La suspensión del Boca River


Gas pimienta, drone, misiles

Antes de empezar el segundo tiempo del clásico por la Libertadores, un hincha les tiró gas pimienta a varios jugadores de River: estuvieron varios minutos sin ver, con la piel quemada. “Para tomar una decisión, hay que pensar en que hay 40.000 personas enardecidas”, decía el periodista Fernando Niembro. Después de setenta minutos de incertidumbre, el árbitro suspendió el Partido. En este texto, el sociólogo Pablo Alabarces escupe su bronca y duda de si habrá algún tipo de consecuencias.

Fotos: Télam

“Tres o cuatro inadaptados”, dijo uno de los relatores durante la transmisión de Fútbol para Todos. “La multitud está en otra cosa”, aclaró. Mientras, Fernando Niembro amenazaba, con alguna ligereza, por Fox: “para tomar una decisión, hay que pensar en que hay 40.000 personas enardecidas”. Al mismo tiempo, decenas de interesados (entre ellos, el presidente de River) entraban a la cancha para presionar al árbitro. El director técnico de Boca, ex jugador desde hace poco, discutía con vehemencia con todo el que se le cruzaba (eran muchos) para defender la necesidad de seguir el partido. Ninguno de los jugadores de Boca intentaba solidarizarse con sus compañeros de trabajo, unos que ayer tenían colores rojo y blanco, y ponerse de su lado. A nadie se le ocurrió que lo mejor que podía pasar –lo único que nos hubiera devuelto momentáneamente la fe en el género humano y en el fóbal argentino– era que los de azul-amarillo tomaran cada uno del hombro a un roji-blanco y se fueran juntos al vestuario.

Lo único que nos serviría de consuelo, fue lo único que no ocurrió.

(Posiblemente, algunos estaban aún enojados por las patadas vergonzosas que pegaron los de roji-blanco una semana antes a esos mismos compañeros de trabajo a los que, entonces, no podían reclamarles solidaridad corporativa. Siete días antes les habían pegado como si fueran los peores enemigos).

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“Tres o cuatro inadaptados”. Los mismos, o quizás otros, que entraron un drone a la cancha para que paseara una especie de remedo de fantasma por el estadio. Un humor desopilante, y a la vez una capacidad logística envidiable. Un drone: a mí me ha costado entrar a una cancha con un encendedor bic, pero ellos entraron un drone.

Tres o cuatro inadaptados. Mientras 40.000 personas, ante lo inconmensurable de la situación, cantaban adaptadamente el consabido “sos cagón”, luego del invalorable “River no se va”.

Entre otros desaguisados de los comentarios de Niembro –cualquier tribunal de ética periodística le hubiera sacado la matrícula hace años–, apareció el siguiente dictamen, que parafraseo: la culpa es de la seguridad, que no vigila como corresponde. Y luego continuó: “me dicen que el tipo que está metiendo el gas en la manga [ante la aparición de las imágenes que identificaban a un posible responsable al que no se le veía la cara] tenía la entrada prohibida en el estadio hasta hace 40 días”. Moraleja: la culpa es del estado, que no vigila como corresponde. O de la fuente de Niembro, que se las sabe todas pero no dice nada en voz alta.

Como tampoco dijo –al igual que el comentarista de Fútbol para Todos, creo que fue Fabbri–que el “responsable” del uso de armas químicas lo hizo ante la aquiescencia de unas seis mil o siete mil personas que lo miraban con atención y delectación: “Uy, mirá qué bueno lo que le está haciendo ese tipo a las gallinas putas”.

Y bien, nada hay para sorprenderse y nada nuevo hay que explicar. El fútbol argentino está perdido: y cuenta para ello con la inestimable colaboración de hinchas –“barras”, “no barras”, “auténticos”, “comunes”, de esos y de los otros–, jugadores, técnicos, árbitros, directivos, periodistas deportivos, policías, el estado nacional y hasta el tipo que vende la coca. Ya no queda el argumento de que “están esperando que se muera alguien”, después de casi trescientos muertos.

Lo que nos falta es un poco de concentración y eficacia: como los muertos se diseminan a lo largo de los años y a lo ancho de los estadios, adeudamos los treinta y cuatro de Heysel o los noventa y ocho de Hillsborough, todos de golpe, los cuerpos en fila. Después de Heysel, la UEFA suspendió a los clubes ingleses de todas las competencias europeas. Después de Hillsborough, los británicos tuvieron que reformar todos los estadios, las legislaciones, las políticas.

(Cuidado con esa cita, Alabarces: no va a faltar mañana el pelotudo de turno que diga “hay que hacer como los ingleses” o que diga que la cosa pasa por “sacar a los negros de la cancha”. Me dicen que en Twitter ya se escribió eso. Pero no: lo que reclamo es que hay que parar el fútbol y suspender la participación argentina en toda competencia internacional por dos o tres años).

Lo bueno es que esta vez fue en un Boca-River mirado por algunos millones de espectadores. Si todo esto pasaba en un Newell’s-Central –y no digo un Defensores-Excursionistas–, Anfibia no me pedía esta nota. Les digo más: hace pocos meses, después del clásico rosarino, mataron dos hinchas por las calles. Al fútbol, a los hinchas y al periodismo argentino, perdonen la franqueza, le chupó soberanamente un huevo. 

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Si el estado argentino –cómplice y responsable, responsable y cómplice– no para el fútbol en esta semana, propongo al menos algunas regulaciones sencillas para reducir daños, a saber:

1. Armas químicas, solo una vez por mes.

2. Misiles, sólo de disparo manual con carga al hombro: se prohíben los teledirigidos.

3. Los jugadores pueden entrar armados, pero sólo uno de los once, de los que no se sabrá el nombre. O mejor: se sorteará antes del partido. Y puede ser arma de puño, no fusiles de asalto.

4. Los hinchas pueden matar sólo un hincha adversario más que los muertos propios. No se permite, para llevar la suma, acreditar los muertos por las internas. Esos no se cuentan.

5. Los periodistas podrán pronunciar la palabra “inadaptados” una vez por semana; “animales”, dos; “bestias salvajes”, una al mes; “escoria”, dos al año.

6. Se prohibirá la entrada de Niembro a todos los estadios sudamericanos. Esto no tiene nada que ver con todo lo anterior, pero alguien tiene que decirlo.

Si a alguien se le ocurre algo mejor, avise. Yo había tenido algunas ideas, con varios otros y otras colegas, pero nadie nos llevó el apunte, así que prefiero abandonar toda esperanza: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate al calcio”.*

Ya sé que lo mínimo admisible es la pérdida del partido para Boca, la clausura del estadio por cinco años, el juzgamiento de todos los responsables del club por complicidad evidente y televisada. Pero permítanme una última provocación, para que el resto de los hinchas acepte que esta vez les toca a los de Boca pero podría ser cualquiera, que va a ser mañana o pasado. Mi fe en el fóbal y en el género humano retornaría si mañana los dirigentes de River y Boca, juntos y a la vez, acompañados por ese ser que finge de presidente de la AFA y de cuyo nombre no quiero acordarme, pidieran a la Conmebol que todos los equipos argentinos quedaran fuera de la Copa. Y que los hinchas de River, Boca y Racing estuvieran todos de acuerdo, se miraran fraternalmente a los ojos, se digan mutuamente “así no va más” y fueran a tomar la AFA para que se vayan todos/que no quede/ni uno solo.

Nota del editor: “Abandonen toda esperanza, ustedes que entran al fútbol”. Alabarces parafrasea los dichos que, en el tercer canto de la Divina Comedia, Dante ve escritos en la puerta que da entrada al Infierno (“Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis aquí”).