Crónica

Qué buscan los pibes y pibas online


No todo es guita  

Los jóvenes entran al mundo digital cada vez más temprano y eso no es novedad. Pero ¿para qué? ¿todo gira en torno a conseguir dinero rápido y fácil? Si bien las palabras que más escuchamos son cripto, bitcoins, apuestas online, no todo es plata: en muchos casos, también hay una búsqueda de identidad, una necesidad de pertenecer, sobre todo en los varones. Las mujeres también participan del universo en línea. Incluso, se autogestionan estrategias y formas de cuidado. Macarena Romero habló con algunos de ellos y ellas para entender qué buscan allí que no encuentran en otro lugar.

N. entró por primera vez a un bingo a los 16. “Yo conocí ese mundo con mi mamá, en lugares físicos. A ella le gusta jugar. No es de las personas obsesionadas que van todos los días al casino, pero le gusta”. Imaginaba que las sillas tapizadas de rojo y negro eran una ruleta humana. La alfombra verde, vieja, y las luces de neón azul eléctrico, del futuro. 

N. empezó a ver cada vez más publicidades de apuestas online durante los partidos  de su club, Independiente, y también en Tik Tok, donde muchos promocionan casinos. Pero la primera vez que apostó fue bastante antes, en el colegio. En sexto año las mesas eran de ocho personas. El único varón del grupo llegó con la propuesta, porque sus padres eran cajeros de un casino online. “Nosotras le pasábamos toda la plata,  él la mandaba y nos cargaban, sin DNI. Era plata que nos daban nuestros viejos. Me enganché. Aunque también perdía, yo miraba sólo cuando ganaba. Y así gastábamos las horas de colegio”. El tiempo se gastaba, como el dinero. 

Una vez ganaron 100 mil pesos. Los repartieron. Ella se anotó en el gimnasio: “Es plata fácil, entonces como que la querés disfrutar, no sé, celebrar que te vino de arriba. Imaginate en el colegio y todos en esa, era divertido. Casi siempre jugábamos Blackjack o ruleta, que te dan más adrenalina, son las que te aceleran el corazón”. 

Cuando terminó el colegio, N. empezó a trabajar para un banco como promotora en la calle: “Llegaba a casa quemada y me tiraba en la cama a jugar, y ahí ponía 5 mil, 10 mil. Y ganaba. Me llevaba 60 mil, 80 mil. Mi sueldo más los 80 mil en el mes era un montón de plata”. 

El 82,3 por ciento de lxs jóvenes de entre 12 y 19 años que en 2024 apostaba frecuentemente, según la Encuesta de Bienestar Digital de la Provincia de Buenos Aires, buscaba ganar dinero para uso personal. El  51,1 por ciento lo hacía para divertirse y el 20 por ciento por la adrenalina/emoción. “Así como te digo que yo juego, te digo que no banco que exista el casino online —dice N. — En los casinos berretas, no te piden identificación, y por eso mismo yo podía jugar”.  

En el sitio BET365, líder del rubro de apuestas online, el 70 por ciento de los usuarios son hombres y el 30 por ciento mujeres. A pesar de la notable diferencia  en la participación, para Ezequiel Passeron, director de Educomunicación de la Ong Faro Digital, que realizó un relevamiento sobre ludopatía juvenil en 2024: “Esto viene a desmitificar que la práctica de las apuestas sea algo exclusivo de los varones”.

En el mundo digital parece haber lugar para todxs. Pero los riesgos y costos de entrada y permanencia ¿son los mismos para varones y mujeres? .  

Trini tiene 26 años y desde los 21 trabaja como “modelo vivo” digital: en las fotos que sube a Patreon, una plataforma que funciona a base de suscripciones escalonadas, posa con flores en la boca; a veces desnuda, de espaldas sobre una chimenea, o bajo una escalera en una contorsión imposible. Alimentar las suscripciones mensuales de fotos requiere tiempo y marketing autogestivo. Tuvo que aprender sobre herramientas de promoción, manejo de redes, y gestión frente al baneo de cuentas: “Perdí muchos seguidores. Instagram, por ejemplo, es muy puritano. Da mucha bronca porque es material artístico y la vara es distinta para medir el material que suben diferentes tipos de perfiles”. Valora la autonomía, pero se le dificulta poner un límite al tiempo de trabajo: “De repente son las doce de la noche y estoy contestando un mensaje. Si hago un cálculo, yo creo que estoy mínimo tres horas trabajando con el celular, seis días de la semana”. Eso sin contar el sacarse las fotos, hablar con los fotógrafos y las horas de posar. “Quizás tengo sesiones online también, son dos horas la sesión, más una hora de armar y desarmar vestuario y decorado”, agrega. 

“De repente son las doce de la noche y estoy contestando un mensaje. Si hago un cálculo, yo creo que estoy mínimo tres horas trabajando con el celular, seis días de la semana”.

La periodista feminista Florencia Alcaraz dice que la incorporación de juventudes  en el mundo digital vino acompañada del surgimiento de estrategias y formas de cuidado autogestionadas. Algunas se capitalizan en forma de cursos que se venden, pero otras permanecen como espacios identitarios o laborales específicos, ajenos a la institucionalización o a la mirada adulta. En los grupos de Whatsapp que Trini comparte con otrxs colegas, por ejemplo, circulan trucos para el uso de las plataformas, consejos sobre los cobros, e incluso listados de recomendaciones de con quién no trabajar: “Hay que tener cuidado siendo mujeres. Yo tuve una situación con un fotógrafo apenas empecé a trabajar de esto, era mucho más piba. Años después pude hacer la denuncia dentro del ámbito artístico. Fue algo sutil, pero yo tenía 19 años. Por eso agradezco que ahora, para una piba que recién empieza en este mundo, haya una red”. 

Bárbara Nieves tiene el pelo corto, dos piercings en la nariz y el tatuaje de una bailarina de flamenco en el brazo. Es venezolana, llegó a Argentina en 2012, con 25 años recién cumplidos. Buenos Aires la conquistó en unas vacaciones, pero la convivencia post flechazo no fue fácil. Una licenciada en Historia del Arte devenida vendedora de ropa, moza, empleada de call center. Cuando la echaron de su último trabajo, donde no estaba registrada, empezó a gastarse los ahorros. “Tenía que accionar rápido, y me vino a la mente un comentario que le escuché a un conocido en una fiesta en un hostel. Algo sobre un trabajo en un chat”. Le pasaron una dirección: “Era el nombre de una persona @gmail.com”. Aún hoy el recuerdo de esa informalidad la llena de sorpresa. 

El trabajo consistía en chatear con los usuarios de dos plataformas de citas con subscripción para el mercado español. La mayoría eran hombres, por eso la empresa contrataba mujeres que administraban perfiles falsos para generar engagement y oferta femenina. Le pagaban por mensaje enviado. Completaba 15 horas semanales en una interfaz confusa que tenía del lado derecho la información del usuario y del izquierdo la del perfil falso que le tocaba administrar. No siempre era el mismo, lo que se sumaba a la confusión de sostener conversaciones, casi siempre eróticas, con varones hetero del otro lado del océano y en las antípodas del deseo. Bárbara está casada  —y enamorada— de Guillermina.  

“El territorio de lo digital aparece como un espacio donde es posible pegarla, y salvarse, en un contexto económico cada vez más precarizado, entonces excede a las apuestas”, destaca Passeron. La interfaz reduce la distancia, el tiempo de recorrido entre el deseo y su concreción, aunque el resultado no siempre es satisfactorio: “Si querés podés, te dicen, y la verdad es que no es así”.  

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En el escándalo $LIBRA, la estafa cripto de más de 4.000 millones de dólares promocionada a principios de este año por el presidente Javier Milei, no apareció ni una sola mujer estafada. Según el último relevamiento del Reporte global sobre mujeres, criptodivisas e independencia financiera sólo el 15 por ciento de lxs usuarixs cripto son mujeres. Alcaraz investigó sobre los modelos de masculinidad en $Libra  y concluyó que la fórmula es atávica y universal: “Cuanto más riesgo, más varones”. Detrás de las diferencias en la participación hay un proyecto de masculinidad dirigido a los varones jóvenes que encuentran en el mundo digital, y en las finanzas, identidad y pertenencia. 

“El territorio de lo digital aparece como un espacio donde es posible pegarla, y salvarse, en un contexto económico cada vez más precarizado, entonces excede a las apuestas”, destaca Passeron.

Emanuel tiene un piercing septum y el tatuaje de un pulpo gigante, como un Kraken, que lo agarra de la cadera. Abandonó su doctorado en Bioquímica y su beca del Conicet a los 28 años. En las redes es conocido como “Doctor Kinky”.  Prefiere no decir su apellido por miedo a que lo “doxeen”. Doxear:  esa táctica de ciberataque de recopilación y diseminación de información personal para dañar.  En 2020, con la pandemia, dejó de ir al laboratorio de la Universidad Nacional de La Plata y empezó a investigar sobre el mundo cripto. Lo que más le llamaba la atención era la descentralización: “En una transacción monetaria bancarizada el tercero de confianza es el banco, pero en este sistema son los mineros de la criptomoneda, cada nodo de las personas que conforman la red blockchain”, explica. En la llamada red blockchain la información se registra en bloques conectados entre sí en una cadena que funciona como un libro de contabilidad digital compartido. Son los participantes quienes validan y verifican las transacciones. La interconexión garantiza la transparencia: Emanuel habla de la imposibilidad de hackear todos los nodos, que minan las 24 horas en todas partes del mundo, y de la seguridad del sistema criptográfico. Seguridad versus la incertidumbre de su beca doctoral, falta de previsibilidad no sólo económica sino también laboral: “El laboratorio en la pandemia era un caos y mis directoras querían que trabaje con un tremendo nivel de exigencia, sin reactivos, sin insumos. Todos los reactivos que usamos en investigación son importados”. Cuenta que ellas intentaron disuadirlo: “Me decían: en mi época yo sufrí esto y esto y esto. Sí, pero en tu época tu sueldo era el doble”. 

Empezó a ahorrar en criptomonedas por la limitación de compra de dólares. Después, los aumentos a los becarios empezaron a quedar cada vez más por debajo de la inflación: “Dejé el trabajo de investigador porque estaba muy quemado y ni siquiera me alcanzaba”, explica. Hoy, además de vender contenido erótico, se dedica a actividades de arbitraje: busca brechas de precio entre diferentes brókers y entidades para ganar un porcentaje, que en general es de entre un 1 y un 2 por ciento de la transacción. 

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En una amplia comunidad de grupos de Whatsapp circula información sobre finanzas digitales y ayuda para reconocer estafas como $Libra o esquemas Ponzi de falsos traders o influencers financieros. Nicolás Pontaquarto, miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social, se sumó a algunos grupos en la plataforma Discord para generar comunidades de ayuda, análisis técnico y compartir tips. Estos grupos se organizan a partir de memecoins -criptomonedas que se crean a partir de memes con un enfoque satírico- y tokens digitales -criptomonedas y otros activos digitales que se ejecutan sobre cadenas blockchain-. “Son comunidades recontra colaborativas, y no todas terminan en estafa. Son pibitos de 14, 15, 16 años que capaz están haciéndole una diferencia a la plata que le dan los padres para salir el fin de semana”. 

Para él, vincular todo lo que sucede en el mundo digital al antifeminismo o a los incels es erróneo: “Yo vi otra cosa. Vi pibes que están preocupados por qué hacer con su dinero, sí, pero también vi pibes que están ahí buscando una comunidad de pertenencia, apartada del mundo adulto”. Los temas que aparecen entre las cripto y las inversiones son los vínculos afectivos, las chicas, las primeras experiencias sexuales, los duelos: “No es solo guita, éxito, o dinero fácil”. 

Federico tiene 19 años, ningún piercing, ni tatuajes llamativos. Ni bien terminó el secundario creó una empresa que fabrica lentes bloqueadores de luz azul. Es parte del escaso mercado local de productos para emprendedores digitales, que pasan horas frente a las pantallas. En los anteojos está grabado el nombre de la empresa: el apellido Esses, que es también el de su abuelo migrante sirio. Cuenta que en español Esses significa, por esas casualidades de la historia, “fabricante de vidrios”.  Una de las “Ss” de la marca es el signo del dinero. Tiene unos 35 mil seguidores en su canal de Youtube y otros 60 mil en Instagram, donde sube carretes de viajes a Disney, fotos posando sobre el capot de un Mercedes Benz, o dictando cursos. En algunas, el saco parece quedarle grande. 

"Vi pibes que están preocupados por qué hacer con su dinero, sí, pero también vi pibes que están ahí buscando una comunidad de pertenencia, apartada del mundo adulto”.

Durante la cuarentena, Federico ya había incursionado en los negocios digitales porque sentía que necesitaba hacer algo más con su vida que jugar a los jueguitos. Tenía, apenas, 15 años. “Busqué cómo asociar el gaming con hacer dinero, y encontré una plataforma china que tenía teclados y sillas más baratos, o que ni siquiera estaban en Mercado Libre —cuenta— Los publicaba y cuando me entraba la plata los compraba. Ese modelo de negocio, que no necesita inventario físico, se llama Dropshipping. Con eso hice mis primeros dólares”. 

Sus primeros  intentos con el trading fueron malos. Puso los ahorros y los perdió: “Había muy poca info, entonces empecé a formarme de manera autodidacta. Me di cuenta de que había que estudiar. Estaba todo el día con eso, hasta en el colegio. Me metía de lleno con cada concepto, y después lo enseñaba, fui documentando todo mi proceso en mi canal de Youtube”. Cree que el mundo de las finanzas digitales te obliga al desarrollo personal, a trabajar muchos aspectos del carácter, porque hay que tener paciencia y templanza: “De repente podés estar arriesgando tus ahorros en una operación, y ahí entran en juego las emociones, hay que ser un zen”. En un nicho donde se vende una vida de lujo y plata fácil, él muestra también cuando pierde. 

Federico no se levanta a las 5 de la mañana, pero dice que quienes lo hacen venden ese yo ideal, y que está bien. Que el suyo también implica tener tiempo para ver a los amigos y estar con la familia. “En su momento hice un período de monk mode, un detox de dopamina donde te orientás únicamente a cumplir con tus metas y objetivos”. De esa experiencia se quedó con una App que le bloquea las redes sociales: no puede usarlas más de una hora al día. 

Mercedes Etchegoyen tiene 36 años y poco tiempo. Cocina, habla, reinicia el módem, ajusta el fondo de pantalla del zoom. Vive en Australia, pero está en Argentina por unos pocos días. Vino a conocer a su sobrino recién nacido. Es abogada y creadora de la plataforma educativa Cryptogirls: “La educación financiera en Argentina con respecto a otros países es pobrísima. Y es una deuda pendiente con las mujeres, que tienen un trabajo fuera, otro en casa, hijos, y si no tienen hijos tienen que cuidar padres, o a ambos, y encima tienen que reconvertirse en alguien que sabe de finanzas, de informática, de tecnología, decime en qué momento”. Junto a una amiga reunió contenido en una plataforma enfocada en las mujeres. “Muchos hombres tienen esa cosa medio estereotipada de querer tomar siempre las decisiones financieras. Y la verdad yo he visto tipos hacer cosas que digo: dios mío, si vos no tenés casa propia ¿cómo puede ser que estés pagando una camioneta que es un monoambiente con ruedas?”. 

Desde la pandemia en adelante las consultas a Cryptogirls crecieron exponencialmente. Las mujeres que asesora Mercedes invierten más que muchos varones, pero ella cree que lo hacen con cautela, tomando las recomendaciones, con más información: “El punto no es ser millonarias. Esto no es la lotería —explica— El punto es que puedas tener lo básico que deberías tener con tu trabajo. Pero no alcanza, nadie llega. Si vos no podés llevar al cine a tus hijos, comprarles un juguete con lo que te queda a fin de mes, entonces tenemos que tomar esta oportunidad que nos dan las finanzas digitales, tomar las oportunidades que nos dan los cambios de época”. 

Las mujeres que asesora Mercedes invierten más que muchos varones, pero ella cree que lo hacen con cautela, tomando las recomendaciones, con más información.

Frente a las crisis económicas, Pontaquarto destaca que en los relatos de varones jóvenes, el rol paterno aparece muy vinculado al mundo del trabajo, y la pérdida del empleo se asocia a una crisis de la idea de masculinidad: “Los pibes se enfrentan, en un contexto laboral mucho más precario, con pluriempleo, a la imposibilidad de crear identidad en estas nuevas formas del trabajo. El quién soy se está jugando hoy en una deriva financiera”. Lo que se está viendo, dice Pontaquarto es “un pasaje desde lo que fue la masculinidad emprendedora del macrismo a una masculinidad especulativa”. 

Su correlato institucional es el régimen especial de la Comisión Nacional de Valores que, desde 2024, habilita a jóvenes a partir de los 13 años a abrir cuentas comitentes y realizar inversiones. En suma, a acceder al mercado de capitales. Para Pontaquarto, la demanda de educación financiera a la que alude el gobierno en este cambio de legislación, la propia idea de legislar en ese sentido porque es algo que ya sucede, debe ser repensada: “Hay que dudar de las salidas rápidas del mundo adulto. Se exige educación financiera en las escuelas, sin preguntarse para qué. Qué enseñamos, para qué lo enseñamos. A la educación financiera hay que politizarla”.    

Para Pontaquarto, varios de los temas que aparecen en el universo digital no están siendo abordados por los progresismos: “Muchas de esas prácticas y espacios vienen a reponer la crisis de sentido de las masculinidades, llenar los vacíos, los silencios”. Los grupos proponen espacios de difusión, de intercambio, de debate. “Todos te dicen, en principio: hablemos. Entonces ahí está muy claro, el mundo adulto no está escuchando a los pibes, ni les está hablando”. Los cripto bros, los vendedores de cursos, los coaches, traen una propuesta de identidad: “Nosotros tenemos que hacer autocrítica sobre qué estuvimos ofreciendo, analizar porqué nuestras propuestas no son tan atractivas ni cautivantes. Ellos trabajan con la certeza, manual de instrucciones versus pedagogía de la pregunta. Y en el medio pareciera que no hay nada”.