Ensayo

El Estado ambivalente


Entre narcos y policías

Dinero a cambio de drogas, armas, información, protección, zonas liberadas, ataques a bandas rivales: el entramado de vínculos entre transas y policías -siempre al borde de la traición- se repite en diferentes barrios de la Argentina. A partir del trabajo etnográfico y el análisis de cientos de horas de escuchas judiciales Javier Auyero y Katherine Sobering analizan y revelan los problemas estructurales de los conurbanos, esa suerte de "caja negra" política y sociológica sobre la que siguen pesando prejuicios e ignorancias. Adelanto de “Entre narcos y policías”, de Siglo XXI.

Desde los suburbios de las ciudades de Buenos Aires y Rosario hasta la frontera norte del país, las organizaciones de narcotráfico en la Argentina adoptan formas diversas. Algunas, como Los Vagones y La Banda de Raúl, son entidades locales que venden drogas a dealers de menudeo y consumidores finales. Otras participan en la gran cadena de abastecimiento de drogas ilícitas y trafican marihuana y cocaína cruzando fronteras, como Los Pescadores, o produciendo el sumamente adictivo paco en cocinas de droga como Los Monos. Pese a la miríada de diferencias en tamaño y alcance, los casos de Los Vagones, Los Monos, Los Pescadores y La Banda de Raúl compartían varios rasgos comunes. Todas eran organizaciones jerárquicas conducidas por líderes muy unidos, a menudo parientes consanguíneos, que habían conseguido establecer y mantener conexiones con miembros de las fuerzas de seguridad del Estado. Los “transas” que vendían en la calle y constituían la base de esta estructura piramidal no eran plenamente conscientes –y la evidencia lo muestra– de estos arreglos. Esto le convenía al liderazgo, porque podían “entregar” a algunos de sus empleados cuando la policía necesitaba “hacer un show” o “hacer número” (es decir, hacer arrestos). Lo que es más importante: todos estos casos confirman que estas conexiones clandestinas eran intrínsecas a sus operaciones, puesto que contribuían a la adquisición y preparación de drogas ilícitas para la venta, a la eliminación de competidores en el mercado, y a la evitación estratégica del control policial.

 

Las organizaciones narcotraficantes pagaban a los oficiales de policía y otros agentes estatales para que hicieran cumplir la ley de manera selectiva. En algunos casos, los agentes estatales permitían y facilitaban la actividad ilícita; en otros, intervenían y castigaban a los involucrados. La politóloga Alisha Holland documenta una forma similar de acción estatal. En su exhaustivo y perceptivo estudio de las políticas informales de bienestar en Santiago de Chile, Bogotá y Lima, Holland (2017: 3) argumenta que los políticos recurren estratégicamente a lo que denomina “tolerancia”: tomar decisiones para no hacer cumplir la ley “cuando las políticas de bienestar son inadecuadas y necesitan el apoyo de los pobres para alcanzar o conservar sus puestos”. Desde su perspectiva, la contención “funciona como una forma de provisión de bienestar informal que los políticos manipulan para mejorar las vidas de quienes violan la ley y marcar más ampliamente su compromiso con los electores pobres” (2017: 3).

 

Los miembros de las fuerzas de seguridad estatales participan en una variación de la tolerancia que describe Holland al exhibir una “indulgencia gubernamental intencional y revocable hacia las violaciones de la ley” (Holland, 2017: 13). Con la excepción de Los Pescadores, los principales actores implicados en la colusión entre agentes policiales y narcotraficantes no eran políticos, y el objetivo de no hacer cumplir la ley no era precisamente “redistributivo”. Aunque los actores y las intenciones sean diferentes, los procesos judiciales muestran sin lugar a dudas que los tres componentes que definen la tolerancia –“capacidad, intención y revocabilidad” (Holland, 2017: 14)– están presentes en las decisiones que toman los agentes de seguridad. Puesto que monopolizan el uso de la fuerza, los policías tienen la capacidad de “mirar hacia otro lado” cuando llega el momento de hacer cumplir la ley; lo hacen voluntariamente y con conocimiento de causa (planean encuentros, intercambios, hacen llamados, etc.) y pueden modificar sus decisiones (como vimos en los casos de Los Monos y Los Pescadores, en los que los policías y funcionarios del Estado cambiaron sus prácticas de tolerancia). En este libro hemos mostrado que la colusión entre agentes policiales y actores criminales implica algo más que tolerancia por parte del Estado. Por cierto, además de hacer la vista gorda ante ciertas actividades ilícitas, hemos descripto un rico y multifacético mundo transaccional donde los participantes en la colusión construyen redes de confianza provisorias que impactan significativamente sobre la actividad policial y los mercados de drogas.

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En los capítulos anteriores analizamos las complejidades y particularidades de una serie de casos de colusión documentados en la Argentina. En este capítulo aportaremos una síntesis de nuestros hallazgos empíricos. Rescataremos los rasgos comunes entre los distintos casos y resaltaremos el carácter regularizado del mundo transaccional de la colusión, así como la abundancia de errores e improvisaciones de último momento en las conexiones clandestinas entre narcotraficantes y policías. Después examinaremos la relación entre colusión policial-criminal y la violencia interpersonal localizada que describimos en los capítulos 2 y 3.

 

Microdinámica de la colusión

 

Mediante un profundo análisis de cientos de páginas de documentos judiciales, pudimos distinguir tres dimensiones de la colusión que coinciden con nuestra comprensión de estos acuerdos clandestinos. Primero,encontramos que las relaciones clandestinas entre agentes estatales y narcotraficantes se basaban en el intercambio de recursos materiales e informativos. Nuestros casos muestran que los narcotraficantes y los miembros de las fuerzas de seguridad estatales compartían regularmente información protectiva, competitiva y retaliativa. Buena parte de esta información es de naturaleza protectiva, dado que advierte a los actores ilícitos sobre acciones que se planean para imponer el cumplimiento de la ley. Sin embargo, las escuchas telefónicas también muestran que la información sobre la dinámica de los mercados locales de drogas abunda en estas redes clandestinas y aporta el conocimiento de datos imprescindibles sobre la competencia y el accionar policial. En los cuatro casos investigados, los involucrados también confiaban unos en otros para obtener recursos a los que tenían acceso exclusivo. En un contexto de regulación estricta, donde solo los adultos autorizados pueden adquirir y/o portar ciertos tipos de armas de fuego no automáticas, los procesos judiciales confirman que los narcotraficantes les compraban armas y municiones a los policías. “¿Tenés balas para mi juguete?”, le preguntó un integrante de Los Pescadores a un policía local. Y este respondió: “Sí, la caja sale 1200 pesos. Si te parece bien, pasá a buscarla”. Además de comprar y vender dólares y autopartes, los actores intercambiaban drogas ilícitas, tanto las que estaban en poder de los narcos como las que habían sido previamente confiscadas por la policía.

 

Segundo, mostramos que los actores involucrados en relaciones colusivas comparten prácticas comunes. Como hemos visto, todos los participantes en la colusión alteraban su accionar cotidiano como resultado directo de la información intercambiada a través de las relaciones clandestinas. Los agentes de policía evitaban ciertos territorios (la bien documentada forma de inacción que se conoce como “zona liberada”) y, en otras oportunidades, inundaban el área con su presencia. También tomaban como blanco a diferentes actores basándose en información aportada por sus contactos extralegales. Por ejemplo, en el caso de Los Vagones, Lucho, el agente de policía, le aseguró a un dealer que intimidaría a sus competidores y el otro le respondió: “Andá a joderlos un rato”.

 

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De manera similar, los narcos modifican las rutas de los cargamentos, suspenden ventas y trasladan las drogas de un búnker a otro según la información que reciben de sus informantes en las agencias estatales. Los Pescadores, la organización que operaba extensas redes de distribución en todo el país, lo hacía con suma destreza y se desplazaba por un paisaje constantemente cambiante de corredores protegidos.

 

Nuestros casos muestran que las partes también se involucran en lo que llamamos manipulación burocrática: trabajan con escrupulosa diligencia para acelerar, lentificar y obstaculizar los procesos institucionales formales. Si bien los agentes estatales lo hacen de manera directa, los narcotraficantes también desempeñan un rol importante en esto. Por ejemplo, los procesos judiciales muestran que los policías negociaban con los dealers para reportar delitos de manera selectiva, modificar registros de arresto y plantar o remover evidencia. Además de las modificaciones y omisiones directas, los participantes hacían lo necesario para acelerar ciertos procedimientos formales. Por ejemplo, la policía estimulaba a los jueces a aprobar ciertas órdenes de registro en respuesta a la competencia en los mercados de droga. Por último, los actores estatales demoraban los procesos institucionales. Por ejemplo, cuando los narcos eran arrestados, la policía prolongaba las interacciones a fin de ganar tiempo para poder negociar el monto de la coima. En todas estas instancias, el tiempo era un recurso que podía aprovecharse manipulando las prácticas burocráticas.

 

La siguiente interacción entre los integrantes de Los Monos y su contacto en la policía local arroja luz sobre el poder de estos cambios de conducta. Durante una llamada pinchada, el oficial Belporto le preguntó a un narcotraficante llamado El Flaco por su paradero. El Flaco respondió con una descripción frenética de lo que acababa de ocurrir: “Perdimos todos re-mal. A mí me largaron, yo hice cambio, puse otro pibe. Pero fijate que Sara y el Cabezón están todavía adentro, están viendo qué se puede hacer”.

 

Belporto le responde: “Ya está todo solucionado, por eso te estoy yendo a buscar, boludo. Andate a tu casa, si yo te hice salir de ahí, boludo, te tenías que venir conmigo, boludo. Van a poner a alguien en lugar del Cabezón y Sara”.

 

Antes de colgar, Belporto le dice al Flaco que se deshaga del auto: “El coche que manejaba el Cabezón tiene que desaparecer”. “No te preocupes”, agrega Belporto para tranquilizar al Flaco. “Yo estoy en el medio. No te preocupes. No pude hacer nada por el arma. Uno de los jefes la agarró primero”.

 

De acuerdo con las escuchas telefónicas, la liberación del Flaco no fue una negociación fácil. Durante esta conversación, Belporto reveló que todavía tenía que pagar a los policías que lo habían liberado: “Tengo que buscar plata. Quieren más. Tuve que pelear porque los querían dejar a todos adentro [en la comisaría]”. Como bien refleja este diálogo, el oficial negociaba con los policías involucrados en el arresto en representación de Los Monos y al mismo tiempo ofrecía consejo a estos últimos. Las conversaciones pronto se centraron en negociar la liberación de los que todavía se encontraban bajo custodia:

 

Flaco: Los canas están pidiendo mucha plata [para soltar al Cabezón y a Sara].

 

Belporto: Ni ahí, boludo. Están re-locos estos. ¿Cómo van a pedir más si no tienen nada?

 

Flaco: ¿Les podés decir? El Cabezón está que arde. La policía quiere 15 000 pesos más.

 

Belporto: Están locos, si no tienen nada.

 

Flaco: Bueno, fijate. Si no, vemos.

 

Belporto: No se les ocurra darles nada, que estos los pueden tener hasta las ocho, nueve de la mañana nomás y los tienen que largar sí o sí. Si no tienen nada. Quince lucas, si no tienen nada. No, boludo.

 

Flaco: Bueno, llamalos. Yo no puedo esperar hasta las nueve de la mañana.

 

Belporto: Sí, boludo. Pero si tienen que esperar, tienen que esperar. Más de las ocho no va a pasar. No seas boludo, están todos ahí y los “sicologean”. Aguantá, Flaco, vamos a esperar un toque.

 

En esta instancia, Belporto ofició como intermediario a favor de Los Monos. No solo pudo intervenir en las prácticas burocráticas de los arrestos, sino que también representó al grupo cuando los oficiales individuales exigieron más dinero. Su rol es similar al de Primo, el mediador que coordinaba las conexiones clandestinas entre La Banda de Raúl (y otras) y la policía local.

 

Los procesos judiciales también muestran que los participantes en la colusión se involucran en tareas de vigilancia, tanto internas (dentro de sus propios grupos) como externas (en sus barrios y redes sociales). Los narcotraficantes se vigilan entre ellos y también vigilan a sus empleados, competidores, vecinos y a los diferentes agentes estatales que intervienen en un territorio determinado. Los agentes estatales toman medidas similares, y siguen de cerca los pasos de sus compañeros y otras agencias de seguridad. Por ejemplo, después de que un dealer preguntó por la identidad de los agentes de policía en la calle, un oficial que trabajaba con Los Vagones le prometió “averiguar quiénes [eran]”. Los agentes estatales también monitorean de cerca a otros actores ilícitos, incluyendo qué hacen, cuánto dinero ganan y los delitos que cometen. Esto quedó claro cuando el líder de La Banda de Raúl dijo que no podía pagar el dinero que le pedían en concepto de coima. Durante esa negociación, los policías rechazaron su excusa diciendo que sabían desde cuándo trabajaba en la zona y la cantidad de dinero que ganaba.

 

Por último, identificamos un conjunto de procesos relacionales que ayudan a explicar el patrón que siguen estas interacciones colusivas. Como postulamos en el capítulo 5, nuestros casos muestran tres procesos interrelacionados en funcionamiento: el señalamiento recíproco, el cambio de escala y el cambio de identidad. Una vez establecidas las conexiones clandestinas, los actores emprenden el proceso crucial del señalamiento recíproco. Con este intercambio de información, los agentes de seguridad estatales les indican a los narcotraficantes los lugares donde pueden vender, las rutas que les convendría utilizar para trasladar sus productos y las zonas que deberían evitar, mientras los narcos les indican a las fuerzas policiales cuáles son sus planes y dónde operan sus competidores.

 

Si se sostienen en el tiempo, las conexiones clandestinas facilitan un segundo proceso: el cambio de identidad, una alteración en las identidades de los actores involucrados. Los actores estatales dejan de ser defensores de la ley en las zonas donde operan los narcos y se transforman en protectores, informantes e incluso peones de los grupos que comercian drogas –infiltrados, como los llaman Los Monos– (De los Santos y Lascano, 2017). Los agentes policiales que dejan de ser leales al Estado se convierten en narcopolicías o polinarcos. Los actores ilícitos dejan de verlos como oponentes o contrarios a las actividades ilícitas y empiezan a considerarlos cómplices. Los narcotraficantes también atraviesan un cambio en su manera de autopercibirse y de ser percibidos por otros; se transforman en actores protegidos: arreglados con “la gorra”.

 

Por último, existen importantes variaciones en nuestros casos en cuanto a la cantidad y el nivel de conexiones entre actores ilícitos y miembros de las fuerzas de seguridad estatales. Las organizaciones más grandes (como Los Pescadores o Los Monos) están más diferenciadas internamente y tienen más contactos con las fuerzas de seguridad que las más pequeñas. A medida que las conexiones clandestinas se expanden y contraen, vemos un proceso de cambio de escala que impacta sobre el espectro de actores involucrados en estas redes clandestinas (McAdam, Tarrow y Tilly, 2001: 331; véase también McAdam, Tarrow y Tilly, 2008). 

 

Organizaciones como Los Pescadores, dedicadas no solo a la venta minorista, sino también a la importación y distribución, tienen contactos más diversificados dentro de las fuerzas de seguridad (que no solo incluyen a oficiales de la policía local, sino a oficiales de la Federal, la Gendarmería y la Prefectura).

 

Maniobras y errores

 

Nuestra reconstrucción de procesos judiciales muestra los patrones que rigen las interrelaciones entre los narcotraficantes y los agentes de seguridad estatales: los tipos de recursos que intercambian, sus prácticas compartidas y los procesos relacionales que reflejan la naturaleza propia de la colusión. Los lectores pueden tener la impresión de que existe un plan maestro cuidadosamente elaborado para maximizar las ganancias del narcotráfico y obtener impunidad. Pero si observamos más de cerca las interacciones que se despliegan, veremos un universo social plagado de errores, consecuencias accidentales y acciones espontáneas, así como constantes correcciones e intentos de reparar las relaciones dañadas por esos errores. En vez de una estrategia consistente, encontramos que tanto los agentes de seguridad como los narcotraficantes participan en maniobras incesantes, las más de las veces apresuradas, que incluyen intentos de monitorear y, a veces, de expandir las relaciones clandestinas. 

 

En un exhaustivo y perceptivo ensayo, el sociólogo Charles Tilly (1996) utiliza la imagen “codos invisibles” para resumir su idea de cómo funciona la vida social. “Cuando usted vuelve a casa del supermercado”, escribe, 

 

con los brazos desbordantes de bolsas llenas de productos, se apoya contra el marco de la puerta, se las ingenia para liberar una mano y abre la puerta de la cocina, entra en la casa y después cierra la puerta con el codo. Como los codos no son prensiles –y, en esta situación, tampoco visibles– usted a veces cierra de un ruidoso portazo, a veces deja la puerta entreabierta, a veces fracasa en el primer intento y a veces –en respuesta a alguna de estas tres calamidades– derrama el contenido completo de las bolsas sobre el piso de la cocina (Tilly, 1996: 593).

 

Las propiedades de sistematización de los actores y objetos involucrados en esta viñeta familiar (puerta, codo, bolsas de las compras) acotan los resultados del “codazo”. Prosigue Tilly: 

 

Después de muchos viajes al supermercado, lo que surge de estos resultados configura una distribución de una frecuencia con probabilidades estables modificadas por el aprendizaje. Con la práctica, usted puede llegar a cerrar la puerta en un promedio superior a 900 veces (1996: 594). 

 

Y en esto radica la noción clave de Tilly: las interacciones erróneas y las consecuencias no anticipadas permean las interacciones sociales, pero estas también son permeadas por “la corrección del error y las respuestas, a veces casi instantáneas, a resultados inesperados” (1996: 595). Colectivamente, estos errores y rectificaciones adquiridos a través del aprendizaje y la práctica producen una “estructura social sistemática y duradera” (1996: 595), incluso en ausencia de una intención consciente y unificada.

 

El universo transaccional clandestino que estudiamos en los tres capítulos anteriores no es diferente de este mundo social (mertoniano-tillyiano). Nuestro análisis exhaustivo de la colusión ilustra su naturaleza regular, pero también muestra un universo transaccional marcado por errores, correcciones e improvisaciones. Las múltiples conversaciones cotidianas atestiguan las maneras en que narcotraficantes y policías cambian de curso para monitorear a otros. Por ejemplo, dos suspicaces miembros de Los Monos intercambiaron información específica sobre cuestiones de vigilancia:

 

Marcelo: Un Toyota blanco, polarizado, pasó por la casa de mi vieja y sacó fotos, boludo. ¿Sabés de dónde es eso? [...] Me dijeron que eran de los federicos, ¿viste? Yaaaa... Justo le pregunté a Belporto, me dijo que eran los Fede. De ahí, de la Federal.

 

Ramón: No tengo ahí yo llegada, vos tenés ahí, ¿no?

 

Marcelo: Sí, pero los polis no están más ahí. Se movieron a la Avenida 7.

 

Ramón: No sé. Yo sé lo que me dijo Belporto.

 

Marcelo: Dale, dame un segundo y te aviso.

 

Los dealers retomaron la conversación unos días más tarde y uno de ellos reveló que su contacto en la Policía Federal había confirmado que el Toyota les pertenecía. 

 

Los narcotraficantes por lo general diseñan planes muy complicados para conseguir, trasladar y vender drogas, pagar a sus subordinados y evitar la detección. Pero también los revisan y reemplazan con frecuencia: las drogas son enviadas a un lugar, descargadas en diferentes momentos, trasladadas a otro búnker secreto y preparadas para la venta en la calle. Desde la ventajosa perspectiva de las escuchas telefónicas, estas modificaciones constantes aparecen bajo la forma de comunicaciones frecuentes e intercambio de información.