Crónica

#IDAES20Años CUSAM


Diez años sin berretines

El CUSAM se gestó en una cárcel bonaerense de máxima seguridad. Desde entonces transforma, de manera contradictoria y no lineal, la universidad, el Servicio Penitenciario Bonaerense, el territorio, los sujetos y los saberes. Este artículo narra el proceso de creación y transformación institucional, barrial y subjetiva del centro universitario. Y es parte del libro coproducido por CUSAM y la Secretaría de Extensión del IDAES que publicará el año que viene UNSAMedita. Esta es una de las 20 notas para celebrar los 20 años del IDAES a través del pensamiento de sus investigadores sobre temas contemporáneos.

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Fotos del Taller de Fotografía del CUSAM coordinado por Laura Sofía Muiños.

 

Nosotros somos todos

 

La primera vez que Eduardo entró al aula del Centro Universitario de San Martín estaba uniformado. Quince tipos tomando mate y él. Pensó que lo acuchillaban ahí mismo. Hasta que Mosquito, uno de los referentes y fundadores del CUSAM, le dijo “vení, sentate”.

 

Otro día Eduardo se cruzó con un estudiante detenido que caminaba desde las casitas -un régimen de detención abierto- hasta la unidad 48. Eduardo lo vio desde el auto y lo arengó para que se suba. Iban para el mismo lugar: el CUSAM.

 

- Pero ¿cómo? ¿me vas a llevar a mí? -lo increpó.  

- Disculpame, Flaco, el auto es mío y vamos a estudiar. Si vos tenés prejuicios y no querés subir...

- No... yo te decía por vos.

 

Cuando este año Rodrigo Altamirano asumió como coordinador universitario, con el fin de articular la gestión de la universidad con la del servicio penitenciario, decidió ejercer el nuevo rol con ropa de calle y no con la pilcha de penitenciario. Y por eso un día un estudiante se acercó a la oficina de dirección del CUSAM y le preguntó en qué pabellón se alojaba.

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Hoy Eduardo y Rodrigo son licenciados en Sociología: fueron parte de la primera camada de estudiantes del CUSAM, la sede de la Universidad Nacional de San Martín que funciona en el Complejo Penitenciario Conurbano Norte, en la localidad de José León Suárez. Allí estudian varones y mujeres privadas de la libertad ambulatoria, así como agentes penitenciarios. Hace diez años un grupo de detenidos se organizó y demandó recibir educación al entonces rector Carlos Ruta. Primero pidieron estudiar Derecho, pero luego de las primeras reuniones con las autoridades de la UNSAM, la posición utilitarista (abogacía ofrecía herramientas para la defensa de sus causas penales) cedió frente a una actitud reflexiva y acordaron que fuera Sociología. En este proceso reflexivo y fundante, Alexandre Roig, actual secretario académico de la UNSAM, fue clave ya que era por entonces el director de la carrera de Sociología del IDAES. Como explica Diego Tejerina en su tesina de grado “Estudiar en la cárcel. Lógicas y sentidos de la vida universitaria en el CUSAM”: detrás de la decisión por la disciplina había una pregunta sobre la posición de las personas presas como objeto y sujeto de conocimiento. ¿Qué podría suceder si ellos, que eran siempre los observados, comenzarán a observarse a ellos mismos y a observar al mundo?

 

La sociología, además de puerta de entrada para entender cómo habían llegado “al problema de estar presos”, habilitó pensar y encarnar la posibilidad de que detenidos y penitenciarios coincidan en un proyecto educativo, una experiencia única en el país. ¿Por qué esto ocurre en CUSAM y no en otros centros de educación en cárceles de Argentina? Habitantes de un territorio común, vecinos algunos, comparten origen de clase y el haber padecido los efectos de la crisis social, política y económica que estalló en 2001, y que afectó profundamente a los barrios del Área Reconquista, de donde proviene buena parte de aquella primera camada de estudiantes. Son estas condiciones sociales las que permiten igualar a ambos en la situación de estudiantes universitarios, desafiando jerarquías y prejuicios.

 

“Nosotros somos todos” fue el emblema fundante de CUSAM. Surgido desde la voz de la futura población estudiantil, permitió que el aula, las clases y el estudio tiraran por la borda el clásico antagonismo entre privados de la libertad y fuerzas de seguridad para hacer carne en un proyecto educativo común. Unos años después el “nosotros somos todos” se revitalizó con la incorporación de las mujeres: en 2012 dos chicas detenidas entregaron en mano a Gabriela Salvini (directora del centro universitario entre 2010-2016 y actualmente a cargo de la cátedra “Sujetos, encierros y territorios” en la UNSAM) una carta en la cual demandaban estudiar. El reclamo fue apoyado por un sector del Centro de Estudiantes Azucena Villaflor.

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El CUSAM funciona en una unidad de varones. Las mujeres están en una unidad vecina, la 47. Su llegada, aunque aún asisten muy pocas a la universidad, resultó un paso fundamental en términos de inclusión y de ampliación de derechos. La novedad también planteó una serie de problemas y desafíos: los traslados y nuevas negociaciones con el SPB, así como las nuevas formas de convivencia entre los estudiantes.

 

Sobre el encuentro entre quienes vigilan y son vigilados, el barrio, el penal, se pergeñó el CUSAM. El cruce entre la universidad, la cárcel y el territorio implicó negociaciones y tensiones varias. Hoy ofrece dos licenciaturas del IDAES, Sociología y Trabajo Social, así como con doce talleres de artísticos y de oficios. La música, la poesía, la narración fueron en los comienzos del proyecto un espacio de expresión y transformación de los trayectos vitales de quienes necesitaban decir y hacerse ver, por fuera de las clases de sociología. Actualmente, la formación artística y para el trabajo resulta clave para algunas personas privadas de la libertad: supone un pacto previo al de estudiante universitario, un compañerismo o rancho, con códigos propios.

 

La gestación, ampliación y consolidación el CUSAM es parte de un proceso de aprendizaje colectivo. Desde entonces el desafío cotidiano es sostener el proyecto en el tiempo, gobernarlo y construir nuevas formas de relacionarse y de producir saberes entre la universidad, el barrio, sus organizaciones sociales y el servicio penitenciario bonaerense.

De la cárcel fantasma a la universidad

 

Eduardo Sciutto llegó al Complejo Penitenciario Conurbano Norte en 2007 para desempeñarse como director de la unidad. Era un día tétrico, de tormenta. Los directores penitenciarios anteriores estaban procesados. Se encontró con un señor que cebaba mate y le contaba la historia de la cárcel, pero no había internos, “no había nada”. Entonces formó un equipo. La cárcel fue construida en 2004, pero recién se puso en marcha en 2007, luego de una denuncia que salió en un informe de Todo Noticias que hablaba de una “cárcel fantasma”. Durante los primeros tres años la cárcel estaba vacía. Había estructura y presupuesto, pero faltaban las personas.

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Sciutto fue una persona clave en los inicios del proyecto. Al poco tiempo de asumir comenzó a dialogar con autoridades de la universidad y referentes de organizaciones sociales que tenían familiares detenidos en el complejo.

 

La universidad lleva funcionando casi el mismo tiempo que la cárcel. En noviembre de 2008 la UNSAM y el Servicio Penitenciario Bonaerense firmaron el convenio de creación del CUSAM. El SPB le cedió a la UNSAM las actuales instalaciones para el dictado presencial de carreras de pregrado, grado, postgrado, extensión universitaria y el desarrollo de actividades culturales de formación educativa. En el texto se subrayaba que ambas instituciones mantendrían la autonomía con sus actividades, tanto estructurales como administrativas; es decir, que el espacio que la penitenciaría entregaba en ese acto a la universidad, sería exclusivamente gestionado por ésta última.

 

Como explica Alexandre Roig la creación del CUSAM fue un “proceso experimental”, de ir pensando un tipo de formación “con objetivos de transformación institucional, tanto del SPB como de la propia universidad”. Es en esta experiencia y recorrido que se fue delineando una estrategia de negociación y no de confrontación con las fuerzas de seguridad y, a partir de la cual, la transformación alcanzó no sólo al cuerpo penitenciario, sino a la cárcel misma.

En 2011, luego de un reclamo estudiantil, se inauguró en la unidad penal 48 un pabellón para los universitarios. Allí se respira otro aire, se habla otra lengua, una mezcla entre la tumbera y la académica. En las celdas se comparten lecturas, se conversa de parciales. Aparecen Foucault, Marx, Weber, Durkheim, Germani, pero también los problemas del Centro de Estudiantes, los miedos, las dificultades de pensarse y hacerse universitarios.

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Eduardo Villar, recibido de sociólogo, cuenta casi como un rito de pasaje el momento en que se ganó la confianza de los internos y pudo entrar al pabellón universitario: “Directamente me metía a estudiar, nos pasábamos apuntes, nos hicimos compañeros”. Compartir el aula, hacer los trabajos prácticos en grupo y estudiar juntos -en el pabellón universitario, las casitas o el CUSAM- mejoró las relaciones.

 

Igual que Eduardo, Rodrigo Altamirano conoce en su rol de trabajador del SPB y universitario la unidad 48 y el CUSAM desde que se fundaron. Una de sus preocupaciones fue la formación de los privados de la libertad y sus compañeros “guardias”, sobre todo porque gran parte de ellos no habían completado los estudios secundarios. En su tesina de grado en Sociología, Rodrigo analizó los sentidos que los estudiantes detenidos y penitenciarios le otorgan al centro universitario y la educación en una cárcel bonaerense de máxima seguridad.

 

Si bien el tránsito por el CUSAM modificó formas de relacionarse, las motivaciones de ambos por estudiar son bien distintas. Si en las personas privadas de la libertad comprometidas con el proyecto prima un espíritu de aportar a un colectivo y de transformar la identidad de preso en la de estudiante, los penitenciarios buscan ascender profesional y laboralmente. Eso implica además de mejorar su situación salarial y las condiciones de trabajo, ocupar un lugar de mayor jerarquía y status dentro la fuerza.

 

Con matices, centro universitario e institución carcelaria comparten un objetivo de formación y transformación. Aún así quienes participan y trabajan en ambos espacios coinciden en que el aprendizaje es constante y dinámico, que en el día a día aparecen tensiones y dificultades. La actual directora de CUSAM, Natalia Ojeda, explica que lo más complicado de la gestión cotidiana es poner en diálogo dos instituciones con lógicas distintas: que el servicio pueda entender una lógica tan diferente como la universitaria y al revés.

 

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El barrio, la cárcel, la universidad

 

La cárcel bonaerense de máxima seguridad fue construida sobre el relleno sanitario del CEAMSE, al lado de donde sucedieron los fusilamientos de José León Suárez que Rodolfo Walsh narró en Operación Masacre. Este enraizamiento en territorio marcó al CUSAM desde su gestación, debido a su potencia para subvertir la clásica dicotomía entre el adentro y el afuera de la prisión y a la forma de construcción política.

 

Además del contexto social y político post crisis 2001, los vínculos personales entre directivos del penal, referentes de organizaciones sociales de los barrios circundantes y autoridades de la universidad posibilitaron la creación del CUSAM. Los primeros intercambios entre el servicio penitenciario y el territorio surgieron de una demanda de los familiares detenidos. Querían hacer un piquete porque el agua del penal estaba contaminada. Lalo Paret, de la Cooperativa Bella Flor, medió con Eduardo Sciutto, el director de la Unidad 48.

 

La situación se resolvió con un acuerdo: los internos le canjearon a la cooperativa bidones de agua por tarjetas de teléfono. Los bidones, junto con lavandina y colchones estaban guardados en un depósito, donde pocos meses después empezaría a funcionar el primer espacio del CUSAM. Cuando el intercambio estuvo en riesgo por la posibilidad de que el servicio penitenciario convirtiera el depósito en sala de visita, algunos de los detenidos propusieron hacer una biblioteca. Los cirujas de José León Suárez organizados en la Cooperativa Bella Flor donaron los primeros libros, los sacaban de la quema del CEAMSE, donde se destinan los residuos de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano. Luego allí empezó a funcionar un taller de computación: “primero trajeron los libros, después las máquinas”, como dice Lalo.

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Además de las organizaciones sociales, las autoridades de la UNSAM y del Servicio Penitenciario Bonaerense, el primer grupo de estudiantes detenidos jugó un papel central en la creación del CUSAM. Participaron de asambleas, reuniones y debates iniciales, adecuaron y restauraron el espacio físico para estudiar y movilizaron a otros compañeros a acercarse a la universidad. Su peso simbólico dentro de los pabellones animó a los demás a interesarse por el ámbito universitario, que se presentaba en una primera instancia como impropio y distante. En este primer grupo se cruzaron jóvenes como Hugo Waldemar Cubilla, fundador y director de la Biblioteca Popular La Cárcova, con referentes de más edad como Mosquito y Cebolla, quienes ya traían consigo una experiencia de militancia sindical.

 

Fue así como el primer grupo de estudiantes, el espíritu de asamblea y las reuniones, los primeros libros de la quema, los presos y compañeros “gorras”, las negociaciones entre la universidad y el SPB, la sociología reflexiva, la formación artística sentaron las bases de una construcción y aprendizaje colectivo, que después de diez años sigue apostando por la educación, en tanto derecho humano, pero también en cuanto inclusión de una población del conurbano norte que ha padecido los efectos de la exclusión social, producto de las políticas neoliberales. “Sin berretines, amigo”, anuncia la entrada al Centro Universitario de San Martín. En ese cartel está la universidad, la cárcel y el barrio, en su lenguaje pero al mismo tiempo negando los códigos tumberos. Para Carlos Greco, actual rector de la UNSAM, “el CUSAM es una propuesta innovadora: un proyecto que busca transformar la sociedad y generar conocimiento a partir de la experiencia del intercambio de saberes”. En ese camino de transformación institucional, barrial, universitaria y subjetiva, contradictoria y no lineal, CUSAM sigue haciendo historia y enfrentando nuevos desafíos.