Ensayo

La política nacional se irradia desde el AMBA


Dios atiende en Buenos Aires

El próximo presidente, una vez más y como pasó casi siempre, será del AMBA. Un sentimiento anti-porteño y anti-centralista puede estar arraigado en las provincias y parece una buena apuesta electoral pero queda diluido frente a la influencia que tiene Buenos Aires sobre la política que se juega a escala nacional. Milei y Massa son opuestos en casi todo pero tienen algo en común: son fruto de las jerarquías simbólicas de la geografía política argentina.

En uno de sus últimos spots de campaña, antes de la estrepitosa derrota del 22 de octubre, la candidata a presidenta por Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich, sacó a jugar a la cancha a los gobernadores que pertenecen a la coalición de centroderecha. En videos que parecían selfies grabadas con un celular, hablaban en pocos segundos el correntino Gustavo Valdés, el chaqueño Leandro Zdero, el chubutense Ignacio Torres, el mendocino Alfredo Cornejo, el puntano Claudio Poggi, el jujeño Carlos Sadir, el sanjuanino Marcelo Orrego, el santafesino Maximiliano Pullaro. Y también los candidatos Rogelio Frigerio, que finalmente se impuso en Entre Ríos, y Jorge Macri, en la ciudad de Buenos Aires. Cerraba una placa: “+ de 10 gobernadores, más de 500 intendentes, una oportunidad histórica para cambiar el país para siempre”. No pudo ser: en la elección presidencial perdieron en todas las provincias que gobiernan. En la mayoría se impuso Javier Milei, pero también en unas pocas, como Corrientes y Entre Ríos, lo hizo Sergio Massa. Un solo reducto se mantiene monocromáticamente amarillo: la ciudad de Buenos Aires, la única jurisdicción en la que ganó Bullrich. Quedó claro, una vez más, que la política nacional tiene una lógica que no replica la provincial. 

Lo que ocurre a nivel país no se puede pensar como una suma de lo que sucede a nivel sub-nacional. Son escalas distintas en la que las disputas siguen su propia naturaleza. Se ponen un juego distintas destrezas y recursos políticos, las bases de las dinámicas partidarias y de los liderazgos tienen fundamentos diferentes, cambian las formas de apelar al electorado, el rol de los medios de comunicación y de las redes sociales se intensifica. En Argentina, cuando lo que está en juego es el destino del gobierno nacional, las elecciones son ambacéntricas. Y esto por dos motivos. Uno, el más evidente, es el cuantitativo. Un tercio de los electores se concentran en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Pero hay otro, igualmente significativo, que es cualitativo. La política nacional se irradia desde Buenos Aires hacia el resto del país. Y esto no es solo por ser la Capital Federal en un sentido administrativo, sino por ser la capital en un sentido simbólico.

En Argentina, cuando lo que está en juego es el destino del gobierno nacional, las elecciones son ambacéntricas.

El geógrafo Claude Raffestin plantea que los símbolos y mitos asociados al territorio configuran una idea de nación, que construye una jerarquía desigual entre las distintas partes integrantes. La capital es la cabeza, asociada con las funciones de autoridad y, por ende, poder. En épocas de reyes, esta cabeza era una persona y no una ciudad. Y, aun cuando en la actualidad asociamos la capital a la ciudad, no debemos olvidar que allí se condensa una jerarquía que ubica el poder en un centro y ordena desde allí las relaciones entre las partes que componen la unidad nacional. La comunicación es rápida y fluida desde el centro hacia los márgenes, mientras que, por el contrario, la que proviene de la periferia se torna difusa.

Hay distintos tipos de ciudades capitales. En pocos casos se condensa el poder político, económico y cultural que tiene Buenos Aires en nuestro país. Podríamos decir que si bien la capital, en el sentido jurídico, se circunscribe a los límites de la Ciudad de Buenos Aires, en términos simbólicos, se constituye sobre el AMBA. La gran mayoría de los presidentes argentinos electos a través del voto, aun en contextos de elecciones amañadas, producto del fraude electoral o de la proscripción política, tuvieron una estrecha relación con esta región del país. Entre 1880 y 2019, veinte individuos ganaron las veintiséis elecciones presidenciales. Entre quienes alcanzaron el sillón de Rivadavia por esa vía, siete fueron porteños (Luis Sáenz Peña, Quintana, Roque Sáenz Peña, Yrigoyen, Alvear, Ortiz y Alberto Fernández) y seis bonaerenses (Perón, Illia, Cámpora, Alfonsín, Fernández de Kirchner y Macri). Hubo solo dos cordobeses (Juárez Celman y de la Rúa), un tucumano (Roca), un entrerriano (Justo), un correntino (Frondizi), un riojano (Menem) y un santacruceño (Kirchner). Pero, más allá de dónde habían nacido, lo más relevante es que dieciocho habían tenido un vínculo previo con Buenos Aires, ya sea por residencia permanente o un paso por estudio, trabajo o por el ejercicio de un cargo político ejecutivo o legislativo nacional. Antes de ser electos mandatarios, doce fueron diputados nacionales, cinco senadores y nueve ministros o secretarios de Estado. 

Las dos excepciones de presidentes que accedieron directamente a gobernar la Nación desde provincias periféricas sin un paso previo por Buenos Aires por residencia o cargo público corresponden al período democrático posterior a 1983: Carlos Menem y Néstor Kirchner, gobernadores peronistas que lograron saltar directamente desde La Rioja y Santa Cruz, respectivamente, a gobernar la Nación sin escalas. Menem era una figura carismática que logró vencer en la interna peronista de 1988 al gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Antonio Cafiero. Para lograr este resultado sorpresivo, fue vital el acuerdo que estableció con el entonces intendente de Lomas de Zamora, Eduardo Duhalde, que le permitió imponerse en el populoso territorio del conurbano bonaerense. Kirchner era un gobernador crítico del gobierno menemista, que logró instalarse como candidato peronista en medio de la gran crisis política posterior a 2001, y luego de la negativa a postularse de otras figuras más conocidas en el ámbito nacional. Por entonces Duhalde era el presidente en ejercicio y presentaba al santacruceño como su delfín político.

Las dos excepciones de presidentes que accedieron directamente a gobernar la Nación desde provincias periféricas sin un paso previo por Buenos Aires fueron Carlos Menem y Néstor Kirchner (...) Fue vital Eduardo Duhalde.

Aun cuando provinieran de provincias periféricas, ni Menem ni Kirchner hicieron campaña azuzando el viejo clivaje Buenos Aires-interior. Esta fue una de las postales novedosas de estas elecciones, con la candidatura de Juan Schiaretti, que el domingo alcanzó el 6,8% de los votos. Más allá de no haber accedido al balotaje, la candidatura del ex gobernador de Córdoba posicionó al “cordobesismo”, por primera vez, en una elección nacional y logró que las declaraciones de sus principales dirigentes tuvieran una mayor difusión en los medios nacionales, amplificando la crítica cordobesa al modo en que desde Buenos Aires se gobierna al interior. El gobernador electo de Córdoba, Martín Llaryora, popularizó, en su discurso victorioso del domingo 25 de junio, uno de los términos políticos del año, los “pituquitos de Recoleta”, para referirse a los políticos porteños que “vienen a enseñarte qué tenés que hacer, a darte clase de lo que tenemos que hacer, con un nivel muy agrandado, ¿viste?”. 

El propio Schiaretti, en su discurso de cierre de campaña, criticó que tanto los gobiernos kirchneristas como el macrista fracasaron “porque solo gobernaron mirando, parándose y para los habitantes de la República del AMBA, el Área Metropolitana de Buenos Aires”. Jugando de local en su provincia, proclamó que “somos la única fórmula que no es de la República del AMBA, sino de toda la Argentina, porque venimos del interior profundo de la patria. Eso somos Florencio Randazzo y yo”. Claro que, más allá de su cordobesismo a flor de piel, Schiaretti también tuvo un paso previo por la política nacional con centro en Buenos Aires: ya fue tres veces diputado nacional por Córdoba, y tuvo cargos nacionales en el gobierno de Menem. 

La candidatura de Schiaretti tuvo cierto éxito: alcanzó casi el 30% de los votos en Córdoba, que le permitieron obtener 3 de las 9 bancas de diputados nacionales en juego, y se posicionó como una fuerza relevante que cotiza alto de cara al balotaje. Sin embargo, un posicionamiento tan localista muestra los límites de la construcción de una candidatura a escala nacional, en el marco de las dinámicas de la política argentina. El sentimiento anti-porteño y anti-centralista puede ser una buena apuesta para posicionarse en el campo político provincial. Pero parece tener un techo bajo en una elección general, en la que un tercio de los electores viven en el AMBA y en la que la política nacional se juega en un plano que es muy diferente al de la política sub-nacional. 

Las lecturas de las dinámicas electorales en clave territorial también estuvieron a la orden del día luego de la muy buena performance de Milei en las elecciones PASO de agosto pasado. En su figura algunos analistas creyeron ver por entonces una reactualización del viejo clivaje Buenos Aires-interior. Ante lo que fue una sorpresiva victoria del libertario en 16 provincias, el politólogo Andrés Malamud sugirió que Milei representaba “el rugido inesperado del interior sublevado”. El modo en que se modificó el voto desde las PASO a las generales no parece indicar que por entonces el motivo del voto a Milei haya sido un sentimiento anti-porteño sino un llamado de atención al peronismo. De las 16 jurisdicciones en las que había ganado, el candidato libertario perdió 6, y de las 3 que había ganado Juntos por el Cambio, perdió 2. En la vereda opuesta, Unión por la Patria pasó de 5 distritos victoriosos a 13. 

El sentimiento anti-centralista puede estar arraigado en las provincias pero éste queda diluido frente al poder que tiene Buenos Aires de configurar la política que se juega a escala nacional. El próximo presidente, como la gran mayoría de los que lo precedieron, será de la República del AMBA. De un lado, Sergio Massa, nacido en San Martín, que se recibió de abogado en la Universidad de Belgrano, fue intendente de Tigre y ocupó un sinfín de cargos ejecutivos y legislativos a nivel nacional.  Del otro, Javier Milei, palermitano de nacimiento, que realizó sus estudios en el Colegio Cardenal Copello, en Villa Devoto y se recibió de economista en la misma universidad. 

Los candidatos que se disputarán la presidencia el 19 de noviembre son muy distintos y representan dos modelos de país antagónicos. Massa es un político de raza, peronista, que ocupó cargos públicos en forma casi ininterrumpida desde la década del ’90 y realizó el cursus honorum de la política que lo depositó ante el objetivo que anheló toda su vida: alcanzar el bastón presidencial. Milei es un outsider sin participación política previa que se instaló rápidamente como figura pública desde los paneles de los canales de televisión porteños. Es un influencer político de derecha, que pregona como nuevas viejas ideas del neoliberalismo. Si en casi todo son opuestos, tienen algo en común. Ambos son fruto de las jerarquías simbólicas de la geografía política argentina: políticos del AMBA que monopolizan el juego partidario nacional y que se calzarán, una vez más y como pasó casi siempre en nuestro país, la banda presidencial.