Ensayo

Derechas de ayer y hoy


Juventud, ¿divino tesoro?

Derechas y jóvenes no son ni han sido antónimos. A lo largo del siglo XX liberales, conservadores, nacionalistas y golden boys marcaron el pulso del debate político argentino. Hoy, nutridos con lecturas anti-feministas y anti-progresistas, se desplazan orgullosos hacia un extremo y critican por tibios a los referentes cambiemitas. Martín Vicente y Sergio Morresi subrayan que, en las redes y en las calles, las juventudes de derecha actuales son parte de una historia mayor.

En los últimos tres días, Jóvenes Republicanos, línea juvenil de Unión Republicana, caracterizó al presidente Alberto Fernández como un dictador, consideró terminada su gestión y acusó al jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, de reprimir las marchas del sábado 16 con una saña que no aplica a las de movimientos sociales, lo cual lo haría parte de “la casta política”. Previamente, durante el 24 de marzo y el 2 de abril, la agrupación publicó una serie de tuits resignificando el último golpe de Estado: la consigna “Nunca Más” se completaba con “otro año sin clases”, “vacunación VIP” o “dictadura en Formosa”. La estrategia ya había sido ensayada en un macabro happening de fines de febrero, cuando colocaron bolsas mortuorias en el suelo de la Plaza de Mayo y las rejas de la Casa Rosada donde destacaban nombres de funcionarios y figuras cercanas al oficialismo, algunos de los cuales habían sido vacunados de manera irregular. Ese acto, que buscaba marcar que esas vacunas implicaban muertes de quienes no las habían recibido, les dio amplia visibilidad y, a la vez, generó el repudio de sectores heterogéneos, incluso por fuera del Frente de Todos.

 

Autodefinido como “corriente interna de PRO en defensa de la vida, la libertad y la propiedad privada”, Jóvenes Republicanos propone dar una “batalla cultural” de la mano de lecturas confrontativas, lenguaje ácido y tonos ríspidos. En las redes sociales la agrupación y sus referentes destacan los mensajes irónicos (como uno que rezaba que los muertos “resucitan cada dos años para votar al kirchnerismo”) y la polémica contra lo que entienden como el establishment progresista. Entre sus referentes políticos están los diputados patagónicos David Schlereth y Juan Martín, pero también se muestran cercanos a la presidenta de PRO, Patricia Bullrich, a quien elogian y respaldan. Hoy, ocupan el centro de un mundo juvenil que en los últimos años creció sobre el margen derecho de PRO, tanto dentro cuanto fuera del marco partidario, haciendo hincapié en su carácter “rebelde”

 

Las bolsas mortuorias en las protestas no son novedosas: en los ’60 en Estados Unidos, los manifestantes contra la invasión estadounidense en Vietnam apelaron a ellas para dar cuenta de las víctimas de la guerra. En los ’80 se usaron en distintos países para denunciar la desatención gubernamental frente al avance del HIV/SIDA. Incluso hace poco el movimiento feminista argentino apeló a ellas para visualizar los femicidios. El acto de JR-UR buscó reformular esos sentidos: lo que llamó la atención en febrero, entonces, no fue tanto el recurso sino quiénes lo habían usado y con qué finalidad. 

 

Lo cierto es que la reescritura por derecha de ritos de manifestaciones progresistas no es nueva y se ha consolidado en los últimos años. A comienzos de los 2000, en los actos en Plaza San Martín para pedir por la libertad de militares condenados por la represión ilegal durante la última dictadura, los familiares y asistentes comenzaron a hablar de “presos políticos”, a dibujar siluetas y corear “presente” tras la mención de nombres, tal como lo hacía el movimiento de Derechos Humanos. Este tipo de intervenciones presentaba un sentido doblemente performativo: como acciones políticas propias de una manifestación que recurren a un acervo de repertorios socialmente extendido, pero también como una provocación, un modo de mostrar capacidad de invertir el sentido de los ritos, tal como la apropiación del imperativo “Nunca Más” o el uso de la idea de “casta” que, desde la izquierda española, Podemos hizo eje de su discurso y hoy utiliza JR-UR.

 

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Los trabajos académicos vienen marcando hace tiempo que, en diversos países, ciertos sectores de las derechas se desplazan hacia posicionamientos extremos. En los últimos años esto despertó interés en la prensa especializada en política, pero también en medios masivos. Por eso, colocar en una línea de tiempo las conexiones entre las dinámicas de las relaciones entre las derechas y la juventud muestra que la búsqueda de efecto performativo no es una novedad sino una de las múltiples formas que han marcado históricamente los modos en que los jóvenes derechistas se visibilizaron en diversas latitudes y etapas, imbricados a su vez con transformaciones en las industrias culturales. 

 

Los jóvenes de ayer

 

A lo largo del siglo XX, los grandes momentos de cambio modernizador en las industrias culturales fueron acompañados de una visibilización de la juventud. Los roaring twenties reformularon tanto las pautas del mundo que había dejado de lado la Belle Epóque como las que atravesaron la impresionante consternación de la guerra mundial. Fueron años caracterizados por la crisis internacional del liberalismo que, antes que la caída de un ideario, implicó el resquebrajamiento de una cultura completa: el modo decimonónico tardío y burgués de pensar y estar en el mundo. 

 

Al costado de la “era del jazz”, y en parte en reacción a ella (como quedó claro en las prohibiciones del nazismo o las diatribas autoritarias locales), una articulación cada vez más dramática de nacionalismo radical y juventud fue ascendiendo mientras las derechas de tono moderado como las liberales y conservadoras oscilaron entre el antifascismo, el gesto anhelante del ayer y cierta tolerancia frente a lo que veían como un freno, peligroso pero efectivo, al bolchevismo (tal lo muestran los textos de neoliberales como Ludwig von Mises). 

 

La irrupción joven en la era de las catástrofes fue una novedad tanto como un producto de su época: carne de cañón de las guerras, productora de vanguardias, espejo de la crisis, dibujó una diferencia notable con la de generaciones precedentes y abrió un hiato que creció a medida que se afianzaba un modus vivendi propiamente juvenil. 

 

La etapa de la segunda guerra mundial llegó a extremos impensados aún para el pesimismo de las décadas previas, plasmados a modo de símbolos en la Shoá, la represión estalinista y las bombas atómicas sobre Japón. Pero el dolor de esos años fue reemplazado por el optimismo que ascendió tras el final de la contienda. Si bien marcados por la guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, los años de la segunda posguerra alumbraron líneas que marcarían a las décadas venideras: alejamiento de la muerte como horizonte inmediato, crecimiento económico, mejor distribución del ingreso, centralidad de la cultura en los consumos de masas, aceleración de las comunicaciones y progresiva norteamericanización de los modos de vida. Si algo une a las familias del baby boom estadounidense con el momento en que “los trabajadores salieron de compras” durante el peronismo, son las imágenes de un capitalismo urbano e inclusivo, de rostro humano. La felicidad obrera, retratada desde la pluma de Osvaldo Soriano, los análisis académicos de Marcela Gené y la construcción identitaria peronista (y su melancolía posterior), fueron también uno de los ejes de normalización de un modo de ver al capitalismo y la vida socio-cultural dentro de su esfera, pero que obturó una serie de conflictos que atravesaron especialmente a la juventud. 

 

En esos años, y si bien Juan Perón marginó a los actores más derechistas de sus apoyos (salvo en planos como la educación), tanto en torno al justicialismo como afuera, las derechas se reformularon expresando rostros jóvenes. Experiencias de “universidad en las sombras” marcadas por una relectura liberal-conservadora de la historia nacional; nacionalistas que pedían recuperar el cariz elitista frente al avance populista; antisemitas, corporativistas o integristas que reclamaban a Perón un verdadero nacionalismo, fueron algunas de las expresiones que crecieron ante la progresiva unificación de las industrias culturales bajo el signo del oficialismo. Parte de esas juventudes entraron en acción en el derrocamiento del segundo gobierno justicialista: comandos civiles católicos, encuentros entre nacionalistas y liberales en base al compartido antiperonismo, militaristas que releyeron la coyuntura local a la luz de la guerra fría. 

 

A partir de septiembre de 1955, entre las juventudes de derecha florecieron dos movimientos. Los liberal-conservadores que se habían formado durante el período peronista fueron ganando sitio público en la universidad, las revistas cultural-políticas o los grandes diarios como La Nación y La Prensa, al tiempo que protagonizaron vínculos entre el Estado y las organizaciones civiles y devinieron voces de confianza para empresarios y militares. Por otra parte, en el universo nacionalista la primacía del ala liberal en el articulado antiperonista llevó a un replanteo de la cuestión justicialista y, con él, a un acercamiento al peronismo que se fue profundizando en los años siguientes, hasta la convergencia. Como han mostrado diversos trabajos, la militancia clandestina, la cultura de la violencia e incluso la socialización religiosa fueron claves de pasaje de izquierda a derecha (y viceversa) entre jóvenes nacionalistas, muchos de ellos identificados con el peronismo.

 

Durante los “largos años sesenta”, como marcó Valeria Manzano, se dieron fenómenos de reacción contra muchas líneas maestras del peronismo, pero permitidas por las transformaciones de la etapa justicialista, como el ascenso social, el crecimiento de la matrícula educativa y el mayor peso de consumos culturales en sectores populares. Así, la modernización que caracterizó a esa etapa de Mafalda y censura, de apertura sexual y razzias en hoteles alojamiento, fue atendida por sus cambios progresistas pero marcada por la presencia de diversas expresiones derechistas jóvenes, que latieron de modo contrario al de artistas rupturistas, renovaciones juveniles de izquierda o hippies, rockers y beatniks. El tono de extrañamiento y mofa con el cual la revista Primera Plana se refería a las organizaciones de juventudes anticomunistas, mientras promovía la figura de Juan Carlos Onganía, o las “Columnas de la juventud” en las que el diario La Nación enfocaba las transformaciones socio-culturales al tiempo que dictaba pautas morales para los jóvenes, muestran esa complejidad poliédrica donde la juventud estuvo tensionada entre modernización y autoritarismo.

 

La última dictadura hizo de la juventud un objeto de represión privilegiado: trabajadores, militantes, activistas fueron víctimas centrales del aparato clandestino y de políticas de vigilancia abiertas. Pero al mismo tiempo ciertos perfiles de jóvenes aparecieron como figuras promovidas desde la discursividad procesista, ligados a los valores cívicos enfatizados desde el discurso oficial. La reapertura democrática se caracterizó por una explosión juvenil que sintonizó con la idea de una primavera que llegaba tras el invierno dictatorial. Al costado de esa experiencia que cruzaba raros peinados nuevos con destape y sensibilidad colorida con oscuridad under, las juventudes de derecha se rearticularon en dos ejes. De un lado, el fenómeno de la militancia juvenil liberal, que tuvo en la Unión por la Apertura Universitaria (UPAU) su principal eje, fue visibilizada ampliamente por los medios de comunicación; del otro, las juventudes identificadas con el nacionalismo parecieron recluirse en los márgenes del sistema, resistiendo la progresiva hegemonía de las ideas neoliberales con sus denuncias de conspiraciones en publicaciones de baja circulación y tono altisonante. 

 

Las transformaciones que el menemismo trajo a la política argentina condensaron líneas que, para las derechas, se hallaban en desarrollo desde la transición. Por un lado, la progresiva disolución del nacionalismo reaccionario tuvo su canto de cisne en el Movimiento por la Dignidad y la Independencia (MODIN), que Aldo Rico acabó sumando al entramado duhaldista. Por el otro, la visibilización de nuevos perfiles juveniles: desde el Golden Boy ligado a los mercados, simbolizado en la figura de Martín Redrado, hasta aquellos que en nombre de los valores venían a decir que “lo viejo ya fue”, tal el slogan de Gustavo Béliz, identificado con el Opus Dei y el peronismo porteño. Sin embargo, los ‘90 fueron leídos por muchos como un momento de despolitización de la juventud. La “generación menemista”, como la llamó la escritora Cristina Civale, se afincaba en la ironía, el cinismo y, por qué no, la individualización y la derechización en tonos desenfadados. 

 

Jóvenes contra la “vieja política”

 

Superar la “vieja política” apareció como mandato tras el fallido gobierno de la Alianza. Ello fue reconocido no solo por el kirchnerismo, sino también por el macrismo que despuntaba en la ciudad de Buenos Aires. En torno a Mauricio Macri se unieron distintas fuerzas desperdigadas (desde el peronismo capitalino a la tradicional centro-derecha, pasando por radicales) así como personas, muchas de ellas jóvenes, que se habían asomado a la política durante la crisis de 2001. Con el correr de los primeros años del nuevo milenio, diversas “juventudes PRO” jugaron a escandalizar espíritus progresistas con remeras donde el rostro del ex presidente de Boca Juniors aparecía reemplazando al de Ernesto Guevara con la leyenda “Macri es revolución”. Aunque para muchos había un espacio oficial (el de Jóvenes PRO bajo cobijo inicial de Marcos Peña), el carácter heterogéneo del nuevo partido permitió el surgimiento de otros grupos, con mayor o menor visibilidad y habilidad para impactar en medios o en la web, como La Solano Lima o Generación Argentina Política. 

 

 En muchos casos, los modos de entender y estetizar la política promovidos desde las derechas jóvenes chocaron frontalmente con las convenciones mayoritarias de la política argentina y, ante la rearticulación juvenil kirchnerista, fueron centralizando una discursividad que se presentaba como contraparte de La Cámpora, leída más como sinécdoque del kirchnerismo que como proyecto concreto. Pero, al mismo tiempo, las distintas juventudes de PRO parecían compartir algo con su contracara: la idea de que las agrupaciones no estaban allí para disputarle espacios propios a los jefes, no buscaban independizarse como había pasado hasta la década del ‘80, sino ponerse a su servicio y apuntalar su encumbramiento. Quizás este “seguidismo” sea una parte de la explicación a un fenómeno que fue produciéndose en forma simultánea al crecimiento de PRO primero y de Cambiemos después: jóvenes de derecha que votaban críticamente a Macri pero que emprendían una sociabilidad política por fuera del espacio comandado por el empresario, reclamando posturas más firmemente derechistas. Se desplegó así una dinámica más contestaria que fue moldeando una identidad que, en lugar de afirmar estar “más allá de la izquierda y la derecha”, como se sostuvo mucho tiempo desde las usinas de PRO, se enorgullecía de su derechismo, criticaba por tibios a referentes cambiemitas y se visibiliza tanto en las calles como en las redes sociales y los medios de comunicación. 

 

Ante el progresismo promovido en torno al kirchnerismo y al calor de debates como los del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, jóvenes con socialización cercana al catolicismo se movilizaron y nutrieron con lecturas anti-feministas. En muchos casos esas lecturas les abrieron las puertas a otras ideas anti-izquierdistas enlazadas con las familias militares, que en ese momento estaban renovando sus repertorios y ganando visibilidad. Como muestra Analía Goldentul, el acceso a la militancia o la política partidaria, la formación ideológica o el vínculo con intelectuales dista de ser (valga el término) uniforme, pero la marca generacional aparece claramente como modo de diferenciarse de las formas que caracterizaron a los espacios más conservadores y al nacionalismo en el siglo XX. Cuando Cambiemos fue creciendo, y de modo más marcado cuando Macri llegó a la presidencia, otras juventudes, más cercanas a las ideas libertarianas, ganaron un lugar. Con lecturas fragmentarias de autores neoliberales, minarquistas, anarcocapitalistas y paleoliberales, muchos adolescentes y jóvenes comenzaron a tener como referentes a figuras de alta presencia en medios y redes, que también ganaron popularidad callejera. Estos diversos rostros de las nuevas derechas se imbricaron en un collage donde varios de sus colores principales tienen tonalidades jóvenes.  

 

El gran cambio que supuso la irrupción de las redes sociales para estas nuevas formas políticas no puede pasarse por alto: no sólo implicó una mayor visibilidad para distintos grupos de derechas juveniles, sino que permitió un espacio de convivencia e intercambios continuos que, más allá de discusiones muchas veces ácidas y feroces, ayudan a entender convergencias inesperadas sobre ciertos ejes (como el anti-feminismo, el anti-colectivismo, el anti-progresismo) y una multiforme presencia en industrias culturales. El salto de la pantalla del celular o la notebook a la televisiva o el paso de la polémica en Twitter al mundo impreso es hoy un eje tan importante de la socialización y la politicidad como ganar la calle. 

 

Otro amanecer

 

Sea por el enorme impacto de la primavera pos-dictadura, por la constancia de la militancia de izquierda en el menemismo, o por el carácter juvenil de la movilización propiciada por el kirchnerismo, muchas veces se tendió a olvidar que derechas y juventudes no son ni han sido tradicionales antónimos: por el contrario, históricamente se articularon de forma exitosa. Recordar el himno fascista italiano Giovenezza, llamar la atención sobre la Alianza de la Juventud Nacionalista que Juan Queraltó fundó en 1937, detenerse sobre los jóvenes que se integraban a los Comandos Civiles en los ‘50, los que se sumaron al Movimiento Nacionalista Tacuara en los ‘60 o le dieron rostro joven al neoliberalismo en los ’80 ayuda a comprender que juventudes y derechismo han convivido perfectamente y lo han hecho en base a su relación con las transformaciones en las industrias culturales. 

 

Las derechas no siempre están mirando al pasado con añoranza, sino que muchas veces buscan construir otro futuro, uno que a muchos nos causa incomodidad y nos recuerda tiempos aciagos, pero que los jóvenes derechistas ansían y militan de cara al sol.

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