Los hechos
El 13 de junio el Estado de Israel lanzó misiles sobre el territorio de la República Islámica de Irán, incluyendo su capital, Teherán. Irán respondió lanzando una importante cantidad de misiles sobre Tel Aviv logrando perforar su escudo anti-misiles denominado Iron Dome (cúpula de hierro). A partir de entonces, no han dejado de intercambiar ataques contra distintos puntos de sus respectivos territorios, en lo que se ha convertido la escalada bélica más intensa de la historia de la relación entre ambos países. Después de coquetear durante una semana con la idea de sumarse o no a las acciones de Israel, Trump anunció que Estados Unidos bombardeó tres sitios de producción nuclear en Irán: Fordow, Isfahán y Natanz.
La primera operación israelí fue bautizada como Rising Lion (León emergente) y fue anunciada por el primer ministro, Benjamin Netanyahu, mediante un video. La describió como una “operación militar dirigida con precisión” y con el objetivo de “hacer retroceder la amenaza iraní a la supervivencia de Israel”. Para construir la amenaza conjugó dos elementos: distintas alocuciones por parte de figuras políticas iraníes llamando a la destrucción de Israel y ciertos avances en su desarrollo nuclear que habilitaban a la potencia persa a producir un arma nuclear en “un año o menos”. La participación de Estados Unidos genera una enorme incógnita acerca de cuáles serán las repercusiones de la nueva intervención militar en Medio Oriente.
Con Gaza de fondo
Como observó Luciano Zaccara, el conflicto logró correr el foco de los incesantes bombardeos israelíes contra la población civil en la Franja de Gaza desde el 7 de octubre de 2023 y reposicionarlo sobre el programa nuclear iraní. A la fecha, estos son los números que deja la operación israelí en Gaza: más de 55 mil muertos (entre ellos, más de 17 mil niños y niñas) y más de 120 mil heridos de gravedad registrados por el Ministerio de Salud de la Franja. Desde el recrudecimiento de los ataques en marzo de este año, 680 mil nuevos desplazados. Menos del 18 por ciento del territorio de Gaza permanece libre de las zonas militarizadas por Israel o por fuera de las zonas afectadas por órdenes de desplazamiento. La mayor parte de los hospitales fueron destruidos por fuego israelí, los que aún quedan en funcionamiento enfrentan escasez crítica de materiales y medicinas. La población palestina sufre en su totalidad de hambre y ya hay alerta de hambruna. El ingreso de combustible se encuentra bloqueado, con el consiguiente riesgo para el funcionamiento de servicios esenciales, como electricidad y agua potable[4]. En las últimas semanas, se reportaron matanzas de palestinos en los puntos de entrega de la escasa ayuda humanitaria que puede llegar.
Los bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza no se detuvieron con el nuevo frente abierto, a pesar de que las críticas a la política del gobierno de Netanyahu en el territorio palestino arreciaban. Los cuestionamientos seguían el paso de los bombardeos y se desplegaban en todas las latitudes. Fuera del territorio israelí llegaban en forma de flotilla humanitaria y también en forma de protestas en las principales ciudades y universidades del mundo árabe, Europa y Estados Unidos. A pesar de la represión, los manifestantes expresaban sin tapujos su apoyo a los palestinos asediados y exigían el fin de la violencia israelí.
Como bien subrayó Ezequiel Kopel, al momento del ataque israelí a Irán, la palabra genocidio para describir lo que Israel estaba haciendo en la Franja aparecía cada vez con mayor potencia. El gobierno de Netanyahu, por su parte, continuaba sosteniendo el argumento de la auto-defensa contra Hamás e insistiendo en el discurso que iguala al Estado de Israel con la seguridad de los judíos. Sin embargo, las protestas contra el gobierno por parte de los propios israelíes habían crecido cuantitativa y cualitativamente. Asimismo, se retomaron las acusaciones por corrupción contra el primer ministro israelí e incluso se lo acusó de estar cometiendo crímenes de guerra. El gobierno de Netanyahu tambaleaba. Desde el primer ataque israelí a Irán el foco de atención internacional se fue corriendo: de Gaza se trasladó al intercambio militar entre Israel e Irán; ahora, apunta de lleno sobre la política nuclear del régimen iraní. En este contexto, la figura de Netanyahu fue borrándose y transformándose.
La cuestión nuclear
El ataque israelí a Irán tuvo lugar al día siguiente de que la Agencia Internacional para la Energía Atómica (AIEA) adoptara, por primera vez en 20 años, una resolución referida a la República Islámica. Esta fue impulsada por Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos, y obtuvo 19 votos a favor (incluyendo los de sus impulsores), 3 en contra (Rusia, China y Burkina-Faso) y 11 abstenciones. A través de ella se determinó que Irán estaba incumpliendo el acuerdo firmado en 2015 con los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido) y Alemania. El acuerdo restringía la investigación nuclear iraní y sus niveles de enriquecimiento de uranio, y establecía monitoreos periódicos. A cambio, las sanciones que pesaban contra el país persa en relación a su programa nuclear serían levantadas. La resolución de la AIEA señalaba específicamente el incumplimiento de las cláusulas referidas a control e información y se emitió en el marco de una preocupación creciente por parte del organismo por los niveles de enriquecimiento de uranio que había alcanzado la producción nuclear iraní. La última medición había entregado un valor muy por encima del necesario para el uso civil de la energía, aunque muy por debajo del nivel que se precisa para la construcción de un arma nuclear.
En 2018, la primera administración de Donald Trump se había retirado del acuerdo. En marzo de este año, con una figura renovada, el presidente de Estados Unidos decidió volver a la mesa de negociaciones y se estableció un nuevo espacio de conversación sobre el programa nuclear de Irán entre ambos países. El mismo día en que se conocía la resolución, Omán, en su rol de mediador, anunció que una sexta ronda de negociaciones tendría lugar el siguiente domingo en Muscat.
Esa ronda nunca pudo realizarse por el ataque de Israel. Sus misiles no solo fueron dirigidos contra objetivos nucleares, tal como anunció Netanyahu, sino también contra objetivos civiles y gubernamentales. Si bien la cuestión nuclear era la única meta que hasta el momento había articulado el gobierno israelí, hace unos días el primer ministro afirmó que una “posible consecuencia” del ataque podría ser un cambio de régimen en Irán. Trump también articuló esta idea luego de sus ataques.
El islam como articulador de la amenaza global
Este objetivo en relación a Irán no es nuevo. ¿Qué régimen se quiere cambiar? El de la República Islámica, un sistema de gobierno estructurado en torno a una serie de contrapesos que tiene en su centro al velayat-e-faqih, figura del islam chiita que instaura un guardián del islam. Traducida a un lenguaje de gobierno, esto implica que la función de máxima autoridad sea ejercida por un ayatollah, el escalafón más alto en la jerarquía clerical chiita, quien debe asegurar que la política de Irán quede enmarcada al interior de la jurisprudencia islámica. Este sistema se instauró en 1979, luego de la Revolución iraní que derrocó al sha Reza Pahlevi, monarquía sostenida por Estados Unidos y Europa. Actualmente, y desde 1989, este rol lo ocupa Alí Jamenei, quien ha intervenido en múltiples oportunidades desde el comienzo de este conflicto.
La característica propiamente islámica del sistema de gobierno iraní se hace difícil de digerir para la mirada occidental secularizante, puesto que se establece una cadena de equivalencias entre el islam, la falta de libertad, la opresión de las mujeres, el autoritarismo y el terrorismo. No es una cuestión ni de objetividad ni de adecuación empírica: la posibilidad de que Irán construya un arma nuclear resulta más amenazante que el hecho de que Estados Unidos —país que efectivamente la ha utilizado y que ha sido protagonista de la casi totalidad de los últimos ejercicios de violencia internacional— o Israel la posean.
Cómo se espera cambiar al régimen, qué figura política sería la encargada de construir un gobierno de consenso o cuáles serían las características del nuevo régimen son preguntas que permanecen abiertas. Los antecedentes de estas prácticas en la región son Afganistán (2001), Irak (2003) y Libia (2011). Y ninguno ha podido constituir un gobierno estable.
Una vez más: Estados Unidos en Medio Oriente
En un giro respecto de su anterior período de gobierno, y a seis meses de comenzado su segundo mandato, la administración Trump ya tiene su propia historia de intervención en Medio Oriente. El acompañamiento de Estados Unidos a la política de Israel a través del bombardeo a facilidades nucleares iraníes no ha hecho más que intensificar las alarmas regionales y mundiales. Dejó en claro, también, su posición respecto a la vía negociadora.
Frente a la escalada, Estados Unidos había enviado aviones de guerra y portaaviones a la región. De acuerdo a la Secretaría de Defensa, el movimiento era meramente defensivo. La potencia norteamericana tiene más de 40 mil tropas desplegadas en Medio Oriente. Trump había coqueteado con la idea de intervenir abiertamente en el conflicto afirmando que “podría o no” atacar a Irán. Finalmente, la tensión al interior de los partidarios del gobierno norteamericano entre intervencionistas y aislacionistas (los MAGA, enfocados en “hacer América grande otra vez”) decantó hacia el lado intervencionista.
Tanto los Estados de la región con peores relaciones con Irán (Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita) como aquellos con mejores relaciones (Qatar y Turquía) habían condenado inmediata y unánimemente el ataque de Israel a Irán describiéndolo como violatorio del Derecho Internacional. A pesar de que el de Estados Unidos es también un ataque preventivo (similar al que realizó sobre Irak en 2003), la reacción de estos Estados fue menos severa. Todos ellos expresaron preocupación por las repercusiones regionales y globales, llamaron al desescalamiento y a la búsqueda de una solución negociada.
El recurso a la vía diplomática es también la carta que ha estado jugando China. Para el país asiático, los países del Golfo representan una fuente importante del petróleo que sostiene sus niveles de producción y cuyo precio se ha disparado por la escalada bélica. En una postura similar a la que ha tenido respecto de la situación en Gaza, China ha responsabilizado mayormente a Israel, ha señalado que su acción se encuentra por fuera de la ley internacional y ha llamado al desescalamiento del conflicto. Este lenguaje se ha mantenido respecto de la acción de Estados Unidos. En su reacción, afirmó que el bombardeo de los sitios nucleares iraníes violan seriamente la Carta de las Naciones Unidas y sus principios. Así, como es habitual, enmarca su posición en el conflicto en la defensa de la soberanía y la integridad territorial de los Estados.
Notas finales
La política de la violencia internacional atraviesa, quizá como en ninguna otra región del mundo, la historia de Medio Oriente. Suele cargarse la responsabilidad por esta situación a su religión y su cultura, es decir, a su ser. Sin embargo, al repasarla, es posible vislumbrar que la continua intervención de potencias extra-regionales es la principal variable de la presente inestabilidad política, el aumento de la pobreza y la inseguridad, la precariedad de las vidas. El mapa es desolador: Afganistán, Irak, Libia, Yemen, Siria, Palestina nos recuerdan los efectos de esta violencia. ¿Cómo es posible seguir sosteniendo estas prácticas?
Ahora, mientras se arrasa con cualquier límite, se espectacularizan los dispositivos de muerte, arrecian las imágenes de niños y niñas ensangrentados, aumentan infinitamente las especulaciones, los responsables políticos se miden por redes sociales, la inteligencia artificial trabaja para elaborar fantasías de victorias o derrotas absolutas, los argumentos políticos ceden ante lógicas más parecidas a las de hinchadas en una competencia deportiva, es difícil vislumbrar una salida, mucho menos hacer algo. Así, la posibilidad de la vida en común tambalea, mientras estamos confinados a atestiguar esa caída.
Con Gaza de fondo.