Crónica

Dani Umpi: retrato de una popstar


La drag que habito

La llegada de Dani Umpi a la escena cultural porteña iluminó una esquina de la fiesta poco explorada hasta entonces. Trajo aires de candombe, drama de telenovela y mariconería. Con su último disco, Guazatumba, parecería haber alcanzado un sonido clean, sofisticado y hasta más liviano. Como si, con el correr de los años, el duende que habita en el interior de Dani hubiera encontrado su tono definitivo, su manera preferida para sonar en el mundo.

Styling: Jo Ishii. Con prendas de la artista Constanza Ruibal.

Apareció como aparece el flash del fotógrafo en una fiesta: inoportuno y sorpresivo, pero preciso. La llegada de Dani Umpi en la escena cultural argentina iluminó una esquina de la fiesta que hasta entonces no todos se habían animado a explorar. ¿Acaso fue de los primeros artistas que emergieron del dark room? Sí. Fue eso. Empezó el milenio. Llegó el Siglo XXI y ahí estaba él, trayendo aires de candombe, drama de telenovela y mariconería a esta ciudad que gritaba ¡tango que me hiciste mal! Dani Umpi habilitó una forma de hablar, un tono para cantar, una pose para subirse al escenario y un estilo para vestirse –o travestirse–.

Nació en 1974 en Tacuarembó, una ciudad del interior de Uruguay, ubicada al norte de este país. Su trabajo como artista no empezó con la música, ni tampoco con las novelas, ni los cuentos. El origen de las especies fue la poesía. De ese primer momento contado en versos sólo queda un mito, un rumor que se dice bajito y de oído a oído. Sus primeros libros empezaron a circular en Buenos Aires mientras él vivía en Uruguay. Los editó Eloisa Cartonera –la editorial independiente que creó Washington Cucurto a comienzos de los 2000–. Esas publicaciones fueron hechas de manera artesanal, como todo lo que se hacía en ese lugar. 

Pero la obra de Umpi no está compuesta únicamente de libros. En ella también hay canciones, discos y collages hechos con cientos de letras y números recortados de revistas. Es un artista atrapado en un frenesí constante que, con el correr de los años, desarrolló vínculos que unieron cada una de las disciplinas en las que trabaja. No hay fronteras ni límites para Dani Umpi. Su mundo es un territorio gigante y colorido habitado por duendes que escuchan música pop mientras eligen papelitos de colores. Un mundo lleno de gays y brujitas. 

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Tacuarembó está a unos 400 kilómetros de Montevideo. Varias décadas atrás, en esa ciudad funcionaba la planta de procesamiento del arroz Saman, una marca muy popular en Uruguay. Todo el tiempo, Tacuarembó quedaba llena de una pelusa que se desprendía del arroz que transportaban los camiones que salían con el producto. Y por culpa de esa pelusa, el pequeño Dani tenía un problema de bronquitis permanente. 

—En un momento hubo toda una organización vecinal y durante años de quejas, finalmente, esa empresa se fue y la pelusa desapareció y el arroz también y todo se fue. Hasta yo me fui —cuenta Umpi. 

Entre tos y tos, pasó sus días en una escuela brasileña –ubicada en Tacuarembó– donde las paredes eran de pizarrones que se podían mover, se festejaban las fiestas del país vecino y hasta se cantaba el himno de Brasil. Después del colegio, visitaba a sus abuelos maternos. Su abuelo era filatelista y además formaba parte de una especie de grupo de intelectuales, llamado “Los de Tacuarembó”. En esa casa, Dani Umpi se encontró por primera vez con enciclopedias, libros de historia del arte, discos y también maniquíes y vestidos que hacía su abuela, que era modista. 

—Creo que esa combinación de todo lo que tenía mi abuelo y todo ese mundo de telas y corte y confección hicieron que yo tuviera una infancia bien bien de niño gay —dice Umpi—. Una vida llena de cosas domésticas, en el interior del país, cerca de Brasil, yendo a comprar el surtido del otro lado de la frontera. Íbamos y traíamos de todo. En fin, toda una cosa así muy pintoresca y a la vez muy común.

Los padres de Umpi tenían un negocio “tipo salón”, es decir, una mezcla de librería, cosas de oficina, ropa y otros tipos de productos. Y en ese despliegue de mercadería había libros. 

—Lo que vendían mis viejos eran best seller, como los de Corín Tellado, pero con otro nombre. Un nombre más común, Julia o algo así. Todas novelas rosas —cuenta el artista—. Yo no había leído a Manuel Puig ni nada para ese entonces, pero para cuando empecé la secundaria ya tenía algunos hábitos de lectura: leía eso que sacaba del local de mis papás y también agarraba cualquier cosa de la biblioteca de mi abuelo para leer. Lo que sea.

Esa costumbre hizo que a lo largo de su vida, Dani Umpi tuviera cerca siempre una biblioteca, un sillón y una lámpara. Como si se tratara de un señor grande y jubilado,  agarraba cualquier cosa random y leía sin prejuicios. A medida que fue creciendo sus lecturas abandonaron a las clones de Corín Tellado para dar lugar a otros hits de la literatura, como Carver o Loorie Moore, que era su favorita. 

—Confieso que aunque me encantaba la Moore, cuando leí Sushi para principiantes me pareció espectacular —dice.

Con todo ese material en la cabeza empezó a escribir sus primeros libros. Teniendo siempre la ambición como norte, de entrada Umpi dijo: “Quiero escribir una novela”. Así fue que empezó a bocetar lo que después fue Aún soltera y Miss Tacuarembó

Las dos novelas las inició mientras iba al colegio. 

Sin embargo, ese frenesí no se tradujo en un proceso ordenado y ágil, de hecho el tiempo que pasó entre que Umpi pensó esas historias y se publicaron fue de varios años. 

—La verdad es que tardé un montón en terminar esos primeros libros. Igual, ahora las leo y me parecen que están muy bien, sobre todo Aún soltera. Esa me gusta más que la otra. Lo que hacía para escribir era armarme cuadros, como los que hacen los chicos para estudiar, y los completaba poniendo qué quería que pasara en cada capítulo, en cada parte de la novela”. 

Aún soltera y Miss Tacuarembó –esta segunda reeditada este año por Blatt & Ríos y adaptada al cine en 2010, con Natalia Oreiro como protagonista– funcionaron como dos novelas que marcaron el estilo de Umpi y la voz de sus narradoras y narradores. En todos los casos son personajes atrapados en un monólogo interno en el que convive una fascinación por los medios, la tecnología de la época, la cultura de masas, las divas y la obsesión por los hombres. Si hubiera que pensar en cuáles serían los condimentos de una obra de Umpi, esa sería la lista. 

La literatura de Dani Umpi se encasilló, a comienzos de los 2000, dentro de las literaturas del yo, a pesar de que no hay una narración autobiográfica en sus historias. Lo que hizo su obra en la escena local no fue sumar otros relatos a los que ya había en esa clave, sino más bien habilitar otro tipo de lenguaje y de expresión: contar la historia de la loca, de la mariquita, de la desquiciada. Lo que resuena en esos primeros libros no es algo autorreferencial, hay pistas de su biografía y sus obsesiones, sí, pero narrador, protagonista y autor no coinciden en un mismo nombre ni una misma vida. Esta es la particular característica de la literatura del yo, la unión de esos elementos. 

En el caso de Umpi eso no aparece. Él trasviste su mundo, su vida y todo lo que tiene alrededor para devolver un relato en donde se habla de una época, pero no desde la vivencia sino desde la observación. 

—Cuando escribo me baso más en lo que observo o escucho que en lo siento. No es una cosa autorreferencial lo que escribo, sino algo que nace de la observación de un montón de cosas, de comportamientos, sobre todo. Siempre tengo mil libretitas donde anoto todo: frases de mis amigos, de gente de la tele o cosas que leo.

La literatura de Umpi es también sociológica: piensa la época en la que se inserta y la psiquis de sus personajes mediada por el contexto en el que se mueven. Tanto en Aún soltera como en Miss Tacuarembó se retrata el ocaso de la cultura del broadcasting, los últimos años de la tele y la forma en la que esa tecnología moldeó maneras de pensar.  

El mundo tal como era antes de la llegada de Internet, los puntocom y las redes sociales está retratada en sus primeras obras. Sin embargo, el cambio de época no significó para este artista el abandono de ese universo temático. En 2012, cuando se editó Un poquito tarada –su última novela–, dio rienda suelta al delirio y la ansiedad generada por las redes sociales que aparecieron a comienzos del nuevo milenio, sobre todo por Facebook y Fotolog. 

Con Un poquito tarada, Umpi reafirma la defensa de las locas en el sentido de que vuelve a darle voz y protagonismo a una chica encerrada en su neurosis y verborragia. A su vez, muestra de qué manera la tecnología media en la construcción de esa identidad y esa voz. De la misma manera que al comienzo de su obra retrató el final de los días del broadcasting, con su último libro narra el inicio de la demencia de Internet. 

—Cuando empecé a escribir estudiaba comunicación y estaba todo el tiempo bombardeado con ese tipo de ideas y analizando ese tipo de cosas, es decir, los medios, cómo funcionaban, cómo se analizaban, cómo influían en la sociedad. Sin embargo creo que fue como una fascinación generacional, todos estábamos en esa. Después tuve el flash con Puig y con las películas de Almodóvar. La mirada camp y el kitsch de ellos fue muy fuerte para mi generación y no tanto para las anteriores. Por eso yo digo que soy de las primeras mostras.

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Dani Umpi empezó a viajar a Buenos Aires hacia finales de la década del 90 y principios del 2000. Para ese entonces ya se había mudado de Tacuarembó a Montevideo. Con el tiempo, de tanto ir y venir, se empezó a vincular con la artista argentina Fernanda Laguna, que junto a la escritora Cecilia Pavón dirigía Belleza y Felicidad, una galería y editorial independiente que marcó el pulso de la escena cultural apenas empezó el milenio.  

Fue en Belleza y Felicidad que conoció a otro artista, Washington Cucurto. Cucurto acababa de fundar la editorial Eloísa Cartonera y apenas leyó las novelas de Umpi se las pidió para editarlas en Argentina. Antes de esto, él ya había publicado una serie de textos breves con Belleza y Felicidad, Cuestión de tamaño. 

—En aquellos años, además de los libros, sacaron un disco con unas canciones mías, que ni sé qué se hizo. Es algo que ni yo tengo. Cuando empecé a hacer obra, yo no tenía ni siquiera la fantasía de cantar porque yo me veía y me pensaba como artista plástico o escritor. 

Finalmente se transformó en toda una popstar. 

A pesar de que no quedó ni un registro de ese primer material, de esas grabaciones hechas hace 20 años, Dani Umpi desarrolló una carrera y una obra musical que al día de hoy tiene cuatro discos solistas y otros seis en colaboración con otros artistas. A lo largo de estos años, creó álbumes con: Rosario Bléfari, Coghlan, Álvaro Sánchez y Sofía Oportot, entre otros y otras. Su último disco, Guazatumba, -el cuarto de su carrera, lanzado este año- cuenta con colaboraciones de Joaquin Viola, Fraonika, Masonería y Elli Medeiros.  

Umpi dice que tomó conciencia de que realmente se había convertido en cantante cuando publicó la versión en inglés de “Amándote”, “Loving you”. Ese cover circuló mucho y recién a partir de eso empezó a pensarse como un cantante. “Más allá del desparpajo yo siempre fui muy consciente de lo que hacía. Por ejemplo, tengo una canción que se llama “Mi Charles Manson”. Fue como la primera que hice y cuando la hice, mirá la locura que tenía, dije “esta canción no es para un primer disco, es para un segundo disco” ¡Y yo ni había hecho el primer álbum! Y la grabé en el segundo, obvio”.

La obra musical de Umpi está marcada por la colaboración. Si bien tiene discos solistas, también tiene muchos otros pensados y creados con otros y otras artistas. Para él “siempre hay que colaborar con alguien”. Umpi hace letras y melodías y canta, pero a veces necesita “una mirada precisa al lado, más especialista”. En sus discos solistas puede convertirse en un pequeño dictador que decide y traza cada cosa que se hace. Pero cuando trabaja con otros da rienda suelta al deseo ajeno.

—Todo el tiempo estoy empezando proyectos nuevos con otros músicos, por ejemplo ahora estoy trabajando con Julián Desbats, de los Rusos Hijos de Puta. 

Umpi ya tenía una obra literaria para cuando empezó a grabar discos. Hasta entonces era más un escritor que otra cosa. Sin embargo, la llegada de la música generó un cambio en él, incluso en la manera en que se pensaba así mismo: 

—Con los primeros discos, lo que se modificó fue que me pensé como Dani Umpi, es decir, lo pensaba como una cosa drag, como una entidad, algo que yo habitaba cada tanto. Incluso hasta ahora digo ‘esto es para Dani Umpi’, como si fuera otra persona que no soy yo.

Al comienzo, se basó mucho en el arquetipo del bufón para sostener eso, pero después lo abandonó para adoptar el arquetipo del duende, algo que se vuelve clave para pensar su obra. 

—Yo siempre digo muchas bromas sobre eso, sobre el duende y siempre estoy como los duendes: buscando cosas, cambiándolas de lugar, en la búsqueda de pequeños tesoros. Además el duende es más divertido porque el bufón tiene una carga muy pesada detrás.

La música expandió el universo que había aparecido en sus libros. El frenesí del siglo XXI, la neurosis excesiva, los enredos amorosos, el flash por los medios y la tecnología: cada disco de Dani Umpi condensa su imaginario. A su vez, aparecen muchas historias vinculares que tienen que ver con el mundo marika, mientras que en sus novelas esto no aparece tanto –excepto en Sólo te quiero como amigo, novela editada en 2006 por Interzona y reeditada por Blatt & Ríos–. 

El mundo pop se hace presente en los álbumes de Umpi. En su último disco, Guazatumba, el artista uruguayo parecería haber alcanzado un sonido clean, sofisticado y hasta más liviano. Es como si, con el correr de los años, el duende que habita en el interior de Dani hubiera encontrado su tono definitivo, su manera preferida para sonar en el mundo. Pasaron casi dos décadas de la salida del primer disco de este artista y de ese momento a ahora, Guazatumba es un disco que funciona como una síntesis perfecta de todo lo que ha hecho hasta ahora. Allí convive la tradición uruguaya, el pop mainstream, las divas, el mundo gay y la alegoría hermetista. 

Dani Umpi. Guazatumba. Nueva bio.

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—Yo soy un artista de taller. No soy un escritor de biblioteca. Ni tampoco es que tenga en mi casa un micrófono y un estudio. 

Las artes visuales funcionan en la obra de Umpi como un punto de encuentro entre la música –sobre todo sus presentaciones en vivo– y su tarea como escritor: sus collages hechos con letras recortadas de revistas pueden ser relatos, discursos públicos, colección de fotos de chicos.

Su trabajo como artista visual está atravesado por el concepto de “parangolé” ideado por el brasileño Helio Oiticica. Con esa idea, Oiticica buscaba, por un lado, poder habitar una obra de arte y, por otro lado –según el propio artista– satisfacer “una necesidad vital de desintelectualización, de desinhibición intelectual, de la necesidad de una libre expresión”. A partir de esto, Umpi crea collages que pueden ser desde un vestido para subirse al escenario, hasta una gran instalación, pasando por otros que exhiben un chat con un amigo o fragmentos de perfiles de Grindr.  

El método que usa para crear sus collages es muy simple: corta cosas todo el tiempo. Es como una pulsión que no puede evitar. Siempre tiene una revista al lado y una tijera, así que va recortando y clasificando todo lo que recorta: cosas que le llaman la atención, textos que estén sobre colores plenos y letras. Después con todo ese material crea textos nuevos. Esa es su manera de ordenar lo que fue encontrando.

Su práctica como artista visual influyó también en el resto de su obra. Por ejemplo, cuando publicó Dramática, que fue su segundo disco, el eje fue el color rojo y la tapa fue un collage suyo. 

—Las artes plásticas influyen también en los shows porque muchas veces usé vestidos hechos con collages, siguiendo la idea de Oiticica, la de habitar la obra —explica Dani. 

Además, al igual que en los libros y la música, está la palabra en lo que hace como artista visual. Umpi es un artista que trabaja con la palabra para reordenar las cosas, encontrar un sentido y a partir de eso una narración.

—Al principio, hacer tantas cosas distintas, lo vivía como un conflicto. Sentía que tenía que decidirme por alguna de las áreas en las que yo me manejaba. Incluso teniendo referentes que no tenían ese problema: de Leo Maslíah a Yoko Ono. Yo sabía perfecto que no pasaba nada, pero sentía que tenía que dedicarme a alguna de todas las cosas. Pero entendí que las fronteras entre esas son muy débiles y con el tiempo aparecieron todos los links entre todo. 

En dos de sus últimas exhibiciones individuales, realizadas en Buenos Aires en la galería Hache, Umpi mostró con sus collages una manera de entrelazar todo su trabajo. Hay obras como “Domingoo Lokura” o “Bbebottes” que resuenan a la portada de Dramática. Otra muestra unos conos iguales a los que usó para el videoclip de “La yuta”, una canción incluída en su disco Lechiguanas. Otras que refieren al universo de lo místico –que aparece en novelas suyas como Un poquito tarada– y hay collages dedicados al arquetipo de duende. 

La hiperactividad con la que trabaja genera que todas las disciplinas en las que se mueve estén al mismo nivel, conviviendo en armonía, generando conversaciones implícitas entre sí. Es por todo esto que al final del arcoíris está la olla de los duendes, pero en su interior no hay oro. Lo que hay ahí es un artista. Y ese artista es Dani Umpi.