Ensayo

Hugo, Pablo y un nuevo "nosotros"


¿Adónde va Moyano?

El 21F dejó de ser una marcha convocada por Camioneros por una demanda sectorial para articular a sectores heterogéneos alrededor del cuestionamiento a la política económica del gobierno. Para Moyano y el sindicalismo, la marcha puede ser el inicio de una estrategia movimentista que permita entablar nuevos puentes entre sectores sociales, gremiales y políticos: la construcción de un nuevo “nosotros”.

Si miramos rápido el mapa sindical argentino, desde la unificación de la CGT en agosto de 2016, se conformaron dos polos: uno proclive a la negociación y otro con fuerte presencia callejera que intentó generalizar conflictos sectoriales. Los Moyano y algunos aliados no encajaban en ninguno. “Siempre voy a estar a la cabeza de las protestas del movimiento obrero. Cuando haya una injusticia, estaré. Por eso les digo compañeros: cuentenmé entre ustedes” dijo el líder camionero cuando dejó la conducción de la CGT Azopardo. La marcha del 21F abrirá un nuevo ciclo, para él y para el sindicalismo: puede ponerse en juego una nueva estrategia movimentista que permita entablar nuevos puentes entre sectores sociales, sindicales y políticos.

Los procesos de articulación interorganizacionales, que pueden derivar en una estrategia movimentista, se construyen precisamente durante las movilizaciones al encontrar puntos de acuerdo entre demandas sectoriales y la posibilidad de elaborar un discurso que ofrezca no sólo un diagnóstico, sino un reordenamiento del campo político. La construcción de un nuevo “nosotros”. Por ello, una movilización puede ser destituyente, pero no por las intenciones de sus organizadores de voltear a un gobierno, sino porque el reordenamiento del campo político abre oportunidades.

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Moyano es, junto con Saúl Ubaldini, el sindicalista más importante desde 1983. Después de anunciar su despedida de la CGT en agosto de 2016, Hugo Moyano bajó del camión pero lo dejó en marcha. Si en los primeros dos años del gobierno de Macri acompañó o (al menos) no se opuso a las políticas salariales y laborales -como él mismo declaró-, ahora llegó su momento ¿Por qué reapareció en la escena como un opositor? ¿Es por la reforma laboral o por las investigaciones judiciales sobre el Club Independiente y la causa contra su hijo Pablo? ¿Cuál es el lugar de Moyano en el imaginario social y político construido desde fines de los noventa? ¿Tiene el carácter destituyente del que lo acusan en Casa Rosada? Si las primeras preguntas aluden a las motivaciones de la manifestación del 21 de febrero, la última invita a indagar en los efectos que este acontecimiento puede significar en la dinámica política.

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Desde finales de 2015, Moyano se había retirado progresivamente de la escena pública. Una de sus últimas apariciones había sido por lo menos controversial: la inauguración del primer monumento a Juan Domingo Perón en la ciudad de Buenos Aires, en la que participaron también Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Eduardo Duhalde y Gerónimo Venegas. Allí agradeció al PRO por recordar a Perón y manifestó que aún no había decidido su voto aunque su hijo Facundo Moyano encabezara la lista del Frente Renovador. Esta participación junto con declaraciones críticas al gobierno kirchnerista fue interpretada por todos los sectores políticos como un apoyo a Macri.

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Aunque una vez asumido el gobierno se replegó en su sindicato, en enero de 2016 firmó, en representación de la CGT Azopardo, el documento “Emergencia Estadística y Pacto Social”, donde reconocía la existencia de problemas heredados a la vez que manifestaba que el actual gobierno los había agudizado. El documento contenía una interpelación a otros sindicatos en favor de lograr la unidad. El 22 de agosto de ese año, su último día como secretario general, el Confederal reunido eligió un triunvirato por cuatro años. En ese lapso, Camioneros -con el impulso de su secretario adjunto Pablo Moyano- sólo participó en manifestaciones sectoriales en defensa de sus representados (como los cortes frente al Banco Central por la resolución que permitía el envío exclusivo de documentación por vía electrónica y que ponía en riesgo las fuentes de trabajo).

Sin embargo, dos hechos que pasaron inadvertidos ayudan a comprender los cambios que lo llevaron a convocar la marcha del 21F. El primero fue el 21 de mayo de 2016 en Mar del Plata en el marco de la Semana Social -organizada por la Comisión Episcopal de la Pastoral Social-. Allí Moyano dijo que “eran respetuosos de la decisión mayoritaria que había tomado el pueblo al elegir a un gobierno democráticamente, pero que también tenían responsabilidades frente a los sectores que representan y frente a los que menos tienen”. El segundo fue el 13 de julio en su despedida en CGT. Dijo que se iba de “la conducción” pero se quedaba en el “frente de la lucha”.

Su reaparición se reactivó con más presencia en enero. ¿Por qué volvió? ¿Se trata de una demostración de poder frente a la ofensiva del gobierno o simplemente una defensa personal y familiar?

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Tras la victoria en las elecciones legislativas de octubre, el gobierno asumió una suerte de cheque en blanco para avanzar sobre los derechos y el sistema de protección social. Así diseñó un ambicioso plan de tres reformas (previsional, impositiva y laboral) destinadas a consolidar una distribución regresiva de los ingresos y a bajar lo que llama “el costo laboral”. Sobre la cuestión laboral, las acciones y declaraciones gubernamentales apuntaban a reformas por sector a discutirse en cada negociación colectiva. La contraparte de la negociación era la CGT. Sin embargo, envalentonado en el escenario poselectoral, Macri se decidió por un proyecto radicalizado, que desequilibraría sustancialmente la relación entre capital y trabajo.

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Si bien este cambio generó diferencias al interior de la CGT por cómo seguir la negociación, la aparición de Pablo Moyano implicó una diferencia. Esto no quiere decir que fue él quien frenó la reforma como indican sectores cercanos a Moyano, porque sería desconocer el proceso de movilización de sectores sindicales combativos y su cuestionamiento a la política del gobierno. Sin embargo, su intervención en el encuentro sindical en Luján el 20 de noviembre y en el acto frente al Congreso de la Nación el 29 y la denuncia por una “nueva Banelco” fueron clave para el reposicionamiento del bloque de senadores peronistas presidido por Miguel Pichetto: le pidieron a la CGT que, para salvar el prestigio del Senado, apoyara en el recinto la reforma.

El gobierno intentó que ese apoyo se hiciera explícito pero omitió dos cuestiones. Por un lado, el simbolismo que sigue implicando para Moyano –como referente en el universo sindical peronista– su oposición a la reforma laboral en 2000. Y por otro, el fuerte lazo de representatividad construido entre Moyano y las bases de Camioneros y de gremios afines.

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Moyano convocó al 21F por el incumplimiento del pago del bono anual y la intención de modificar el convenio colectivo, específicamente el ítem correspondiente al pago por antigüedad. Se trata de una demanda sumamente sectorial. Y en esta clave respondieron dirigentes cegetistas para justificar su inasistencia al 21F pese a la resolución de la reunión del Consejo Directivo el pasado 31 de enero.

Moyano intentó sumar a otros sindicatos a la movilización y para esto tuvo una estrategia en tres etapas. La primera se inició el 18 de enero, cuando se emitió la Declaración de Mar del Plata, que además de ofrecer un diagnóstico de la situación, aprobó el acompañamiento y apoyo de la CGT “a las organizaciones que se declaren en conflicto”. La segunda etapa fue institucional, al interior de la CGT, en la mencionada reunión del 31 de enero. El tercer paso fue su volver a escena. Y lo hizo en los medios pero también en encuentros con sindicatos y movimientos sociales. Entre noviembre y diciembre de 2017 una pregunta atravesó el campo político: ¿la participación de Pablo contra el plan de reformas del gobierno contaba con el aval de Hugo? Fue el mismo Moyano padre el que despejó las dudas estableciendo algunos paralelismos.

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El principal fue su definición, en un programa periodístico, sobre la relación entre el sindicalismo y el gobierno. “El sindicalismo tiene buena relación con el gobierno cuando se le da respuesta a los trabajadores”. Cuando esto no ocurre, se producen los alejamientos, como ya le pasó con Cristina Fernández y se podría repetir ahora con Macri.

“El gobierno quiere tener subordinadas a las organizaciones gremiales, pero esto conmigo no ha ocurrido nunca”, dijo Moyano. En estos términos, la discusión es entre sectores participacionistas y vandoristas, entre aquellos que sostienen la negociación -incluso desacoplados de sus bases- y quienes pueden utilizar la negociación o la confrontación pero no se olvidan de ese lazo representativo. Sobre este punto, no hay mayores novedades: los sindicatos de CGT que van o se “bajan” de la marcha son más o menos los mismos de siempre.

La participación de Hugo Moyano -como la de Pablo- en conferencias de prensa y encuentros con sindicatos y movimientos sociales le permitió sumar a sectores que ya vienen movilizados: las CTA, la CFT, CTEP, movimientos sociales y hasta La Cámpora, luego de que Moyano dijera que tomaría un café con Cristina.

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La discusión entre esos sectores se da en términos diferentes a los del interior de CGT. Los términos de ese debate es lo que puede abrir un nuevo ciclo luego del 21F. Mientras algunos prevén una reedición de un MTA, otros auguran la recreación de la alianza entre Hugo Yasky y Hugo Moyano celebrada durante el kirchnerismo. Ninguna de las dos son posibles, no sólo porque las oportunidades en la historia no se producen exactamente en los mismo términos sino por las diferencias de contexto, protagonismos y aprendizajes sociales.

Dicho rápidamente: el MTA se formó en 1994 como un nucleamiento interno de CGT a partir de la confluencia de Camioneros, la UTA y un conjunto de gremios con reminiscencias al peronismo de base. Si la alianza con la UTA se quebró cuando Juan Manuel Palacios dejó la secretaría general, la ruptura definitiva del MTA ocurrió a propósito de la división de la CGT de 2012. La conformación del “Núcleo del MTA” -y su posterior incorporación a la Corriente Federal de los Trabajadores- marcó una distancia con los moyanistas. Las diferencias deben atribuirse a la relación con el kirchnerismo y su rol en un proyecto nacional y popular. Por esta misma razón, no es posible la reedición de la alianza Yasky-Moyano.

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Ahora bien, estas observaciones no implican que no haya novedades pre y pos 21F. La primera es que dejó de ser una marcha convocada por Camioneros por una demanda sectorial para pasar a una articulada alrededor del cuestionamiento a la política económica del gobierno. Y aunque en la difusión pueden identificarse diferentes demandas (contra la reforma laboral, los tarifazos, por paritarias libres), lo cierto es que la consigna #UnidosSomosInvencibles muestra cierto intento por construir un nosotros que supere las particularidades. Siendo taxativa ¿qué tienen en común un camionero, un bancario, un trabajador de la economía popular y un militante de espacios peronistas y progresistas? Todos puden verse afectados por la política económica del gobierno. Puede parecer circular la explicación, sin embargo, como quedó dicho, en los procesos de movilización es cuando se incrementan las posibilidades para construir nuevas estrategias, para la emergencia de nuevos actores y para el reordenamiento del campo político bajo otros clivajes.

La otra novedad es el reconocimiento del gobierno como neoliberal, operación que permitiría reactivar aprendizajes de los actores colectivos para la formación de un frente amplio que suspenda temporariamente las singularidades. Esto no define por si mismo, como no lo hizo en 2001, la salida política a la crisis. Sin embargo, hay un aprendizaje de los sectores movilizados para no quedar desacoplados respecto de sectores políticos. Y esta es una clave para pensar el pos 21F: la recreación de una estrategia movimentista que permita la confluencia de sectores sindicales, sociales y políticos con capacidad de movilización y de elaboración de una alternativa.