Ensayo

Negacionismo: a 50 años del golpe en Chile


¿La dictadura fue un invento?

Toda la historia de Chile pareciera no ser más que una leyenda urbana. “Recordar el golpe es una bajeza, una rotería, un acto de violencia y una celebración de lo falso, una demostración del odio antes que de la justicia o la memoria”, dice Álvaro Bisama en este texto que deja en evidencia el negacionismo galopante en el país.

No pasó. No sucedió. Fue un invento. No hubo golpe de estado. La Armada no se sublevó. El Ejército no fue golpista o traidor. Menos Carabineros. No hubo Dina, ni CNI. No hubo presos políticos, ni redadas, ni militares apostados en la esquina. No mataron a Víctor Jara. No lo torturaron. Lo que le pasó fue una mentira más, los enemigos de Chile nunca se detienen. Nadie bombardeó La Moneda. Se derrumbó sola. Los aviones solo hacían piruetas sobre Santiago. Los tanques no rodearon ningún edificio. Nadie disparó ni llenó de balazos los muros del centro. No mataron a Orlando Letelier ni a Carlos Prats. Ninguna bomba explotó en Washington, fue todo una farsa, un montaje, un invento. Nadie quiso acomodar la memoria. No se escribió El Libro Blanco del cambio de gobierno en Chile, ni se inventó el Plan Z, ni le dieron el Premio Nacional de Literatura a Enrique Campos Menéndez. Mariana Callejas redactó otros libros; sus cuentos no querían dar miedo. Nadie dio de leer a José Luis Rosasco en los colegios. Tampoco Palomita Blanca fue lectura obligatoria. Ni el toque de queda mató a la noche. Ni desaparecieron las revistas, los bares, las boïtes, las plazas iluminadas, las rutinas de las ciudades, la música, la fiesta. Manuel Contreras nunca ordenó que mataran a nadie. Nadie tuvo miedo de que lo arrancaran de su cama en la madrugada para llevarlo a una sala de tortura. No hubo Chevrolets Opala ni ningún lugar al que llamaran la Venda Sexy; no existió Villa Grimaldi, y no se torturó a nadie en la Esmeralda, ni cambiaron los cuerpos de lugar, ni metieron a los muertos en hornos o los enterraron en fosas comunes en el desierto, en la playa, en sitios baldíos. Nadie arrojó cadáveres al mar. No mataron niños. No detuvieron a mujeres embarazadas. Nadie llevó a ningún detenido a José Domingo Cañas. No hubo helicópteros ni vuelos de la muerte, ni el mapa del territorio se convirtió en una geografía de lugares donde los chilenos y chilenas eran devorados y quemados, puros agujeros negros, un mapa de casas de la muerte. Nadie quemó a nadie. Nadie degolló a nadie. Nadie violó a nadie. Nadie preparó gas sarín. Nadie usó ratones ni perros ni picanas ni tarros llenos de agua podrida ni camas electrificadas con nadie. Nadie murió en la tortura. Nadie agonizó en los calabozos. Nadie usó corvos. Ningún cuerpo fue quebrado, mutilado, cortado. Esos son cuentos, patrañas, inventos. Nadie proscribió los partidos políticos. Nadie persiguió a los socialistas, los comunistas, el MIR y el MAPU. No hubo exiliados. No hubo relegados. Nadie murió en el extranjero. Nadie se refugió en ninguna legación extranjera. Nadie arrojó el cadáver de Lumi Videla a la embajada de Italia; el chiste de Lukas en El Mercurio fue solo humor gráfico. Nadie decretó obligatoria la segunda estrofa del Himno Nacional. Nadie revisó y censuró los textos escolares y las bibliotecas. No se quemaron libros. Los militares no dijeron que hacían fuego con ellos para calentarse las manos. Nadie inundó los colegios y escuelas con álbumes de laminitas de la Guerra del Pacífico, con ilustraciones de la sangre de la batalla de la Concepción, de las hazañas de nuestros valientes soldados. No hubo civiles que colaboraran. No hubo sapos o delatores. Nadie fue feliz al denunciar al vecino o al colega. Jaime Guzmán nunca fue el rostro predilecto del gobierno. Jarpa no fue ministro. Ningún militar fue rector de una universidad. No hubo centros de alumnos designados. Osvaldo Romo no le hizo nada a nadie. No hubo 1983, ni protestas, ni cesantía, ni hambre. Nadie timbró la L en el pasaporte de nadie. El cometa Halley no pasó nunca cerca de la Tierra, menos de los cielos de Chile. No hubo martes de Merino. No hubo víctimas de ningún tipo. No existe verdad histórica alguna. Los documentos no son tales, los testimonios no significan nada, el Informe Rettig fue una invención; el Informe Valech, otra. Nadie les lanzó huesos a los familiares de los desaparecidos afuera de la Escuela Militar cuando murió Pinochet. Raúl Hasbún nunca predicó en la tele. Los Quincheros no banalizaron la música popular hasta dejarla rancia y vacía. Don Francisco nunca hizo de la pobreza un espectáculo. Chacarillas fue un encuentro entre amigos: no hubo una Walpurgis Nacht pinochetista, ni filas de jóvenes portando antorchas para celebrar el régimen como si fuese una ceremonia sagrada. Nadie tuvo que soportar a Lucía Hiriart como madre de la patria. No hubo cadenas nacionales que interrumpieran la programación de la tele del régimen con la redundancia de la imagen del dictador hablando en un televisor Antú mientras una familia tomaba onces o trataba de escamotear el hambre o simplemente contemplaba el modo en que la violencia se convertía en una forma del tedio, de la normalidad, de días iguales a otros. Nadie tuvo que ver cómo el acento serpentino de Pinochet era celebrado como una épica nacional, ni aguantar su tono que enmascaraba el desprecio, toda esa brutalidad disfrazada. Nadie identificó ese acento con el terror. Alvaro Corbalán nunca le tocó la guitarra. No hubo campos de concentración. Nadie conspiró. Nadie mató. Nadie robó. Nadie escribió la Constitución del 80 ni hubo plebiscito que la aprobara. 

No ocurrió. En Chile ninguna cosa ocurre. La historia cambia por puro deseo o voluntad. El pasado no es un hecho sino una ficción hecha por antojo, una calumnia que se repite hasta que se vuelve cierta, un pensamiento mágico que reescribe la realidad. Ahí, el golpe de 1973 fue una mentira, no existió, es algo que impide que el pobre pueblo chileno se una. Recordar el golpe es una bajeza, una rotería, un acto de violencia y una celebración de lo falso, una demostración del odio antes que de la justicia o la memoria. En el calendario ese día debe ser tachado. Los chilenos no fueron exterminados como ratones. Las víctimas deberían pedirle perdón a los victimarios. Los torturados, a sus torturadores. Los fantasmas de los cuerpos insepultos, a sus asesinos. Toda la historia de Chile no es más que una leyenda urbana. No hubo dictadura. No fue una dictadura. No duró 17 años. Nunca pasó nada.