Ensayo

Discursos de odio. Una alarma para la vida democrática


Volver a la sociología

En las democracias contemporáneas, los mismos medios que conectan y facilitan la circulación de información en el espacio público alientan, voluntaria o involuntariamente, una lucrativa industria del odio social que corroe la vida en común. “Discursos de odio. Una alarma para la vida democrática”, tercer título de la colección Futuro Anfibio (UNSAM Edita), dirigida por Leila Mesyngier, reúne una serie de ensayos que con agudeza crítica analizan la creciente difusión de estos discursos en la Argentina. En el prólogo, Mario Greco invita a volver a la sociología para estudiar las condiciones por las que una sociedad se vuelve proclive a la expulsión de inmigrantes, al castigo de los pobres o a la denigración de las mujeres.

Hace quince años se publicaba en Francia un texto fundamental de la sociología contemporánea, Regreso a Reims, de Didier Eribon. Testimonio de un ensayo novedoso, cuyo resultado es un género que podríamos llamar autoanálisis sociológico, la autobiografía de Eribon permite una serie de conclusiones. La primera de ellas: en un tiempo de relativa hegemonía disciplinaria narrativa de la historia y la politología en el campo de las ciencias humanas y sociales, la máquina de lectura del presente que propone la perspectiva sociológica está injustamente desplazada del centro de la analítica contemporánea. Y apelo a la injusticia porque, sin duda, ese fenómeno de secundarización de la mirada sociológica es consistente con procesos que son externalidades de esta etapa de la mundialización capitalista de predominio financiero.

Sociedades más desiguales, más precarizadas, con horizontes más inciertos, que asisten a una dinámica de aceleración de desarrollos poshumanistas encarnados en la tecnología del momento –la inteligencia artificial–, luego de que una primera falla sistémica global obligara al 80% de la población mundial a aislarse. Dicho de otra manera: la consolidación del capitalismo financiarizado global ocurrió de manera concomitante con el triunfo de una cultura neoliberal, que ha sido muy efectiva en la cristalización ideológica de la subjetividad de muchos colectivos otrora interpelados por corrientes políticas de lo que se sigue llamando la “izquierda”.

La máquina de lectura del presente que propone la perspectiva sociológica está injustamente desplazada del centro de la analítica contemporánea.

Allí reside uno de los méritos del texto de Eribon, incluso por la evidencia de su subtexto. Podríamos decir que su tesis es que el ocaso de la cosmovisión comunista en el caso francés, no solo fue resultado de la crisis del estalinismo en su forma-partido de la Europa occidental, sino también de la incapacidad de esa izquierda para acompañar los procesos sociales de demanda de reconocimiento de nuevos colectivos y nuevas subjetividades objeto de opresiones distintas a las de la contradicción primordial. Al mismo tiempo, un “nuevo espíritu del capitalismo” vino de la mano de una crítica al marxismo, cuyas consecuencias convergerían con buena parte del arsenal argumentativo con el que se presentaría esta nueva etapa de la globalización e inicio de un proceso persistente de desmantelamiento del estado de bienestar: apología de la fragmentación, de la diferenciación y la incertidumbre, del emprendedorismo y la horizontalidad, y por lo tanto, crítica implícita a toda forma de poder estatal.

Fueron los tiempos en los que el fin de la historia se enamoró de la biopolítica y los autonomismos, de las “primaveras” por venir. No obstante, y mucho antes de la notable tarea de Piketty, fue Harry Cleaver, en su texto Una lectura política de El Capital (1985), de fines de la década de 1970, quien propuso una relectura del texto fundamental de Marx, para comprender las distintas derivas de la conflictividad de las relaciones sociales. Ninguno de esos intentos teóricos logró torcer un proceso que se profundizó a partir de la crisis financiera global del 2008. En cualquier caso, el libro de Eribon vuelve sobre lo crucial del aporte de la lectura que nos propone la sociología. Sociólogo y filósofo, heredero de Michel Foucault y de Pierre Bourdieu, pero también de Annie Ernaux, Eribon retomó, en sus últimos libros, los temas clásicos de la disciplina, impulsado por la verificación preocupante de la emergencia de una sintonía creciente entre clases populares y derecha radical en Francia. Se desentiende de cualquier intento de oponer “el cambio o la “capacidad de acción” (agency) a los determinismos y la fuerza autorreproductiva del orden social y de las normas sexuales, o un pensamiento de la “libertad” a un pensamiento de la “reproducción”, ya  que  estas  dimensiones  están  inextricablemente enlazadas y relacionalmente imbricadas” (Eribon, 2015: 233).

Su propuesta de una sociología reflexiva pondrá el foco en asumir que no hace falta negar ninguna determinación para comprender los cambios que se constatan en la dinámica de los grupos, los colectivos o las clases sociales; esto es, la sociedad puede ser entendida como veredicto, pero ese veredicto no es inalterable. ¿Por qué, entonces, formas de pensar y de actuar de distintos sectores de la sociedad en algún momento de su historia viran progresivamente y se asocian a ideas y prácticas autoritarias, hospedan con vértigo sentimientos de impugnación hacia otros grupos de congéneres y los convierten en objeto de sus discursos de odio, hasta el punto de devenir, potencialmente, en forma de materializar la eliminación de esos otros, incluso de un genocidio?

¿Por qué formas de pensar y de actuar de distintos sectores de la sociedad en algún momento de su historia viran progresivamente y se asocian a ideas y prácticas autoritarias?

Los interrogantes que Eribon formula en su libro –en clave de una epistemología de la sociología– brindan pistas para responder la pregunta. Su autobiografía describe una secuencia de extrañamiento y vergüenza de ese joven de familia proletaria que inicia su marcha hacia París para convertirse en un intelectual de izquierda. ¿Cuáles fueron los déficits de esa pléyade de analistas simbólicos constituida por la intelectualidad francesa –existencialistas primero, estructuralistas y antihumanistas luego, foucaultianos después, deconstructivistas un poco más tarde, y nuevos filósofos al fin– que impidieron comprender los murmullos y los silencios de la calle? No quiero soslayar la figura de Bourdieu y su “miseria del mundo”, pero los efectos políticos de toda una línea de pensamiento de esa intelectualidad fueron profundamente reaccionarios, de alguna manera contemporáneos de un proceso de adscripción creciente de una parte de la sociedad a discursos racistas, xenófobos y neoconservadores. Al fin y al cabo, la nouvelle droite, producto del Groupement de recherche et d’études pour la civilisation européenne e inspirada por Alain de Benoist, data del 1969 y se yergue sobre el aún cuerpo tibio del Mayo francés.

Para una sociología del autoritarismo social argentino

Buenos Aires y Argentina fueron durante varias décadas una referencia mundial en el ajedrez. Tanto que la ciudad de Buenos Aires albergó el célebre match por el campeonato mundial disputado entre Capablanca y Alekhine en 1927. Una década más tarde, también en Buenos Aires, tuvo lugar el VIII Torneo de las Naciones (1939), luego devenido Olimpíadas de Ajedrez, en el que el triunfo correspondió a Alemania –en ese entonces identificada con una bandera que llevaba la esvástica–, seguida por Polonia, con un jugador de origen judío que luego sería un gran maestro internacional, Miguel Najdorf. Hacia el final del campeonato, muchos jugadores decidieron no volver al Viejo Continente por el estallido de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la tragedia nazi, entre ellos la subcampeona mundial, la judeoalemana Sonja Graf, el propio Najdorf, Paul Michel y muchos más. La escena ajedrecística local se vio beneficiada por ese exilio, y la sociedad argentina profundizaba con él su perfil abierto construido bajo el mito del crisol de razas.

El proceso social que incitó la emergencia de una sociología argentina fue, sin duda, la constitución aluvional e inmigrante de una parte importante de nuestra población desde el último cuarto del siglo XIX hasta mediados del XX. Ese tópico, que a comienzos del siglo pasado se presentaba como el problema de la nacionalización de las masas, explica en parte que haya sido un italiano que escapó del fascismo el fundador de esa disciplina en nuestras tierras. En efecto, fue Gino Germani quien sentó las bases y desarrolló lo que podríamos denominar un campo disciplinario de formación académica y profesional, al tiempo que condujo los primeros grandes estudios sobre la estructura de la sociedad argentina. El tema de Germani será fundamentalmente la relación entre democracia y autoritarismo en contextos de modernización, y será el primero en medir el antisemitismo en la Argentina, lo que incluso le permitirá distinguir dos categorías sociológicas: el antisemitismo ideológico y el tradicional. Arrastrado por una falsa polémica de la década de 1970, centrada en la falta de conocimiento cabal de su producción intelectual que lo sindicaba como un pensador antiperonista, su obra debió aguardar el interés de nuevas generaciones de sociólogos argentinos, como Alejandro Blanco y Samuel Amaral, para encontrar el reconocimiento que merece.

Llama poderosamente la atención la inusitada actualidad que tiene, por ejemplo, el artículo de Germani (1979) que Delich compiló para el primer número de la revista Crítica y Utopía, “Democracia y autoritarismo en la sociedad moderna”. Probablemente, muchos de los interrogantes allí planteados sigan hoy abiertos. Será Pasquale Serra, un pensador italiano especialista en la historia del pensamiento político, alejado de las prácticas autocentradas de los historicismos intelectuales, conceptuales o globales, quien se transformará en el verdadero experto en la obra de Germani. Tres preocupaciones sociológicas comunes provocarán el encuentro de Serra con los textos del sociólogo italoargentino: el fracaso de la cultura popular de izquierda en la experiencia italiana, el comienzo de una larga crisis de representación en la democracia europea y la persistencia de la dimensión nacional-popular en la Argentina. Su contribución abre una secuencia que lo lleva desde la especificidad del peronismo a la renominación del populismo europeo como un verdadero fenómeno de radicalización de la derecha antidemocrática (Serra, 2019).

En la tradición germaniana –que en el propio derrotero intelectual de Germani incluyó lecturas de Freud, el marxismo clásico, Gramsci y la escuela de Frankfurt– podrían inscribirse los trabajos del Grupo de Estudios Críticos sobre Ideología y Democracia (GECID). Inició sus investigaciones en torno al autoritarismo social hace una década, alentado por una preocupación típicamente sociológica: la aparición de nuevas formas de autoritarismo expresadas en distintos registros contemporáneos de fenómenos de subjetivación asociados a este momento de expansión del ethos neoliberal. El grupo de sociólogos argentinos se formó en una tradición que reivindica la práctica teórica e inscribe buena parte de sus trabajos en una línea que va de Adorno a Menke, de Freud a Althusser, de Habermas a Grüner o de Benjamin a Horacio González, pero no reniega en absoluto de la escuela lazarsfeldiana a la hora de producir datos significativos para el análisis social. Por eso, muy prematuramente el grupo desplegó un trabajo de discusión teórica y un programa de investigación empírica cuanti y cualitativa para producir conocimiento sistemático sobre este objeto, respondiendo metodológicamente a las referencias y protocolos académicos internacionales. Hace casi cuatro años se constituyó en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismo (LEDA) con una parte importante de los investigadores del GECID. Desde ese momento, se realizaron encuestas de carácter nacional y metropolitano, trabajos cualitativos de grupos focales, entrevistas y la construcción de un índice. Todas herramientas de la sociología para escudriñar un fenómeno que configura una alarma para la vida democrática. La mayoría de los artículos compilados en este libro responden a un pedido de Revista Anfibia: publicar una serie de ensayos que, partiendo de consideraciones teóricas, pudieran ser leídos por audiencias masivas. Entre ellos se encuentran consideraciones teóricas, análisis e interpretaciones de materiales empíricos e intervenciones suscitadas por acontecimientos de la coyuntura. Todos son un claro ejemplo de la vocación de intervención pública que tiene el LEDA. Vocación recogida institucionalmente a la manera de una interpelación concreta: la creación de una red nacional de estudios y acciones contra los discursos de odio es un reflejo inmediato de esta pulsión.

Contra las interpretaciones veloces y simplistas que vuelven sobre antiguas tesis de la manipulación de las masas, estas investigaciones demuestran no solo la especificidad disciplinaria y teórica del objeto, sino la complejidad del fenómeno.

¿Acaso no estamos ante un desafío que pone a prueba el rol de una universidad pública y, más aún, el de los intelectuales y académicos? ¿Cuánto escapan instituciones y sujetos de esta neoliberalización de la vida? Allí radica el interés sociológico de unos estudios, y su comunicación pública correspondiente, centrados en un mapa ideológico de la sociedad argentina. La emergencia de los discursos de odio da cuenta de un tipo de subjetividad, un tipo de organización del sí mismo a partir de aquella lógica, un tipo de funcionalización y estereotipia de la personalidad y de un modo de hablar marcado por un alto impacto. Esta forma funcionalizada de la subjetividad es un signo natural de la derecha radical. Contra las interpretaciones veloces y simplistas que vuelven sobre antiguas tesis de la manipulación de las masas, estas investigaciones demuestran no solo la especificidad disciplinaria y teórica del objeto, sino la complejidad del fenómeno. Expresado a manera de ejercicio: no es en virtud de la emergencia de una operación conspirativa de políticos inescrupulosos, de ideólogos de las redes sociales y la deep web que de pronto la sociedad se hace proclive a la expulsión de inmigrantes, a la derogación de leyes que permiten el aborto seguro, al castigo de los pobres o a la denigración de las mujeres. Más bien diríamos que políticos, comunicadores y empresarios de redes son quienes se suman a esas corrientes que vienen consolidándose hace tiempo en un sector de la sociedad que ahora se siente más habilitada a expresar esa ideología, todo ello en un contexto de expansión y mutua reproducción.

La otra dimensión que está presente en este laboratorio es la que se refiere estrictamente a la democracia. Y el tratamiento de esa dimensión no se agota en la defensa tácita que implica la crítica al autoritarismo, es necesario profundizar una crítica de la democracia realmente existente. Como decía Mario Tronti (2021) hace unos meses en una conferencia pública, hay algo sobre la realización de la democracia que, como en el socialismo, se agota en su efectuación. Se trata, en su visión, de recomponerla a partir de desarrollar los elementos más olvidados de su etimología: un kratos en crisis –entendido como crisis de la soberanía, crisis del poder y la autoridad– y un demos (pueblo) cada vez menos incluido en un esquema que recupere el atributo deliberativo esencial del sistema.

En un extraordinario texto de la década de 1980, Guillermo O’Donnell (1997) daba cuenta de una investigación informal que había desarrollado en una visita casi clandestina cuando todavía promediaba la dictadura cívico-militar en nuestro país. De entre varias ideas allí planteadas, surgía la preocupante constatación de una disposición de buena parte de la sociedad a desplegar su propio sistema de patrullaje y delación, lo que de alguna manera avalaba la tesis de que, junto con la retracción social producida por el terrorismo estatal, la dictadura había encontrado una porción no menor de consenso social. El texto de O’Donnell usaba la temeraria figura de los kapos de los campos de concentración nazis, para ejemplificar con contundencia su hipótesis.

Micaela Cuesta, quien propició activamente el acercamiento del grupo que integra y que sería luego la base del LEDA en la UNSAM, me relató una vez la famosa frase de Walter Benjamin sobre la felicidad, contenida en el libro Calle de mano única: “Ser feliz significa el poder percibirse sin horror” (2010: 53). En una exposición de Paco Taibo en el teatro de la UNSAM, a propósito de su libro sobre el levantamiento del gueto de Varsovia, Sabemos cómo vamos a morir, le preguntamos por qué se había obsesionado con la historia de Mordejái Anielewicz, un adolescente judío, sionista y socialista. Fue el líder del levantamiento en 1943, organizó el grupo de combate y se rehusó a salir del gueto para integrarse a los grupos guerrilleros externos bajo el lema de que hasta ese momento los judíos sabían que iban a morir, pero a partir de entonces sabrían cómo iban a morir. Paco Taibo dijo que solo pensaba en que algunos jóvenes pudiesen leer esa historia con la ilusión de que allí donde hoy llevan la figura de Spiderman en su mochila, puedan cambiarla por la de otro héroe real: Mordejái. Fue con esa historia que pude entender el sentido de aquella frase de Benjamin.

En tiempos de algoritmización de las sociedades, de digitalización de la vida, ojalá las repeticiones en la historia solo admitan la forma paródica, porque, de lo contrario, nadie podrá garantizar los niveles elementales de solidaridad social, entendida, como lo quería Durkheim, a la manera de garantía de la existencia de una moral colectiva imprescindible para una forma democrática de vida.