En el patio de una escuela multigrado, sentados sobre sillas de plástico bajo un techo de zinc, la gente de Río Indio escucha a unos ingenieros que llegaron de la capital. Les cuentan lo que ya saben: el Canal de Panamá planea actualizar su infraestructura y necesita más agua. Entonces, la corporación ya diseñó la forma de generar esos nuevos cuerpos de agua. ¿Qué pensaron? Crear reservorios ubicados en el mismísimo suelo de esa escuela y de tantos otros espacios donde vive esa comunidad, de más de dos mil personas, desde hace generaciones. Es julio de 2025. El presidente panameño, José Raúl Mulino, acaba de participar de la Cumbre del Mercosur. Por primera vez, su país está incluido como aliado de esa red de cooperación latinoamericana. Mulino contó del proyecto de Río Indio y en nombre de la soberanía económica de la región, de la resiliencia hídrica y de la sustentabilidad energética pidió apoyo para que el plan sea exitoso y se resuelva lo antes posible, planeando iniciar las obras a principios del 2027. El Embalse Río Indio es el emblema de una serie de megaproyectos que buscan reposicionar la competitividad del paso interoceánico.
—Toda persona tiene derecho a la propiedad privada, correspondiente a las necesidades esenciales de una vida decorosa.
En la asamblea de la Coordinadora Campesina por la Vida contra los Embalses (CCCE) alguien lee en voz alta un folleto que cita leyes y estándares internacionales que harán posible su destierro. Todos se echan a reír. Se niegan a abandonar sus tierras. Uno de los líderes más jóvenes le cede la palabra a Carlos, quien llegó como estudiante de sociología hace ocho años a estas comunidades y hoy las acompaña como un aliado más. Los campesinos acuerdan volver a cerrar calles en señal de protesta. Carlos les “traduce” normas y códigos que aparecen en el folleto. Conoce la jerga y la letra chica: llegó a Río Indio como empleado del Canal para hacer los informes de impacto ambiental y gestionar por la licencia social. Pero se acercó tan genuinamente a la población que terminó renunciando a ese trabajo y compartiendo como uno más.


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Carlos sube al camión de campesinos donde cargan un cooler repleto de huesos de res. A esta hora de la madrugada, el asfalto es una cicatriz negra que cruza potreros, cultivos y bosques a orillas del Río Indio, unos 75 kilómetros al noroeste de la ciudad de Panamá. Carlos alza la voz y reza cuando se acercan a la calle que une tres comunidades, imaginando cómo antes del amanecer los que no quieren dejar estas tierras bajarán a cerrarla. Hace unos días el gobierno reprimió varias protestas en contra de reformas a la seguridad social, por lo que a Carlos le preocupa un choque con la policía.
Un rebaño de ganado blanco baja por una colina pegada a la calle. Al llegar a la intersección que conecta tres comunidades, Carlos ayuda a los campesinos a empujar un tronco de árbol sobre la autopista y a colgar pancartas de un extremo. Dicen: “No a los reservorios de Río Indio”. En los últimos días, hasta el obispo más poderoso de la región, Manuel Ochogavía, dijo públicamente que tenía miedo por cómo estaban militarizando esa zona del país.
—¡Cuatro mil seiscientas hectáreas de nuestras comunidades inundadas! —grita uno con las manos al aire, advirtiendo la extensión de un megaproyecto que dejará bajo agua casas, iglesias, escuelas, cementerios y campos y también los bosques que forman parte del Corredor Biológico Mesoamericano.


—Las 38 comunidades afectadas estamos en desacuerdo.
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El Canal de Panamá, la ruta comercial que conecta al mundo, parece quedarse sin agua. Desde 1914, la vía marítima por donde pasa un 6% del comercio global funciona a base de agua dulce. Cruceros, yates y buques de hasta 17 mil contenedores atraviesan este tajo continental por un sistema de esclusas que opera con ese recurso escaso. En un día, cruzan unos 35 barcos y cada tránsito utiliza 52 millones de galones de agua. Toda esa agua clave para el imperio logístico viene de lagos artificiales. Los estadounidenses construyeron el primero al represar el río Chagres, el mismo que navegaron los españoles durante la conquista. Pero este lago, el Gatún, produce también agua para la mitad de la población de Panamá, un país al que le cuesta distribuir el recurso. Por eso cuando en 2024 la escasez de lluvias obligó al Canal a restringir el paso de buques, ocasionando un atasco de 270 mil millones de dólares, se encendieron las alarmas.
Al tiempo que el Canal de Panamá busca ampliar sus recursos energéticos, la rivalidad entre Estados Unidos y China se recrudece. En 2024, China estrenó en Perú un megapuerto que compite directamente con el Canal. En 2025 el presidente Trump amenazó con “recuperar” la vía interoceánica porque China la estaba operando. Ese año un consorcio de inversionistas encabezado por BlackRock anunció la compra de los principales puertos del Canal de Panamá que pertenecían a una firma china. Panamá canceló su acuerdo económico de la Ruta de la Seda con el “gigante asiático”. El Departamento de Defensa de Estados Unidos ordenó un despliegue militar para proteger al Canal y contrarrestar “la influencia maligna de China”. En el lapso de un año, el Canal de Panamá pasó de enfrentar la sequía a tener que explicarle al mundo su neutralidad.
El Canal de Panamá bautizó el proyecto para encarar la sequía como “Agua del futuro”. Un plan que para 38 comunidades campesinas significa el destierro: hace 25 años se habló por primera vez del embalse en Río Indio, y el rechazo social fue rotundo.
Quienes administran el Canal de Panamá culpan de la falta de agua a la crisis climática. Algunos medios hablan de una sequía sin precedentes. Pero un análisis histórico de las lluvias del país asegura que “las condiciones secas no están fuera del rango razonable”. El antropólogo cultural Ashley Carse, autor del libro Beyond the Big Ditch: Politics, Ecology, and Infrastructure at the Panama Canal, propone que la sequía debe ser entendida como un “evento infraestructural”, es decir, no es solo falta de agua sino que es una crisis que nos obliga a reflexionar sobre cómo “la lluvia, los ríos, las instituciones y las ciudades panameñas están vinculadas al metabolismo del transporte y el comercio global”. Los científicos, por ejemplo, estudian cómo la ampliación del Canal en 2016 impactó en la función de sus reservas de agua dulce: la entrada de sal de los océanos está alterando la ecología de la vía. La propuesta para hacerle frente a todas estas presiones es construir una nueva fuente de agua. El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos —clave en la construcción del Canal y sus futuras soluciones de agua— estima que la solución de Río Indio traería 282 millones de dólares anuales en beneficios.
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El Canal de Panamá bautizó el proyecto para encarar la sequía como “Agua del futuro”. Un plan que para 38 comunidades campesinas significa el destierro. La idea es represar el Río Indio e inundar el área creando un embalse de 4,600 hectáreas para llevar el agua, por un tubo de nueve kilómetros, hacia el lago Gatún, la principal fuente del Canal. Pero a la Coordinadora Campesina por la Vida contra los Embalses el “agua del futuro” le recuerda al pasado: hace 25 años se habló por primera vez del embalse en Río Indio y el rechazo social fue rotundo. Hoy, los campesinos dicen que el 85 % de las 749 familias que serían afectadas por el proyecto “han manifestado su voluntad de rechazar el embalse”.


—La gente no pide cerrar la calle porque quiere. Pedimos que dejen libres nuestras tierras y nuestras aguas —dice, en esta nueva mañana de protesta, uno de los dirigentes campesinos, mientras busca leña para el sancocho comunal. —Eso no nos aparta de nuestro país: somos panameños. Pero tenemos 25 años de lucha y estamos abandonados.
Unos meses atrás, decenas de botes desfilaron por el Río Indio en rechazo al plan. Los campesinos cargaban banderas panameñas y pancartas que decían: “No a los reservorios de Río Indio”. La noticia le dio la vuelta al mundo y los campesinos buscaron ayuda internacional enviando una denuncia a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También presentaron una demanda ante la Corte Suprema panameña pidiendo frenar el proyecto por posibles violaciones a la constitución, incluyendo el “desconocimiento” de tratados internacionales y ambientales como el Acuerdo de Escazú, así como la falta de consulta previa a las comunidades. La Corte ha jugado un papel clave sobre las tierras del Río Indio. En 1999, cuando el canal pasaba a manos panameñas, la Corte aprobó los límites que incluían a Río Indio. Múltiples protestas campesinas obligaron a las autoridades a sacar en 2006 otra ley que modificaba esos límites dejando a Río Indio por fuera. Hoy, 25 años después, el Supremo declaró inconstitucional la ley de 2006 devolviendo al Canal las tierras de los campesinos.
—Podemos abrir cada dos horas durante 15 minutos para que circule la vía —negocian con unos policías que llegaron a vigilar el cierre de calle.
Un pantano de autos y camiones rodea la intersección de tres pueblos del Río Indio que los campesinos bloquean en señal de protesta. Un olor intenso a caldo se desprende desde un restaurante abandonado y Carlos sonríe, sin entender por qué los más viejos se acercan a los policías para invitarlos a almorzar. En medio de la tensión y los bocinazos de la fila de autos, Carlos mira cómo aparece la creatividad para la protesta social. Cualquier amenaza de violencia policial parece diluirse en ese plato hondo desechable.


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Carlos vive y trabaja como promotor social en la periferia de la ciudad de Panamá. Es robusto, más alto que el panameño promedio. Da la impresión de ser un aspirante a cura franciscano, quizás por su habitual paciencia, barba ligera y alopecia temprana. No sorprende que haya sido seminarista durante un tiempo en Nicaragua. Tampoco que haya vuelto a Panamá para estudiar sociología. Sus profesores lo recuerdan como alguien con vocación por la vida comunitaria, de los que más participaba en clase, con un interés genuino por el trabajo de campo. Cuando un profesor lo llamó en 2017 para ir a trabajar por primera vez a Río Indio —con la tranquilidad económica y el poder que da un trabajo en un proyecto del Canal de Panamá— no lo pensó dos veces.
La cuenca del Río Indio, donde viven trece mil campesinos, es conocida por su lucha en defensa de la tierra, pero hasta mediados del siglo pasado se sabía muy poco de ella. En 1950, la National Geographic y el Instituto Smithsonian anunciaron un reconocimiento arqueológico sin precedentes al oeste del Canal de Panamá, donde cruza el Río Indio, un lugar que los relatos oficiales describen como la “salvaje, exuberante y tropical cuenca hidrográfica del Atlántico”. “Desde la visita de Cristóbal Colón, en 1502, no se ha investigado casi nada sobre la región”, afirmaba la National Geographic Society, celebrando que la exploración iba a “llenar 449 años de vacío”. Entre los restos arqueológicos que se encontraron después hay semillas de palmeras carbonizadas que datan de unos 4000 a.C. , “la fecha más antigua para toda la vertiente Caribe de Panamá, que demuestra la antiquísima ocupación humana de los bosques húmedos del Atlántico”. En el período precolombino, el Río Indio dividía las poblaciones del Gran Coclé —donde se hablaban diferentes lenguas del grupo chibchense— del Gran Darién, donde hablaban la lengua de Cueva. Durante la colonia española sirvió como hito de la división política y algunos cronistas describen con asombro las papayas que crecían en el área, “tan grandes como ollas”. Quizás las mismas que Carlos observaba en los patios de las casas cuando llegó a Río Indio en 2017.
Carlos era uno de los sociólogos que estudiaba los acueductos rurales, contratado por el Canal de Panamá. Su misión: convencer a los campesinos de que el proyecto mejoraría su calidad de vida. Pero mientras más se adentraba en la cultura comunitaria, más lamentaba que ese entorno fuera a desaparecer.
Por todo ese bagaje cultural e histórico, no se descarta que los pueblos y los suelos que queden sumergidos en Río Indio sean ricos en restos arqueológicos. Poco antes de que el Canal de Panamá volviera a manos panameñas, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos hizo un viaje de reconocimiento a Río Indio para evaluar su potencial como futura fuente de agua. Allí, sobre los retazos del pasado del Istmo, vuelve a escribirse la historia de aquel puente que quiere seguir conectando el mundo.
Carlos era uno de los sociólogos que estudiaba los acueductos rurales. Estos estudios eran parte del Plan de seguridad hídrica 2015-2050 creado por el gobierno. Aunque ese mismo plan procura hacerle una mejora tangible a la calidad de agua de las comunidades campesinas, también contempla su desplazamiento. Aquellas mejoras generaron en algunos campesinos confianza en la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), algo que será clave para obtener la licencia social que requiere un proyecto como ese. Carlos tenía la misión de que los campesinos vean lo que hace el Canal de Panamá para las poblaciones que viven en la cuenca hidrográfica. Más de cincuenta hectáreas de reforestación en doce comunidades, cinco acueductos rurales, licitaciones de carreteras, caminos de movimiento agropecuario. O sea, que vean que el Canal quiere mejorar la calidad de vida de los campesinos. Pero no fue fácil. Sobre todo, porque desde que empezaron los rumores del destierro nadie sabe exactamente a dónde los llevarán. El Canal dice que ya tiene algunas zonas de reasentamiento preidentificadas en zonas cercanas al proyecto, aunque todo depende de la negociación con las comunidades. El costo del reservorio en Río Indio se estima en 1,600 millones de dólares. Unos 400 millones serán destinados al reasentamiento.
En su tiempo libre Carlos aprendía de la vida comunitaria en Río Indio, en aquel entonces una zona de difícil acceso y donde hasta ahora, cuatro de cada diez pobladores viven en la pobreza.“El Panamá profundo”, dice Carlos. Le sorprendía el pilón que compartían varias familias para descascarar el arroz de la cosecha. Los cultivos que se sembraban en tierras comunales. Le encantaba aprender sobre plantas medicinales, sombreros tejidos a mano y tubérculos raros como la papa de aire. Cuando terminaba su trabajo, algunos le insistían que se quedara a almorzar. Otros le regalaban un poco de plátano, café, arroz colorado. Carlos cruzaba montañas y quebradas en nombre del Canal, pero estiraba las horas lo más que podía para quedarse y tratar de comprender los saberes de la gente de campo.


Aquella vida rural en la cuenca del Río Indio, de la que había leído en trabajos de la antropóloga panameña Luz Graciela Joly, le parecía lejana a la academia y la ciudad que habitaba. Le intrigaban las maneras que tenía la gente de entender la naturaleza y la defensa de un territorio en disputa. Quería saber cómo se organizaban para manejar un recurso clave como lo es un acueducto rural. Cómo allí, donde el Canal quiere construir la solución a la sequía, hay escasez de agua. Mientras más se adentraba en los valles y montañas de Río Indio, más conciencia tomaba de que todo ese entorno estaba a punto de desaparecer.
—Sabemos que hay hermanos de la ACP (Autoridad del Canal de Panamá) sentados, escuchando la misa —pronunció un día un cura del pueblo durante su homilía, haciendo referencia a Carlos y los trabajadores del Canal. —Espero que Dios les toque sus conciencias y puedan ver lo bonito que se vive aquí.
Carlos escuchaba la narrativa del Canal, que decía querer hacerle el bien a las comunidades de Río Indio. “Pero cuando vas allá te das cuenta de la realidad”, dice. En 2017 el rumor de que volvían los planes de un embalse en Río Indio era noticia en todas las comunidades. El fantasma de 1999 aparecía otra vez para sembrar el terror.
—No es justo que la misma gente que viene a hacernos daño se quede en la casa de Dios —gritó una monja, un día que Carlos se quedó a dormir en la iglesia de Limón, como parte de su misión para el Canal. —Pero la casa de Dios es para todos.


Carlos no comprendía por qué las autoridades del Canal se preocupaban por la calidad del agua que llegaba a las comunidades al mismo tiempo que estudiaba cómo sacarlas de allí. Carlos empezó a participar en más eventos de la comunidad. Iba a las celebraciones de la palabra acompañando a los curas de pueblo en pueblo. Asistía a los funerales de las familias que ya lo conocían. Ayudaba en las fiestas patronales. Documentaba el encendido de velas en los cementerios en honor a los muertos a inicios de noviembre. Empezó a comparar las dinámicas de vida de los campesinos versus lo que él y la gente del Canal le decían a la comunidad. Y vio que la verdad en Río Indio tenía dos caras.
—Yo quería ver cuáles eran las verdades de la comunidad versus las verdades que nosotros le decíamos.
Después de trabajar por casi un año en Río Indio para el Canal de Panamá, Carlos se dio cuenta que su recorrido por las poblaciones le permitió crear metodologías de trabajo únicas, pero su conocimiento académico y técnico parecía superado por la realidad campesina. Era un punto de inflexión en el que sabía que debía soltar la mano del Canal y todo lo que representaba. ¿Estabilidad económica? ¿Experiencia para su perfil laboral? ¿Contactos? Cuando consiguió otra oferta de trabajo, esta vez como asesor de las organizaciones campesinas que se oponían al embalse en Río Indio, renunció al Canal.
Al tiempo que el Canal de Panamá busca ampliar sus recursos energéticos, la rivalidad entre Estados Unidos y China se recrudece. En 2024, China estrenó en Perú un megapuerto que compite directamente con el Canal.
En 2019 volvió a trabajar como investigador para el Canal de Panamá. Se encargó del levantamiento de información, cultura y visión de las comunidades, temas con los que estaba familiarizado pero esta vez con la intención de impulsar el conocimiento no solo para la corporación sino también para el mismo fortalecimiento de las comunidades y sus actores claves.
—Entras en un juego de doble sentido, estás trabajando para una entidad, pero al mismo tiempo usas todos los recursos que tiene la entidad para fortalecer otro movimiento en contra —dice Carlos.
Carlos había recopilado información precisa. Mapas, actas de reuniones, datos actualizados. En aquel entonces, por ejemplo, se dejó de hablar de un “embalse” y se le empezó a llamar al proyecto de Río Indio “reservorio multipropósito”. Esa información estaba disponible para el acceso público, pero los documentos usan una jerga técnica que para muchos suena ajeno. Carlos se convirtió así en una especie de espía, interpretaba las verdaderas intenciones de los estudios que se realizaban en el área. Monitoreo de la calidad del agua. Muestras de suelo. Inventarios de flora y fauna. Encuestas socioeconómicas. Dibujos técnicos de la presa y el lago artificial que dejarían los territorios sumergidos. Todo eso sirvió para acceder a una información más profunda y detallada de lo que se venía. El “Agua del futuro”. Para las comunidades de Río Indio, Carlos era un canal.
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Muy cerca del Río Indio, desde lo alto de un árbol de laurel, un centenar de orugas negras caen sobre la orilla. El Limón de Chagres es un valle verde rodeado de potreros y bosques montañosos con suelos de arcilla. El olor a leña quemada se desprende desde una pequeña colina donde espera Digna. Blusa turquesa. Falda negra. Botas de caucho y sombrero pintao.
—La Autoridad del Canal de Panamá es como una serpiente que va por el camino y te quiere picar—dice Digna. —Si estás atento y prevenido, no te va a ver. Pero si te descuidas...
Es la misma mujer que está al frente esta mañana de julio en el corte de los caminos. La presidenta de la Coordinadora Campesina por la Vida contra los Embalses había caminado durante horas por quebradas, valles y acantilados desde Los Uveros, la comunidad donde vive, hasta Limón —el primer pueblo a inundar—, donde se crió y donde sus padres ayudaron a construir la escuela a la que llegan los ingenieros del Canal para hablar con los campesinos. Muchos de los poblados de la cuenca del Río Indio no tienen vías asfaltadas como Limón, donde los campesinos toman el camión de la protesta. Por eso Digna y otros dirigentes sospechan de esa vía: la ruta hoy les sirve para vender sus cosechas, pero servirá también para traer la maquinaria pesada que construirá la presa.
—El diálogo se debe hacer con todas las comunidades afectadas, y deben estar los diputados, los representantes, los alcaldes, con las instituciones de gobierno cara a cara para ver qué es lo que se va a decidir en esto —propone Digna—. No es nada más que llegan a casa por casa, porque todo el mundo está con los ojos pelados esperando “ya, me van a pagar mañana mi plata y me voy”. Están vendando los ojos para que la gente diga sí al proyecto. ¿Y luego qué? Nada.
En julio, Panamá participó por primera vez de una Cumbre del Mercosur. Allí, el presidente contó del proyecto de Río Indio, y en nombre de la soberanía económica de la región, de la resiliencia hídrica y de la sustentabilidad energética pidió apoyo para que el plan sea exitoso y se resuelva lo antes posible.
En su tono se escucha la frustración de una dirigente que defiende su territorio desde que el Canal de Panamá pasó a manos panameñas en 1999. Que empezó en los movimientos sociales cuando era muy joven, aprendiendo de los abuelos y los dirigentes con más experiencia. Que marchó desde Río Indio hasta la ciudad y acampó frente a las oficinas del gobierno para pedir que frenen el embalse. Que habló en la Asamblea Nacional para exigir que se respeten los derechos de los campesinos y luego, afuera del edificio, ayudó a sembrar un árbol en señal de protesta. Que cargaba a su hijo en brazos cuando visitaba comunidades cercanas. Que vendía billetes de lotería para ganar algo de dinero. Que trabaja la tierra y el ganado junto a su esposo y sus hijos. Que de tanto luchar perdió un embarazo.
Carlos conoció a Digna cuando regresó a Río Indio con su nuevo trabajo, enfocado en ecología integral en la zona. Era 2018 y los campesinos escogieron como dirigente de la organización a Digna.
—Es una mujer muy arraigada a su tierra —dice Carlos, quien es padrino de uno de los nietos de la dirigente. —Ha crecido ahí, ha hecho su vida ahí y tiene un entendimiento del valor de la tierra que va más allá de lo que produce.
Digna y los campesinos proponen que el Canal de Panamá busque agua en otro proyecto, como el lago Bayano, pero el Canal dice que este tendría un impacto socioambiental diez veces mayor al de Río Indio. Una semana antes de la protesta, Digna asistió a un debate técnico que organizó la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos (SPIA). Entre las conclusiones, un ingeniero del Canal señaló que traer agua desde Bayano es más caro. Pero para los ingenieros de la SPIA esto es cierto solo si se compara el precio global. Bayano, en general, tiene más capacidad que el Río Indio, un río que en temporada lluviosa mide unos diez metros, pero en temporada seca sólo tres.
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Al día siguiente de la protesta, la Coordinadora Campesina vuelve a cerrar la intersección de los tres pueblos. Es una mañana con la humedad a tope. Jordan, otro ahijado de Carlos que vive con sus padres en este poblado central para el embalse de Río Indio, se pone sus botas de caucho pequeñas y mira al cielo.
—¿No tienes botas? —le pregunta Jordan a su padrino.
Van a visitar a su abuelo, Anastasio, dirigente de la Coordinadora Campesina por la Vida. Jordan tiene siete años, y conoce el camino y los animales que la alojan como la palma de su mano.
—Mira, ¡ese es un gavilán pollero!
De un brinco desaparece en medio de un follaje espeso, quebradas y barro. Se detiene en medio del trayecto mirando la copa de los árboles. Sube las colinas sin agitarse, como un guía experimentado que debe bajar el ritmo para esperar a los turistas ajenos al monte. Un guía que, además, solo con sentir la humedad, el cambio de dirección del viento y una leve variación de luz, sabía que en pocos minutos iba a llover.
Y llovió.
—Si el proyecto avanza, no imagino cómo será el futuro de mi ahijado. ¿Qué podría hacer en la ciudad? —dice Carlos.
De regreso a casa, Jordan le lee a su padrino la tarea en voz alta. Estudia en otro pueblo, en una escuela multigrado. Hace poco que empezó a leer. Mira bien las imágenes, pronuncia las sílabas y pregunta qué significa cada palabra. Desde la cocina, dentro de la casa de madera con techo de zinc que construyó su esposo, su madre ríe. Hay una palabra que Jordan escuchó varias veces y en varios lugares, pero no entiende el dibujo que muestra el libro ni por qué tiene una forma de agua.

—¿Qué es una presa? —grita.
*El nombre de Carlos fue cambiado.
Agradecimiento: esta crónica fue escrita bajo la mentoría de Sol Lauría.
