Por eso el expediente se ramifica: está la versión policial, la causa judicial propiamente dicha y el expediente mediático que se va armando en vivo y en directo entre las redes, las notas y los canales de noticias. La causa está en manos del fiscal de Homicidios de La Matanza, Adrián Arribas. Fuentes con acceso al expediente aseguran que no figura el video del que habló Alonso y que el móvil de los asesinatos todavía es un interrogante. ¿Por qué las torturaron con tanta saña y las mataron?
Ariel Giménez, argentino de 29 años, acusado de cavar los fosos donde enterraron los cuerpos. Andrés Maximiliano Parra, de 18 años, y Magalí Celeste González Guerrero, de 28, también están señalados porque estaban limpiando la escena del crimen. A los tres los acusan de encubrimiento.
La detención de Florencia Ibáñez fue transmitida en vivo cuando salía de un canal de noticias. Ella es la sobrina de Víctor Sotacuro Lázaro, el primer detenido en el exterior. Sotacuro Lázaro tiene doble nacionalidad - peruana y argentina - residía en la 1-11-14 del Bajo Flores. Está registrado como vendedor de frutas, legumbres y hortalizas frescas. En la investigación está vinculado a un Volkswagen Fox, que habría sido utilizado como auto de apoyo de la camioneta Tracker que trasladó a las chicas.
"No le dieron oportunidades a mi hija. Nada. A los jóvenes no le dan nada. Solamente que se prostituyan o aten bolsas para los transas", dice Leonel el papá de Brenda.
Como Pequeño Jota, Matías Agustín Ozorio fue arrestado en Lima, la capital peruana. Su historia es también estampa de una juventud que persigue el impulso “millo” a como dé lugar. Ozorio pasó de criptobro endeudado a sospechoso de un crimen mafioso. El chico antes vivía cerca del barrio Zavaleta, en Barracas. Según el testimonio de sus propios familiares en televisión, él tenía la ilusión de “pegarla” con el trading de criptomonedas. A finales de diciembre del año pasado “se hizo echar para cobrar una indemnización”, que invirtió y perdió. Hasta entonces era enfermero en el Hospital Italiano, donde era reconocido por su eficiencia. De acuerdo a su huella digital en redes sociales, en 2023 empezó a estudiar en una academia multinivel llamada Revolution, que está liderada por un influencer de finanzas conocido como Cristian Díaz. Díaz aparece en varios videos con autos de alta gama y lujos. Ni él ni Revolution están habilitadas para operar dentro del país. El último 4 de junio la Comisión Nacional de Valores (CNV) presentó una denuncia penal contra Díaz por presunta estafa.
Según el registro de deudores del Banco Central, Ozorio debe 3 millones de pesos. Sin embargo está al día con su monotributo. De comprobarse su participación en el triple femicidio, ¿qué función cumplió en la banda del Pequeño Jota? Uno de los últimos posteos de su supuesto perfil en IG (@matias.osorio.inversiones) aparece en febrero de 2025 pidiendo una colaboración de 1.500 dólares "para ayudar a su abuela que se encontraba muy enferma". Los préstamos, las deudas y el flujo del dinero conforman una de las tramas de esta historia. Osorio invirtió riesgo y fue rápido hasta quedar envuelto en un crimen horroroso.
El territorio que se repite una y otra vez en esta historia es Trujillo. Pequeño Jota es hijo de Janhzen Valverde Rodríguez, asesinado el 16 de diciembre de 2018, ejecutado por un sicario de la banda “El Gran Marqués”. Janhzen pertenecía a la organización “Los Injertos de Nuevo Jerusalén”, según la policía peruana. Su hijo Tony, Pequeño Jota, lo recordó con un posteo de Facebook: “Te necesito, papá”. Y le juró venganza: “Te prometo que esto no va a quedar así, porque si nadie hace nada, yo mismo lo hago con pana y elegancia”.
Pequeño Jota no aparece en los registros migratorios argentinos pero la sospecha es que llegó al país después del crimen de su padre. La idea de que sobre él se vislumbra una organización superior, con jefes a los que debía rendir cuenta de lo supuestamente robado por una de las víctimas parece más de sentido común que una pista cierta por el momento. En la lógica de las nuevas células de emprendedores jóvenes el tráfico ya no es necesariamente un negocio que requiera de grandes proveedores. “Es cada vez más común que ellos mismos crucen la frontera con cargamentos pequeños, de pocos kilos, para comenzar con el negocio. “Son cada vez más emprendimientos, fragmentados y con sus propias lógicas”, dice una fuente del mundo narco.
Para quienes investigan las dinámicas narco en Perú, niños y jóvenes cada vez más chicos han tomado protagonismo cuando se prohibió la tenencia de armas y los delincuentes adultos se las entregaron a los menores de edad, que empiezan a crear sus propios grupos criminales. El fenómeno de una delincuencia organizada donde los cuadros son pibes de entre 16 y 20 años es regional, aunque Perú, y especialmente Trujillo han sido precursores. Trujillo es una ciudad grande del norte, que no entró en la variable de represión y control que las de la sierra, como Ayacucho, donde se combatió a la guerrilla maoista de Sendero Luminoso con políticas genocidas. Esa condición donde la pobreza de los migrantes que no encontraron destino en la ciudad se mezcló con cierta liberalidad hizo de Trujillo y la región de La Libertad un enclave de bandas dedicadas primero al robo, luego a la extorsión y finalmente al narcotráfico. Estos “chibolos” ahora presos serían los nietos huérfanos de otros delincuentes que desarrollaron dos virtudes en ese mundo: la rapidez y la crueldad.
Para quienes investigan las dinámicas narco en Perú, niños y jóvenes cada vez más chicos han tomado protagonismo. Son los nuevos cuadros de la delincuencia organizada.
La banda de “Los pulpos”, especialistas en extorsiones, con tentáculos en Perú y Chile empezó a ser mencionada con fuerza en la crónica policial argentina a partir de este triple crimen pero no es la primera vez que aparecen. El sábado 30 de agosto, tres semanas antes del triple femicidio, la Policía Federal y el Ministerio de Seguridad de la Nación se ocuparon de difundir en sus canales oficiales, la captura en la localidad bonaerense de Gerli, al sur del conurbano, de un ciudadano peruano que tenía pedido de captura internacional y era buscado por el Poder Judicial de su país por “integrar una poderosa banda narco criminal denominada Los Pulpos”. Quedó a disposición del Juzgado Federal en lo Criminal y Correccional 2, a cargo de Luis Armella, Secretaría 12.
Su nombre es Joseph Freiser Cubas Zabaleta, proveniente de Trujillo. El Juzgado Colegiado Transitorio de la Corte Superior de Justicia de Perú lo investiga por un delito de drogas y ya había sido detenido en su país natal, en 2023, en una causa por usurpación. En ese momento le incautaron una pistola Glock, modelo 17GEN5, serie BWRF960, con una cacerina abastecida con siete cartuchos. En las notas periodísticas locales se lo vincula a la banda “Los Malditos del Espino Limón”. Su extradición aún no se concretó porque la fiscalía Federal de Quilmes apeló. Eso significa que está siendo investigado en la Argentina por un delito grave, y que siendo federal podría ser narcotráfico. Pero las fuentes judiciales no quieren dar información para no avivar giles. ¿Es este Cubas Zabaleta un posible jefe de Pequeño Jota y sus secuaces? Se lo preguntan dentro de los juzgados y fiscalías también.
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Uno de los últimos posteos de Morena Verdi en sus redes fue una foto de dos llaveros con muñequitos de Luigi y Baby Yoda. Lo singular y solo para entendidos es que los dos personajes infantiles tienen incorporados unas cucharitas finitas para esnifar tussi. “Desastre van a hacer estos dos”, escribió abajo de la foto. Lo infantil y lo riesgoso, identidad Zeta, fantasía de abundancia y desborde. Junto con la premonición fatídica en una sola foto que pasa con la velocidad de una storie en Instagram se lee un mapa de época que pocos pueden comprender.
“El tussi es el nuevo paco pero pega más rápido y todavía no sabemos los daños que puede provocar”, dice una docente del Bajo Flores que prefiere el anonimato. “Algunos familiares de quienes la consumen te dicen que al menos no es paco, como si fuese el mal menor”, agrega un cura villero. La droga sintética epocal aparece orbitando el crimen de las chicas. La cocaína rosa, rebajada con nadie sabe qué otras sustancias. Una fuente policial habla de paracetamol molido, otra de ketamina pura. La tussi es un consumo para una generación ansiosa que quiere todo ya.
Brenda, Morena y Lara vivieron rápido y sufrieron muertes lentas a la vista de muchos. Entre ellos hubo de todo: manteras que las escracharon y ahora se lamentan, familiares que intentaron cuidarlas, amigas que preguntaron por ellas pero no imaginaron un final trágico, clientes que dejaron sus dineros en los servicios y ahora miran el caso por TV, maestros que las tuvieron de alumnas, vecinos que las denunciaron y se contradijeron queriendo salvarlas, militantes que las vieron en las reuniones para pedir freno a la policía, policías que las coimearon, policías que las encerraron, policías que les pegaron, una fiola que las apretaba, coreanos que las usaban en sus fiestas, fiscales que no investigaron, jueces que derivaron, empleados que escucharon las denuncias y las convirtieron en informes, y narcos tan jóvenes como ellas que las mataron.