Ensayo

El acto de la CGT


Con lo que cuesta armar un full

El acto de la CGT fue una demostración de descontento que puso en el espacio público reclamos que habían sido tramitados, hasta aquel momento, en penumbras y semitonos. El paro sin fecha y el palco tomado dejó a los líderes de la central obrera en el círculo de dirigencias que se engañan a sí mismas y confunden masividad con un predominio total e inconmovible. La sociedad, escribe Pablo Semán, está dividida en cuatro cuartos. “Para transformar y dirigir la Argentina, en el sentido que sea, es necesario sumar mucho en tres de esos cuatro cuartos. Por ahora nadie lo está haciendo y el simulacro de representación es un peligro para todos”.

La concentración de trabajadores del 7/3 fue seguramente una de las manifestaciones sociales y políticas más masivas e importantes desde el retorno de la democracia: entre ellas los actos electorales de 1983, Semana Santa del 87, las marchas por la 125, el cacerolazo de 2012 y, más por lo que sintomatizó y catalizó que por los números números absolutos, el primer ni una menos. Y así como el cacerolazo de 2012 limó las aspiraciones del gobierno que poco antes había sido elegido con el 54% , la concentración de ayer habla de la grave y rápida erosión que vive el gobierno del 51%.  

La pluralidad de la concurrencia no solo era un dato de color: se hizo presente una parte importante de la variada geología que compone el amplísimo mundo de las clases trabajadoras. Mezclando deliberadamente categorías de organización colectiva, segmentos sociales y orientación política era posible observar:  grandes organizaciones sindicales con papel estratégico en la producción y sus trabajadores, pequeños sindicatos y seccionales que además de cambios en el estilo de la sindicalización reflejan modos de asociación entre gremialismo y territorio, grupos de trabajadores que se organizaron en los barrios y se hicieron presentes con un cartel mostrando que hasta la “espontaneidad” requiere un know how,  trabajadores de la economía informal que se hicieron presentes a través de un ramo denso de organizaciones sociales, trabajadores de las “clases medias”, organizaciones políticas opositoras, votantes del actual gobierno. La enumeración podría ser más amplia de haber podido recorrer toda la extensión de la concentración, pero este fragmento basta para dar cuenta de una cuestión que es central para la interpretación del hecho: la convocatoria de la CGT desbordó de tal manera sus expectativas que sólo un giro ágil y perspicaz en relación a las  propias capacidades, recursos y tradiciones de sus dirigentes le hubiera permitido  evitar el chubasco, no necesariamente resolver el mar de fondo  (se nos perdonará el hecho  de que todo lo que decimos en tono sentencioso es con el diario del lunes, pero  que  en todo caso sirva para la próxima).

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Pero por cómo se dieron las cosas, y a pesar de que la movilización alcanzo un grado de masividad que habla de los fuertes cuestionamientos de gran parte de la sociedad al gobierno, el acto de la CGT tiene un saldo transitoriamente beneficioso para el gobierno. Habiendo propuesto un combo de acto y paro, habiendo ratificado esa voluntad en los medios, habiendo desencadenado una convocatoria que con el correr de los días y los minutos superó toda expectativa y se articuló como demanda inequívoca de una huelga general, los dirigentes de la CGT se despacharon con un ahora, después, no sé, no quiero que produjo decepción, confusión y riña en todo el arco de oposición social y política.

Las formas siempre importan y no podría decirse que no llamaron a un paro: pero lo hicieron con tanta culpa, falta de convicción y con tanto corazón puesto en negociaciones de palacio que son estériles para sus representados que pareció que representaban más al gobierno que a la movilización que lo cuestionaba.

Lo que la parte opositora de la sociedad no podrá capitalizar por estos incidentes, intentará hacerlo tranquilamente el gobierno para minimizar el desgaste que sufrió en las últimas semanas. La vía es clarísima: la insistencia simplificadora y machacona en el demonio peronista, algo que encuentra en Fernando Iglesias -el Felipe Pigna del actual oficialismo- presente en todos los medios de comunicación, una vía de constitución insuperablemente eficaz y barata.

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El sedimento, aún en disputa, favorecería a la oposición: una demostración de fuerza y descontento que pone en el espacio público, y por eso fortalece, reclamos, que se basan en agravios y dolores tramitados hasta ahora en penumbras y semitonos. Este saldo final hará políticamente costosos los discursos deslegitimadores, los ninguneos, las declaraciones de disfuncionalidad que el gobierno reparte por doquier. Las discusiones que se están dando hoy mismo entre los sindicalistas muestran que a pesar del traspié todos son más o menos conscientes de las posibilidades de darle tersura al cierre del cierre y de las de reencauzar reclamos y aspiraciones. Tal vez esto permita salvar logros como lo ha sido el acuerdo que sellaron la CGT y la CTEP (Central de Trabajadores de la Economía Popular) que enmienda parcialmente toda una trayectoria de divorcio entre incluidos y excluidos en una sociedad dualizada.

La imagen del palco tomado daña letalmente al triunvirato y a pesar de que los ocupantes eran unos pocos cientos, esas imágenes tomaron el corazón de cientos de miles que son una realidad: la CGT ingresó de lleno al círculo de dirigencias que se engañan a sí mismas y confunden su masividad e influencia con un predominio total e inconmovible. Mientras hacen uso intensivo de su poder de negociación institucional y aprovechan las necesidades del gobierno para fortalecerse ignoran que luego de 30 años de democracia viven el influjo de un conjunto de rupturas acumuladas: centrales de trabajadores que paralelizan su influencia, crecimiento del activismo de izquierda partidaria e independiente y, sobre todo, de bases exigentes en los sindicatos que ellos mismos controlan, sospechas y recelos masivos hacia sus dirigentes. Todo esto sin contar el contingente de gremios importantes que el triunvirato de la CGT no controla: desde lo que está a su derecha, en manos del Momo Venegas hasta Corriente Federal de Trabajadores (CFT) en que pesan los bancarios y se encuentras los gráficos bonaerenses o los pilotos de aviación, pasando por el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA) conducidos por Omar Viviani (taxistas) y Sergio Sasia (ferroviarios).

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Soy de los primeros qué ante cualquier problema -desde el calor hasta la calidad de los programas televisivos- alza su voz para señalar la responsabilidad política del “cristinismo” en tanto tara de autocelebración permanente, barrabravismo mental y subestimación de errores y problemas. Pero ni a mí me da para tanto en este caso como si parece darles a algunos sindicalistas y analistas. Alguien podrá decir que los que ocuparon el palco y los que se conmovieron con ese hecho responden al “kichnerismo” y se equivocaría tres veces.

Primero porque los ocupantes representaban matices más plurales de la realidad: esos que la mirada cegetista encerrada sobre sí misma no registra y reflejan cambios en la estructura social, en la lógica de los agrupamientos sindicales y en la dispersión del monopolio de representación sindical que otrora ostentaba la CGT (Pablo Moyano insistió en esta opción, acudiendo a la misma astucia que recurrió Perón cuando acusó a los posadistas (a los posadistas!) de lo que sabía que habían hecho actores más significativos).

Segundo porque el cristinismo es más que ese conjunto de errores políticos que me obsesiono en señalar: es el nivel de exigencia de derechos de una generación que no tiene pisos tan bajos como las anteriores y reclama todo lo que su experiencia la habilita a reclamar. Más aún: ese influjo irradia influencia trans generacional y es parte de la conciencia política de los que ya eran viejos cuando el kirchnerismo comenzó.

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Tercero. Porque si en los recelos sobre la conducción de la CGT resuenan los de todos aquellos que la CGT no ve que no representa, ésta, al señalar “al cristinismo”, reacciona como la caricatura de los dirigentes que Gleyzer retrato en “los traidores”: si estos enfrentaban su imposibilidad de organizar y conducir sus propias bases con balbuceos torpes contra el sucio trapo rojo, los actuales conductores de la CGT encuadran el actual cuestionamiento como un manotazo de ahogado de La Cámpora (La Cámpora!) olvidándose del desgranamiento de representación y el desprestigio que los asiste.

Lo convocado por la CGT (la complejidad social invocada al principio), el kirchnerismo menguante que se enraíza entre esa geografía social y la “izquierda cultural urbana” (tal como lo describen algunos de sus defensores), las clases medias que, aparentemente, se construyen en la televisión como creyentes modelo de una  iglesia republicana y de los mecanismos del mercado, los beneficiarios más directos de las políticas del gobierno: estamos en una sociedad de cuatro cuartos fluctuantes y no necesariamente equivalentes en peso demográfico, social y económico y política que son interpelados por dos o tres grandes fuerzas que intentan representarlos.

Cada uno de esas cuartas partes se enamora de su masividad relativa espejada en sus burbujas territoriales, mediáticas y virtuales. Cada uno de esos cuartos, espoleados por las fuerzas que pretenden conducirlos, cree erróneamente que esa masa crítica le servirá constituir una hegemonía sobre los más próximos, por inercia, y luego, sobre los que logre alinear por la fuerza de los hechos, la propaganda, el disciplinamiento físico, las dinámicas de financiamiento-desfinancimiento. Este es el país en que cualquiera que alcanza el 25 % de los votos sueña con ser presidente y reelecto sumando al propio cuarto un 10% de aliados, forzando un 5%, truchando un 3%. 

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Para transformar y dirigir la Argentina, en el sentido que sea, es necesario sumar mucho en tres de esos cuatro cuartos. Por ahora nadie lo está haciendo y el simulacro de representación es un peligro para todos. Esta es una cuestión estructural que la CGT podría haber encaminado mejor, pero de todas maneras mal, sin saldo satisfactorio para nadie. El tiempo de lo social no es una fase que lleve teleológicamente al tiempo de lo político. Lo social no se resuelve en sí mismo: lo político intervendrá, siempre a destiempo, para atravesar y ordenar en conflictos más claros el magma movedizo de los cuatro cuartos.

Pido disculpas por culminar esto con una observación lateral, críptica, hegeliana y leninista. Cuando sea grande la escribiré con claridad, pero por ahora que sirva para poner en cuestión un lugar común que vuelve a nacer.  Reducir la cuestión al juego simple y emotivo de “con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza delos dirigentes” implica desde el vamos renunciar a la representación y privilegiar el “extremo”. Personalmente, no tengo nada en contra del anarquismo individualismo, de la preferencia por tensionar desde afuera o dar testimonio.  Política y analíticamente la verdad es otra: “lo real es lo real porque es la síntesis de múltiples determinaciones”. En ese contexto, el extremo, e incluso el “justo medio”, son abstracción, parcialidad, no la verdad. Lo que en el mundo de las consignas se representa como un tironeo, debe analizarse como amasado complejo y estaría bien que una presentación mejor de los hechos mejore las performances públicas.