Una masa de cuerpos salta y canta como si esto fuera una fiesta. Todos saben que no lo es. Están ahí porque es “inminente”, dicen en todas partes los periodistas que anunciaron el hecho por años: Cristina Fernández de Kirchner será finalmente condenada y ya no podrá volver a ser candidata. Y sin embargo los tipos, las minas cantan y saltan todos juntos sin parar. En la puerta de la sede porteña del Partido Justicialista, en la calle Matheu al 130, además de gente muy de acuerdo, se acumulan las vallas y las banderas blancas. Cristina, Cristina, Cristina corazón, acá tenés los pibes para la liberación. Podría ser ese patio de la Rosada donde Cristina hablaba con los pibes, pero no. Es esta tarde invernal. Y son más de las cuatro de la tarde. A esta hora, a 30 cuadras, en el Palacio de Tribunales, los jueces de la Corte Suprema Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti definen la condena a la ex presidenta. Seis años.
La juntada es, o parece, una celebración de la militancia. Las cámaras de televisión enfocan la puerta por donde, en minutos, saldrá Cristina. Los carteles hechos a mano tienen frases de Nestor Kirchner: “Formo parte de una generación diezmada”; “Somos hijos de las Madres y Abuelas”. Otros sostienen fotos de Cristina con el Indio Solari, una bandera de la agrupación Jamandreu, Peronismo de diversidad y transfeminista, Whipalas, pañuelos verdes. Ya se huele el choripan. Hasta que aparezca la rubia cabellera de Myriam Bregman, más tarde, ya noche en la casa de la ex presidenta, esto será puro peronismo. Kirchnerismo, del más peronista.
Como si la escena lo necesitara, en el parlante que lleva el “militante de la bici”, Marcelo Mercante, suenan la marcha peronista y la voz de Eva Perón. “A Cristina la cuida el pueblo” dice un cartel impreso en hoja A4. La coreografía del movimiento y la impro, esa mezcla que vuelve a la manifestación una verdad peronista. Mariela llega del trabajo envuelta en una bufanda violeta. Tiene una bandera que dice “Contala como quieras” y una remera con una foto de Cristina sacando la lengua. Mariela le pone un poco de rock a la liturgia. Está contenta por la cantidad de gente y por el encuentro “aunque sea en estas circunstancias”. Mariela es consciente de lo extraordinario de este juntarnos en la calle. Y agradece lo poco. También llega Luis D’Elía: algunos le piden fotos y otros lo abuchean tímidamente. El movimiento apenas se horada a sí mismo con viejas cuitas: ¿alguno recordará por qué es chiflable el dirigente piquetero? Él dice que debería haber un millón de personas en Plaza de Mayo. Casi no nombra a Cristina, de su boca sale una y otra vez el nombre de Néstor Kirchner. Si alguno lo olvidó, acá está el que dice todo sin filtro. La masa es un bloque, pero no es masiva. ¿Qué es masivo en este peronismo del 2025? ¿Seremos los suficientes aunque la plaza no se llene más?
Cerca de las cinco la calle sigue dividida en dos. Por el centro pasa un auto de vidrios polarizados. Otro level. Otro tufo. Otro personaje. Es Sergio Massa. Axel Kicillof ya se fue, avisa alguien. ¿Por qué? Dicen que tiene que coordinar movimientos. Fue un acto de presencia. Al menos vino. Ayer ella con él en primera fila le pegó por lo de los cargos. Y él, hermoso, con su hermosa cara de culo, la escuchó estoico. A la autopista Buenos Aires La Plata la cortaron a la altura de Quilmes y la fila es infinita, entrar ahí es no salir más. Pero parece que es sólo viniendo a Buenos Aires. También hay cortes en Panamericana y Pacheco, en Camino del Buen Ayre, en el Acceso Oeste y en el Puente Pueyrredón. ¿Desde La Plata llegarán los obreros de los frigoríficos de Berisso y Ensenada? ¿Secco moviliza? ¿Hasta dónde está acompañada Cristina? Al menos los cantos no cesan. Ahí siguen gritando en perfecto estado los pibes. Rugen los pibes. Se los escucha a cuadras, porque el grito rebota contra los edificios de San Cristóbal, clarito.
Un vendedor de café pregunta a un periodista de C5N si ya se sabe algo. Hace horas circula por Whatsapp un fallo falso que anticipa la confirmación de la condena. El rumor vuela como el trino de un ave oscura. Algunos lo repiten en la radio, sin importarles nada. Los medios se ilusionan en vivo y en directo. Quizás incluso a los que no son ni nunca fueron kirchneristas semejante nivel de alienación democrática les de asco. La gente revisa los celulares. Es esa calma que le dicen tensa, y es ese minuto que no debería haber llegado, porque el trino del ave era mentiroso pero anunciaba lo cantado. Alguien llora de pronto, alguien suelta el lagrimón bajito, y una está ahí para saber que se llora por una líder, y son dos, cuatro, diez, la gente llora la condena. Uno de ellos es Daniel Silva, secretario de DDHH del sindicato de trabajadores municipales de San Martín: “El pueblo tiene memoria, así como Perón retornó después de 18 años, a Cristina la vamos a hacer retornar. Estoy convencido, dice. Estoy convencido”. Llora, y pide disculpas. Y se aferra la masa a la historia, porque líderes es lo que el peronismo ha tenido, y proscripto es lo que ha sido. ¿Por qué no reciclar la mística? ¿Por qué no construir una verdad nueva que desmienta los apocalipsis? Aquí todos juntos es más fácil. Acá nadie está derrotado. Y se llora.
Santiago es sociólogo y vino apenas se enteró de la convocatoria. Piensa que hay que recuperar la movilización en las calles y que la condena va a aglutinar a sectores que estaban desencontrados. Delfina tiene 38 años y es politóloga, estudió en la UBA. Vino directo desde el trabajo: “No podemos no hacer nada. Aunque estar acá no represente demasiado. Ya sabemos cuál es la mirada de la sociedad en este momento, pero yo no podía salir de trabajar e irme a mi casa cómo si nada estuviese pasando”. No está segura de las repercusiones pero fantasea que va a generar una reorganización del arco político opositor, más allá del peronismo y de Cristina. “No podemos permitir que la justicia se entrometa con los candidatos en democracia”, dice. La sensación la tiene instalada en el cuerpo: necesitaba venir a juntarse con otros. Esteban se autopercibe el más trosko de los tres amigos. Pelo largo atado con una colita, suéter norteño, estudiante inconcluso de Filosofía. Para él esta condena es un peligro a largo plazo: “Siento que es un ataque a la democracia como forma de organización política, y es sentar una base de la que es muy difícil volver, algo que ya pasó en este país”. La palabra democracia suena real en estas lamentaciones y en estas defensas. Como si algo real hubiese en esta ruptura, en este momento histórico en que una líder pierde su potestad de ser candidata, de ser diputada provincial por la Tercera sección, de volver a ser presidenta.
Paula tiene 53 años, llora abrazada a su marido. Es trabajadora del subte y ahora es parte de la ola que llega a la calle Matheu después del anuncio. Estudia Trabajo Social en la Universidad de Lomas de Zamora. Casi no puede hablar. Dice que lo que vivió con Cristina y Néstor no lo había vivido nunca, que con ellos siempre tuvo una esperanza. Y que hoy esa esperanza está muerta. Usa esa palabra, muerta. La misma que usa Cristina cuando define la condena que sobre ella pesa hace años: presa o muerta. La esperanza muerta es una derivación política de ese otro adjetivo que por fortuna solo quedó en la intención homicida de un marginal armado con una pistola lumpen y fallida. ¿Serán estos custodios de un liderazgo los mismos que la custodiaban en aquellos días? Algunos sí, otros están acá porque esto es más grave que la primera condena de la Sala de Casación Penal. Esto es la Corte. Ahora no hay marcha atrás. Ya no podrá ser candidata.
A paso rápido y con las mejillas coloradas se abre camino entre la gente la historiadora Julia Rosemberg: “Básicamente se nos está prohibiendo a los argentinos votar a nuestros representantes, y en un momento tan crítico de la Argentina me parece que eso cobra todavía más relevancia”. Rosemberg es docente universitaria y autora de “Eva y las Mujeres: Historia de una Irreverencia”. Cree que la crisis del peronismo tiene que dar paso a una unidad para revertir la sentencia, pero sobre todo que piense estrategias para enfrentar a un gobierno como el de Milei. “Me parece que si el peronismo tiene 80 años de vida, algo de esto sabe, y tiene que apelar a su pasado, donde hay tesoros y utopías. Recuperar la historia”. ¿Qué sería revertir la sentencia en este contexto? ¿Quién será el candidato de la Tercera? ¿Será vencido el libertario que envíe un Milei envalentonado a terminar de aplastar a la Jefa? ¿Si no se gana la Tercera hay reversión, retorno posible a algún lado?
En un escenario improvisado en la puerta del edificio, Cristina habla para los manifestantes. A la izquierda y casi pegada a ella, su cuñada, Alicia Kirchner. A la derecha y un paso más atrás, su hijo, Máximo Kirchner. Se impone como un manto que cae sobre todos un silencio atento, no ceremonial. Los que vinieron en familia lloran abrazados ahora que Cristina les habla: “El partido judicial le agrega un cepo al voto popular. (...) la Justicia avanza contra los dirigentes políticos que gobiernan para el pueblo y logran la distribución del ingreso más equitativa, que es lo que nunca nos van a perdonar a los peronistas”.
Un cocacolero dice que era obvio que iban a querer sacarla del juego. “Ella les molesta, vos sabés”. Tiene una gorra del Sindicato de obreros y empleados de la industria del chacinado, tripería y sus derivados. Perdió su trabajo en el 97. Desde entonces hace changas. Justo detrás suyo, coreando “no nos han vencido”, está Francisco Taiana, el hijo de Jorge, ex ministro de Defensa de la Nación. Está indignado, como muchos, por la “corrupción innegable de las instituciones republicanas de parte de quienes sostienen ser sus guardianes”. Cree que se simplifica la discusión, porque ahora se trata de la defensa de las instituciones y de una democracia que costó mucha sangre consolidar. “Si algo positivo puede salir de hoy es una nueva conciencia del pueblo argentino para entender lo que está en juego, para defender nuestra república y oponerse a la desmovilización que alimenta el gobierno”.
La masa, el bloque, dedos en V en alto, avanza ahora en dirección contraria. Desconcentran. Somos de la gloriosa Juventud Peronista. Somos los herederos de Perón y Evita. A pesar de las bombas, de los fusilamientos, los compañeros muertos, los desaparecidos. No nos han vencido. Caminan hacia la casa de Cristina. Abrazado al mate los sigue por la vereda Sergio Cobaccio. Está con su esposa y su hijo, que se llama Enrique igual que su hermano desaparecido por la dictadura. Ella también llora. Sergio dice que es un día muy triste para todos los argentinos. Que la mitad de su familia fue secuestrada por la dictadura, que si no hubiese sido por las políticas de memoria, verdad y justicia que impulsaron los Kirchner “nunca hubiese visto un milico sentado en los tribunales, ni preso, y eso va más allá de todas las mejoras sociales. Vamos a luchar para que esto se revierta”. Dice y se seca las lágrimas.
La marea que avanza es un campo de fuerza donde coinciden temporalidades de unas vidas y unos cuerpos muy distintos en un yo plural. No es una proyección nostálgica, están clavados en el presente, donde al menos creen que se teje la Historia. Y por eso el día se hace noche. Y toca volver, volver a la calle porque ahora el bloque masivo crece en la puerta de su casa, crece hasta desbordar su calle, sus calles, el chino donde dicen que una vez la vieron hacer una compra.¿Será cierto? ¿Se quedó sin queso rallado? ¿Sin yogurt para el nieto? La masa es más masiva de noche en San Cristóbal. Los trinos oscuros ya sonaron. Ya se sabe que son cinco días hasta que se entregue y venga ese lugar donde quizás pase una noche, y luego la vida encerrada en este departamento o en un lugar con patio y con árboles, donde el trino de los pájaros sea otro. La masa crece hasta ocupar toda esa cuadra, y una más por lado y lado. Desde arriba un drone la muestra como una cruz de fieles. Ella, tan católica, y abajo de su departamento medio pelo en este barrio medio pelo, le montan una vigilia. Ella tan viva, tan exultante, que salta y baila al ritmo de todos los pibes, desde un balcón pequeño y humilde, en un edificio viejo y tranquilo. La noche cae sobre el barrio. Sobre todos nosotros cae la noche.