Ensayo

China, la ruta de la seda y la cooperación internacional


Digital, verde y sanitaria: promesas de una invitación

La política argentina mira dos horizontes al mismo tiempo: cuenta con el apoyo de Estados Unidos para negociar con el FMI y dialoga con China sobre el ingreso a la Nueva Ruta de la Seda. Pros y contras de saltar a un modelo de cooperación internacional que es el corazón de la disputa por la hegemonía global.

Mucho se ha hablado en estas semanas de la adhesión de la República Argentina a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), conocida popularmente como Nueva Ruta de la Seda. La escasez de información sobre el articulado del Memorándum de Entendimiento sumada a la proliferación de advertencias sobre las amenazas de la incorporación de nuestro país a la Iniciativa, hicieron que el comentario en cualquier conversación casual sobre el tema sea: ¿Qué beneficios y qué desventajas nos acarrea? 

Proyecto estrella y carta de presentación del actual presidente chino Xi Jinping, su primera mención aparece en un discurso en Kazajstán en el año 2013, cuando el mandatario asiático propuso crear una serie de corredores económicos que emularan la milenaria Ruta de la Seda, principal vía de intercambio de mercancías, adelantos tecnológicos e información entre China y Europa durante de más de dos mil años. Su punto de partida no es en Xi'an, antigua capital imperial, sino en Beijing, donde se inician las franjas o rutas que extienden los vínculos e intercambios de China con el mundo.

La Nueva Ruta de la Seda de Xi Jinping terminó de tomar forma en 2015, cuando la Oficina de Información de China presentó un documento especificando los objetivos y los alcances de la propuesta. En 2017, el gobierno chino convocó al primer Foro de la Franja y la Ruta para la Cooperación Internacional, donde participaron 28 presidentes y primeros ministros (entre ellos, Mauricio Macri) y representantes de más de 130 países y 70 organizaciones internacionales. En ese mismo Foro se anunció la creación de un Fondo de Inversión de 40 mil millones de dólares para proyectos de la Franja y la Ruta.

De ese tiempo a esta parte, la Iniciativa fue ganando aceptación internacional, y hoy comprende a 146 países, es decir, el 74% de los reconocidos por las Naciones Unidas. Entre ellos hay 29 europeos, 42 asiáticos, 45 africanos, 10 de Oceanía y 20 de América Latina y el Caribe. Según datos del Ministerio de Comercio de China, la inversión no financiera destinada a proyectos de infraestructura de la IFR ya suma 112.480 millones de dólares desde 2015, mientras que el Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura ha destinado más de 25 mil millones de dólares a proyectos en países miembros de la Ruta de la Seda.

El objetivo del proyecto sería construir una comunidad de destino compartido para la humanidad, en la cual la conectividad (en sus distintas dimensiones) juega un rol clave. Originalmente la Nueva Ruta de la Seda se componía de 6 corredores terrestres (que unían China con Asia Central, el Sudeste Asiático, Pakistán, Mongolia-Rusia y Europa Occidental) y una Ruta Marítima que conectaba más de 25 puertos alrededor del mundo. Hoy, el concepto de “Ruta de la Seda” se amplió hasta abarcar dimensiones de la conectividad no necesariamente física: por eso se habla de una Ruta de la Seda Digital, una Ruta de la Seda Verde, una Ruta de la Seda de la Salud, entre otras alternativas. La “Nueva Ruta de la Seda” no es una propuesta acabada, sino que se modifica en función de los países que se suman a integrar y a las dimensiones de cooperación que son resultado de los acuerdos firmados entre las partes. 

Sin embargo, esta iniciativa no está exenta de resistencias. De hecho, siete de las diez economías más grandes del mundo (Estados Unidos, Japón, India, Alemania, Gran Bretaña, Francia y Canadá) se niegan a sumarse. En nuestra región, grandes economías como Brasil, México y Colombia tampoco se han sumado. Participar en la IFR implica participar de las pujas de poder que hoy existen a nivel internacional, ya que su propuesta entra en competencia con otras instituciones y formatos de cooperación que se hicieron legítimos luego de la segunda guerra mundial y la caída del Muro de Berlín.

Durante miles de años, China fue hogar de grandes obras de infraestructura en la antigüedad, como la famosa Muralla China y, menos conocida en Occidente, el Gran Canal, que abastecía a Beijing de productos y bienes provenientes del sur rico del país. En el último tiempo, la presa de las Tres Gargantas (la planta hidroeléctrica más grande del mundo, una impresionante obra de ingeniería de 27 millones de metros cúbicos de concreto) permitió reducir inundaciones y generar energía para gran parte del país. Dentro de este grupo de grandes proyectos podemos incluir al ferrocarril que une la ciudad de Yiwu (a 280 km de Shanghai) con Madrid y Londres en Europa. Este ferrocarril ha sido denominado “puente terrestre euroasiático”, y comenzó a construirse en 2013 como una de las obras de la Nueva Ruta de la Seda. Es la infraestructura de transporte más larga del mundo: tiene 13.052 km de extensión, atraviesa diez países y completa un 32,5% del perímetro total del planeta, que se cubren en 16 días. Esta obra de escala china es uno de los íconos de este proyecto que busca promover y liderar la comunicación, el comercio y el intercambio entre países.

Luego de casi una década de presentada esta iniciativa, aparecen en nuestras latitudes proyectos como el Paso Internacional de San Francisco, conectando a través de Catamarca y Atacama a la Argentina con el Asia-Pacífico. Este tipo de corredores terrestres bioceánicos ayudarían a acelerar los tiempos en el comercio internacional, además de abaratar costos. América Latina hoy constituye sólo el 8% del total mundial de fletes marítimos, lo que hace que en contextos de crisis (como el desatado por la pandemia de Covid-19) el transporte de flete tenga un importante aumento de costos, aumentando con eso la crisis inflacionaria en el país y el desabastecimiento de insumos en diversos sectores.

China es el país más poblado del mundo, se propuso erradicar la pobreza extrema (lo que hace que su población aumente su demanda de alimentos), cuenta con una pujante clase media en expansión, pero sólo tiene un 12% de su tierra cultivable:  necesita importar el alimento que consume. Algo similar sucede con la energía: China es el segundo consumidor de petróleo a nivel global, pero ocupa el n°14 en el ranking de países con reservas de este recurso, lo que hace que también tenga que importarlo. Argentina, por su parte, es un país rico en recursos, una bioeconomía con grandes oportunidades en la explotación agroganadera a partir de su extenso en territorio sumamente vasto en tierras cultivables. El desarrollo de una oferta exportable y de capacidades infraestructurales de exportación que permitan aprovechar esta situación de complementariedad requerirá de una mejor conectividad interna y externa.

Sin embargo, también se hace necesario incursionar en otros acuerdos que promuevan el desarrollo endógeno, la transferencia tecnológica y la complejización de nuestras exportaciones. En este marco se inscriben proyectos que van desde las energías renovables, la construcción de viviendas, fábricas de autos eléctricos, acuerdos en materia de telecomunicaciones, etc.

¿Qué beneficios y qué desventajas nos acarrea? Al contrario de lo que se rumoreó en estos días, la IFR no es vinculante ni compromete a China a adjudicar una cantidad de dinero para obras. De hecho, la IFR es presentada como una comunidad de naciones que se comprometen a cooperar siguiendo parámetros específicos de relación bilateral y multilateral. La propuesta se define como una iniciativa que surge desde China para aumentar la conectividad física y social en un contexto de fuertes tensiones en el tablero global, a partir de la construcción de proyectos de infraestructura (entre otros proyectos) propuestos por los países firmantes y financiados (en gran parte) por Bancos chinos, como el Banco del Pueblo de China, el Industrial & Commercial Bank of China (ICBC), el China Construction Bank y el Export-Import Bank of China.

La participación de los países en la Iniciativa implica un mayor respaldo político y de participación vía canales bilaterales para posicionar obras de interés nacional y conseguir los fondos para llevarlas a cabo. En los últimos años, la mayor parte de los proyectos se centraron en las energías renovables (eólica, solar, hidroeléctrica), conectividad física (ferrocarriles, carreteras, puentes) así como también acuerdos en materia educativa, sanitaria y cultural. Por su parte, han ido perdiendo lugar proyectos de infraestructura vinculados con las energías no renovables, en sintonía con el objetivo planteado por el gobierno chino de alcanzar el pico máximo de emisiones de carbono para 2030 y la neutralidad de carbono para 2060.

China es una realidad cada vez más presente en nuestros espacios empresariales y políticos, con quien es importante aprender a trabajar y a su vez fortalecer las instituciones y espacios que piensen y trabajen a diario en el largo plazo de la relación. En el contexto de los 50 años de relaciones diplomáticas entre Argentina y China, será vital entender hacia dónde y en qué términos llevaremos la relación con este importante socio.