Discursos de odio


Un objetivo simple y brutal

Julia Mengolini es blanco de un ataque violento y organizado. Miles de cuentas de trolls, bots pagos, dirigentes nacionales libertarios y el propio Presidente —que publicó más de 80 tuits sobre ella— articulados para instalar una mentira sobre su vida privada, deslegitimar su palabra y destruir su figura pública. ¿Hasta dónde puede llegar la crueldad oficial? Mengolini cuenta en Anfibia la trastienda de la campaña y alerta: es hora de volver inaceptable la violencia que naturalizamos para poder rehumanizar la lucha política.

Algunos sabrán y otros tal vez no, que desde hace un tiempo se viene desarrollando de forma sostenida y permanente una campaña de difamación en mi contra, coordinada y sistemática, en las redes sociales. En las últimas semanas el ensañamiento se puso un poco más siniestro que de costumbre: con una masividad que no había visto nunca, miles de cuentas libertarias comenzaron a afirmar que tengo una relación incestuosa con mi hermano y con una foto muy común que sacaron de mi Instagram, generaron con inteligencia artificial un video donde aparecemos dándonos besos en la boca. A partir de ahí, siguieron con otras escenas cada vez más bizarras y miles de mensajes repugnantes en todas mis cuentas, en un bucle sin límites que al principio me tomé casi con indiferencia, por lo ridículo del relato y por el acostumbramiento a sus maldades, pero que pronto se puso más oscuro. Por la persistencia, por el mensaje mafioso que explícitamente refiere a “un vuelto” y por la intervención del Presidente de la Nación quien, hasta el momento, lleva más de ochenta y cinco (¡85!) tuits y retuits con mensajes y videos en mi contra. Y siguen llegando las notificaciones mientras escribo.  

Sucedió que se conoció un audio que le mandé a Nancy Pazos (quien, conmovida, me arrancó un consentimiento para poder mostrarlo) con el relato de todo este asunto en primera persona y, para deleite de los bullys de las redes, me puse a llorar. “No les des el gusto” me suplican muchos de los que me muestran solidaridad en estos días. Que no les dé el gusto de qué, me pregunto. ¿De ponerme mal? ¿De mostrarme triste? ¿Pero cómo no me voy a poner triste si gobierna un señor que se jacta de su crueldad? ¿Cómo no me voy a sentir derrotada si fueron capaces de meter presa a la principal líder de la oposición con saña y sin pruebas? Quiero decir: no me avergüenza mi llanto. Tampoco es señal de debilidad o miedo. No fue más que un momento de hartazgo. Y lejos estoy de victimizarme. No podría hacerlo en un país en el que la gente está perdiendo el trabajo, los jubilados no pueden comprar sus remedios, los médicos del hospital de niños trabajan en condiciones humillantes, se retacean los alimentos para los comedores, las frazadas para los que tienen frío en pleno invierno y las pensiones por discapacidad, entre muchas otras calamidades. Pero es urgente advertir que todas esas calamidades y la violencia del gobierno contra quienes nos oponemos a ellas, son parte del mismo plan. A la crueldad de las medidas de la gestión se suma una crueldad discursiva y simbólica contra comunicadores, periodistas, artistas y cualquiera que ose a disentir aunque sea un poquito con ellas. No hace falta ser un “kuka” para ser un “mandril” a los ojos del gobierno, porque el objetivo es construir un relato único. Por eso hasta Domingo Cavallo y Paulino Rodriguez la ligan. Ahora imaginen qué le toca a “Mongolini” en esta historia. Me toca una parte fea que es mi estricta demolición: de mi psiquis, mi imagen, mi legitimidad. Ahora, para entender el problema que tenemos que resolver, traten de seguir leyendo esta nota sin importar cómo les caigo o cuánto coinciden con mis opiniones. Porque es preciso advertir algunas cosas más sobre cómo opera esta técnica que provoca y organiza el odio. Más allá de lo que puedo representar para el lector, mi caso es elocuente para entender por qué todos estamos en peligro. 

El ataque es desproporcionado. No guarda relación con mi poder en modo alguno: yo no tengo plata, no tengo jueces, no tengo milicias digitales, no tengo los recursos del Estado, ni siquiera tengo mi cuenta de Twitter (hace tiempo que sin explicación estoy “banneada”: es difícil encontrarme aún poniendo mi usuario y mis mensajes llegan a menos gente que el ratio lógico por cantidad de seguidores). Sinceramente, me cuesta entender la saña. Pero ahí está. Y no va a parar. No hasta que hagamos algo entre todos para terminar con la crueldad en serio. 

El ataque es sistemático, coordinado y dirigido. Esta última operación fue directamente un “vuelto” (en sus propias palabras) y, como tal, un mensaje mafioso, un reconocimiento de que está claro que la fake es fake, que lo que importa es este mensaje: “Ahora vas a ver lo que podemos hacer con tu vida y la de tu familia, te vamos a volver loca a pura maldad y mentiras aunque sean una estupidez”. Es un disciplinamiento sobre mí pero también sobre los demás. La difusión de fake news sobre una relación incestuosa con mi hermano, con el uso de inteligencia artificial para generar imágenes, es una acción que lesiona los derechos digitales y una forma de violencia que puede ser encuadrada como delito de gravedad. La organización de miles de cuentas de trolls, más bots pagos, más dirigentes nacionales libertarios, más el propio Presidente para instalar esa mentira, constituyen un entramado que todavía no está tipificado y al que habrá que empezar a ponerle un nombre que todavía no tiene.

Todas esas calamidades y la violencia del gobierno contra quienes nos oponemos a ellas, son parte del mismo plan. A la crueldad de las medidas de la gestión se suma una crueldad discursiva y simbólica contra comunicadores, periodistas, artistas y cualquiera que ose a disentir aunque sea un poquito con ellas.

Muchos me creen merecedora del hostigamiento coordinado desde el Estado por haber dicho en campaña que el candidato Milei “estaba enamorado de su hermana y vivía con ocho perros”. No dije que tuvieran un vínculo sexual, elegí el significante “estar enamorado” justamente porque no implica necesariamente un vínculo sexual, aunque sí un apego emocional un tanto extremo. No hace falta más que ver cómo habla de ella, el nivel de centralidad que le otorgó aún sin tener ningún recorrido político previo, todas cuestiones que están sobre la mesa y de la que todos hablan, algunos con más y otros con menos eufemismos. De la misma manera que me parece una pregunta válida la de su equilibrio emocional. ¿Cómo no vamos a poder preguntarnos esas cosas de quien dirige nuestro país? ¿En serio no podemos hacernos preguntas sobre la capacidad mental de alguien que hace chistes masturbatorios frente a niños en una escuela? ¿En serio no podemos preguntarnos sobre los lazos afectivos de alguien que considera a compatriotas que no piensan como él como un “cáncer que hay que extirpar” y a los homosexuales como “pedófilos”?

Ojo con comprar la idea que el gobierno vende de que esto es “un vuelto” por algo que yo hice. Porque de ahí al "algo habrán hecho" hay un paso. Y no es sólo una cosa “del micro mundo de tuiter”. Los medios de comunicación masivos (la tele, más que nada) son parte fundamental del ensañamiento y la validación de fake news. Porque los recortes que elige hacer el Gordo Dan o quien sea el troll de turno a quien le haya tocado “clipearme” para viralizarme, terminan siendo alimento de los noticieros y de los programas de chimentos. Una simple opinión mía, por lo general sacada de contexto, es tema de conversación en los programas de la mañana, de la tarde y de la noche. Figuras como Luis Majul, Joni Viale, Eduardo Feinmann, Esteban Trebuq, Ignacio Ortelli, entre otros, se la pasan difundiendo de sus propias bocas o a través de sus invitados innumerables agravios, insultos y descalificaciones contra los que pensamos distinto a ellos. No pongo nombres para “picantear” ni convertirlos en objetivo, sino porque muchos otros colegas, aún en esos mismos medios, no lo hacen. Se puede actuar de otra manera. 

Muchas veces esa réplica de lo viral aparece también en programas más “blandos” como el de Beto Casella o Georgina Barbarrosa. A algunos de ellos, con quienes tengo trato, les escribí para pedirles que dejen de hacerlo, y para mi sorpresa me encontré con respuestas del tipo: "No sabía que te hacía tan mal, che. No lo vuelvo a hacer". En un punto me alivió saber que la saña era tan superficial, y de verdad espero haber generado alguna conciencia (y cese de hostilidades) con esos llamados, pero, al mismo tiempo, me shockeó la frivolidad. Hanna Arendt hubiera dicho “banalidad”. Lastimar sin medir el daño, solo porque te toca estar ahí, meterse en las vidas privadas solo porque todo el mundo lo hace o con el fin de que odien a tal o cual persona por sus ideas es un peligro real. Y quien no lo vea que vaya a estudiar un poco de historia. Y al que le parezca algo “woke”, menor, de “progres”, acuérdense de lo que le respondió Néstor Kichner a Mirtha Legrand allá por 2003, cuando recién asumía como Presidente. Mirtha le comentó: "Dicen que se vino el zurdaje, o sea los zurdos, ¿no?". Kirchner respondió: "Hablar en esos términos nos costó 30.000 desaparecidos". No le pareció gracioso, no le pareció menor.

Es cierto que en mi programa somos críticos del gobierno, del sistema de medios, de las grandes corporaciones que lo bancan. Y usamos términos muy duros para describirlos. Pero no practicamos de manera irresponsable el deporte de deshumanizar. Hacemos otra cosa. Pongamos un ejemplo claro de comparación: hablamos mucho de la entrevista arreglada entre Viale y el presidente de la Nación, dijimos que era una truchada, un engaño para su propia audiencia, un descenso a los infiernos de cualquier ética periodística. Pero hablamos de su trabajo, no nos metimos con su persona, su familia, su vida privada. Tampoco inventamos o difundimos fake news respecto a cuánto cobra, si recibe pauta pública, ni hurgamos en negocios privados que pudiera tener fuera de su actividad periodística. Todas esas cosas sí las hicieron y hacen conmigo, y muchos de esos periodistas le dan crédito y validez por más que salgan desde cuentas anónimas de las redes sociales. También lo hace el Presidente, quien participa activamente de estas campañas de “acoso y derribo” como dicen los españoles. 

El ataque es sistemático, coordinado y dirigido. Esta última operación fue directamente un “vuelto” (en sus propias palabras) y, como tal, un mensaje mafioso, un reconocimiento de que está claro que la fake es fake, que lo que importa es este mensaje: “Ahora vas a ver lo que podemos hacer con tu vida y la de tu familia, te vamos a volver loca a pura maldad y mentiras aunque sean una estupidez”.

Tenemos por un lado la creación de campañas de difamación desde las redes sociales, la validación y difusión desde grandes medios de comunicación y, finalmente, el sello político desde la máxima autoridad del país. Es un sistema. Un sistema de acción estrictamente fascista, porque no busca crear ninguna discusión o debate sobre tal o cual tema, busca quebrar a las personas, deslegitimarlas de cara al conjunto y finalmente, hacerlas mierda. El objetivo es simple y brutal. 

Y sin embargo, tengo la sensación de que seguimos sin comprender la gravedad que implica dejar que el Presidente insulte, trate de ratas, violadores, mandriles y degenerados a los opositores o gente con la que tiene alguna diferencia. Tengo la sensación de que pensamos que son “chistes”, que es algo que termina en nada, y que a lo sumo afecta a personalidades públicas (políticos, periodistas, artistas) pero que es un tema alejado de la “gente”. No se me ocurre un razonamiento más peligroso que ese. Semejante conclusión ya no es solo pasiva o condescendiente con quien hace un daño. Es ser colaborador por acción u omisión de la destrucción de la convivencia democrática y de la libertad de expresión. El que acepte esta cultura ya es, aunque no lo quiera, parte de ella. 

No pienso aceptar mansamente la campaña de difamación, pero mucho menos que “algo hice” para merecerlo. Como algunos sabrán, mi imagen se volvió popular hablando de política en la tele, pero particularmente sobre feminismo, allá por 2010 y 2011. Era un tema que generaba rechazo aún entre la gente con la que compartía una misma mirada ideológica. Mi carrera, aún teniendo una cercanía con los gobiernos kirchneristas que nunca oculté ni me arrepiento, no se fundó en repetir u operar para ese espacio político. Puse mi granito de arena en instalar ideas que eran marginales en ese momento pero que me parecían valiosas, y no me importó que no fuera parte de la agenda oficial o que algunos compañeros pensaran que “restaba”. Era en lo que creía. Unos años después, por suerte, eso que era una agenda marginal se transformó en un movimiento masivo, después del Ni Una Menos y la lucha por la legalización del aborto. 

En 2016 fundé Futurock, una radio que tenía como objetivo demostrar que se podía armar un medio de comunicación sin el apoyo del estado ni grandes empresarios, con la voluntad y la fuerza de nuestros propios seguidores y oyentes. Todas las campañas contra nuestro medio, tildandolos de “pauteros”, se terminan con decir que salimos al aire en julio de 2016, cuando el gobierno que yo apoyaba no gobernaba ni el país ni la provincia de Buenos Aires. El año que viene Futurock cumple 10 años, y ya pasamos tres gobiernos nacionales de distinto color político, una pandemia y no sé cuántas crisis cambiarias. Cuando el feminismo era agenda en auge en 2018, nuestra radio fue uno de los centros comunicacionales en los que la “ola verde” cobró vida. En ese contexto comenzaron a aparecer escraches, cancelaciones y otras derivaciones negativas del proceso, y  tuve siempre una posición en algún punto “conservadora”, “legalista”, pero también política: ninguna lucha justifica ser cruel ni sacarles a los demás el derecho a la defensa, la presunción de inocencia. Hoy es casi un lugar común dentro del feminismo. Ese recorrido lo convertí en un libro que publiqué el año pasado, Las caras del monstruo; entre otras cosas también trato de pensar hasta qué punto la lógica de la grieta, los discursos intolerantes y la violencia de las redes nos termina por convertir a todos un poco en pequeños monstruos. O, al menos, en versiones peores de nosotros mismos. 

Les hago este pequeño resumen personal porque, entre la tristeza por los ataques que recibo, tiene un lugar importante la desesperación: tal vez estén teniendo éxito en dibujar un perfil de mi persona donde todo eso desaparece y queda una imagen tosca y brutal. Una caricatura o un meme. Obviamente les puede gustar o no lo que hago, les puede parecer mucho, poco o nada interesante lo que tenga para decir. Pero creo que tengo derecho a que esas conclusiones las saquen por las cosas que realmente hice y hago y no por una campaña destructiva digitada por Milei, algunos periodistas y el sistema libertario de redes sociales. 

Una cosa más: creo que en momentos como este, donde nos jugamos tanto, es necesario bancarse la que venga, resistir y seguir dando pelea aun cuando eso tenga algún costo personal. Quiero que otros colegas vean los golpes que recibo, pero también que no aflojo. Pero no se confundan: el secreto no es construir héroes ni gente que “se la banque”. La solución es que sea inaceptable que un Presidente construya odio y deshumanice, que sean inaceptables las campañas de destrucción de personas en las redes y los medios. Si somos muchos los que levantamos la voz, tarde o temprano, lo vamos a lograr.