Crónica

Cristian Alarcón recibe el Premio Alfaguara


La celebración de lo anfibio

Cómo celebrar a un jefe insaciable que -maldito sea- cuando fulmina un texto que consideramos acabado casi siempre tiene razón. Cómo celebrar a un editor voraz que reinterpreta el acontecimiento con un olfato animal. En plena pandemia, nuestro amigo Cristian Alarcón, director de Anfibia, Cosecha Roja y Cronos, se arriesgó a escribir su primera novela. El tercer paraíso acaba de recibir el Premio Alfaguara.

Cristian no llega. Son casi las 10 de la noche. Es jueves. Amigxs, autorxs, editorxs de Cosecha Roja, Anfibia y Cronos: lo esperamos todxs lxs que estamos en Buenos Aires en este verano caluriento, todxs lxs que pudimos salir corriendo al recibir el whatsapp de Mica que nos confirmaba que habría brindis en nuestro bar-fetiche de Palermo (y que “en honor al tercer paraíso que nuestro dress code sea botánico”).  

Cris no llega porque no logra salir de su Palacio de San Cristóbal. No lo demora el cierre de una nota. Bueno, más o menos. Es que la noticia es él: el más rockero de los periodistas, guerrilla de redacciones, el becario de la Fundación García Márquez, el que un día crea la revista de crónicas y ensayos narrativos más leída en castellano y en alianza con una universidad pública conurbana, el que dirige una agencia de noticias sobre justicia y derechos humanos, el maestro de la Fundación Gabo, el que nos enseña a escribir crónicas, el que nos enseña a amar las crónicas, el que después crea un laboratorio de periodismo performático y da charlas en escuelas de periodismo y en galerías de arte, el que diseña una maestría en periodismo narrativo que iba a arrancar cada dos años pero que ante la demanda pasa a ser anual. El que se compra una lengua de tierra en los márgenes de Buenos Aires sin saber bien para qué. 

En 2020, en pandemia y contagiado con un covid galopante, el periodista escribe un ensayo sobre el futuro, por encargo. Se copa con la filosofía. La piensa tanto que siente que semejante volumen de ideas le dictan una novela. ¡Pero si él jamás escribió una novela! ¡Pero si él decía no-escribo-más! Tensión. Conflicto. 

El toro se deja seducir por su impulso. Escribe la primera ficción de su vida. Y gana el premio más importante de la literatura en castellano. Y entre casi 1000 manuscritos, un jurado de película lo elige por unanimidad.     

La estructura de esta novela, dice, es como la del átomo: va y viene, va y viene. Genera un diálogo entre el pasado y el futuro. “En la botánica, en el aprendizaje de aquello que está vivo y debemos defender más que nunca, está el futuro. El futuro es una palabra enorme que ha perdido sentido, eso busco recuperar. Esta novela se vincula a lo vital a partir de fenómenos que nos exceden. Nos excede la pandemia, la naturaleza, nuestros orígenes.” Alarcón se deja enamorar por las flores al mismo tiempo que renueva su atracción fatal por el conocimiento. Se lanza al vértigo de los territorios que ignora, a reconocerse incompleto pero feliz de estar en la búsqueda de la felicidad.  

​—La literatura cambia, y Alfaguara se mantiene a tono con los textos actuales ​—anuncia la editorial.  

“El salto a la ficción del cronista” titula el diario El País. Un salto honesto impulsado por la fuerza de todos los lenguajes lingüísticos y no lingüísticos que habla Alarcón, los mismos que lo habían resignado a no tener chances de merecer el premio. Pero lo bueno de El tercer paraíso resultó ser eso: que era demasiada novela, demasiada historia familiar, demasiado ensayo, demasiada autoficción. “Gracias por elegirla. Quienes creamos y producimos sentido con lo propio desde campos anexos a la literatura, llegamos a una literatura que está en plena transformación. La experimentación con el lenguaje sigue siendo el territorio de la libertad. Los cánones están cambiando. El fucking mundo está cambiando.”

El tercer paraíso es una obra“feminista, queer y botánica”, una “performance botánica en un texto”, un homenaje a sus maestros (del periodismo y de la botánica), otro homenaje a sus raíces chilenas, una “novela familiar latinoamericana”, dice el autor en la videoconferencia de la premiación.

“La madre de todas las bestias se ha ganado el Alfaguara”,  “admiro la valentía del reportero y la lengua desatada del fabulador. De él, desgarrado hasta la alegría, tenía que nacer una gran obra y sucedió el tercer paraíso”, “Tu prosa merece todos los premios”, son algunos mimos que autores como Gabriela Wiener, Patricia Nieto y Sergio Olguín le tiran en las redes. 

Durante la presentación, por streaming, también hubo conversación.

​—¿En qué piensas invertir el dinero del premio?​— preguntó la escritora Olga Merino, jurado.

​—En la renovación de mi proyecto literario periodístico, Anfibia. También me permite repensar mi futuro. Pero lo de dinero no me impacta tanto como el reconocimiento por haber producido un objeto que no tiene que ver con las lógicas de lo real ni con mi voz narradora de cronista. Por exceso de psicoanálisis porteño lacaniano siento que este premio se lo debo a mi madre y a las mujeres que me preceden, las que han sembrado todo lo que ha crecido en América y han fundado nuestras ciudades. Nuestras ciudades están hechas de campo y de campesinos. Eso ha pasado en Europa, en Estados Unidos, en China, en todo el planeta. Esta novela vuelve al campo. Tiene lo duro de contar la historia de América Latina desde una perspectiva feminista, conciente de los defectos y los daños que ha producido el patriarcado en nuestros cuerpos y en nuestra conciencia. También vuelve al campo con ganas de pasarla bien y de hacer que todo sea más llevadero. 

​—En la novela hay una hibridación de lenguajes que tiene que ver con tu biografía. Es una novela tan chilena como argentina. Una palabra para reemplazar lo híbrido puede ser anfibia, que tiene que ver también con tu vida, que se cristaliza en esta traslación de la crónica a la novela. ¿Estás de acuerdo? —comentó Paula Vázquez, escritora y librera, también parte del jurado.

—Sí, totalmente. Y no puedo pensar en esa hibridez sin pensar en mi condición de migrante. La migración alimenta economías, pone el cuerpo, no se queja, asume ser mal paga, corre peligro escapando del horror. Antes de ser marica, antes de ser varón, antes de ser periodista, director de medios, padre, fui migrante, exiliado. 

¡Llegó! Cristian entra al bar. Se detiene junto a la bandeja de canciones de la DJ Mica Tower. Nos mira con extrañeza. Quizá no nos mira a nosotrxs, esa es su deriva desde que alguien en Madrid pronunció su nombre en público. ¿Qué está pasando? ¿Cómo seguirá esta historia? Nuestro director, esa marica vital que se enciende de certezas y divagues para entender los acontecimientos, hoy contempla. En gerundio, como dice Marlene Wayar: está siendo. 

Hay que tener agallas también para resistir un final feliz. Agallas y amigues. Cristian recibe las flores que le regalan Burro y Flor. Empiezan los abrazos. Todxs esperamos el veintipico de marzo para leer la imaginación del patriarca. Nos hace sentir parte de esa otra nueva familia latinoamericana, la de los vínculos cuidados, la de la sangre en los libros, las palabras, las voces, lxs otrxs, lo real, el arte y la poesía a toda costa. 

Queremos leerlo también para descubrir qué es eso de El tercer paraíso como “novela dual”. La historia transcurre en una cabaña, cerca/lejos de Buenos Aires. La misma que alojó tantos encuentros como el de esta noche, encuentros para hablar de trabajo, para armar words, jpgs y excels, para festejar bailando. Tanto que hablamos de periodismo, de futuro, del futuro de los medios dirigidos por empresarios. Y ahora somos parte de un medio al que riega un escritor. Qué belleza.

Te seguimos desde antes del Alfaguara, Casanova. 

Alarcón se mezcla entre su gente. Pide un Negroni. Se cuelga hablando con Sol, “la embarazada” de esta equipa. Le pide que le cuente todo sobre la última ecografía. Con la distancia social y el wifi emocional típico de sobrevivientes. Y con la misma camisa, de un rojo furioso y estampado botánico, que eligió por azar esta mañana.