las nuevas formas del delito

ESTAFAS VIRTUALES

Por Sebastián Davidovsky

Arte: Sebastián Angresano

En 2018 conocí a las primeras engañadas por Tinder en Argentina.  No importa tanto la aplicación. Ahí se produce el match. La historia continúa por fuera con la promesa de encontrarse.

Es un fenómeno acelerado por la pandemia. No guiado por una transformación digital: miles de personas que forzosamente migraron al mundo digital. Un terreno nuevo.

Todos los días, Inés y Claudia reciben un correo. Primero en inglés, después traducidas con una app.

“Con la pandemia no podes salir de tu casa y una persona te escribe todos los días. Parecía que me conocía, daba en la tecla en ciertas cosas”, reconoce Inés. Dar en la tecla. Literal.

Él es un hombre sonriente. Manda fotos: solo o con su hijo. Trabajando. En altamar. Las dos -Claudia e Inés- están enganchadas.

Es ingeniero nuclear y previo a su paso por Buenos Aires, donde se supone que se conocerán en persona y vivirán un amor, aterriza en Nueva Zelanda, donde tiene un proyecto a cargo.

Manda uos regalos. Un iPhone, joyas, una Mac, un perfume y dólares, muchos dólares. “Te mando todo esto para que veas que estuve pensando en vos. Hay dólares. Te amo, quiero que vivamos juntos”, promete.

El correo avisa en el seguimiento que el envío quedó detenido en Malasia. Que hay un problema allí por la cantidad de bienes que el prometido les mandó desde lejos. Hay que pagar una multa. La primera.

El hombre -que se llama James Ferguson, Martin Adams, Harry Trump, Robert Jude y tantos otros- les avisa que recibió una llamada del correo. Hay que destrabarlo. Necesitan que ellas paguen algo que les van a devolver. “No se preocupen, hay suficiente dinero en el paquete para cubrir los gastos”.

Deben esperar a las 10 de la mañana a que abran las casas de envíos de dinero.  Misteriosamente, ofrecen la posibilidad de pagar en cuentas locales en Argentina. Hacer depósitos a titulares de cuentas bancarias o fintech en el país. Inés va y paga.

Pero los problemas siguen. Tiene que abrir una cuenta bancaria internacional; eso tiene un costo. Luego vendrá una penalidad para recibir en esa cuenta dinero internacional (los dólares del paquete).

El envío nunca llega. Las mujeres en Argentina van pasando de nivel de multas como si fuera un Arcade, cuyo final es la recepción de los regalos y, de fondo, el encuentro físico con James, Martin, Harry o Robert.

Pero eso nunca sucede. La cadena no termina nunca. Sigue con el pedido de plata para un abogado para él por “lavado de dinero”, envíos urgentes de dinero para poder volver a su país, complicaciones con el trabajo. Y así.

Algunas llegaron a sacar un crédito para ayudarlo. Perdieron miles de dólares: 90 mil en el caso de Inés. Claudia zafó. Un amigo, que había escuchado de estos casos, le dijo que eso que le estaba pasando no era real. Que tuviera cuidado si le mandaba “regalos”.

En 2017 al menos siete mujeres hicieron pagos vía Western Union a Malasia. Siempre la misma modalidad: match en Tinder, intercambio de mensajes amorosos, un supuesto envío de regalos. Todo mientras el estafador estaba de viaje en lugares remotos y aislados.

Cuando Inés fue al banco a denunciar las cuentas a las que fue su dinero, la trataron de “loca”. Nadie la entendió. Tampoco en la Justicia. Nadie en su familia lo sabe hasta hoy.

El exilio analógico nos llevó a un nuevo mundo. Uno que también para el delito tiene nuevas formas. Sin encuentro físico, los estafadores pueden estar engañando a muchas personas al mismo tiempo.

Las víctimas pueden estar en cualquier parte del mundo. En su casa. Tirados en la cama o sentados en el inodoro. En ninguno de esos lugares -antes de estar permanentemente conectados- era posible que alguien nos engañara.

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