VIVIR CON EL FUEGO QUE LATE

Argentina en llamas

Por Emiliana Cortona

La cordillera vuelve a arder. El cuerpo de quienes vivimos al pie de la montaña rememora el cansancio, el estrés y la adrenalina de los incendios que tuvimos entre enero y marzo del año pasado.  Verano tras verano, se actualiza la amenaza.

En diciembre la noticia no tardó en llegar: ¿un rayo? ¿un fogón mal apagado? ¿Un árbol que cortó el tendido eléctrico? Las chispas saltaron como desde una piedra de afilar, y el monte crepitó al arder.

Las llamas cruzaron el río Manso. Bravío, el fuego avanzó desde el lago Martin y Steffen. Como animal salvaje, destrozó Coihues, Cipreses, Lengas. Llegó a 800 metros de las 40 casas del Paraje Río Villegas.

El fuego rugió y ensordeció. A pocos metros, vecinxs con palas, agua, machetes, herramientas caseras, con lo que tenían, en alerta.

La Patagonia nos regala cielos amplios sobre Ñires, Retamas y Lauras. Y también un tendido eléctrico de alta tensión que serpentea entre árboles milenarios. Cada vez que hay viento cortan la luz, para prevenir.

“Cuando hay sol disfrutás que suba un poquito la temperatura, pero no del todo. Ahí hay brasas. Si sube la temperatura y se levanta viento, vuelve el fuego”, dice Martín, vecino de El Bolsón.

“El fuego es tan impredecible que no sabes qué va a pasar en diez minutos”. Pablo Albornoz está al frente de la Comisión de Fomento de El Manso, un paraíso entre El Bolsón y Bariloche en el que viven 2000 pobladores desperdigados y del que depende Río Villegas.

El viento sopló, embistió y giró. Río Villegas respiró. El fuego, a su antojo, cambió de dirección: de este a oeste y se metió en el cañadón de la Mosca. Lxs vecinxs festejaron. Nunca lo habían tenido tan cerca.

Las llamas pasan, pero queda rescoldo. Brasas encendidas debajo de donde se le dé la gana. Debajo de troncos, de hojas, de yuyos.

El viento salva, pero también reaviva. Sopla y enciende las brasas que laten bajo el colchón que se sedimenta con pinocha, con pastos y raíces secas.  Todo lo que caiga al suelo, se acumula y puede arder.

La Navidad de Mateo terminó la semana pasada. La noche del 24 no podía dejar de mirar dos cosas: los saludos que llegaban por whatsapp y los pinos de la montaña frente a su casa que se prendían fuego. 

Brindó calculando a qué hora iba a volver a salir con sus amigxs hacia el Cerro Currumahuida, cerca de Lago Puelo, a enfrentar las llamas.

Las llamas estaban a 1,5 km de su casa. Ráfagas de viento de 70, 90 km/h.  Un combo de encendido rápido: bosques nativos y pinos jóvenes, montañas de pinocha, resabios de un incendio anterior y un montón de leña seca disponible para quemar.

Espontáneamente empezó a llegar gente. Con palas al hombro, agua, motosierras. Llegaron a ser cerca de 60 personas. Tardaron una semana en apagar el fuego.

“El fuego se propaga por contacto, por eso es importante el trabajo de cortafuegos”. Talan árboles, eliminan combustión vegetal, limpian el terreno. Buscan evitar que el fuego avance. Construyen artificialmente un área quemada, vacía, solo de tierra.

Ir a la montaña implica riesgos. Por eso formaron la “Brigada Civil Autogestiva de la Comarca Andina”.

Se organizan, se cuidan.  Para que quienes vayan a la primera línea contra el fuego sepan qué tienen que hacer, tengan herramientas, botiquines, ropa segura y un mínimo plan de acción.

En 2021 se quemaron 330 mil hectáreas en todo el país, una superficie equivalente a 17 veces la Ciudad de Buenos Aires. A casi un mes del comienzo de los incendios en la Patagonia, bomberos, socorristas y vecinxs en Neuquén, Río Negro y Chubut siguen en alerta.

SPLIF Río Negro

Parque Nacional Nahuel Huapi