Ensayo

Debate presidencial


¿Cómo se construye un candidato?

En un momento de distanciamiento entre la política y el electorado el debate presidencial tuvo picos de 40 puntos de rating. En el escenario de mayor exposición programada de la comunicación electoral Massa volvió a una renovada avenida del medio, Bullrich apareció silabeante e imprecisa, Bregman se apoyó en el contraste con las demás propuestas -descuidando un poco las suyas- y Schiaretti insistió en la mirada cordobesista con la que no logró entrar en la discusión pública en lo que va de la campaña. La mayor novedad la trajo Milei, quien se ajustó a los textos y no hizo nada de lo que se esperaba, al menos desde la gestualidad. ¿Qué tan coacheables son los candidatos? ¿Cómo se traducen las propuestas en emociones?

El debate del domingo no dejó tantos titulares como se esperaba. Sí posiciones que se empiezan a marcar con claridad, como la de un Javier Milei aferrado a un texto en su propio tema, la economía, y yendo contra los consensos que se construyeron desde la vuelta de la democracia en derechos humanos, un Sergio Massa apostando fuerte a la opción del centro y una Patricia Bullrich mareada por el resultado de las PASO y silabeante.

En el mundo de la consultoría y desde distintas posiciones académicas hay quienes creen que los debates sirven para consolidar posiciones anteriores y profundizar el conocimiento acerca de los candidatos y están quienes consideran que se trata también de mejorar la calidad del intercambio y la información dentro del marco de la democracia. En cualquier caso son una oportunidad central de la campaña para subir a la política al escenario. 

Los debates son uno de los escenarios de mayor exposición programada de la comunicación electoral -el del domingo llegó a tener más de 40 puntos de rating. ¿Sirven para algo? ¿Cómo se conforman los equipos? ¿De qué va eso de escribir para un debate y sobre qué habría que hacerlo? ¿Qué es lo central en lo que hay que pensar para encarar los debates? Y el plus: lo que se puede coachear y lo que no. La preparación y el lugar de lo inesperado que también moviliza emociones.

La comunicación de las emociones

A la espectacularización de la política que comenzó el siglo pasado, y se profundizó en este con el auge de la redes sociales, se le suman otros caballitos de batalla de los nuevos modelos de comunicación política como la idea de que lo dominante es la comunicación a través de las emociones. Bajo esta mirada todo parece ser posible de prever una vez comprendidas las demandas del electorado y los climas sociales. Pero hay ejemplos que demuestran que los candidatos que movilizan más emociones (positivas o negativas) en las campañas y en los debates no son necesariamente los que buscan hacer campañas o debates más emocionales, sino los que efectivamente generan alguna afección, afectan o tocan las fibras del electorado y lo hacen de modos no siempre tan previsibles como es el caso de muchas de las derechas radicales emergentes en el mundo y de Milei en la Argentina.

Este momento de distanciamiento entre la política y el electorado parece requerir de un esfuerzo de sensibilidad política y claridad intelectual mayor tanto de los candidatos como de sus equipos para entender en cada caso cómo hablarles.

Los debates sirven mucho, poquito o nada

Aunque hubo algunos casos anteriores, desde la sanción de la ley 27.337, en 2016, los debates electorales son obligatorios en Argentina. Todos los que se hicieron dejaron imágenes, títulos y sensaciones en la mente de los electores: las sillas vacías de los que iban ganando, el “parecés un panelista de 6,7,8” de Macri a Scioli, o la frase de Alberto Fernández en 2019 (medida por el observatorio Pulsar de la UBA como la que mayor impacto positivo generó) cuando le dijo a Macri que “uberizó la economía” y que "los emprendedores son monotributistas que suben a una bicicleta y reparten pizza”. 

Las campañas tienen múltiples componentes narrativos cuya variabilidad y peso específico depende de los candidatos y los contextos sociales, políticos y económicos en los que se desenvuelven. Encarar una elección y un debate con estructuras partidarias sólidas y con discursos medianamente estables, como las del mediados del siglo pasado y principios de éste, es muy diferente que encararlos en un contexto ya no de ciclos políticos que duran más de un período sino de oleajes más inciertos en los cuales muchos gobiernos se renuevan y cambian al cumplir un mandato (Argentina desde 2015 o Brasil desde 2019, por ejemplo). Es decir, en un momento de dispersión y transformación del discurso político.

Si las condiciones de competencia entre los candidatos son de diferencias ajustadas y no de dominancia de uno sobre otro (como pudo haber sido en el caso del debate entre Menem y Angeloz y más adelante con el primer debate por las presidenciales de 2015 en el que los candidatos que iban ganando ni se presentaron), un buen debate para cualquiera de los candidatos será un lugar en donde pase algo. 

Todo lo que siempre quiso saber sobre cómo preparar un debate y nunca se atrevió a preguntar

Igual que en la arena de los escritores de discurso, poco se sabe de los equipos que trabajan detrás de los debates. Las plumas detrás de cada dirigente suelen tener que ver con los estilos y las formas de liderazgos de esos dirigentes. Aunque generalmente son poco conocidos, los ghostwriters que integran los equipos de discurso suelen ser otros políticos, intelectuales, o profesionales que vienen de ámbitos diversos con una pluma capaz de afilar la lógica de los políticos.

Con los debates pasa algo parecido.

Los equipos pueden ser heterogéneos, al punto tal que a veces los encargados de preparar a los dirigentes pueden ser guionistas de ficción o actores, como el redactor en jefe de la primera campaña presidencial de Obama, Jon Favreau, que empezó escribiendo discursos y terminó trabajando como guionista en Hollywood, o el actor estadounidense Robert Redford, que preparó a Jimmy Carter en el debate que lo llevó a la presidencia en 1977.

Preparar un debate es, antes que cualquier otra cosa, tener un equipo dispuesto a escribir, escribir y, cuando se cansó de escribir, seguir escribiendo. Porque desde el momento en el que empieza a circular el primer borrador van a seguir circulando borradores y más borradores. Más allá de lo que dicen los manuales, la forma de preparación de los candidatos dependerá de sus características personales. La llave para un buen debate es la disciplina y el método. 

La preparación de los debates es en sí misma otro debate.

A partir de la sanción de la ley 27.337 los equipos de los distintos partidos se reúnen varias veces la Cámara Nacional Electoral para llegar a acuerdos sobre cómo se va a llevar adelante el evento. Con posiciones políticas divergentes - también acuerdos y algunas chicanas- en esas reuniones resuelven si serán con público o no, cuál será el rol de los moderadores y qué libertad tendrán los candidatos para generar intercambios entre ellos.

En 2019, por ejemplo, una de las discusiones más importantes fue por una moción propuesta por el entonces equipo de Mauricio Macri (Cambiemos) sobre el uso de ayudas memoria para que los candidatos se apoyaran en la argumentación.

Las posiciones de los partidos también fueron divergentes a la hora de definir la cantidad y el tipo de cruces que iba a haber a lo largo del debate. Los partidos más chicos querían más cruces para generar polémica y entrar en escena y los más grandes querían un debate menos flexible y con más espacio para hablar sin intercambiar para poder seguir reforzando sus enfoques. 

El nudo de la cuestión

En la escena del propio debate, uno de los primeros pasos para observarlos es ver cómo se relatan los distintos candidatos los días previos. Mientras que el equipo de Massa contó a los medios bastantes detalles acerca de la preparación y su estrategia, los voceros de Milei, tal vez intentando reforzar la lógica “antimarketing”, explicaron al diario La Nación que “el candidato no tuvo coaching para lo actitudinal”.

Preparar el debate no se trata solo de pensar los temas, los fraseos y practicar los tiempos, sino que es necesario definir con mucha claridad los enfoques propios en el campo discursivo general. Como si fuera una receta, uno de los primeros pasos es entender el campo de juego y, dentro del campo, el rol propio y el de cada uno de los adversarios: entre quienes se van a dar los cruces principales y los secundarios, con quién le conviene confrontar a cada candidato, en qué se puede coincidir y porqué. 

En ese marco también cada uno de los equipos deberá definir con claridad cuál es su propio objetivo para el encuentro.

Un buen debate no se trata solo de tener un manejo preciso de los datos o una buena verba, sino también de entender cuál es el marco del discurso, la visión que va a dejar planteada cada candidato.

En relación a los temas ocurre lo mismo. No se trata de “hablar de economía” o de “educación” sino de ver el enfoque propio dentro de cada uno de los temas y con quién dialoga cada uno en cada tema.

Una buena oportunidad para profundizar en eso en el debate 2023 son las preguntas y respuestas, en las que en el debate del domingo por momentos parecía que había más ansiedad por exponer la visión de cada uno que por contrastar miradas y desnudar el marco propio y el ajeno.

En relación a los posicionamientos de cada uno de los candidatos, el encuentro no dejó tanta novedad. Sergio Massa (quizás el más sólido actitudinalmente), como prometía en la última semana, pareció volver con mucha claridad a su posición centrista de hace algunos años, esta vez en una coyuntura política completamente diferente a la de la avenida del medio, porque integra una coalición junto con Cristina Kirchner y porque el viejo formato de la polarización parece estar en un camino de transformación hacia otra cosa. Esta coyuntura le permite lucir más una posición moderada. De todos modos, para que ese posicionamiento se termine de ver va a necesitar trazarlo con más firmeza poniéndolo en contraste no solo en las formas, sino enunciándolo en cada oportunidad del próximo debate. Poner blanco sobre negro porqué esta nueva avenida del medio es, en este contexto, la mejor opción.

Myriam Bregman, en cambio, fue una de las más sueltas actitudinalmente, se apoyó firme en el diagnóstico y el contraste con el resto, descuidando un poco más sus propias propuestas y motivos para que la apoyen, mirada que seguramente tendrá que afianzar de cara al debate siguiente.

Juan Schiaretti planteó una mirada cordobesista con la que no pudo entrar a la discusión pública en lo que va de la campaña. Le tocará dar, si quiere ir a buscar un poco más allá de su porcentaje de electores, un golpe fuerte de timón.

En lo que muchos llaman una actitud más moderada, se pudo ver a un Milei aferrado al comienzo a un texto, y abandonando su propio marco, la dolarización. Seguramente no lo haya abordado porque no le convenía, y llamativamente nadie le preguntó el porqué de esa ausencia.

Quizás eso, junto al hecho de que puso en su propia voz la mirada negacionista  de Victoria Villarroel, hayan sido las mayores novedades de su discurso.

En el peor lugar de rendimiento: Bullrich. Apuntó discursivamente contra el kirchnerismo pero no logró apuntalar sus fraseos con éxito a lo largo de la mayor parte del debate.

Se te ve el alma

Se habla mucho del peso del lenguaje no verbal de los candidatos y en general se piensa en todas las cosas que se pueden practicar (coachear) antes del debate como la postura física, la forma en que mueven las manos mientras se habla, la gestualidad de la cara y las miradas, se habla menos de los errores o el espacio que se abre en todo encuentro, por más reglas que haya, para lo inesperado.

Los debates como el nuestro, que tienen delimitados hasta los tiempos y modos de intercambio dejan, por decirlo de algún modo, menos lugar para la imaginación. Pero nada obsta a que en los intercambios ocurra algo como lo que le pasó al candidato demócrata en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 1988, Michael Dukakis, cuando el moderador de la CNN le preguntó si en caso de que violaran y asesinaran a su mujer estaría a favor de la pena de muerte. Al contestar que no, siguiendo su lógica ideológica y política, reforzó su estigma de “persona fría” y quedó peor posicionado que George H.W. Bush.

Así también, parece que no alcanza solo con tener buenos argumentos.

Otro ejemplo fue el del famoso debate Nixon- Kennedy, donde Nixon perdió terreno por llegar en malas condiciones al día del debate. 

Tal vez algo parecido le haya ocurrido ayer a Patricia Bullrich, que mareada por el internismo y sin poder reponerse del resultado de las PASO apareció silabeante y destinó una gran parte de sus intervenciones a fraseos que no terminó de anclar, y hasta serpenteó en un tema propio como el de la seguridad habiendo sido ministra. Las razones de este mal desempeño parecen ser un tema que va más allá del coacheo y que habrá que ver si finalmente impacta en el electorado.