Crónica

Carlo Rovelli, el físico fuera del tiempo


Cuando ya no estemos aquí

El físico italiano Carlo Rovelli, uno de los fundadores de la teoría de la “gravedad cuántica de bucles”, es capaz de explicar una idea tan compleja como el tiempo, meterse a desentrañar cómo funciona el universo y transformarse en un best seller traducido a 30 idiomas. Entre sus logros figura haber podido unir ciencias duras con literatura. Fue invitado por Lectura Mundi en el marco de Narrativas de lo Real: dio conferencias, recibió un doctorado Honoris Causa de la Unsam y le confesó a Malena Azcona que, en realidad, su sueño era convertirse en un vagabundo.

El hombre sale del teatro Tornavía en el campus Miguelete de la Unsam. Afuera ya no llueve. Es uno de las 150 personas que abarrotaron la sala para ver al físico italiano Carlo Rovelli. Sonríe.

—Yo creía que de Física no sabía nada, pero a este tipo le entendí todo.

El amigo también sonríe.


Dos días después, en el enorme Centro de Arte Experimental de la Unsam, el italiano estira una soga.

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Al igual que en la charla del lunes y en la entrega del honoris causa del martes, hoy, miércoles a la tarde, Rovelli viste otra vez un pantalón oscuro, y remera y saco negros. La excepción fue la entrevista en el hotel, cuando prefirió las sandalias a los zapatos y prescindió del abrigo. Con anteojos y pelo revuelto, Rovelli encaja perfecto en el estereotipo de científico genio, aunque a él le guste aclarar que, como al resto de las personas, sus colegas son todos distintos.

Explica que, como para muchas otras cosas, del tiempo existe una concepción occidental –de la que él hablará– y otra oriental. Para el hinduismo, con su danza, la diosa Shiva hace que el tiempo avance y que el mundo exista.

En unos minutos, de la soga colgará una tela, la sostendrá con broches y unos hilos. Y con estos elementos domésticos explicará qué es el tiempo. Dice, lo desarrollará en cuatro capítulos.

La exposición que está por comenzar es parte de “Narrativas de lo real” –ciclo de encuentros que se propone un diálogo experimental entre la literatura y otros ámbitos de conocimiento– organizado por el programa Lectura Mundi. En la presentación de esta quinta edición, el sociólogo y director de Lectura Mundi Mario Greco y el escritor italiano Bruno Arpaia proponen pensar sobre los límites entre ciencia y arte, que cierran con una cita de Primo Levi: “La distinción entre el arte, la filosofía y la ciencia no la conocía Empédocles, Dante, Leonardo, Galileo, Descartes, Goethe, Einstein o los anónimos constructores de las catedrales góticas, ni Miguel Ángel, ni la saben los buenos artesanos de hoy, ni los indecisos físicos en límite de lo conocible”.

Capítulo 1. En la soga, Rovelli pone unos broches. Cada broche es un momento; hoy: uno, hace diez minutos: otro, ayer; un tercero, cuando fuimos niños: el cuarto. Después camina hacia su derecha y coloca los broches de futuro: mañana, el mes que viene, cuando seamos viejos, cuando ya no estemos en este mundo. Allá adelante: cuando ya no estemos.

—Este transcurrir es la forma más simple de representar el tiempo.

El mundo es una línea sobre la que suceden los acontecimientos, hay un presente, un pasado y un futuro bien definidos.

Para esta concepción lineal –la que desarrolló el científico y alquimista inglés Isaac Newton– “el tiempo es el fluir dentro del cual vivimos”.

Capítulo 2. Pero luego vino el físico alemán Albert Einstein y demostró que no era así, que el tiempo no era una línea. Rovelli cuelga un reloj de la soga: casi tocando el piso, y se queda otro en la mano. Si fueran de alta precisión, dice, no marcarían la misma hora. En el de abajo, el tiempo pasa más lento.

Y da un ejemplo: Hay dos gemelos, uno vive en la montaña y el otro en el valle. El de la montaña envejece más rápido. La pantalla se prende y muestra a un pitufo en la costa y a papá pitufo con su barba de anciano arriba de la montaña. El silencio se transforma en risas.

—Esto no es una teoría, es un hecho —aclara Rovelli.

Pero ¿cómo? El tiempo no puede ser una línea porque los relojes no van todos juntos. La teoría de la relatividad general lo explica: el tiempo es una superficie.

Y, ahora, Rovelli cuelga de la soga una tela blanca.

—El tiempo es esa tela, que los científicos llaman espacio-tiempo. Como dijo Einstein, esta tela (el espacio-tiempo) es curva. Y además, en algunos lugares, el espacio-tiempo se puede agujerear, son los agujeros negros, donde el tiempo pasa rapidísimo, en sus bordes el tiempo no pasa, mientras que afuera pasan millones de años luz.

Además, el arriba y abajo sólo existen en la Tierra.

—Imagínense a un astronauta que, mientras flota en el espacio, le pide a un compañero la caja de herramientas: esas indicaciones terrenales pierden sentido.

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Capítulo 3. De cerca, vemos la trama de la tela, el espacio mínimo entre los hilos. La teoría de la relatividad general –que postula un espacio continuo– sirve para explicar el universo; pero a pequeña escala, pasan otras cosas: el tiempo se agita (a escala extremadamente pequeña, lo que se llama longitud de Planck).

Esto, que parece ciencia ficción o magia, Rovelli lo explica con un péndulo. Dice que todo péndulo es un reloj, cita a Galileo Galilei, que fue el primero en hacer esta relación, y hace oscilar el péndulo sobre la tela.

—Nosotros nunca vemos el tiempo: vemos la oscilación, vemos cómo las cosas cambian.

Nunca veremos el tiempo.

Capítulo 4. ¿Entonces?

Rovelli dice: “El tiempo sólo funciona por aproximación”, “el tiempo no describe el mundo”, “el tiempo es nuestra ignorancia”, “el tiempo es uno de los problemas más lindos de la ciencia”.

Para dar una respuesta, propone la hipótesis del tiempo térmico, según la cual el tiempo tiene que ver con el calor. Aunque, aclara, todavía queda mucho por investigar.

En veinte minutos, Rovelli dijo que el tiempo era una soga, que era una tela, que era una sábana agujereada, con partes dobladas y arrugadas. Y ahora, antes de llegar a su conclusión, vuelve a preguntar: ¿Qué es el tiempo?

Y contesta: “Aún no lo sabemos”.

Las luces se apagan. La clase terminó. El público aplaude como si se tratara de una función (¿lo es?).

Quizás lo haya sido. El biólogo, investigador y divulgador científico Diego Golombek dice que sólo con una soga, unos hilos y un par de relojes, Rovelli logró explicar conceptos de física, Newton, la cuántica, Galileo, Einstein y otros personajes. Lo dice como si hubiera sido increíble.

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 ***

Il mio vero sogno era di fare il vagabondo, il clochard”.

La infancia en Verona a principios de los años sesenta, dice, fue serena hasta la adolescencia, cuando se empezó a sentir encerrado por su familia. Sus padres muy inteligentes. Él, ingeniero, dueño de una empresa pequeña, muy dulce, muy señor, conservador, gentil, racional. Ella, que había dejado de trabajar cuando se casó, muy llena de pasión.

Rovelli cuenta su vida en el lobby del hotel donde se hospeda en Buenos Aires. Vino a Argentina invitado por la Unsam, que le hizo entrega del título de Doctor Honoris Causa. La charla, que también incluye al traductor –otro italiano del norte– es amena y el científico parece feliz.

Iba a un liceo muy conservador y la escuela no le gustaba nada. Todos los días, confrontaba con los profesores. Estaba en guerra con toda la autoridad.

Al final del liceo, se dejó el pelo largo, fumaba marihuana, peace and love. No quería hacer el servicio militar obligatorio, entonces se anotó en la universidad de Bolonia. Eligió física, pero podría haber sido filosofía o leyes, no le gustaba nada.

—Mi sueño verdadero era hacerme vagabundo, viajar —dice, como si fuera obvio—. Cursé un año y me fui a recorrer el mundo. No sabía si iba a regresar, pero volví.

Empezó a ocuparse de la política, de política militante. A fines de los años setenta en Italia había una gran tensión social y muchos movimientos juveniles de rebelión. Había un espíritu de barricada, pero también hippy, de cambiar el mundo.

—Yo, como tantos otros, fui parte de aquello.

Se formó un movimiento muy importante de radios libres en varios puntos del país. Una de las más emblemáticas fue Radio Alice, en Bolonia, de la que Rovelli participó. Hoy es mítica, incluso en 2004 se hizo un documental sobre esta emisora que se llamó Lavorare con lentezza. Se volvieron parte de la historia italiana las filmaciones de la época, que muestran a los militantes que siguen transmitiendo mientras la policía rodea el edificio para cerrar la estación.

—Mi novia de entonces se escapó por los techos cuando llegó la policía —cuenta el físico. Un detalle entre toda la represión que sufrió el movimiento.

La universidad de Bolonia estaba muy agitada, con asambleas y debates continuamente, hasta que el 11 de marzo de 1997 la policía mató al estudiante Francesco Lo Russo. El asesinato radicalizó la protesta y se tomaron las facultades por un año.

En ese clima de barricada y represión cotidianas, Rovelli escribió –junto a otros compañeros de militancia– el libro Fatti nostri (“Cosas nuestras”), que contaba la revuelta desde el punto de vista de los estudiantes.

La policía trató de que no se publicara, pero lograron imprimirlo de manera clandestina. Casi van a la cárcel por eso.

—Fui acusado de asociación ilícita, apología del delito, incitación... una larga lista de cargos.

La causa judicial finalmente no pasó de la etapa de instrucción porque eran todos cargos por delitos de opinión. Después dejó el activismo porque se dio cuenta de que había fracasado en las ganas de revolucionar el mundo. Y se enamoró de la física: la ciencia aún tiene la capacidad de hacer revoluciones en su sector.

—No soy un vagabundo, pero la ciencia me ha hecho viajar mucho. 

***

El hombre que sufre. 

En la entrevista, están Rovelli, el traductor Paolo Galassi –también italiano– y el escritor Bruno Arpaia, que va y viene a fumar, entra y sale de la conversación. Se quiere llevar a pasear al físico a la librería El Ateneo.

Bellissima —dice para convencerlo. —Una delle più belle librerie del mondo. —Y avisa que mientras se va a pedir un café en el bar del hotel.

Las preguntas son en español; las respuestas, en italiano. Cuando no hay comprensión, el traductor interviene. La charla es serena y todos participan un poco.

—Leí que para evitar la decrepitud, pensaste en suicidarte. Y que después dijiste que era más fuerte la curiosidad por el universo. ¿Era un chiste?

Silencio.

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Carlo Rovelli deja de parecer un hombre contento. Cambia la expresión de la cara y mira al traductor, como si no hubiera entendido. O como si hubiera entendido perfectamente.

—¿Me dice exactamente qué es? —Es la primera vez en toda la entrevista que pide la intervención del traductor.

El traductor, traduce. Y, luego, más silencio.

***

Bucles.

Infancia serena, adolescencia rebelde, juventud militante, adultez académica y ahora: un presente de escritor best seller.

Después de graduarse en física en Bolonia (1981) y de doctorarse en la Universidad de Padua (1986), siguió su carrera académica: puestos postdoctorales en Roma, Trieste y en Estados Unidos: Yale y Pittsburgh. En la actualidad da clases en Francia, en la Universidad de Aix-Marsella, en el Centre de Physique Théorique, de Marsella. Además es profesor adjunto en el Departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Pittsburgh.

Pero ¿por qué es tan importante a nivel científico? Porque es uno de los fundadores de la teoría de la “gravedad cuántica de bucles”. Para entender esto, con nombre entre extraño y gracioso, hay que saber que durante el siglo XX se produjeron dos grandes descubrimientos para la humanidad: la relatividad general y la mecánica cuántica. Para la primera, el mundo es un espacio curvo donde todo es continuo; mientras que para la segunda, el mundo es un espacio plano en el que saltan cuantos de energía. La paradoja –y el misterio– es que las dos funcionan perfectamente bien.

Entonces, hay científicos en todo el mundo que trabajan para alcanzar una síntesis entre estas dos teorías tan distintas. Este campo de la física teórica se llama “gravedad cuántica” y es en el que trabaja Rovelli. Dentro de esta área de estudio, la gravedad cuántica de bucles es la teoría que está en disputa con la teoría de las cuerdas, que es otra forma de explicar el mundo, dentro del campo de la gravedad cuántica.

Como si integrar una radio de lucha emblemática y fundar una teoría que explica el mundo fuera poco, Rovelli un día escribió Siete breves lecciones de física y se convirtió en best seller: sólo en Italia se vendieron más de 400 mil ejemplares y ya se tradujo a más de 30 idiomas.

—Antes del libro, Rovelli ya era conocido, pero sólo en círculos de interesados en ciencia y divulgación. Siete breves lecciones de física ha sido un caso editorial único en Italia, porque inicialmente se difundió con el boca-a-boca. Ahora es un personaje bastante famoso, ha ido incluso a un show televisivo de entretenimiento: eso sí, con sus sandalias puestas, algo muy propio de los físicos —cuenta el también doctor en física y también italiano Michele Catanzaro, que sin embargo se dedica al periodismo en Barcelona y entrevistó unas semanas atrás a Rovelli para el diario catalán El periódico.

En Siete breves lecciones de física, Rovelli dice que hay obras maestras absolutas, como el Réquiem de Mozart, la Odisea, la Capilla Sixtina, El rey Lear, la teoría de la relatividad general de Einstein. Y aunque para poder captar todo su esplendor haya que realizar cierto aprendizaje, el premio del esfuerzo sea sentir la emoción de la “pura belleza.

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The big bang theory.

A pesar de que, dice, solo lee libro de autores “muertos hace mucho”, también ve la sitcom “The big bang theory”.

—La teoría en la que yo trabajo, la gravedad cuántica de bucles, es alternativa a la teoría de las cuerdas y en esta serie hay un episodio donde hablan de esto. Uno de los protagonistas, Leonard, está con una novia (Leslie) y se empiezan a pelear porque él sigue la teoría de las cuerdas y ella la de bucles. La chica plantea en qué teoría van a educar a sus hijos y Leonard propone dejarlos elegir cuando sean grandes. Pero ella se enoja y se va.

Se ríe. Dice que la serie le encanta.

—Los científicos somos todos distintos, pero somos un poquito así.

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“Rovelli nos lleva a pensar en una escala diferente de la vida cotidiana, sus explicaciones van de lo inmenso a lo minúsculo: de ese modo, expande nuestra imaginación, como una buena novela, y nos da una nueva perspectiva sobre nosotros mismos. Su exposición es clarísima y muy poética. Tiene la capacidad de fascinar a la audiencia.”

Ana María Vara, investigadora del Centro de Estudios de Historia de la Ciencia José Babini, EH-UNSAM.

“Carlo tiene una destreza excepcional para destilar lo esencial de las nuevas teorías, cuyos detalles técnicos son inaccesibles incluso a la mayoría de los científicos. Difundir la ciencia es educar, y la educación es importante porque nos mejora la mente, porque nos hace libres, porque marca el camino de una vida en mejor armonía, entre nosotros y con la naturaleza. Y eso es está en el libro de Carlo. Por eso lo recomiendo.”

Alberto Rojo, físico y músico, profesor en la Universidad de Oakland (EE.UU.).

“En el caso de Carlo Rovelli el Doctorado Honoris Causa es un gesto de reconocimiento como físico, como escritor, a alguien que ha pensado en la necesidad de difundir. La ciencia da instrumentos para comprender el mundo y Rovelli hace un encuentro entre ciencia y literatura.”

Carlos Ruta, rector de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).

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Suicidio.

—¿El asunto del suicidio era un chiste o tiene un fondo de realidad? —traduce el traductor.

—Tiene un fondo de realidad. Pienso dos cosas: no tiene nada de malo suicidarse y vivir no es obligatorio. Si la vida es triste y no vale la pena, yo siempre he pensado que el suicidio era una opción, una posibilidad. Y cuando he pasado por un período de depresión fuerte, lo he pensado seriamente. De todos modos, instintivamente hay un sentido de la vida muy fuerte. Soy curioso y quiero saber qué sigue.

—¿Ahora es feliz?

—En la actualidad sí, pero no siempre fue así. Ahora sí porque estoy enamorado. Para ser feliz se necesitan dos cosas: estar enamorado y ser correspondido.