Ensayo

Política y economía


La construcción de Sergio Massa

Llegó al peronismo e hizo escuela. Se instaló como el primer intendente rebelde del conurbano. Desde la crisis de 2001, construyó su lugar entre Nestor y Cristina. Renunció, armó un partido. Cuando ya no quiso pelear con el bicoalicionismo, volvió dispuesto a darlo todo. La magnitud de su desembarco es tan grande como el desafío que tiene enfrente.

Fotos: Télam

Sergio Tomás Massa es un hombre paciente. Es un hombre de construcción, de timing. Un hombre que siempre tuvo un mueble como meta: el sillón de Rivadavia en la Casa Rosada. Esto lo vuelve, también, un hombre perseverante. Su reciente designación como Ministro de Economía, Producción y Agricultura en este tercer tiempo del Frente de Todos es un paso en esa dirección. Uno que no había intentado hasta ahora. Es, hoy, un ministro, ni uno más, ni uno super, el poder se construye con el tiempo. 

Massa también es un hombre que tuvo momentos. Estuvieron marcados por el vínculo con otro sujeto político desde el cual, paradójica pero argentinamente, él mismo parió su propia construcción política. La relación con el kirchnerismo y sus distintas etapas dieron forma al tigrense que hoy conocemos.

Massa es, entonces, una gran incógnita. Sin votos, pero con apoyo. Sin imagen positiva alta, pero con sorprendente valoración salvadora. Sin confianza entre los políticos, pero con convencidos dentro del círculo rojo, el establishment y en casi todos los medios. Sin un electorado propio, pero con discursos e ideas que, de otra manera, cruzarían de vereda. Es una incógnita, pero una sorprendente.

¿Cómo se construyó Sergio Tomás Massa? Esta es su biografía política en fases.

Alineado y a la espera

Massa no nació rebelde, sino alineado. Su desembarco en el peronismo vino de la mano de un socio a la derecha del movimiento que, en ese momento, aún era menemismo: la UCeDé. La alianza táctica que le permitió al presidente Carlos Saúl Menem lavar la cara de los herederos de Juan Domingo Perón frente al establishment de la pizza y el champagne fue la puerta de entrada para muchos cuadros políticos. Entre ellos, Sergio Massa. Sus primeros pasos fueron en la provincia de Buenos Aires, en el Ministerio del Interior y en el Ministerio de Desarrollo Social. En 1999 fue elegido Diputado Provincial en un distrito bonaerense de lo que comenzaría a ser uno de sus futuros bastiones políticos, la Primera Sección Electoral. Eran tiempos del Partido de San Martín. El de Tigre aún estaba lejos.

Massa es una gran incógnita. Sin votos, pero con apoyo. Sin imagen positiva alta, pero con sorprendente valoración salvadora.

El primer mojón relevante lo tenemos que rastrear en el tiempo inmediato posterior a la crisis del 2001 y el salvataje político que vino después. En enero del 2002, con posterioridad a la caída de la Alianza y la asunción de Eduardo Duhalde como presidente provisional, asumió la Dirección Ejecutiva de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES). Desde ese lugar, fue el responsable de gestionar el sistema previsional argentino durante los 6 años que ocupó el cargo. Acá incidió fuertemente uno de sus principales pilares políticos: su suegro, Fernando “Pato” Galmarini, hombre destacado del peronismo bonaerense en los 90 y de máxima confianza de Duhalde. Este lugar le permitió a Massa comenzar a generar una red de vínculos políticos desde un lugar de gestión, en particular en un proceso de reconstrucción estatal post desguace menemista. Néstor Kirchner, ya sentado en la Casa Rosada, quiso reconstruir lo destruido, y la ANSES fue una pieza clave de este proceso. “Hacer política con gestión”, principio rector de Massa.

Su primera apuesta electoral fuerte fue una patriada. No solo quiso cambiar de municipio, sino que se le animó a una de esas construcciones sorprendentes que ha dado la provincia de Buenos Aires al país como son “los vecinalismos”. Espacios transversales de muchos dirigentes de distintas tribus que han sabido ganar y consolidarse en distritos específicos por un buen tiempo. Siempre atados a liderazgos carismáticos, con encanto social y muñeca para administrar tensiones, roles y egos. De todo esto, aprendió. Se paró enfrente a Acción Comunal del Partido de Tigre, un partido vecinalista que gobernaba el distrito desde 1987 y que había sido creado por Ricardo Ubieto, fallecido en el 2006 y gobernante local durante la última dictadura. En esas elecciones de 2007, Massa, con el aval de Néstor, se presentó y ganó. Sergio al municipio, Daniel a la provincia, Cristina a la Rosada. 

Ya en ese entonces se había mostrado ducho para las estrategias electorales: ganó por 5 puntos gracias a dos listas espejo, la propia del FPV y la de Acción para Crecer de Tigre, el partido propio. Alineado, pero con su sello en espejo. Massa se pidió licencia, se quedó al frente de la ANSES y esperó su momento nacional. No, claro, sin dejar de trasladar su base política de San Martín a Tigre. 

El momento llegó con la salida de Alberto Fernández de la Jefatura de Gabinete de Ministros. La fallida votación del proyecto de la 125 en el Senado eyectó al por entonces mano derecha y hombre de confianza del matrimonio presidencial, y depositó al joven con ansias de poder en la coordinación general del gabinete presidencial. Un salto de niveles. La osadía. Su debut fue la presentación del proyecto para re-estatizar Aerolíneas Argentinas. Aplaudido y ovacionado.

Su primera apuesta electoral fuerte fue una patriada. Se le animó “los vecinalismos” y con el aval de Néstor, ganó. Sergio al municipio, Daniel a la provincia, Cristina a la Rosada. 

En las elecciones legislativas de 2009, las adelantadas de junio del conflicto con el campo y la crisis internacional, fue convocado por Néstor Kirchner para el 4° lugar de la lista de diputados nacionales. La de los testimoniales. 1° estaba Néstor, 2° el gobernador Daniel Scioli, 3° Nacha Guevara. El FPV acusó el golpe a manos de Francisco De Narváez, Felipe Solá y Mauricio Macri, Sergio Massa renunció apenas 1 año después de haber asumido y decidió ir a construir desde lo local. Comenzaba a nacer el mito del tigrense. Se venía la indisciplina. 

La revolución del intendente

Massa es una consecuencia del kirchnerismo, de sus decisiones y de sus estrategias. Al agarrar el sillón de Tigre, Sergio Massa encontró que podía capitalizar los vínculos políticos generados durante los seis años en la ANSES y  uno en la Jefatura de Gabinete. “Cuando Sergio Massa va a Jefatura de Gabinete, ahí desarrolla y empieza a mantener una relación más fluida con estos intendentes. Y se le suman dirigentes. Después, cuando se va de Jefatura, es como que empezaron a juntarse políticamente. Ahí surge el embrión del Frente Renovador”, dijo un dirigente provincial y operador político bonaerense del incipiente massismo en 2017. 

A esto se le sumó un hecho que la ciencia política ha estudiado bastante en estos años: el federalismo salteado de Néstor Kirchner. La estrategia privilegiada por él mismo fue la de establecer relaciones políticas sólidas con los titulares de los poderes ejecutivos municipales. Tanto para la construcción política como para el envío de fondos, la nueva regla llevó a que la transferencia de recursos públicos se hiciera desde el Gobierno Nacional hacia los gobiernos municipales, salteando administrativamente al gobierno provincial. Eso fortaleció las capacidades financieras, administrativas y, sobre todo, política de los intendentes.

A esta situación se le sumó un proceso que se venía empujando en años recientes. Las elecciones de 2007 dejaron una camada de nuevos intendentes con una visión distinta de lo que debía ser la gestión local de los municipios. Esta nueva generación, más joven, dando sus primeros pasos en la gestión de los asuntos públicos y con un aire renovador de la política partidaria, comenzó a vislumbrar que el ámbito de intervención del intendente local no debía limitarse únicamente a gestionar la limpieza de las calles, el tendido eléctrico y la recolección de los residuos. “Todo lo que es este grupo se apalanca en lo que hacía Kirchner: puentear al gobernador y abastecer de fondos a los municipios. Esto produce cierta transformación a nivel obra e inversión pública, pero también los intendentes querían tener más peso. Massa ve que ahí se potencia el espacio municipal. ‘¿Esto se lo va a llevar Kirchner solo? No’”, decía en confianza un militante e intelectual del Frente Renovador en 2017.

Estos intendentes dejaron de ver el ABL como el único recurso administrable y al Partido Justicialista (PJ) como el paraguas que iba a protegerlos siempre. Tenían que ampliar su base financiera para hacer, construir y extender política. Tenían que enfrentar los problemas de pobreza con recursos propios. Tenían que mostrar soluciones al problema de la seguridad con cámaras. Tenían que ser más que administradores. Tenían que ser políticos. Massa lo vió, le dio forma y los conquistó. 

Se venía la revolución de los intendentes, con uno a la cabeza. Y nació el Grupo de los 8, integrado por el propio Massa (municipio de Tigre), Joaquín de la Torre (San Miguel), Sandro Guzmán (Escobar), Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas), José Eseverri (Olavarría), Luis Acuña (Hurlingham), Pablo Bruera (La Plata) y Gilberto Alegre (General Villegas). La mayoría de ellos de la Primera Sección Electoral de la Provincia de Buenos Aires (Tigre, San Miguel, Escobar, Malvinas Argentinas y Hurlingham), con apoyos en el interior, en la Cuarta (General Villegas), en la Séptima (Olavarría), y la correspondiente a la capital provincial, La Plata (Octava). Cuando se nutrió de otros dirigentes de segundas líneas del distrito empezó a armarse como línea interna dentro del PJ bonaerense. Con un primus inter pares: Sergio Tomás. 

El grupo buscó, al construirse como un espacio de poder dentro del peronismo bonaerense, contar con mayor autonomía para la toma de decisiones políticas y de gestión, sin demasiadas interferencias de parte del gobierno nacional o del gobierno provincial. Esto fue posible solamente si obtenían los fondos públicos y los recursos necesarios para poder hacerlo. La innovación en la gestión pública local fue, así, una de las patas de la plataforma sobre la cual pudieron edificar una coalición electoral propia que, a su vez, trazó sus objetivos políticos para poder obtener mayores beneficios y, en consecuencia, intentó acrecentar su poder interno.

El divorcio ¿definitivo? 

El quiebre fue con las elecciones del 2011, no con las del 2013. Néstor Kirchner había alimentado esta construcción, una forma de by passear a Daniel Scioli en la gobernación. Eran los intendentes que mejor recaudaban, los superavitarios, los que tenían algo para mostrar. Eran, al mismo tiempo, los que hacían “kirchnerismo crítico”. Era la renovación futura. El acuerdo entre Massa y Kirchner fue que podían jugar la interna en 2011. Para eso (también) se inventaron las PASO. Él se imaginaba tres líneas, cada una con su lista: Scioli y el aparato, el Sabbatellismo y los movimientos sociales, y Massa y los intendentes. Así, Néstor volvía, mejor, con más y con todos. Pero nada salió según lo planeado. Néstor Kirchner murió en octubre de 2010, las PASO ya estaban aprobadas y Cristina Fernández de Kirchner no respetó el acuerdo. Massa eligió esperar paciente sin jugar. Renovó en Tigre con el 73% de los votos y 110.000 de ventaja respecto del segundo, los vecinalistas que sacaron el 6%. Arrasó.

Y se envalentonó. La historia ahí ya es más conocida. Comenzó a marcar diferencias con el tercer kirchnerismo, que ahora era cristinismo, se enfrentó públicamente a La Cámpora, dio forma al Frente Renovador con peronistas, radicales, socialistas, vecinalistas e independientes, y se lanzó a ganarle al gobierno en su propio terreno, el bonaerense. Casi como una tragedia griega, volvió a derrotar al FPV en una elección legislativa intermedia, pero esta vez con más diferencia que la de De Narváez sobre el propio Kirchner. Si en 2009 habían sido 2 puntos y 200.000 votos, ahora fueron 6 y más de medio millón. Ganó en 109 de los 135 municipios. La segunda patriada también le salió bien. La ruptura consumada con competencia.

Tal como me sintetizó el mismo dirigente provincial allá por 2017: “El Frente Renovador fue una construcción de tipos rebeldes, que se llevaban mal con Cristina. Y eso reflejó que eran tipos que no eran fáciles de llevar”. La ampliación del espacio massista pasó a reconfigurarse en lo que se llamó Unidos por una Nueva Alternativa (UNA), que llevó a la candidatura presidencial de Massa con el apoyo del PJ cordobés de Juan Manuel De La Sota, con los acuerdos provinciales con Cambiemos en el norte y con la derrota del FPV en 2015. La tercera patriada lo convirtió en el garante de la gobernabilidad amarilla, con un bloque nada despreciable de diputados nacionales. Ruptura, competencia y traición, para varios.

Divorcio con final feliz

Un nuevo ejercicio político-electoral encontró a Sergio Massa sin demasiados aliados potenciales para mantenerse vivo en la arena del Coliseo argentino. Armó 1País con Margarita Stolbizer. Porque, si la ancha avenida del medio había fijado un piso de 20 puntos a nivel en 2015, había que hacerlo crecer 2 años después. Massa terminó preso del bicoalicionismo y perforó lo que aspiraba a que sea su base. Había ido por la senaduría de la provincia de Buenos Aires, que se imaginó como su siempre seguro conquistado terruño. Pero quedó tercero a 2 millones y medio de votos de Cristina. El espacio logró colar 4 diputados nacionales: Felipe Solá, Mirta Tundis, Daniel Arroyo y Jorge Sarghini, todos de él. Desensillar hasta que aclare fue el lema a partir del lunes 23 de octubre del 2017. La cuarta patriada salió mal.

El Frente Renovador fue una construcción de tipos rebeldes, que se llevaban mal con Cristina.

Esa elección, además, pintó de amarillo a la Argentina. Se venía un macrismo que olía mucho a hegemonía. Sin embargo, Cambiemos cometió el pecado político del que nadie escapa en el país: autoconvencerse que billetera mata política. Los números de la economía dejaron de acompañar a la coalición que iba a renovar la gestión pública y nació el “hay 2019”. En esos días, Sergio Massa se dedicó a reforzar su vínculo con el establishment, a viajar a Estados Unidos, a aprender de la gestión moderna, a hacer consultoría y a esperar. Porque la fortuna siempre sonríe en Tigre. Consolidó su pago chico con sus más fieles y renegó de quienes lo abandonaron en la ola cambiemita. Como si tuviera sangre italiana, su momento llegaría en forma de candidatura. Atrás habían quedado los acuerdos y el Foro de Davos. 2017 cambió todo.

Una nueva apuesta por la ancha avenida del medio lo vió reunirse con los desencantados del cristinismo Juan Schiaretti, Miguel Ángel Pichetto, Roberto Lavagna y Juan Manuel Urtubey en lo que muy circunstancialmente se llamó Alternativa Federal. Comenzaron a acercarse gobernadores alejados de Cristina y su Unidad Ciudadana, como Gustavo Bordet (Entre Ríos), Mariano Arcioni (Chubut), Juan Manzur (Tucumán) y Gerardo Zamora (Santiago del Estero), entre otros. Igual que 2013, pero con gobernadores. Pero todo terminó siendo un pasaje sin salida. Primero, vino el video de la nominación de Alberto Fernández y los gobernadores plegándose a él. Después, la reelección de Arcioni en su provincia y un sonriente Massa que aceptó tomar café. La puntada final fue la salida de Pichetto hacia Cambiemos. Sergio Massa ya no se quiso pelear con el bicoalicionismo y eligió un lado.

Este acercamiento ya había comenzado en diciembre de 2018, la mezcla de enemistades personales con broncas políticas fue diluida en charlas que jamás se filtraron. Cristina y Sergio hicieron las paces. También sus delegados. La dinámica política argentina, el resto. El acuerdo implicó que Massa fuera el primero en la lista de diputados nacionales de la provincia de Buenos Aires, lo que, en caso de ganar, lo ubicaría tercero en la línea de sucesión presidencial. Así ocurrió. El Frente de Todos terminó de armar sus tres patas a partir de los pedazos que habían comenzado a separarse en la ruptura. El cristinismo, el justicialismo y el massismo, todos juntos en el peronismo. Que ahora es una coalición de gobierno con sus problemas. Ya no hubo patriadas, sino colaboración y supervivencia mutua. Un estratega.

En su nuevo movimiento Massa se juega el todo por el todo, sin licencia y renunciando a su banca. Massa entra como el hombre capaz de arreglar de manera política los problemas económicos. La falta de credibilidad resuelta en un montón de mesas. Con muñeca, con rosca y con relaciones. El punto cúlmine de una vida política dedicada a eso.

Esperó su tiempo. Se amigó con sus rivales, detractores y enemigos políticos. Se posicionó en el medio entre dos padres que no se hablaron mucho tiempo a pesar de vivir juntos. Tiene el apoyo del mercado y de la política. Llegó envalentonado, como en aquel 2013 pero esta vez desde adentro. La magnitud de su desembarco es casi tan grande como el desafío que tiene enfrente. Es la última que le queda. Es, en cierto modo, otra patriada. La última.

Y su futuro se dirimirá entre ser el Fernando Henrique Cardoso de la Argentina, o el Domingo Cavallo del Frente de Todos. Si arregla la economía con política, los apoyos serán votos, la desconfianza credibilidad y, el peronismo, tal vez massismo.