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Cultura digital


Apagá tu teléfono

Despegarse del teléfono móvil es un desafío: existen aplicaciones que prometen límites al uso pero también técnicas caseras como desactivar la línea por unos minutos o esconder el aparato en un lugar secreto de la casa. Pablo Fernández y Martina Rua, dos especialistas en tecnología, dan consejos para ponerle un freno al dispositivo que domina nuestros días. Adelanto de La Fábrica de Tiempo de Editorial Conecta.

El arte de despegarse del celular

 

Un mundo de posibilidades en tu bolsillo para el que nadie nos preparó. Eso es un celular con conexión a Internet pero no sabemos cómo lidiar con él. Además, somos poco conscientes de eso, tenemos a muchas de las mentes más brillantes de este momento trabajando para que la app que estás usando sea cada vez más adictiva con notificaciones o mecánicas que te hacen pegarte a la pantalla.

 

Hay una serie de apps, como Forest, que te permiten tener bloqueado el celular como podés hacer con Pomodoro en el escritorio, pero también hay otros consejos simples que seguimos nosotros y nos han funcionado. El principal es apagar las notificaciones y el otro es tratar de no estar 100% atento al celular. Eso puede lograrse conservándolo en el bolsillo o, si no te queda otra, manteniéndolo arriba de la mesa boca abajo. De hecho, un estudio de la Universidad de Hokkaido en Japón sostiene que el solo hecho de tenerlo a la vista sobre la mesa ya genera una sensación de ansiedad que afecta la conversación que estás teniendo. Hemos hecho pruebas simples con amigos y si el celular no está a la vista todo fluye mejor. Probá y decinos.

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Un golpe a tu relación con el celular puede venir de la mano de una app como “Quality Time”, que te dice cuántas veces desbloqueaste el celular y cuánto tiempo invertiste en cada app. Ver que lo destrabás más de cien veces por día puede generarte algún cambio.

Uno de los referentes a la hora de mejorar la relación con los celulares es Tristan Harris quien trabajando en empresas como Google se dio cuenta de que se estaba diseñando tecnología para ser adictiva y que eso generaba problemas con el día a día de las personas y las relaciones entre ellas. Él, además de estar 100% de acuerdo con apagar las notificaciones, sugiere, a través de su organización Time Well Spent, una serie de ideas:

-Escondé las apps: dejá la home de tu celular sólo para las aplicaciones que te ayudan a hacer cosas. Un mapa, por caso. El resto mandalo a carpetas dentro de tu celular para que sólo las puedas encontrar tipeando en la barra de búsqueda. Hacé dos páginas de apps. La primera con las apps relevantes para tu día a día y las otras más entretenidas metidas en carpetas en la segunda hoja.

-Evitá las interacciones innecesarias. Mantené el celular bloqueado cuando tomás fotos, así automáticamente volvés la pantalla de bloqueo al terminar.

-Tomate el tiempo para que las vibraciones de tu celular sean identificables.

-Comprate un reloj con alarma y cargá el celular fuera de la habitación.

 

En línea con lo que comenta Harris creemos que el celular, que es el ejemplo máximo de otros dispositivos diseñados para engancharte, es una máquina de generar falsas urgencias. El último ejemplo en la Argentina es WhatsApp. Cientos de millones de usuarios en el mundo se sienten obligados a contestar cada mensaje que ingresa mientras están haciendo otra cosa. Este es un perfecto ejemplo de los 9 disparadores que marca Harris sobre cómo se diseñan este tipo de apps. Aquí aplicamos algunos de esos puntos a la plataforma de chat más usada para que veas que lo que quizá ves como algo inconsciente en realidad está diseñado para que gastes más tiempo allí:

-Reciprocidad y aprobación social. Los diseñadores de apps saben, y diseñan con eso en mente, que te vas a sentir forzado a contestar un “gracias” con un “de nada” o sumarte a una cadena de “feliz cumpleaños” en un grupo infinito. También saben que tiene un costo social abandonar un grupo de chat (¿o creés que no podrían evitar que aparezca en el chat quién se fue?).

-El FoMo: ya hablamos del miedo a perderte algo y cómo eso es clave para gran parte de la adicción online. Harris dice que, en línea con lo que pasa con los juegos de azar que tienen muchos adictos, siempre creemos que nos estamos perdiendo del contenido de alguna app. Esto es una trampa de la que recomendamos desconectarte (con cambios poco drásticos como reducir o apagar notificaciones) o al menos tomar conciencia.

-Feed infinito: otra promesa de este tipo de apps es que la diversión no termina. ¿No te quedó ningún chat por contestar? Podés empezar un nuevo efecto dominó comentando algo en el grupo de los amigos de la secundaria o ese cerrado de la oficina.

-Los mensajes que te interrumpen tienen más posibilidad de obtener atención. Por eso el chat está diseñado para hacer eso e, idealmente, mostrarte directamente la cajita de texto para contestar.

-Elecciones inconvenientes: “Yo elijo usar WhatsApp”, te dirán muchos, pero ¿elegirían abrirlo todo el tiempo si el logo dijera “vas a gastar los próximos 20 minutos aquí adentro”?

 

Con esto no estamos diciendo que WhatsApp o sus futuros reemplazos son el demonio (de hecho, ha sido útil para hacer este libro), pero sí queremos develar cómo se construyen estas interacciones para que tomes decisiones conscientes sobre cómo usarlos.

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Al estar diseñadas teniendo en cuenta que vivís en una sociedad, estas apps juegan con tu “culpa” de desconectarte. Por eso, si decidís bajar las notificaciones y enfocarte en lo que estás haciendo (sea llegar con el deadline o tomar algo con un amigo o familiar prestándole atención a lo que te dice), tenés que tener en cuenta que hay urgencias (tener un pariente enfermo) que son excepcionales y te pueden llevar a estar necesariamente atento a estos dispositivos, y todo esto se da de a poco, paso a paso.

 

Además, si decidís bajar la atención a las notificaciones, debés comunicarlo a tu círculo cercano de familia, amigos y trabajo (que pueden estar en la misma lucha que vos para retomar el control de su tiempo). Alguno puede necesitar alguna excepción, *pero* no des por sentado que todos te necesitan 100% online sólo porque podés estarlo, ya que hace unos años no era así y en el futuro el desafío va a ser mucho mayor porque nadie podría apostar que las interrupciones serán menos en los próximos años. Quizá parecemos apresurados hablando de este problema, cuyo máximo exponente es la mensajería instantánea, pero a su vez es extraño que haya mucha bibliografía para domar el mail, pero no para hacer lo propio con el chat, una actividad que para muchos demanda más tiempo que el correo electrónico.


Pablo: Martu me pidió que les cuente esto. Hace unos años, cuando aparecieron los smartphones y yo los probaba por mi trabajo —hacía reseñas de equipos—, mi celular era un arbolito de Navidad. Todo lo que me instalaba tenía todas las notificaciones posibles, pero haciéndolo, se volvió obvio para mí y los que me rodeaban, que trabajar o estar en una reunión prestándole atención a eso y no a la gente que me rodeaba estaba simplemente mal.

Desde ese momento, empecé a leer todo lo que podía para mejorar esta situación (y todavía lo hago). Así, desde hace un tiempo, trato que mi celular no entre a la habitación (es clave dejar el cargador en otro lugar y comprar un despertador vieja escuela), apago todas las notificaciones y cada vez que cambio de equipo le dedico un tiempo a marcar los contactos que se podrán saltar cualquier notificación apagada. De más está decir que esto lo escribe alguien que vive en gran parte de trabajos relacionados con tecnología, no un tecnófobo. Nadie dice nada si querés leer tu celular, como si fuese un diario o un libro, no hay interrupción, sino una decisión consciente. La idea de este texto es simplemente que decidas conscientemente gastar o invertir tiempo en esa pantallita de 4 pulgadas. Esa decisión consciente se diluye cuando agarrás el celular para ver el último “corazón” (que sea un corazón no es casual) que recibiste y luego te quedás enganchado diez minutos más.


El diseño de estos equipos, y el uso social que se les da, cambiaron algunas prioridades que quizá perdimos para siempre, pero que vale la pena intentar conservar no por nostalgia, sino para que puedas trabajar más tranquilo: una llamada es urgente, un chat no es una llamada y un mail no es un chat. Para estar al día suelo revisar el chat un par de veces por jornada y contestar todo una vez al día. No por nada mi leyenda en WhatsApp dice “Puedo tardar en responder. Si es urgente, llamame por favor”. Así puedo trabajar, leer o estar atento a la gente con la que estoy reunido por trabajo o placer.

 

Cada vez es más difícil porque las personas por las que antes me preocupaba que me vieran hiperconectado son las que ahora tienen smartphones hace años y en muchos casos aún no hicieron el click de que no cierra estar más atento a la pantallita que a lo que te dice quien tenés enfrente. Sin embargo, cuando lo descontextualizás y le decís qué piensan de ese comportamiento no conozco nadie que lo defienda.

 

No lo hago como me gustaría: todavía estoy en un café y cada tanto tengo que mirar el equipo. Cada tanto entra el celular a mi habitación y reacciono a un chat como si fuese una llamada, pero como decíamos antes: nuestro smartphone está diseñado por personas muy inteligentes para que no podamos dejarlo. El desafío es diario, los resultados no son binarios (lo lograste o o no lo lograste) y la batalla es paso a paso.


Cuando la tecnología ayuda

 

Uno de los desafíos clave de este libro es encontrar la manera de hablarte de la tecnología que te puede ayudar de una manera simple, pero que a la vez no quede desactualizada en el corto plazo. Porque si hay algo que tenemos claro es que, la tecnología así como te molesta o interrumpe varias veces al día, también es capaz de ser un ayudante de primera.

 

Escribimos este capítulo con la idea de que lo escrito dure al menos un puñado de años; por eso, salvo honrosas excepciones, no vamos a hablar de nombres propios, sino de conceptos (por caso, te hablaremos más de redes sociales en general, y no tanto de una puntual).

 

Lo primero que debés tener en claro es que vos tenés que dominar la tecnología. Y no al revés. Por eso, si tu app favorita decidió que ahora te molestará cada 30 minutos con notificaciones, de esas que no te interesan vos sos el que tiene el poder de apagarla. Quizá al principio habrá que dedicarle unos minutos de búsqueda para encontrar la manera de hacerlo, pero ese tiempo vuelve con creces en el mediano plazo cuando tu trabajo y tu vida dejan de verse interrumpidos.

 

En los últimos años, con la ubicuidad de los celulares, tabletas y toda pantalla que se nos ocurra, se complica estar atento o sentir el flow, como decíamos antes.

 

Si bien toda tecnología o plataforma pelea por captar nuestra atención (hasta las aspiradoras tienen notificaciones), debemos aprender a domarla. En ese contexto el mail es, posiblemente, el más difícil de controlar y ya lleva casi tres décadas dando vueltas. Por eso lo desarrollamos en los párrafos que siguen.

 

Inbox cero

 

Podríamos hacer un libro sólo sobre este tema, pero creemos que el resto de los capítulos también los podés aplicar a tu bandeja de entrada. Muchos crecimos con el mail y a otros vino a solucionarles la vida de grandes, no sólo por reducir distancias, sino por la idea de la respuesta asincrónica (no se necesita que dos personas estén disponibles al mismo tiempo) con un dinamismo mucho mayor que el del correo postal.

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Sin embargo, el tiempo pasó y hoy muchos de nosotros dedicamos gran parte del día a contestar mails, y así y todo no llegamos a estar al día (según la consultora McKinsey, un oficinista invierte el 28% de su semana en manejar su inbox). Como un Tetris, cuando resolvemos lo que teníamos pendiente, vemos que aparecieron nuevos mails. Aunque seguramente parezca más natural manejarlo como a uno le venga en gana, la verdad es que el mail nos está ganando y necesitamos herramientas para vencerlo. Aquí veremos un par de ideas para resolver los desafíos que nos genera y podés complementar con lo que contamos en este mismo capítulo sobre manejo del celular.

 

La más conocida es INBOX ZERO, una expresión en inglés acuñada por Merlin Mann, que apunta a —como lo da a entender su nombre— tener la bandeja de entrada vacía. ¿Esto significa que tengo que contestar todo lo que me llega? No, quedate tranquilo. Ya vamos a llegar a eso al fin de este capítulo. El sistema propone, con una lógica similar a la de GTD que ya vimos, administrar el correo como si fuese una mesa de entradas definiendo, a medida que nos cruzamos con un mail, qué hacemos con él en el momento.

 

Para esto las herramientas que brinda Gmail, el servicio de mail de Google, son las que dan más ventajas al momento de escribir este libro. ¿Por qué? Porque trae incorporada la idea de archivar que, a diferencia del más tajante eliminar, nos permite quitar de la bandeja de entrada ese mail que creemos que alguna vez necesitaremos pero que no requiere ninguna acción nuestra en el momento. Además, desde hace poco Gmail incorporó la sugerencia automática de posibles respuestas cortas que te ahorrarán mucho tiempo.

 

Acá, como en todo el libro, no te recomendamos que acates la metodología al pie de la letra. Tomá de esta idea lo que más te sirva para mejorar tus tiempos y calidad de vida. De hecho hay una serie de especialistas. El economista enfocado en conocimiento Dan Ariely es uno de los que, con buen tino, se pregunta: “¿Cuánta gente se va a morir feliz diciendo tuve 721 días de inbox cero?”. Cada estrategia que adoptes tiene que ver con el contexto en el que trabajás y la necesidad de responder con una velocidad determinada los mails. El correo debe ser un medio, no un fin en sí mismo. Como venimos diciendo: productividad equilibrada.

 

Hablando de calidad de vida, si usás Gmail, el servicio de mail de mayor crecimiento en la actualidad, tenés que conocer “undo”. Esta opción nos da unos segundos de gracia por si nos arrepentimos de mandar el mail que acabamos de mandar. ¿Cómo? En realidad al apretar “send” el mail no se manda, demora unos segundos entre tu equipo y el ciberespacio esperando que lo cancelemos y, si no lo hacemos, sale. A más de uno le ha salvado la vida. Y ya sabemos todo el tiempo que se pierde remendando algo que podría haber sido evitado.

 

La ansiedad que nos genera un nuevo mail es explicada por Ariely sobre la base de algo que tiene mucho sentido. A simple vista, cada mail parece tener la misma urgencia. Ante la duda sobre la necesidad de contestar rápido o no, creemos que tenemos que contestar lo antes posible. El economista, que dice recibir más de 100 mails por día excluyendo spam, generó un formulario que se dispara automáticamente con cada nuevo correo que entra a su bandeja. Allí le pregunta al remitente el nivel de urgencia del mail y contesta en consecuencia. ¿El resultado? La mayoría le dijo que el mail no era urgente.


Con ese espíritu armamos un listado sobre la base de nuestra experiencia:

-Conocé los deadlines y preguntá qué debés entregar exactamente.

-Tené tu agenda diaria ordenada, así como también tu lista de tareas.

-Elegí tus batallas.

-Recordá que hay pocas cosas urgentes.

-Hacé una lista de tareas.

-Resolvé lo más denso primero.

-Repetite que “me colgué” no es una opción.

-Delegá.

-Reducí las sorpresas al máximo.

-Sé puntual y respetá los deadlines.