Ensayo

Fútbol femenino


¿Cuántos asados vale un campeonato de las pibas?

Las casi 20 mil personas que vieron la final del campeonato de Primera División en la Bombonera ponen en jaque un prejuicio histórico, que el fútbol femenino no le interesa a nadie. Aunque “La 12” no estuvo, sí se hicieron presentes todas las prácticas que conocemos como parte del “folklore”: silbidos a las jugadoras rivales, insultos a la árbitra, cantos homofóbicos. “Las mujeres no venimos a salvar ni a arreglar lo que los varones rompieron”, dicen las autoras de este texto. Jugadoras, hinchas, periodistas y dirigentas conocieron y amaron el único fútbol que conocían y se apropiaron de él como pudieron.

Yamila Rodríguez levanta la Copa, extiende los brazos y se para frente al palco de Juan Román Riquelme. “Para vos”, le dice. El exfutbolista y actual vicepresidente del Boca Juniors, acompañado por Javier García, Aaron Molinas, Sebastián Villa, Exequiel Zeballos y Pol Fernández –figuras del equipo masculino–, aplaude y sonríe. La capitana declara desde el campo de juego que con el show que Las Gladiadoras dieron en La Bombonera en la final del Campeonato Femenino ante la UAI Urquiza “el Diez se tiene que poner la diez otra vez y pagarse un asado para todo el plantel, con achuras y con todo”. Semanas atrás, en un móvil durante la previa del partido del equipo masculino con Atlético Tucumán, Riquelme había enumerado todas las veces que comía asado en la semana, con el plantel, el cuerpo técnico, el cuerpo médico y el consejo de fútbol masculino: de jueves a sábado. “¿Colesterol? No me interesa mientras ganemos el clásico, como asado todos los días”.

¿Cuántas tiras de asado vale un campeonato de las pibas? ¿Y los 26 títulos conseguidos por Las Gladiadoras? “Tienen que llorar al principio para sonreír al final”, había declarado Marta Vieira, la crack brasilera, tras la eliminación de su equipo en la Copa del Mundo de 2019. Si en el deporte moderno de alto rendimiento, estructurado sobre una lógica del sacrificio que muchas veces se traduce en sufrimiento, llorar primero para sonreír después parece ser la norma, en el fútbol femenino, ¿cuánto más hay que llorar?

"El Diez se tiene que poner la diez otra vez y pagarse un asado para todo el plantel, con achuras y con todo”.

Yamila Rodríguez, capitana de Boca Juniors

El mundo del deporte fue y todavía sigue siendo un ámbito plagado de lógicas machistas al que las mujeres han tenido grandes dificultades para acceder. Algunos deportes se constituyeron como espacios casi exclusivamente masculinos. En Argentina, el fútbol es parte de una cultura popular de la cual la mitad de la población había sido excluida, aunque no llegó a estar prohibido, como sí sucedió en Alemania, Brasil o Inglaterra durante varias décadas. Para las mujeres que quieren pertenecer la exigencia es enorme. A las que quieren vivir del fútbol se les exige: que demuestren que son las mejores, que demuestren que su juego es excepcional, que demuestren que el fútbol femenino vende, que demuestren que pueden llenar estadios. Que además amplíen derechos y conquisten lo que les corresponde, como sostuvo el presidente de Boca en el tweet en que felicitaba al equipo campeón. ¿Qué sería aquello que les corresponde? En tanto las jugadoras profesionales de los clubes de primera división reciben un salario promedio de 37 mil pesos mensuales, jugadores como Agustín Rossi negocian contratos millonarios. En palabras de su propio representante, “Boca sólo ofreció 7 millones de dólares al valor oficial por 4 años”.

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El domingo 25 de septiembre fue un día histórico para el fútbol femenino argentino. La Bombonera alcanzó el máximo de su capacidad según lo dispuesto por el Comité de Seguridad del Fútbol del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, quien no accedió a la demanda de lxs hinchas y socixs de Boca de habilitar todas las bandejas. Los operativos de seguridad para los partidos del femenino aún no tienen tradición y los dispositivos montados siguen siendo menores en relación al masculino. Si llenar los estadios sigue siendo la gran deuda, ¿de quién depende que podamos saldarla? ¿Qué hubiera pasado si se disponía la totalidad del estadio Alberto J. Armando? El jueves antes de la final, Boca abrió la habilitación de carnets para socias y socios del club a través de la página oficial SoySocio y los 20 mil tickets se terminaron en dos horas. Al día siguiente, el remanente de entradas para el público local no asociado se agotó en pocos minutos.

Esta atención y expectativa puesta en la venta de entradas pone en jaque uno de los grandes prejuicios que circunda esta disciplina: que el fútbol femenino no le interesa a nadie. 25 mil entradas agotadas en un par de horas desmiente esta afirmación. Además, el mayor pico de audiencia del día se registró durante los últimos minutos del encuentro transmitido por TV Pública, mientras que la definición del campeonato, en promedio, fue lo más visto del domingo en el canal público según indica un informe de DeporTV.

El récord de público duró menos de una semana. El sábado 1 de octubre fueron Las Piratas quienes hicieron historia. Ante más de 28 mil hinchas en Barrio Alberdi, el Club Atlético Belgrano de Córdoba ascendió a la Primera División al consagrarse campeón del Nacional B a dos fechas de finalizar el torneo, probando que la final del domingo anterior no había sido un hecho aislado. Y más aún, en los últimos meses se repitieron acontecimientos de esta índole en todo el mundo. Hace unos días, Corinthians se consagró tricampeón del Brasilerão Femenino ganándole 4 a 1 a Internacional y marcó una nueva cifra de asistencia en Latinoamérica: 41.070 personas en el estadio paulista. En Inglaterra, la semana pasada, 47.367 espectadorxs presenciaron el clásico entre Arsenal y Tottenham. La marca absoluta sigue siendo la del Camp Nou: en 2021, 91.648 personas vieron la ida de las semifinales de la Liga de Campeones entre Barcelona y Wolfsburgo. Los precedentes argentinos habían sido el partido de la Selección contra Panamá en noviembre de 2018 en el estadio de Arsenal de Sarandí por el repechaje para clasificar al Mundial de Francia 2019 y la final anterior entre Boca y UAI Urquiza en la cancha de Quilmes en diciembre de 2021. ¿Llegaremos a alcanzar la hazaña de Las Pioneras en ese Mundial no oficial de México en 1971, cuando golearon 4 a 1 a Inglaterra en un estadio Azteca colmado con 110 mil espectadorxs?

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“Es que Boca es así”, nos explica un dirigente que, al igual que otrxs tantxs, asistió a la final del Campeonato Femenino a alentar a Boca. Para muchxs, no importaba tanto si se trataba de fútbol femenino o masculino. Tenían que alentar a su club. “Es un ambiente mucho más familiar”, sostenían algunos hinchas, que fueron con sus hijxs y parejas. Ernesto, de 60 años, contaba orgulloso que era la primera vez que llevaba a su hija a La Bombonera. Su retirada de las canchas había sido en el ‘83. Como Guillermo, cuya última visita había sido contra el Palmeiras en el ‘99, “el día de los dos goles de Arruabarrena” añadió Fernando, hincha xeneize y militante de Boca es Pueblo, una de las organizaciones (que busca convertirse en agrupación) que convocó al partido con una “previa” en su local de la esquina de Irala y Lamadrid: pasillos con fotos del fútbol femenino, murales de Diego, una bandera de La Raulito y otra de Marcela Lesich, emblema de Boca invisibilizado e infrarrepresentado hasta su muerte en 2018 (aun teniendo varios títulos como arquera, entrenadora y dirigente); encuentros intergeneracionales que reescriben la historia.

Muchxs de estxs bosterxs habían abandonado las canchas por percibirlas como espacios inseguros. La seguridad en el fútbol, dicen José Garriga Zucal, Diego Murzi y Sebastián Rosa, depende de un “triple pacto” entre la policía, los barras y los dirigentes que funciona como eje principal de la regulación de la violencia. Este pacto, sustentando sobre el intercambio y la reciprocidad entre estos actores, está lejos de servir como una receta infalible para garantizar la seguridad porque parte de un error original: concebir que la violencia es producto únicamente de las barras, dejando de lado otras tantas formas de violencias que son estructurantes del mundo del fútbol, como la represión policial, los cantos xenófobos y racistas, las burlas homofóbicas, los golpes entre futbolistas, las malas condiciones de aforo de los estadios, el hacinamiento en las tribunas. Frente a eso, y a pesar de que algunas de estas lógicas las podemos observar en el ámbito del fútbol femenino, estxs hinchas entienden al fútbol femenino como una opción más “tranquila y familiar” y una nueva oportunidad de volver a ver en vivo al club de sus amores.

A las que quieren vivir del fútbol se les exige: que demuestren que son las mejores, que demuestren que su juego es excepcional, que demuestren que el fútbol femenino vende, que demuestren que pueden llenar estadios.

El público está ahí, también, para asistir a uno de los espectáculos deportivos más importantes del país. Desde hace décadas, entrar a La Bombonera es casi imposible para quienes no son socixs, por lo que esta se vuelve una chance para estar en uno de los estadios más icónicos del mundo viendo fútbol. Aunque “La 12” no estuvo presente, no faltaron aquellas prácticas que conocemos como “el folklore del fútbol”. Hinchas varones que caminaban entre las gradas sin prestar atención al campo de juego, concentrados en dirigir a sus compañeros como si estuvieran en una orquesta, guiando los cánticos y asegurando que la fiesta estuviera en las tribunas. Silbidos a las jugadoras de la UAI Urquiza cuando se acercaban a la manga después del primer tiempo e incluso habiendo finalizado el partido. “Yegua, qué cobrás hija de puta”, fue el insulto privilegiado dirigido a la árbitra por parte del público, sin distinción de género.

Frente a lo que vaticinaban algunxs colegas en congresos e instancias académicas donde desde hace años solemos debatir y reflexionar en torno al gran tema de “la violencia en el fútbol”, las mujeres no venimos a salvarlo, ni a arreglar lo que los varones rompieron. ¿Por qué nos correspondería a nosotras esa doble carga? ¿No podemos también comer asado sin preocuparnos por el colesterol? Si bien hay un enorme crecimiento de los feminismos disputando el fútbol y buscando construir nuevas lógicas que transformen la “cultura del aguante” que, como han mostrado infinidad de investigaciones en el campo de las ciencias sociales, construye al rival futbolístico como “un puto al que hay que matar”, nada hay en la condición de “lo femenino” que naturalmente habilite a vivir el fútbol de otra manera. Jugadoras, hinchas, periodistas y dirigentas amaron el único fútbol que conocían y se apropiaron de él como pudieron.

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“Pegue, pegue, pegue Boca pegue” corea la tribuna norte. “Es para vos, es para vos, gallina puta la puta que te parió” es el hit favorito mientras Las Gladiadoras, a quienes se instó a poner huevos sin cesar, dan la vuelta olímpica. Las lógicas tradicionales del campo futbolístico masculino no están ausentes en un partido de fútbol femenino, al menos por ahora. Después de la ovación a Román, llegaron la ovación a Yamila, el aplauso cerrado a la que dio todo en el mediocampo, Camila Gómez Ares, y a Andrea Ojeda, goleadora histórica, que convirtió su gol Nº 519 con la camiseta de Boca. Así se popularizó un nuevo canto: vamos vamos las pibas. A fuerza de goles, gambetas, huevos y otro título para Boca, las jugadoras lograron su reconocimiento público. Para algunxs, tal vez, esta final no es una sorpresa. Boca, al igual que UAI Urquiza, es de los clubes locales que más invirtieron en el desarrollo de la disciplina.

El presente del fútbol femenino en Argentina, caracterizado por su profesionalización y su enorme crecimiento, es producto de la conjunción de múltiples factores. El trabajo colectivo y el empuje de las mujeres en las instituciones deportivas ha sido fundamental para que esto sucediera. Si durante muchos años los feminismos habían desestimado al fútbol como objeto de disputa y ámbito de construcción política, hoy está claro que el feminismo es con el fútbol adentro. Fueron las hinchas, las jugadoras, las periodistas deportivas, las dirigentas de los clubes quienes, tras el debate suscitado a raíz de la muerte de Maradona, nos dieron pistas para pensar un feminismo verdaderamente empático con lo popular. Mónica Santino, referenta de La Nuestra Fútbol Feminista y de la Coordinadora Sin Fronteras de Fútbol Feminista lo sintetizaba de esta manera: “La gran oportunidad que nos deja Diego, siempre tan generoso, siempre abriendo caminos, es justamente reflexionar sobre desde qué lugar planteamos los feminismos, qué sería el feminismo popular. Es hacernos preguntas para seguir avanzando”.

Aunque “La 12” no estuvo presente, no faltaron aquellas prácticas que conocemos como “el folklore del fútbol”.

Pensar el feminismo con el fútbol adentro es asumir las contradicciones que un fenómeno tan complejo nos presenta. Es aguantar que las dirigencias, que casi siempre miran para otro lado, se hagan eco de los triunfos y de la repercusión haciéndoles un pinkwashing a sus gestiones. Es comprender que más allá de la modulación que hacen algunas representaciones que despolitizan e individualizan el deporte, las campañas publicitarias de ciertas marcas ponen a mujeres futbolistas en el centro, las visibilizan mientras aportan dinero para financiar sus carreras al sponsorearlas. Es comprender las condiciones de posibilidad que habilitan a que el ídolo de nuestra goleadora sea a un futbolista acusado por violencia de género y no exigirle a ella que sea la feminista perfecta que nos gustaría que sea, sino ir a reclamarle al Estado y a los clubes que inviertan en la prevención y el tratamiento de las violencias, a la justicia que esté a la altura, a la Asocación del Fútbol Argentino que deje de sostener entre sus filas a Diego Guacci, el entrenador de los seleccionados femeninos sub15 y sub17 que fue denunciado en mayo de 2020 por cinco futbolistas argentinas en el Comité de Ética de la Fédération Internationale de Football Association (FIFA) por acoso sexual y conductas abusivas en River Plate y en los seleccionado argentinos. Es entender, asimismo, la influencia de los organismos internacionales como la Fédération Internationale des Associations de Footballeurs Professionnels (FIFPro), FIFA o la Confederación de Fútbol Sudamericano (Conmebol), que emiten resoluciones que presionan para elevar la disciplina, contribuyendo al posicionamiento de la práctica a nivel competitivo. 

La denuncia de Macarena Sánchez en enero de 2019 fue la chispa que encendió un fuego imparable al poner de manifiesto las prácticas de marronismo que sometían a las jugadoras a las arbitrariedades de las dirigencias y que, como muestra Gabriela Garton en su libro Guerreras: Fútbol, mujeres y poder (2019), en Argentina ya había jugadoras que, antes de la profesionalización anunciada por el presidente de la AFA Chiqui Tapia (en marzo de 2019), vivían del fútbol y debían ser consideradas trabajadoras de los clubes. La profesionalización sorprendió tanto a quienes desconocían por completo el mundo del fútbol femenino, como a quienes, aún siendo parte, consideraban que no estaban dadas las condiciones. Para las jugadoras, sin embargo, se trata de una conquista histórica, aunque nuevamente las relegue a un lugar de subordinación. Son contadas las excepciones de las jugadoras que pueden vivir con su salario de futbolista. La mayoría tiene que complementar sus ingresos con otros trabajos. Y las exigencias ahora son mayores: adaptarse a los horarios de la televisación (lo que implica que tengan que renegociar sus tiempos en el trabajo, los estudios, las prácticas y las tareas de cuidado), cuidar su exposición en las redes sociales, someter sus cuerpos a exigentes jornadas de entrenamiento y hacer malabares con sus ingresos para poder llevar adelante una alimentación acorde con las exigencias del deporte de élite.

Las mujeres no venimos a salvar el fútbol, ni a arreglar lo que los varones rompieron. ¿Por qué nos correspondería a nosotras esa doble carga?

La Bombonera llena refleja el punto de llegada de un proceso de décadas de crecimiento del fútbol femenino. Lo que antes era una excepción, cada vez nos parece más natural. Mujeres cisgénero y personas trans jugando de forma amateur y profesional en diferentes ligas. Canchas de fútbol 5 estalladas de mujeres. Niñas y jóvenes formándose en escuelitas. Protagonistas en comerciales y coberturas periodísticas. Sin duda, una diferencia significativa con el espacio que teníamos algunos años atrás. Entre avances y retrocesos, y con el desafío de continuar la transformación hacia un fútbol diverso y plural, se impone una certeza: que sin las pibas en los estadios (y en los asados) nunca más.