Empoderar al poder
A Cristina no la condenan por lo que haya podido hacer mal; a Cristina la condenan por lo que hizo bien. El obsceno devenir de este proceso judicial lo deja muy en claro. El fallo de la Corte Suprema de Justicia es el punto de llegada de una larga batalla con los poderes fácticos que se inicia al comienzo de su primer gobierno. Ganó, finalmente, Magnetto, la cara más visible de esos poderes, la figura que articula de manera paradigmática poder económico concentrado, negociados con la política y periodismo de guerra en un mismo frente de guerra civil que movilizó todos los resortes afectivos, mediáticos, políticos e institucionales del antiperonismo en contra de los sectores populares del país. El fallo de la corte es, antes que nada, la gran revancha de clase que la oligarquía viene soñando y macerando desde el 2008, y que logra finalmente consumar en el marco de las nuevas relaciones de fuerza logradas por el gobierno neofascista de Javier Milei.
A Cristina no la condenan por lo que haya podido hacer mal; a Cristina la condenan por lo que hizo bien.
La violenta avanzada del poder concentrado que hoy estamos padeciendo no sólo implica el saqueo del presente, sino también el desmonte del futuro. Los sectores concentrados deben garantizar su continuidad para cuando este frágil esquema de usurpación vuele por los aires. Pero como nuestras clases dominantes nunca tuvieron vocación de liderazgo, jamás buscaron ser la burguesía nacional de un país integrado, sino agentes locales de una oligarquía global. La fórmula siempre fue: cipayismo y destrucción. Para ellas, perpetuarse implica cortar las raíces que conectan a los sectores populares con la memoria cierta de que la pobreza, la entrega y la humillación no son destino. Por eso condenan a Cristina. No por corrupción, sino por la memoria del fifty-fifty, y por seguir siendo la representación viva y vigente de un proyecto nacional y popular con raíces profundas y posibilidades electorales ciertas.
Antiperonismo popular
Este fallo de la corte llega en un tiempo de desdemocratización general, y de deserción electoral en particular. La proscripción política que sanciona agrava una crisis de representación que es epocal, y de la que el actual gobierno es síntoma. La licuación del sistema político de representación es él mismo efecto de la prepotencia de los poderes fácticos. Pero a la vez, esa crisis ayuda a consolidar la eficacia cruda, sin mediaciones, de esos poderes. Es decir: el debilitamiento de la representación política es directamente proporcional al empoderamiento de los poderes fácticos. La política contemporánea, la de los ingenieros del caos, implica surfear los espasmos anómicos de un sistema exhausto que no buscan subsanar sino sólo capitalizar a su favor. Destruir la democracia para reducir el estado a correa de transmisión de la prepotencia de clase: esa era la pulsión “antisistema” de los poderes fácticos.
Y, a la vez, este fallo llega en un tiempo en el que, tras años de periodismo de guerra, el antiperonismo acaricia el sueño de convertirse en popular. El antiperonismo es la enfermedad política más siniestra, persistente y enloquecedora de este país. Pero hasta ahora había sido una enfermedad de clase. En el tránsito que va de Magnetto a Milei, se ha propuesto convertirse en enfermedad policlasista. Hoy el mileísmo, en el descampado dejado por la lluvia ácida del periodismo de guerra, está logrando construir lo que ninguna oligarquía anterior había logrado: un antiperonismo popular. Magnetto maceró por abajo lo que hoy Milei consagra por arriba. Hasta Macri, ser gorila tenía el costo inevitable de una distancia con amplios sectores de las clases medias y bajas. Lograr un antiperonismo popular prepara el caldo de afectos colectivos para la perduración de un proyecto oligárquico de sometimiento consentido. Sí, prepara afectivamente al país para la abominable idea de una oligarquía popular.
La arquitectura institucional garantizada por el descampado democrático, sumado al torrente afectivo diseñado por el antiperonismo popular, son los grandes pilares con que la oligarquía cipaya busca pavimentar el porvenir del saqueo. Meter presa a Cristina es un hito clave en esta doble dirección: presentar la capitulación de la institucionalidad a los poderes fácticos como lucha contra la corrupción, y proponer una revancha histórica de clase como objeto macabro de goce nacional.
El santo grial del deseo colectivo
“Hay un fusilado que vive” es algo así como el Génesis en las sagradas escrituras de la resistencia peronista. Cristina evoca la frase, lo hace nada menos que en la conmemoración de los fusilamientos de León Suárez, y su actualización no podría ser más literal: “Soy una fusilada que vive”. Movilizando fibras profundas de la historia popular, Cristina conecta, en una síntesis implacable, el fallo de la corte suprema, el intento de magnicidio del 1 de septiembre de 2022, el episodio fundante de la resistencia peronista, todo ello en la gramática, invertida, del infame titular de Clarín: “Cristina, entre la bala que no salió y el fallo que sí saldrá”.
El debilitamiento de la representación política es directamente proporcional al empoderamiento de los poderes fácticos.
Aún en el extremo de la vejación político-institucional que la proscripción implica, Cristina logra pronunciar una palabra política justa y poderosa, que inscribe un sentido histórico colectivo en medio del gobierno del caos y el nihilismo. Ante el empoderamiento desdemocratizador de los poderes fácticos, que avanzan sobre la aniquilación incluso física del enemigo, evoca la memoria de una resistencia que supo convertir a la proscripción política en motor de articulación y empoderamiento popular.
Ahora, 2025 no es 1956. “Si la tocan a Cristina qué quilombo se va a armar” cantamos ese 1 de septiembre, cuando vimos por primera vez a la fusilada que vive. Y no, ningún quilombo se armó. Para la democracia en general, esto es un nuevo descenso en los círculos de su descomposición. Para el peronismo en particular, los efectos de la proscripción pueden ser diversos, pero no parece prudente ser optimistas aquí tampoco.
En medio de la fragmentación de un partido provincializado, con una interna nacional no resuelta, el fallo acaso implique un impulso para la unidad. Pero seguramente traerá, también, una nueva y más profunda orfandad, además de una interrupción de toda tentativa de renovación del peronismo y de trasvasamiento generacional. 2025 ofrece un panorama de descomposición política y nihilismo generalizado que contrasta vivamente con las certezas militantes y populares de 1956.
La descomposición de las instituciones, convertidas en brazo armado de la guerra del capital contra todo el mundo, y la degradación de los afectos políticos, orientados hoy a hacernos gozar de nuestra propia autodestrucción, plantean la urgencia de un tiempo oscuro. Pero no tendrán la última palabra. Cristina también lo dijo: pueden meterme presa pero no podrán hacer que el pueblo deje de desear comer 4 veces al día. Si el neofascismo se propone como catastrófica mutación antropológica y captura masiva del deseo popular, pues bien, demos la batalla antropológica.
No sólo de pan vive el pueblo, sobre todo cuando no hay pan: el sometimiento material es prueba y detonante para el deseo colectivo. Volver a lo básico es volver a lo elemental, a ese pueblo-río que, contra toda evidencia, contra la democracia convertida en herramienta de su propia destrucción, contra los medios envenenando el alma, busca, desbordándolo todo, el cauce que lo contenga.