fue la mano  de dios

En su último film, Paolo Sorrentino propone pasajes de su biografía como laboratorio de una espera colectiva, familiar e individual, en la Nápoles de los años ‘80, la ciudad que sueña con Maradona.

CINE

En el Sur de Italia la gente espera. Hombres y mujeres esperan un trabajo. Mujeres y niñxs, que sus padres regresen del Norte. Los pescadores, peces.

Las ciudades esperan salvadores, milagros de San Francesco di Paola o San Gennaro. En la espera se hacen y moldean las biografías. La espera no es un tiempo inútil. Doloroso, tal vez; infecundo no.

En  Fue la mano de Dios, Paolo Sorrentino nos propone pasajes de su biografía como laboratorio de una espera colectiva (napolitana), familiar e individual, en los años ‘80.

Fue la mano de Dios no es un filme maradoniano.  Diego es tan partícipe de ese universo como Fabietto, el protagonista. Están conectados. 

Patrizia, la tía de Fabietto, desea ser madre. Se lo pide a San Gennaro. Marchino, hermano del protagonista, espera actuar con Fellini.

En ese devaneo se elabora la figura de un salvataje vital: que venga y nos saque de este dolor.

La ciudad sueña con la llegada de Maradona.

A cancha llena y frente a los televisores, el Sur presenció un milagro: vio a alguien que podía tocarle el culo a Napoli, como San Gennaro a Patrizia, y conseguir campeonatos y respeto.

O como Fabietto, que se salva de morir junto a sus padres porque se queda en casa, por Diego.

—Fue la mano de Dios —le dicen ante la tumba.

Hay algo de amor por el tiempo, por su sustancia y su paso. La presencia de mujeres maduras y la iniciación sexual de Fabietto rompen con lo hipersexual de la juventud.  Nada más bello que ese mapa epidérmico de las mujeres que integran esta propuesta visual.

En el film se escucha el tic tac emocional y social de la espera y de aquellas potencias misteriosas (o no imaginadas) que impulsan el punto zero de las decisiones, de un deseo o de una narración.

Ante el mar del sur napolitano se genera un diálogo duro y luminoso entre Fabietto y el director de cine Antonio Capuano. ¿Cómo contar una constelación de vidas sometidas al ruido, al mundo o a su puro silencio donde yacen las fatigas de la existencia?

El humor y la risa funcionan como motores de reconstrucción de lazos y afectos. Suspenden la solemnidad y el dramatismo de la vida y devuelven la fragancia de lo familiar y comunitario.

Fabietto y Maradona se irán de Nápoles, pero quedará un Sur que lucha contra el peso de la espera y con todo lo que ella desata en personas decididas a comerse el tiempo.