EROTISMO CULTURAL PARA OLVIDAR LA PANDEMIA

Por: Dolores Gil

Meter los pies en el agua otra vez

Fotos: Magalí Druscovich

La pandemia me convirtió en una caminadora incansable. Cruzo las vías de Belgrano R, veo un cartel: “Int./Ext.”. Pienso en los encabezados de las escenas de un guión, abreviaturas que fueron mi eje en estos años rarísimos: lo que hay adentro, lo que hay afuera. Leo de nuevo y me doy cuenta de que es el aviso de un pintor de casas.

En mis auriculares, Jorge Carrión en su podcast Solaris me habla de poliamor, inteligencia vegetal y un futuro con esperanza gracias al reino de los hongos, una salvación ambiental para este mundo extraño y distópico.

Siento que muchos de mis vínculos se sostienen en el diálogo sobre un pasado mejor. Todo es relato: no queda casi nada de experiencia. “El pasado es un país extranjero”, escribió José Emilio Pacheco en Las batallas en el desierto .

Ir al teatro o comer en un restaurante con gente alrededor me parece de ciencia ficción. Mi inconsciente reemplazó la pesadilla de encontrarme desnuda en un lugar público por la de estar en una habitación cerrada sin barbijo. Me aferro a un mínimo de esperanza de vida social, todo el resto pende de un hilo.

Es hora de meter el pie en el agua otra vez.

En mis caminatas diarias escucho Happier Than Ever, el álbum conceptual de Billie Eilish. Su dulzura oscura alcanza momentos iluminados —“Things I once enjoyed/ just keep me employed now” (Lo que antes me divertía/ ahora solo me mantiene ocupada)—.

Billie me compra cuando canturrea sobre mirar porno como estrategia para enfrentar la soledad: “I can’t stand the dialogue, she/ would never be/ this satisfied, it’s a male fantasy” (No soporto los diálogos/ella jamás estaría/ tan satisfecha, es una fantasía masculina).

Después de dos años de repliegue, me permito comprobar los poderes catárticos y purificadores de la risa. El futuro de la vida en la ciudad todavía es difícil de imaginar; el virus derrumbó nuestras piedras de toque. Reaprendimos a vivir juntos sin acercarnos demasiado.

Nos queda practicar nuevos gestos de vida en común, encontrar resquicios de libertad, bailar mientras podamos y honrar la carne, asiento de todo placer y de todo dolor imaginables.